viernes, 7 de febrero de 2014

¡Por Merlín! ¿Por qué a mí?



De como las cosas se complican en Malfoy Manor y todo por unos cuadros

Hermione entró a la Mansión arrastrando los pies, parecía que iba al patíbulo a entregarse a su propia muerte. Desde la pared, el profesor Dumbledore la miró con simpatía y la llamó.

—Querida Srta. Granger, me gustaría hablar con usted.

—Dígame, profesor —contestó con una voz que era la réplica de ese paso cansino hacia la antesala del infierno.

—¿Dónde está la valerosa muchacha que tuve por alumna? ¿La mente más brillante de su generación?

Snape que escuchaba tratando de mostrar desgana bufó, se cruzó de brazos y se dedicó a observar el entorno con demasiado interés.

—Se quedó en París planificando una cena a la luz de las velas y una noche de sexo desenfrenado con el hurón oxigenado que le quita el sueño —contestó anhelante y soñadora la castaña, con los ojos cerrados.

Pasada la impresión inicial Dumbledore largó la carcajada.

—De todas las respuestas posibles no me esperaba esta, Hermione.

—Perdóneme —susurró completamente ruborizada— me dejé llevar.

—Siento interrumpir este diálogo tan edificante e inconducente, pero tengo algo que decir.

—Dilo, Severus, ilumínanos con tu sabiduría.

Severus sonrió socarronamente antes de agregar dirigiéndose a Hermione.

—Granger, llama ya a los elfos, hay que quitar todos los cuadros de los antepasados de los Malfoy. He visto como Abraxas, el padre de Lucius y Emerick, su tío abuelo se fueron de sus cuadros. Estoy seguro que están yendo a la pintura de Rolf el Conquistador que está colgada en el dormitorio de Lucius.

Hermione se lo quedó mirando sin comprender a dónde apuntaba. Estaba aletargada, como si sus neuronas estuvieran incapacitadas para hacer sinapsis, con un gesto vago comenzó a formular lentamente una respuesta pero el grito de su antiguo profesor de pociones la hizo retroceder de un salto y abrir los ojos desmesuradamente por el susto.

—¡Corre antes de que sea tarde, maldita sea, que estás en una mansión rodeada de personajes ladinos que harán lo posible por ayudar a Malfoy a salir de su estado y luego comenzarán a darle quién sabe qué consejos!


La amiga del niño que vivió corrió como alma que  lleva el diablo llamando a Kreacher, Winky y Elidor para que la ayudaran. Llegaron justo a tiempo, los otros elfos estaban escuchando atentamente a la ascendencia de  Malfoy que habían comenzado a darles órdenes estrictas. No pudieron continuar porque Kreacher y Hermione colocaron mordazas en las bocas de Abraxas y Emerick, mientras los otros dos se encargaban de inmovilizar a los elfos restantes.
A la atadura élfica, Hermione le agregó un bonito e indestructible hechizo antidesaparición que los dejó envueltos en una espaciosa burbuja azul; la hizo levitar hacia el enorme hall de la mansión a la vista de Dumbledore y Snape donde quedó flotando cerca de uno de los candeleros.


Unas horas después, y luego de recorrer  Malfoy Manor buscando más cuadros, Granger se reunió con los elfos en el hall. Apenas había logrado soltar un suspiro de alivio cuando escucharon el sonido de una puerta cerrada con estrépito. A esta altura, una despeinada y alteradísima castaña, salió disparada hacia el piso superior varita en mano y Dumbledore, con sus anteojos de media luna ladeados sobre el puente de su torcida nariz, partió de su retrato con rumbo al que estaba colgado en el despacho de Kingsley, con tanta premura que logró dejar el marco torcido en la pared.

El impasible gesto del ex profesor de pociones, ex director de Hogwarts y ex pesadilla del Trío Dorado se perturbó notablemente ante la imposibilidad de...sí, exactamente, ante la imposibilidad de acomodar el marco en la dichosa pared.

...oOo...oOo...oOo...oOo...
En el despacho de Kingsley se había convocado a una reunión de urgencia por un tema que creían tener bajo control.

—¿Cómo es que nadie pensó en los cuadros? —bramó el Ministro y continuó— Suponía que no habían dejado ningún cabo suelto en esa mansión...en esa mansión ¡embrujada!

Los aurores con Harry a la cabeza mitad asombrados, mitad avergonzados ahogaron una risa nerviosa y Shacklebolt se apoltronó en su sillón con gesto agobiado.

Dumbledore los observaba desde su retrato con una sonrisa. Al verlo, la mayoría pensó que la muerte le sentó fatal, ¿cuándo el viejo mago se había vuelto gagá? Estaban en una crisis de proporciones casi bíblicas, una heroína nacional en peligro encerrada en una mansión con un mago violento, asesino y desequilibrado y él ¿¡sonreía!? Definitivamente, Dumbledore chocheaba.

Ajeno a estos pensamientos, el viejo mago se dirigió  a Harry.

