domingo, 29 de noviembre de 2015

¡Por Merlín! ¿Por qué a mí? Capítulo 4




De cómo Narcisa volvió para irse y nunca más regresar



Luego de echarlos con cajas destempladas Hermione subió por la amplia escalinata de mármol que conducía a la enorme biblioteca de los Malfoy. Era imponente. Impresionante. Dejaba sin habla. Miles de libros descansaban en preciosos estantes de fragante y pulida madera. Cada tanto se alzaban columnillas cuyas tallas representaban serpientes enroscadas  que terminaban formando arcos de medio punto, creando  espaciosas  estanterías  vidriadas donde destacaban las primeras ediciones del libro que se te antojara. Allí estaban  las primeras ediciones  de la Historia de Hogwarts,  del Libro de las Pociones, Los cuentos de Beedle, el Bardo, y El Libro de los Encantamientos, entre otros igualmente importantes.  Se acercó extasiada a ese compendio de antigua sabiduría cuando advirtió una gaveta distinta al resto. En el fondo estaba tallado el Árbol de la Vida y en el medio, solitario y grandioso, descansaba con sus páginas abiertas un antiguo libro que se creía perdido: El Origen de la Magia, de Heraclitus.


Si bien es cierto que hay otros  libros que versan sobre el mismo tema y más antiguos también,  éste fue escrito por un filósofo muggle, Heráclito. Y paradójicamente, hasta su desaparición en el siglo XI, estaba considerado la única fuente confiable acerca de los comienzos de la magia. Por eso, cuando Hermione vio El Origen de la Magia, perdió toda noción del tiempo y el espacio.  Quiso abrir la vitrina para sacar el viejo manuscrito pero evidentemente estaba protegido por un encantamiento  o una maldición que ella no conocía… estando en la mansión de los Malfoy todo era posible. Con un gesto deprimido  comenzó a revisar las estanterías para escoger otro libro y cuando estaba estirando el brazo para tomar “El secreto de los sangre pura”, Kreacher  se asomó y la llamó.


—Señorita Hermione, el profesor Dumbledore quiere hablar con usted.

—Ya voy Kreacher, en cuanto…—se estiró otra vez en dirección al estante— tenga el libro en la mano. ¡Ya está! —dijo con una sonrisa satisfecha—.¡Vamos!


Al llegar a la puerta, el elfo la dejó pasar y cuando ya se disponía a seguirla, se dio vuelta y entrecerró los ojos escudriñando el enorme espacio que quedaba en sombras entre el espeso cortinado y una columna. La magia de los elfos era muy sensible a la esencia mágica de los hechiceros y ella le decía a Kreacher que allí había alguien. Dispuesto a investigar, comenzó a avanzar cuando el grito de Hermione llamándolo lo hizo volver sobre sus pasos y salir de la biblioteca con el recelo en la mirada.

Kreacher estaba en lo cierto. El suave golpe de la puerta al cerrarse le indicó a la persona que se escondía entre las sombras que ya podía asomarse. La tupida alfombra absorbía el ruido de sus pasos, pero aún así caminaba con cautela. Se acercó al estante donde estaba el libro que cautivó la atención de Hermione y susurró unas palabras. 
—Mmhm, después veré cómo hago para avisarle a esa muchacha que ya puede llevarse el libro— dijo para sí, Narcissa Malfoy—. Ahora a lo mío.

