jueves, 30 de septiembre de 2010

El brujo blanco -14-

Hermione observó cómo lentamente todos se iba acercando a una improvisada columna sobre la que descansaba una especie de fuente de piedra desgastada por los siglos. Exóticos símbolos, que ella no había visto jamás, adornaban la circunferencia.
Todo parecía suceder en cámara lenta. Los niños y adultos no se movían al azar, conforme avanzaban formaban un círculo alrededor de esa fuente y, extrañamente, ella y Draco habían quedado en el centro de esa rueda. Frente a ellos se materializó Kingsley, pero la castaña no le prestó atención porque no podía creer lo que sucedía ante sus ojos y le molestaba muchísimo no comprender a qué venía todo ese despliegue ni las sonrisas, ni los murmullos. Los adultos tenían en sus manos pequeñas antorchas que se iban prendiendo de a una y los niños, en el hueco pequeño y suave de sus manos, acunaban resplandecientes hadas.

Hermione miró confundida a Draco, que le devolvía el gesto con una brillante sonrisa y picardía en los ojos. La voz profunda de Kingsley se coló en los oídos de la Gryffindor. “Espera un momento”, dijo bajito para sí. Y luego encaró a Draco con la fascinación pintada en el rostro. “¿Es lo que yo creo que es?”, le preguntó emocionada.

-Hermione Jane Granger –declaró Draco con voz ronca pero potente-, ¿te casarías conmigo?

-Así que esto era…-susurró y miró a Kingsley quien, con voz queda le dijo “me declaro culpable”.

Los ojos de Hermione brillaban tanto que parecían espejos reflejando constelaciones enteras de estrellas. El último de los Malfoy la miraba expectante esperando su respuesta, le había pedido al Ministro que esa noche los enlazara siguiendo los antiguos ritos de la tradición mágica.

Todos lo sabían y la expectativa los consumía. Era un ritual en desuso porque no siempre terminaba como se supone que debería hacerlo, con dos ouroboros surgidos del fuego sagrado de Awen, los anillos consagrados que cada contrayente llevaría en su dedo del corazón. Y que Draco lo haya pedido indicaba que estaba absolutamente seguro de que el amor que sentían el uno por el otro los haría forjarse en esas llamas sagradas porque el dragón consumiendo su propia cola representa la unidad de todas las cosas, lo infinito y lo eterno.

Ginny le alcanzó la túnica que las mujeres Black llevaban en sus bodas. El rito indicaba que las novias debían llevar las túnicas de sus ancestros, pero como Hermione era nacida de muggles, Harry, en virtud del lejano parentesco que lo unía a Draco por parte de los Black, le entregó la túnica que encontró en un fragante cofre de maderas orientales en el ático de Grimmauld Place.

-¿De dónde sacaron esta túnica? –preguntó en un murmullo asombrado la reciente novia.

-De un cofre –le dijo Ginny bajito- luego te explico la historia, es apasionante. –Error. Jamás debería haber dicho eso. Historia y apasionante no son dos palabras que se puedan pronunciar juntas en un momento como este a Hermione Granger.

-Cuéntamela –exigió con un susurro imperioso mientras Luna intentaba colocarle una diadema de flores y pequeños brillantes.



Ginny rodó los ojos y le dirigió una mirada a Draco. Él asintió y se inclinó a murmurarle algo a Kingsley. En tanto Luna, que ya había logrado su cometido, comenzó a recitar una especie de cántico con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Estaba convocando a los espíritus de la naturaleza para que acompañaran esta unión y la bendijeran con su presencia. La pureza de Luna pronto resplandeció y rasgó la noche con trémulos fulgores que iluminaron a los etéreos espíritus que iban hacia la luz que emitía la esposa de Ron.

-Harry encontró esta túnica, así como la ves, en el altillo de la Mansión, adentro de un baúl. Dice que fue hacia allí como guiado por una fuerza extraña. No me mires así –la regañó- es Harry ¡por Merlín! La verdad es que por una vez bien podrías…¡Ah! –exclamó –es preciosa, Hermione y te queda bellísima. Ven Luna –la llamó- ayúdame.