—Creía que al menos tú reaccionarías.

Harry saltó gritando como si tuviera un resorte.
— ¡Malfoy! Debo hablar con Draco —y acto seguido bajó a la carrera a la zona libre de magia dispuesta en el Ministerio para que pudieran funcionar artefactos muggles.
Instantes después se comunicaba con Draco a su celular. Lo puso al corriente de las novedades y le preguntó qué otra cosa pudieron haber pasado por alto.
—Piensa, Draco—, lo apremió el hombre de la cicatriz con forma de rayo.

—Dices, que una vez que amordazaron a Abraxas y Emerick, Hermione bajó y luego escuchó el golpe de una puerta al cerrarse —entonó como si fuera una pregunta.
—Sí.
— ¿Encontró todos los cuadros? Hay varios de mi padre…
—No lo sé, Draco. Deja lo que sea que estés haciendo allí y ve a la Mansión, te estaremos esperando allí —lo interrumpió y sin más cortó la comunicación.
Harry volvió al despacho del Ministro, donde lo estaban aguardando. Una vez allí les anunció que partirían de inmediato a la Mansión, en la que tenían previsto encontrarse con Malfoy hijo. “¡Por Merlín, no ha pasado un día completo y ya estamos al borde de la ruina!”, dijo para sí.
…oOo…oOo…oOo…oOo…
Juntó a sus colaboradores más capacitados y se desaparecieron rumbo al sureste de Inglaterra, a Wiltshire. La hermosa mansión solariega se veía bastante siniestra con la luz neblinosa del inminente amanecer. O tal vez Harry lo suponía porque sabía lo que lo esperaba allí adentro. Un sonoro ¡plop! a su izquierda hizo que pegara un salto. Draco había aparecido a su lado. Su rostro daba miedo.
—Yo sabía que esto no era una buena idea, Potter —mascullaba enfurecido—. No entiendo cómo no moviste tus influencias para asignar a otra persona.
—Lo intenté, Malfoy. ¿Crees que quise dejar a Hermione a disposición del bastardo de tu padre? —dijo Harry sin pensar y de inmediato se disculpó—. Pero fue una decisión del Wizengamot, Kingsley no pudo hacer nada y yo tampoco —refirió  con rabia.
Cuando abrieron las puertas y se adentraron a la residencia, parecían los jinetes del Apocalipsis, brutales y peligrosos. Hermione estaba desparramada en un sillón y en cuanto los vio, corrió y se enredó en los brazos de ambos.
—Harry, esto me queda grande —anunció— me quiero ir. Reconozco una batalla perdida en cuanto la veo, déjame marchar —le rogó haciendo morritos.
—Vendrás conmigo ya mismo —bramó Draco— nos iremos de esta mansión del demonio antes de…
—Ustedes no se irán a ningún lado —resolvió Harry— y tú lo sabes mejor que nadie, Hermione. Y a ti te lo acabo de informar —repuso bastante molesto por la situación y porque no dependía de él sacar a su amiga de ese lugar nefasto.
— ¿Puedo quedarme con ella, entonces? —preguntó esperanzado Draco.
—No, no puedes ni debes. ¡Maldita sea la hora en que tu padre se hizo mortífago! ¡Malditos ignorantes, necios defensores de la pureza de la sangre! —la diatriba iba en aumento y no tenía visos de parar cuando se oyó un carraspeo. Nadie sabe cómo pero Dumbledore consiguió trasladarse a un cuadro que no era de él.
—Lamento entorpecer esta virtuosa perorata, sin embargo, nos ocupan cuestiones más urgentes. —Severus apareció a su lado, no iba a ser menos que Albus—. La situación hasta ahora es que hemos conseguido meter en el desván a todos los cuadros que encontramos con sus respectivos personajes en ellos. Pero no sabemos si hallamos a todos. Necesitamos que lo verifiques, Draco.
Malfoy deslizó un posesivo brazo por la cintura de la castaña y le pidió que hicieran el recorrido que ella hizo. Por su parte, Harry llamó a Kreacher para que los acompañara y le contara todo lo que habían hecho.
—Kreacher le contará al amo todo lo que sabe, señor. La señorita Hermione, hizo todo lo que pudo, señor. No fue su culpa que los retratados arteros y malintencionados se apresuraran a intentar dominar a los otros elfos para darles órdenes que ayudaran al sobrino político de mi antigua ama, señor.
—Eso lo sé, Kreacher. Cuéntame qué más hicieron ustedes, no los retratados.
—Bueno, fuimos a la galería de los retratos, algunos estaban vacíos. Pero a los que estaban allí los encantamos para que no pudieran moverse ni hablar. Cuando tuvimos a todos los que encontramos, los llevamos al desván. La señorita Hermione agregó un hechizo andidesaparición y nosotros convocamos nuestra antigua magia…
—Continúa —lo apuró Harry que se veía venir lo que seguía.
—…para maldecir el lugar. Nada ni nadie pueden entrar o salir de ese desván.