Estaba apurada pero las prisas podían hacer que se topara con Lucius o con Granger. Entrar en la mansión había sido una apuesta arriesgada, pero realmente necesitaba el anillo de los Rosier. Esa reliquia familiar pasaba de una mujer a la otra y su viaje a través de generaciones de mujeres Rosier finalizaba con Narcissa. Ese anillo le permitiría acceder a la fortuna de su familia, acceso que nunca le preocupó tener, hasta ahora. Si fuera totalmente honesta, con Bellatrix muerta ese anillo le pertenecería a Andrómeda, pero como fue borrada del árbol familiar...una pequeña sonrisa maliciosa se dibujó en su cara. Dudó un momento, aún envuelta en las sombras, acerca de la extraña necesidad de acercarse a su hermana y compartir con ella lo que le correspondía por derecho. "Ya lo resolveré", murmuró y avanzó hacia el gabinete en el que descansaba su pasaporte a la libertad.
Se maldijo por no haberse ocupado de este asunto antes, pero el amor... Nunca creyó que volvería a enamorarse. Y de un jardinero además. Un squib para mayor humillación. Ella una Black. Cygnus Black y Druella Rosier, sus padres, estarían revolcándose en sus tumbas. Se llamó a sí misma la atención, si continuaba distrayéndose no iba a irse nunca de ese maldito lugar. Podía sentir el susurro de la maldad atrapada en las paredes de la mansión. Sin embargo, tenía que encontrar la manera de comunicarse con la muchacha Granger antes de irse. "Tal vez si llamara a Kreacher", se dijo mentalmente. Sin darse cuenta, atrapada en sus diálogos interno, había llegado al bargueño que escondía en uno de sus pequeños cajones el objeto que representaba su independencia.
No recordaba en qué cajón estaba el anillo, así que tendría que tener muchísimo cuidado. Una cantidad de encantamiendos encubridores y algunos maleficios dificultaban que cualquiera pudiera hacerse con la joya. Un error y las alarmas se dispararían. No quería ni pensar en las consecuencias que tendría para ella que la descubrieran. Tampoco quería pensar en lo que Lucius le haría.
Por insano que estuviera seguía siendo Lucius Malfoy.
Miró con atención el mueble exquisitamente tallado y se concentró. Dejó que la magia fluyera a través de sus dedos y dijo en un susurro:
Que los hados reposen, que la maldición espere, que el secreto se revele.
Un brillo opaco recorrió las ranuras y se apagó al instante. Con dudas, Narcissa volvió a agitar su mano mientras murmuraba "por la magia Rosier que me inviste, que el anillo de uno de los sagrados 28, señale su presencia". Esta vez un luz amarillenta circundó un pequeño cajón. Ya más segura, Cissy lo abrió y sacó la antigua joya. Se lo colocó en el dedo del medio y se disponía a irse cuando recordó el libro de Heraclitus.
Pensó un instante. Se decidió por llamar al elfo. Lo recordaba claramente. Kreacher era un elfo orgulloso de servir a la ancestral casa de los black y devoto de su tía Walburga.
—Kreacher —susurró. Y con un inconfundible "crack", el anciano elfo se presentó ante ella.

Sin embargo, la convivencia con Harry Potter había cambiado al elfo. Ya no había servilismo en sus gestos y miró con cierta desconfianza a Narcissa mientras le hacía una profunda reverencia. Si esto desconcertó a la bruja, no lo manifestó.
—Kreacher, conduce a la hija de muggles a mi jardín secreto.
—Kreacher no sabe dónde está el jardín secreto, Sra. Malfoy —contestó el elfo—. Tal vez quiera la Sra. Malfoy decirme qué desea de la Srta. Hermione, amiga de mi amo Harry Potter, y quizá Kreacher pueda ayudarla —una nueva reverencia menos pronunciada que la anterior acompañó sus palabras.
Una risa atónita escapó de los labios de la bruja. —No tengo tiempo para esto, Kreacher. Debo irme antes de que Lucius se de cuenta de que estoy aquí —dijo mirando nerviosamente a su alrededor—. Tráela aquí, entonces, pero con mucho sigilo.
Kreacher la miró.
—¡Oh, por las barbas de Merlín! Por favor —agregó.
El pequeño ser desapareció y reapareció al instante con una agotada y despeinada Hermione. La joven bruja ahogó un grito cuando vio frente a ella a la madre de su casi-esposo.
—Shhh, no tenemos tiempo —dijo Narcissa—, acompáñame. La mujer tomó la mano de Hermione que de tan confundida no atinó a objetar el gesto autoritario de su ¿suegra?
Desconfiando de las intenciones de la bruja, el elfo las siguió aún cuando Narcissa le había ordenado que las dejara a solas.