La túnica era de terciopelo borgoña. Ajustada a la breve cintura de la castaña, bajaba con más vuelo desde la cadera. Las mangas anchas caían en pico y estaban adornadas con cintas de pasamanería en hilo de oro y piedras preciosas al igual que el escote. El largo cinturón engarzado en las mismas piedras se amoldaba a su cadera y le llegaba casi hasta las rodillas. Ginny luchaba con los cordeles a un lado de la túnica y Luna del otro lado hacía lo mismo. Hermione con su necesidad de saber la historia no paraba de retorcerse como una lombriz, lo cual dificultaba el trabajo de sus amigas.

-Por favor, Ginevra, cuéntale de una vez, porque se casará el día que los dragones críen pelo – la apuró Luna, en un rapto de sensatez.



-Bueno, bueno. Tú sabes que Harry está emparentado con Draco.

-Ginny, no hay familia mágica que no esté emparentada –agregó Luna.

-Eso es verdad –dijo Hermione mientras le echaba un vistazo a la túnica-…es hermosa, tenías razón.

-La cosa es que, aparentemente hubo una traidora a la sangre muy anterior a la desheredada Isla Black Hitchens. En el cofre había un pergamino que decía que la dueña de esta túnica, Druscilla Black estaba comprometida en matrimonio con un Lestrange. Pero ella estaba enamorada de un traidor a la sangre, un Weasley, por supuesto. Pero un Weasley del que no teníamos noticias, eso tomó a papá por sorpresa.

-¡Ginny! –la retó Luna-. Mira, la cosa es que el pergamino contaba la historia de un amor contrariado, no sólo no pudieron casarse sino que a él lo desterraron y ella lo quiso seguir, de hecho lo siguió una vez que pudo escaparse de su casa. Quiso cruzar el Canal de la Mancha en un barco muggle, pero antes de llegar a Calais un tormenta furiosa destrozó la embarcación. Ella no sobrevivió. Encontraron su cuerpo aferrado al baúl en el que estaba guardada esta túnica. Y la había hechizado con un antiguo encantamiento. Ninguna Black la podría usar sin sufrir horribles dolores. Dolores que cesarían si se casaba por amor. Y auguró que el último de los Black desposaría a la mujer digna de llevar esta prenda.

-¡Te podrás imaginar cómo se puso Harry cuando la encontró! Llamó de inmediato a Draco. Él ya nos había avisado que quería casarse contigo de acuerdo a la antigua tradición y para Harry el hallazgo fue la prueba de que todo saldría bien.

Con el último tirón al cordel, Ginny y Luna, exclamaron al unísono “ya está” y con una sonrisa satisfecha y palmaditas en la espalda condujeron a una soñadora Hermione al lado del último descendiente de dos antiguas familias mágicas.

Draco la esperaba en esa suerte de altar flanqueado por Severus y Harry. Llevaba puesto un manto que hacía juego con la ropa de Hermione. Y curiosamente, no era de él. Arthur le había entregado una reliquia familiar, una túnica que ningún Weasley pudo usar. Nadie sabía quién había sido su dueño ni porqué era imposible para los varones de su familia ponerse una prenda que había estado con ellos por generaciones. Pero en cuanto se enteró de la extraña historia que le relató su yerno supo quién podría usarla.

La voz profunda de Kingsley resonaba sin esfuerzo en el lugar.

…Que cada alma esté de verdad aquí y ahora para ser testigo del antiguo rito, que la amistad en sus corazones forme un círculo de protección, que la luz de los espíritus nos ilumine, y consagren la unión de estos novios. Saludamos a los poderes de la tierra, del agua, del aire y del fuego y los honramos, bajo su guía caminamos, sean ustedes también testigos de este rito y otorguen a esta pareja sus arcanas potestades.
Que la luz de Awen, alianza del principio femenino y del principio masculino, fecunde a estos hijos de la magia…

A medida que Shacklebolt hablaba, el fuego sagrado parpadeaba y cuando brilló con un destello que les hizo cerrar los ojos, les pidió que se pusieran de frente y unieran sus manos. En el momento en que lo hicieron una miríada de de pequeñas luces giró en el aire dejando una estela de chispas alrededor de sus brazos y terminó en un remolino luminoso en el dedo del corazón de cada uno.

Las exclamaciones se mezclaron con los aplausos. El rito había funcionado a la perfección, los ouroboros estaban donde debían estar. Y Draco y Hermione se fundieron en un beso que se convirtió en leyenda.