— ¿Y qué más? —insistió porque sabía que le ocultaba algo que seguramente no le iba a gustar.
—Mmm… dejamos encerrados a Dorcas, Sioban y Gandor, los elfos de los Malfoy.
— ¿Estás loco? ¿Hermione lo sabe? ¿Se dio cuenta?
—No, amo Harry. La señorita Hermione no lo sabe —dijo casi contrito—. Pero no los vamos a dejar morir de inanición, si el gesto que tiene en la cara es por eso. ¿Quiere que me castigue, amo?
Harry bufó, rodó los ojos e ignoró la pregunta que él sabía, claramente, era retórica.
— ¿Vieron algo extraño, algo que les llamara la atención? —interrogó mientras exprimía su cerebro buscando una solución a semejante embrollo.
Las respuestas de Kreacher lo dejaban otra vez en un punto muerto. Envió al elfo con su amiga y su peor es nada y él se encaminó al gran hall. Allí mantuvo una civilizada charla con Severus. El viejo Albus, andaba de cuadro en cuadro buscando pinturas fugitivas. Encontró a dos que en cuanto lo vieron comenzaron a reír socarronamente.
-Nunca lo sabrás, viejo loco. Lucius es astuto.
Dumbledore volvió con esta información y Harry llamó a Hermione y a Draco a los gritos. Al rato, los susodichos llegaron todavía febriles y bastante desarreglados. Los miró con los ojos entrecerrados. No podía creer que en una situación así se hubieran dejado llevar por las ganas de hacer el amor. “Parecen adolescentes con las hormonas desbocadas”,  especuló con una sonrisa indulgente.
—Draco —dijo Dumbledore—, tal vez encontraste algo que se nos haya escapado.
—No, señor —respondió.
—Pues algo hemos pasado por alto porque esos dos no se reían por nada —aseveró con un dejo de preocupación.
—Lo que quise decir, es que no encontré nada no que no haya nada —aclaró.
—A ver, muchacho, explícate —demandó el ex jefe de su casa.
—Lucius es el dueño de esta casa y que yo haya heredado el derecho de mando y obediencia…
—Ese es el problema —Snape impidió que Draco continuara hablando—. No lo heredaste, te lo otorgaron, pero debe haber una interdicción. Cada familia de sangre pura tiene sus propias leyes al respecto y su propia manera de instrumentarlas.
Ese comentario los sumió en profundas cavilaciones. Hermione le pidió a Draco que la acompañara a la biblioteca de la casa y allí buscaron el libro de los Malfoy.
Hermione leía a una velocidad inusitada aún para ella. Finalmente, encontró lo que buscaba. La suposición de Severus era correcta. Un complicado entramado de mandatos y obligaciones familiares le impedía al cabeza de familia renunciar a sus derechos. Sólo podía cederlos cuando, por propia causa, se ponía en riesgo la continuidad de las tradiciones  al no poder asumir la dirección del destino familiar. El pergamino que el ministerio le hizo firmar a Lucius otorgando ese derecho a su hijo, carecía de validez.
—¿Y ahora qué haremos? —articularon los tres jóvenes a la vez con distintos tonos y grados de ansiedad en la voz.
El silencio sepulcral fue roto por el anciano ex Director de Hogwarts.
—Nada. Esperar, sólo podemos esperar. Ahora que Severus y yo somos capaces de trasladarnos a cualquier pintura, podremos vigilar mejor a Lucius.
—Puede que incluso atrapemos a esos dos que se nos escaparon —agregó Snape. Aunque no se lo veía muy esperanzado.
— ¿No hay manera de resolver esto? —gritó Draco, encarándose a Harry.
—Ya te dije que no, Malfoy. ¿Tú crees que me hace feliz dejar a mi mejor amiga en este infierno? Si de mí dependiera ya lo habría solucionado —rebatió con un alarido.
— ¡Basta! —aulló Hermione— dejen de pelear. Y dirigiéndose a Harry dijo— ¿Dónde están los malditos elfos? Porque al menos quiero asegurarme que no me van a dar más problemas.
Harry la miró apenado. Si le decía la verdad, tal vez, el instinto de justicia de su amiga prevalecería y… El gesto no pasó desapercibido para la castaña.
—¿Quiero saberlo, Harry? —inquirió con una mirada feroz.
—No, Hermione, no quieres saberlo —se apresuró a contestar el niño que vivió y lo lamentó por estar ahora en este jodido lugar—. Pero están… bien —añadió.
—Ok —sentenció la muchacha y dio por concluido el asunto—. Y ahora, fuera. Váyanse antes de que me arrepienta.
Se despidieron con pesar. Harry le prometió dos cosas: que lograría que Kingsley peleara ante el Wizengamot el derecho a ser visitada por Draco una vez al mes, por lo menos; y que él o Ron irían a verla cada vez que pudieran, a escondidas, claro, porque eso tampoco estaba permitido.