Narcissa los condujo a través de un pasillo oculto tras una abertura en una de las paredes de la biblioteca. La abertura estaba escondida por un hechizo y Hermione se preguntó en voz alta cómo se le había escapado a Draco ese detalle.
—Él no lo sabe, querida. Ni Lucius. Este hechizo es del repertorio de los Black. Ya te diré dónde está guardado el Libro de los Black, así se lo puedes dar a Draco. Por cierto, dile que lo amo profundamente y que lamento no poder ayudarlo con esta situación.
—Pues yo creo, Sra. Malfoy... 
—Dime Narcissa, querida —la interrumpió sin dejar de ir hacia adelante lo más rápido que podía y arrastrando a Hermione. Ella se aclaró la voz y continuó. 
—Pues, yo creo, Narcissa... 
—Así está mejor, querida —interrumpió otra vez.
Al borde de un ataque de espanto y nervios, Hermione clavó los pies en el suelo y se negó a continuar.
—Dígame lo que sea que quiera decirme, ahora. —Dijo con un énfasis que le sonó extraño por lo prepotente—. Por favor —añadió.
—Ah, las maneras —canturreó Cissy con una sonrisa—, Draco eligió bien. Ya llegamos. —Y con un movimiento de varita abrió una puerta que daba a un hermoso jardín.
Narcissa lo miró con nostalgia y agradecimiento. 
—¡Oh! —exclamó Hermione—. Es realmente precioso.
—Sí, lo es —contestó Narcissa—. Y si tuviera tiempo, te contaría la historia.
Hermione se dio vuelta buscando al elfo. Lo miró y le pidió que fuera a vigilar a Lucius. Una vez que el elfo desapareció, la joven bruja se sentó en uno de los bancos y dando unas palmaditas, invitó a la madre de Draco a sentarse junto a ella.
Miró a su alrededor e inspiró. Por un momento se permitió alejarse de la pesadilla de su misión. 
El banco estaba colocado cerca de un estanque en el que nadaban lentamente peces de distintos colores. Pinos y cipreces se alternaban y en sus ramas gorjeaban, alegres, mirlos, oropéndolas y petirrojos. Preciosos macizos de flores se esparcían en un orden aparentemente caótico y sobre las paredes que delimitaban el jardín crecían fragantes enredaderas, agarrándose aquí y allá, de tutores o árboles. Un conejo asomó su nariz y desapareció al instante. Narcissa se llenaba los ojos de hermosura. Hermione la observaba.  No se parecía en nada a esa mujer que en el Mundial de Quidicht fruncía los labios con desprecio y asco, como si estuviera oliendo algo asqueroso.
—Supongo que puedo permitirme una hora charlando contigo —dijo saliendo de ese momento de ensueño—. Hermione asintió. —Verás, las cosas no fueron fáciles luego de la derrota del Señor Tenebroso. Con Lucius en Tintagel y Draco tratando de rehacer su vida... —No supo porqué, pero Hermione tomó la mano de Narcissa entre las suyas y la acarició brevemente
—Me encerré en esta mansión y cada día que pasaba me hundía más y más en la desesperación. Hasta que decidí retomar mi pasión por el jardín —le dijo más suelta—. Llamé a Pomona —Hermione alzó las cejas asombrada— y le pedí que me ayudara a rediseñar mis jardines y que me consiguiera alguien que me ayudara. Así fue como conocí a Albert.
—¿Draco lo sabe? —preguntó Hermione, azorada.
—Oh, no, no. No lo sabe...Todavía. Pero tengo tantas cosas que comentarte. Podríamos, no sé, arreglar un encuentro. ¿Crees que podrías...?
—No lo sé Narcissa.
—Dime Cissy, cariñole pidió con una sonrisa. 
—Cissy —susurró Hermione, el sobrenombre le parecía demasiado íntimo y cariñoso, sin embargo cuando lo repitió no sintió que se le trabara en la lengua. Cissy,  continúa, por favor.
—Ah! sí. Estoy distraída. Es esta casa, los recuerdos, Lucius... No confíes nunca en Lucius, muchacha. Es un verdadero demonio. La mansión está llena de secretos y Draco no sabe todo acerca de esta casa. Te diré algo, los retratos de sus antepasados nunca confiaron en él y por eso no le contaron todos los secretos que esconden estos muros. Ten cuidado con los armarios que hay en algunos pasillos —agregó—. Y no te acerques jamás a la trampilla que hay en la cocina. —Todo esto lo decía casi sin respirar, apurada y nerviosa.
—Pero, no entiendo. ¿Qué trampilla? Los armario, ¿cuáles?, ¿dónde?