…oOo…

Su hogar en Dorsetshire había cambiado, un muchachito de ojos grises y cabello de un rubio más oscuro que el de su padre, corría de un lado a otro seguido por un bonito boyero de Berna llamado Jack. Las carcajadas del niño se escuchaban incluso en aquel recodo del río que Mama Dulcie había elegido para plantar sus hierbas medicinales.

“A ella le hubiera gustado despedirlo en King’s Cross”, pensó Draco mientras lo miraba correr feliz y un ramalazo de añoranza lo hizo parpadear.

Faltaban pocos días para el primero de septiembre, ya habían pasado once años desde el nacimiento de Scorpius. El tiempo al lado de Hermione había transcurrido exasperadamente rápido. No quería hacer cuentas pero, vamos, el espejo se lo decía, ya había algunas canas plateando su sien y una pequeñas arrugas al costado de sus ojos y en el entrecejo.

-Te ves fantástico, Draco –lo interrumpió su esposa sonriendo- nadie podría darte la matusalénica edad que tienes.

-¿Tú crees, ratoncita? ¿Me veo bien a mis matusalénicos 43 años prácticamente recién cumplidos?

-Óyeme bien, hombre que acaba de poner los dedos en el ventilador y perderlos todos de un saque, no me recuerdes que en unos días más cumpliré 44.

-Eres una bruja hermosa, Hermione, eres como los buenos vinos –le dijo en un murmullo acariciante en la oreja. Hermione se estremeció de placer.

-Anda, quita, que parece que tiene un radar, cada vez que estamos a punto escuchamos el gri…



-¡Papá, mamá!

-…to.

-¿Cuánto falta para ir Hogwarts? Dice Lily que ella me enseñará todo el castillo, dice que tiene un Mapa que muestra hasta los lugares prohibidos pero que sólo me lo mostrará si prometo no meterme en problemas. ¿Puedo llevar a Jack? Y me aseguró que no permitirá que nadie se meta conmigo por ser un Malfoy, ¿qué quiso decir con eso, papi? Porque no entendí ¿En qué casa me pondrán? Yo quiero ser Gryffindor, igual que tú mami, las mazmorras deben ser muy frías. El tío Harry me contó un secreto, él dice…



El primero de septiembre llegó envuelto en una lluvia de fines de verano, suave y fresca. Que Lily todavía tuviera unos cursos por delante le daba mucha tranquilidad a Hermione, sentía que de esa manera su pequeño estaría protegido. El comentario de Scorpius la había preocupado. Si bien los prejuicios habían casi desaparecido, cuando se comenzaba a estudiar la historia reciente del mundo mágico y salían a relucir los nombres de las familias implicadas en la última guerra siempre había que explicar todo una vez más.

Draco y Hermione despidieron a su hijo a regañadientes. Draco, en cuclillas, lo abrazó y le pidió que le escribiera cada vez que tuviera ganas y que no dudara en acercarse a Lily o a Neville si necesitaba ayuda.
Él había dejado su cargo como Jefe de Slytherin y profesor de Pociones antes del comienzo de este curso, no quería que nadie señalara a su hijo y lo acusara de favoritismos.

Hermione le susurró palabras de aliento, elogió su inteligencia y le aseguró que una sonrisa y una buena disposición al diálogo consiguen más amigos que los halagos.

-¿Qué te diría Mama Dulcie si estuviera aquí? –Y ante la mención del nombre los ojos de Scorpius se nublaron un momento.

-Me diría que no pierda el tiempo tratando de ser alguien que no soy.

-¡Exacto! Sé tú mismo, hijo, eres una bella persona y lo sabrán apreciar.

Se quedaron en el andén hasta que el tren se perdió de vista. Tomados de la mano como estaban, se acercaron más el uno al otro y mirándose a los ojos, se desvanecieron en el aire.



Esa misma noche, lo que empezó siendo una lluvia de verano se convirtió en una tormenta hecha y derecha. En un cómodo sillón frente al fuego estaba los dos, ella acurrucada en su regazo con los ojos cerrados y él acariciando el mechón de pelo que tenía enredado entre sus dedos.

El crepitar del fuego y la danza de chispas ejercía un efecto hipnótico en Draco, que finalmente dejó el pelo de Hermione para pasar a acariciar su nariz. Ella comenzó a ronronear y se estiró como un gato luego de la siesta.

Él la miró fijo durante un momento antes de hablar.

-Faltan ruidos, ¿no? Se nota que Scorpius no está.

-Yo también lo extraño, Malfoy.

Se envolvieron en un nuevo silencio matizado por el ruido de la lluvia contra los vidrios y el retumbar de los truenos.

-He roto todas las tradiciones de los Malfoy menos una –susurró.

-¿Cuál? -Preguntó Hermione adormilada.

-Por generaciones los Malfoy hemos podido engendrar un solo heredero y siempre es un varón.

Hermione, se acomodó frente a él y tomó aire.

-Bueno…con respecto a eso…creo que puedo anunciarte que has podido romper todas las tradiciones e iniciar una nueva –dijo con una bella sonrisa.



Fin

jueves, 23 de septiembre de 2010

Él

Disclaimer: todo es de JK salvo estas palabras.

Sí, ya sé. Todavía no subí el final de “El brujo blanco”, pero ya sale, ¡lo juro!
Mientras tanto, se pueden entretener con esta historia. Espero que la disfruten.

…oOo…

Ella chasqueó la lengua disgustada. Esa maldita lechuza le daba más dolores de cabeza que satisfacciones, sin embargo no podía deshacerse de ella. Él la había dejado a su cuidado diez años atrás. Poco después de las vacaciones de Navidad y Año Nuevo de su sexto año en la escuela de magia y hechicería.

“Dime, Granger, qué dirías si te regalo mi lechuza”, recordó Hermione. “Pues te diría que la guardes donde te quepa, no quiero tu condenada lechuza”. Pero la aceptó porque como bien le dijo Draco, “ya que no aceptas diamantes, al menos acepta a Minerva, está viva, es muy inteligente y tiene un carácter de los mil demonios. Es igualita a ti”. Y salió corriendo antes de que el pesado tomo de “Historia de Hogwarts” se estrellara contra su espalda. Odiaba que se llamara Minerva, le hacía pensar en su profesora de Transformaciones. Le parecía un insulto a la pobre mujer que un animal llevara su nombre. Sobre todo porque sabía que Malfoy eligió ese nombre sólo para molestarla. Con todo, ella no hizo tanto escándalo por el pequeño murciélago de Parvati llamado Snape. La palabra “hipócrita”, susurrada con voz ronca contra su oído por unos labios pálidos y fríos que conseguían acalorarla en menos de un segundo, también se coló en su mente. Draco. Siempre Draco.



Sacudió la cabeza intentando aventar esos pensamientos y la endiablada lechuza que no aparecía. Debía mandar esa carta. Debía parar con esos encuentros. ¡Por Merlín, si era enfermizo! ¡Si ni siquiera lo amaba! Y tampoco él a ella, gracias a los cielos. Quiso pero no pudo evitar volver a sumergirse en el pasado. Una sonrisa apareció en su semblante, iluminándolo. Sin embargo no alcanzó a recrear ese momento porque una voz grave y tersa la interrumpió. Siempre aparecía así, de golpe. Se deslizaba tan silenciosa e imperceptiblemente que la hacía saltar cada insufrible vez.

-Si apostara ganaría la lotería mágica. ¿Quieres saber cuál hubiera sido la apuesta, Granger?

-No me interesa. Dónde está Minerva –preguntó con hastío.

-Apostaría a que esa sonrisa no tiene nada que ver conmigo –continuó como si no la hubiera escuchado-. Por cierto, la pobre lechuza está descansando. Esos largos viajes que la obligas a hacer…

-Debemos parar –gruñó por lo bajo la castaña- lo que hacemos no tiene nombre. ¡Está mal! ¿Qué haces? Suéltame. Ahora –silabeó con la furia hirviendo en su mirada.

-Sabes que no puedo ni quiero soltarte. Me he hecho un adicto a ti. ¿Quién lo diría? –pero su mirada atormentada desmentía sus palabras. Porque en ellos luchaban el deseo y la impotencia. No otra cosa. No ternura. No comprensión. Y sin duda, no amor. Era como si Granger fuera un ancla, lo único que lo sostenía atado a esta tierra. Por eso cada gesto hacia ella era desesperado.