—El elfo, Hermione. Nunca te despegues del elfo. Que vaya contigo a todas partes, que sea tu sombra.
—Pero, Cissy...
—El tiempo se agota, querida. Deja que me ordene. Necesito contarte para que Draco entienda y no me juzgue.
—Las flores me trajeron a Albert. Hijo de magos, descendiente de una famila de los sagrados 28, los Yaxley. Lo borraron del árbol, y lo desheredaron. Un squib, ¿puedes creerlo?
—Por supuesto —dijo Hermione— es por eso que es necesaria la mezcla de san...
—Era un pregunta retórica, querida —dijo con una sonrisa.
"Me parece a mí o sonríe demasiado", pensó Hermione. —Lucius llevaba tres años en prisión y Draco andaba vagando por el mundo tratando de encontrarse a sí mismo cuando Albert apareció en mi vida. Él diseño este jardín, el más bello de todos y sólo para mi goce personal, nadie más que yo y Albert, sabemos de su existencia. Ni siquiera los cuadros. Por eso hice sacar todos los retratos que había en la biblioteca, para que no vieran nada. Sospecharon, claro, pero se quedaron con las ganas —sonrió con suficiencia al tiempo que la miraba con malicia—. Nos enamoramos entre peonías y caléndulas. Nos tomábamos de las manos entre follajes silvestres y senderos secretos mientras sanábamos nuestras heridas y le dábamos forma a nuestros sueños. Estamos sentadas a la sombra de la glicina que nos escuchó formular nuestros votos. —Hermione abrió los ojos grandes. Narcissa largó una carcajada que ahogó enseguida pero que aún así hizo que unos arrendajos volaran enojados hacia un viejo roble.
—Albert es lo que yo necesitaba, cariño. Un hombre sencillo, pero cautivante. Lo que la magia le quitó se lo dio la cultura muggle. Es un hombre de grandes recursos. En tu mundo es arquitecto y paisajista. Pero no tiene un centavo. Casi todo lo que gana lo destina a distintas obras benéficas. Y a mí me gusta vivir bien, pequeña. Por eso me decidí a entrar aquí a buscar el anillo Rosier.
¿Un anillo? Y ¿cómo te ayudaría un anillo, Cissy? No creo que Draco se disguste con esta historia, pero está muy dolido por tu desaparición. Hace dos años que no sabe nada de ti —agregó.
—¡Ah! Es un anillo bastante corriente, no tiene magia, si a eso te refieres, no me concede ninguna clase de poder salvo el de presentarlo en Gringotts y acceder a la bóveda de los Rosier. Y eso es lo que tengo pensado hacer... —Hizo una pausa mientras la miraba pensativamente—. Lo cual me lleva a lo que te quería comentar. Voy a dejar instrucciones para que Andrómeda pueda acceder a la fortuna también. Tú le avisarás. 
—Prácticamente no puedo salir de la mansión, Narcissa.  Y no creo que quieras que Harry o Ron...
—¡Oh, no! —exclamó—. Claro que no. Tendrían que buscarme y yo tendría que quedarme aquí y perdóname, pero no. Soy demasiado egoísta, cariño. 
—Sí, claro —refunfuño Hermione mirándola contrariada.
¡Vamos!  No me mires así. Voy a darte algo que hará que me disculpes —dijo entusiasmada. Vi que quisiste tomar el libro de Heraclitus.
 —¡Por Merlín! ¿Me darás el libro? —la interrumpió.
—Ya le quité el hechizo a la vitrina, ahora sólo falta que te diga las palabras que te permitirán sacarlo de allí.
Hermione se había levantado y daba saltitos alrededor de Narcissa mientras canturreaba feliz
—Ven aquí, siéntate. Pareces una niña. Se nos acaba el tiempo.  "Lux et veritas", dilo con firmeza y podrás tomar el libro.
—Luz y verdad —musitó Hermione— nunca se me hubiera ocurrido.
El ocaso teñía el cielo con su luz naranja y se perdía en azules profundos. La tregua en la Mansión Malfoy llegaba a su fin. Hermione acompañó a la madre de Draco hasta una puerta escondida en la piedra. Narcissa golpeó con la varita la piedra desgastada y ésta se abrió por arte de magia. Antes de irse, miró por última vez el jardín y saludó a Hermione.
—Sé que serán felices. Dile a Draco que lo extraño y que lo amo. Que me perdone. Y que se ponga en contacto con Andrómeda para que pueda tomar lo que necesite de la bóveda de los Rosier. En realidad, le corresponde más a ella que a mí. Lo dejaré todo arreglado. Adiós, querida y no confíes en Lucius.
Antes de que Hermione pudiera responderle, Narcissa había desaparecido.