Desde que la encontró, almorzando una tarde de primavera en un pequeño restó de la rive gauche, que no pudo dejar de buscarla. Sobre todo por la reacción que provocó en la joven Gryffindor.
No la había reconocido al principio. Sólo miraba a una mujer bella con la mirada perdida en el Sena mientras la brisa removía sus rizos. Ella también lo vio. Fue justo en el momento en que se apartó con impaciencia un mechón de pelo de la cara. Había girado la cabeza y se quedó con la mano congelada en el aire. Recortado contra el sol, se dio cuenta de que ella entrecerró los ojos para observarlo mejor. La vio levantarse a los trompicones y acercarse a él como si fuera un fantasma. Sólo que cuando estuvo a menos de un tiro de distancia cerró los ojos y se arrojó a sus brazos. “Eres tú. No. Es imposible. No puedes ser tú”, la oía musitar contra su pecho. La sintió inspirar profundamente, como si quisiera grabar su olor, viril, fresco, en la memoria. Y al instante se estremeció por los pequeños besos húmedos que dejaba en cada porción de piel descubierta. La sintió restregarse sutilmente pero sin pudor demandando algo que sabía que no podían tener frente a tanto público. Sin embargo, así como se acercó y lo abrazó, se echó hacia atrás como si hubiera sido repelida. Y nada más lejos de las intenciones del rubio que ansió retenerla. No sólo por las sensaciones despertadas al sur de su anatomía sino porque había avivado en él sepultadas ganas de afecto. No, afecto era una palabra demasiado grande. Compañía. Eso era. Quería más contacto que el que mantenía con las putas con las que satisfacía su hambre de sexo.
Ella se alejó rápidamente de él. Recogió sus cosas a las apuradas y aprovechando un momentáneo tumulto desapareció en las narices de Malfoy. Él se quedó allí. Quieto y pensativo. No le importó que un chiquillo le pisara un pie ni que su madre farfullara una disculpa mientras lo golpeaba con la cartera. Esbozó una sonrisa ladeada, más maquiavélica que de costumbre y se perdió con paso firme y elegante entre la gente.


…oOo…


Hermione parpadeó varias veces hasta que al fin pudo cortar la conexión que la unía al hombre frente a ella y que la obligó a revivir ese día fatal. Si había algo que no quería cristalizar en su mente era, justamente, el momento que marcó el inicio de todas sus desgracias.

-No vuelvas a meterme en tu mente –le recriminó con rabia- quiero borrar todo trazo de ese encuentro, Malfoy. ¡Aléjate de mí! –la voz salía estrangulada de entre sus dientes apretados y jadeante por el esfuerzo que hacía para soltarse del férreo agarre al que estaba sometida.

-Lo que no comprendo –dijo en tono casual- es por qué no están aquí tus amiguitos. Suponía que después de… a ver, déjame contar –y sonreía socarronamente mientras gesticulaba con los dedos de la mano libre-, sí, después de tres meses, la guardia dorada ya estaría aquí dispuesta a patearme el trasero de vuelta a…

Y como aflojó la sujeción de golpe, Hermione trastabilló. La fuerza del impulso le impidió mantener el equilibrio y se cayó. Golpeó la cabeza contra el borde de una mesa baja de madera de cerezo y soltó un grito de dolor.

-Bastardo –murmuró lo suficientemente alto como para ser escuchada-. Quítate.



Se levantó y fue hasta el baño. Él iba detrás tarareando una canción que, cantada por él, era una bofetada. Se miró en el espejo. Amplias ojeras violetas demacraban su rostro. Ni un vestigio de la antigua leona. Su mirada opaca hacía juego con un permanente rictus de desconsuelo y remordimiento. Como si fuera poco, un pequeño hilo de sangre bajaba caliente y espeso por su sien. Lo tocó y se llevó la mano a la boca. Él la miraba desde el reflejo, el gris metálico de sus ojos la desafiaba. Y antes de pudiera hacer nada ya la estaba besando con fuerza en el cuello, la mordía y apretaba sus senos mientras le arrancaba la blusa. Con la otra mano le levantaba la pollera y la metía entre sus bragas. Bruscamente tomó el pequeño capullo entre sus dedos y lo estrujó. Hermione gritó adolorida. Y como si esa fuera la señal que él estaba esperando, suavizó todos sus movimientos. Sus besos se hicieron galantes, lamió donde antes mordió con fuerza y sus dedos, antes rudos, comenzaron a trazar lánguidos círculos en la delicada anatomía de su renuente compañera. Ella comenzó a jadear, de deseo esta vez. Y eso es lo que Hermione no podía entender, cómo podía rendirse a sus caricias toscas, apenas dulcificadas para lograr este violento contraste. Porque sabía que lo que él pretendía era humillarla, el gozaba con el dolor que le provocaba tanto como con los orgasmos que obtenía. Malfoy derramaba su semilla sobre ella, dentro de ella con un placer que excedía el propio acto. Y paradójicamente, no lo odiaba. No a él. Se odiaba a sí misma con fuerza inhumana. Pero cuando Malfoy le tiró del pelo logrando levantarle la barbilla para que se viera en el espejo, ella pudo ver a la zorra que la saludaba desde el fondo de su mirada. Entornó los ojos mientras se corría, el despiadado ser que la hacía gemir de placer y dolor a la vez era un maestro. Aprovechando los últimos espasmos del orgasmo de la castaña, Malfoy sacó su miembro y jugó con él entre las nalgas. Pero ella sabía que no iba a hacer nada por allí, no en ese momento. Primero quería empalarla como si ella fuera una perra. Y por Merlín que así le gustaba. A los dos.
La inclinó sobre el lavabo, le abrió las piernas y la penetró de una sola estocada. Tan fuerte y tan profunda que le hizo daño. Sacó todo el pene y lo volvió a meter. Así una y otra vez. La frente perlada por el sudor y una torcida sonrisa de satisfacción fue lo que vio en el espejo. Aún así, era un ¿amante? considerado. La volvió a tocar allí, en su centro, con mucha delicadeza y sólo arreció en sus caricias cuando la castaña empezó a pedir más. Malfoy adoraba esos momentos de total rendición. Exhausto después de su culminación, se apoyó en la espalda frágil de la mujer que recuperaba, de a poco, el ritmo normal de su respiración.

Sin darle la oportunidad de que escapara, la levantó en andas y la llevó al dormitorio. La acostó con cuidado y se tumbó sobre ella pero sin aplastarla. Tomó un mechón del rebelde pelo castaño y lo enredó entre sus dedos. Lo llevó hasta su nariz y lo olió con los ojos cerrados. Lo soltó al tiempo que los abría. Se perdió un instante en las pupilas de la muchacha, pero no demasiado. No quería sentir. Se decantó por una caricia salvaje sabiendo que no iba a lograr besarla por las buenas aún después de haberla hecho acabar dos veces. Con una mano le tomó las mejillas y apretó cada vez más fuerte hasta que logró hacerla entreabrir los labios, hasta hace unos instantes apretados en una delgada línea. Entonces, acercó su cara y lamió sus labios al tiempo que aflojaba la presión de su mano. Cuando estuvo seguro de que no lo iba a morder en represalia, aventuró la lengua en la boca de su magnífica oponente. Profundizó el beso hasta que logró ser correspondido. En sus propios términos. Ella avanzó, mordisqueó, hurgó, con la lengua en tanto clavaba sus uñas en la espalda.
Devastada pero díscola. Eso pensaba Malfoy mientras gemía bajo su control. Porque ella también lo controlaba aunque no fuera conciente de ello.
Siempre lo supo, desde que la vio, tantos años atrás, que ella estaba gobernada por un fuego implacable y generoso a la vez. Lo percibió en sus ojos, en los que destellaban una inteligencia y una determinación propias de una bruja de mucha más edad.
Un suspiro de pura impaciencia se escapó de sus labios y decidió que ya era hora de recuperar el mando. Se apartó de su boca para concentrar la suya en un pezón, pequeño y rosado. Una mano por debajo rodeando su estrecha cintura y la otra de a ratos estrujando un pecho o perdiéndose entre sus pliegues. Cuando se cansó de eso, bajó presuroso y se instaló entre la piernas de la Gryffindor. Desde allí levantó la vista para observarla. Tenía los ojos fuertemente apretados y pese a todo una lágrima rebelde surcaba su mejilla para perderse entre el pelo.
No perdió más tiempo y la empezó a chupar. Necesitaba distraerla, traerla de vuelta consigo, alejarla de esas lágrimas que lo quemaban –a él- como si fueran ácido.
Y lo logró, como un suave pero pétreo estoque su lengua se hundía en la oscura cavidad o danzaba en la feminidad de Hermione. Sus líquidos se derramaban calientes y salados y él los bebía con deleite. Ella se arqueaba contra su boca pidiendo más y él respondía introduciendo sus dedos. Roncos jadeos se escapaban de ambas gargantas, nombres murmurados con pasión, nombres ajenos, nombres verdaderos y aún así, nombres que no se correspondían con la realidad.

…oOo…

Estaban cursando su séptimo curso en Hogwarts, dos años después del fin de la derrota de Voldemort. Los considerables daños que sufrió el castillo, sumados al miedo que tardó en irse y a lo que costó encontrar a algunos mortífagos fugados, hicieron que el proceso de reconstrucción fuera lento.

Se habían implementado algunos cambios en el colegio. En principio, los chicos de séptimo de las cuatro casas, tomarían juntos todas las clases. Se había habilitado una torre y sus respectivos pasillos para alojarlos y la única división había sido la de género. Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. Incluso en el Gran Comedor compartían mesa. Lo mismo corría para la camada de Ginny, Luna y demás, que volverían a cursar su sexto año.

Así que allí estaban, si bien en extremos opuestos, sentados a la misma mesa.

Era San Valentín. Esa fría mañana encontró a Hermione bajo una lluvia de delicados pétalos blancos y rojos. En pleno Gran Salón. A la hora del desayuno. Frente a los atónitos alumnos de todas las casas que se preguntaban en qué momento la famosa Hermione no-tengo-tiempo-para tener-una vida porque ya vienen los Éxtasis- Granger se había conseguido una pareja/novio y/o similar que le hacía tal demostración de afecto frente a todo el alumnado. Sobre todo cuando se dieron cuenta que la persona en cuestión no era el pelirrojo Weasley que estaba rojo de furia y miraba a Harry Potter quien a su vez le devolvía una mirada de “te lo dije”.
Pero eso no fue todo. Antes de que los últimos pétalos dejaran de caer sobre una atontada Hermione, un vociferador, con voz grave y sensual, declamaba de cara a la chica: “Eres agua y fuego a la vez. Te amo, Granger”.
El silencio en el Gran Salón era expectante y tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Los ojos iban de Granger, a Malfoy. Esa noticia sería comentada durante semanas.

Todo había empezado mientras cursaban sexto. Tanto insistió Harry con que Malfoy era un mortífago que consiguió que Ron y Hermione se pusieran tan paranoicos como él. La diferencia es que la castaña no descansó hasta salir de sospechas. En el proceso, fue viendo como el Slytherin se derrumbaba poco a poco y ella llegó a la conclusión de que, mortífago o no, él también era una persona y estaba sufriendo. E, increíblemente, Draco aceptó la silenciosa compañía que la leona le ofreció. Le contó que llevaba la marca, que al principio, llevado por el odio y la sed de venganza –al fin y al cabo, por culpa del Trío su padre estaba en Azkaban y su madre amenazada de muerte-, se sintió grande y poderoso hasta que se dio cuenta que el precio era demasiado alto. Y todo para ser tratado como un esclavo. “La desobediencia al Lord se paga con dolor, Granger”, le había dicho Draco y le mostró su cuerpo pálido y enjuto lleno de cicatrices.

Empezaron una extraña relación. Hermione derribó defensa tras defensa. Casi podría decirse que fue como descubrir la forma escondida en un bloque de mármol. Hasta que lo logró. Draco Malfoy quedó desenmascarado frente a los maravillados ojos de Hermione. Ante ella se reveló una persona apasionada, ya tormentosa, ya apacible. Pero sepultada bajo gélidas capas de soberbia. Un ser torturado por el peso de las consecuencias de sus decisiones. Leal con sus afectos. Porque si de algo estaba segura Hermione era de que Draco Malfoy podía amar y cuando lo hacía comprometía toda su esencia. Tenía dos caras como Janus, el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Una, la que mostraba al mundo y otra, la escondía a todos y a sí mismo. Y allí estaba la castaña, en el intersticio, donde inicio y fin se tocaban invitándola a traspasar la puerta y caminar hacia lo desconocido de la mano de un personaje tan enigmático como terrenal.

Ella no tenía nada que esconder, pero pudo ser apreciada sin prejuicios por el rubio, entonces él pudo captar todo lo que antes se negó a ver: calidez, inteligencia, fuego, belleza, y luz. Para Draco, Granger ardía en una hoguera inextinguible y eso la convertía en una ninfa hipnotizante. Pero también tenía dos características que le fascinaban del agua, podía ser tempestuosa y serena. Si alguien le pidiera describirla en dos palabras, serían esas dos: agua y fuego. Y se enamoró. Total y perdidamente.


Al cabo de un tiempo dejaron de ocultarse. Ella y Ron habían decidido salvar su amistad a seguir insistiendo como pareja porque potenciaban lo peor de cada uno, en cambio como amigos se complementaban. Aún así, Ron casi se muere del disgusto cuando se anotició de la aventura de Hermione con Malfoy, tal y como él calificaba al vínculo de la leona y la serpiente.
Con gracia y tenacidad superaron la resistencia de sus amigos. Porque para algunos era muy difícil olvidar años de insultos y desprecios. Se fueron a vivir juntos mientras duró la reconstrucción y de esa manera llegaron a su último año en Hogwarts.

Todo parecía indicar que para todos ellos se habría un horizonte de merecida felicidad, porque se la habían ganado con sudor y lágrimas pero no fue así.

En un confuso episodio alguien había asesinado a Draco. Un grupo de enmascarados, sospechaban que eran mortífagos que lograron escapar, se aparecieron en la pequeña casa que Draco y Hermione tenían en las afueras de Londres. De casualidad, ella no estaba allí. La familia de magos que vivían en la casa contigua, alertaron de inmediato al Ministerio; y aunque llegaron casi al instante, los aurores no pudieron darles caza porque, como si hubiera hecho un pacto con el mismísimo Satán, se desvanecieron en el aire luego de una persecución en la que los acorralaron más de una vez.

Lo increíble fue que el cadáver de Draco también desapareció.

Harry y Ron no sabían cómo darle la noticia a Hermione. Se había quedado sola en el mundo. No tenía más familia que ellos dos y el resto de los Weasley porque algo falló cuando quiso devolverle la memoria a sus padres. Incapaces de recordar su vida pasada, la castaña, estremecida de dolor, los dejó en Australia.


Pasado el tiempo, ella se rehizo, tenía un poderoso motivo por el cual luchar. Y sus amigos no la abandonaban jamás. Con los años hasta pudo volver a formar una pareja. Era alguien ajeno al mundo mágico, él sabía que ella era bruja y que no lo amaba, él tampoco a ella, pero estaban bien juntos, sin presiones, sin pasión desmesurada, llevaban una vida tranquila y monótona, justo lo que Hermione quería. Rutina. “Hola cariño, qué tal tu día”, “excelente, ¿y el tuyo?”, la cena, hacer el amor cuando tocaba y jadear un orgasmo sereno. Nada altisonante. Nada que le hiciera recordar que alguna vez estuvo viva, vibrando de amor y deseo dispuesta a llevarse el mundo por delante.

Y todo eso se desbarató luego de un mes en Francia. Había ido en misión oficial. El Ministro le había encomendado una difícil negociación con su par francés. Llevaba allí treinta días cuando lo encontró en la Rive Gauche. Y ya habían pasado tres desde entonces. No lo podía creer. Maldito infame.
Pero lo que sea que tuvieran ella lo iba a cortar de cuajo. Lo haría. Se estaba odiando a sí misma y el asco que sentía le impedía comer. Se estaba convirtiendo en una sombra de sí misma y… Debía pararlo, ya.

…oOo…





Jadeaba contra su cuello, lo mordía con saña. Él la penetraba con acometidas furiosas mientras le tiraba del pelo en un intento de obligarla a que lo mirara a los ojos.

-No puedo parar –rugía él con voz enardecida de lujuria y algo parecido a la culpa-, te necesito, te deseo. No te dejaré ir.

Ella rogaba, lloraba, gritaba y se retorcía mitad por pura lascivia y la otra mitad porque de verdad quería desaparecer de debajo de ese cuerpo que la torturaba y le daba placer a la vez.

En el último espasmo del orgasmo, debilitada, rota y angustiada, susurró “tengo un hijo”. Tenía la mirada fija en el techo, lágrimas silenciosas bajaban por sus ajadas mejillas, las manos apretadas en puños. Respiraba agitadamente y parecía a punto de colapsar.

Él la miró espantado. Se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Actuaba como si estuviera enajenado. La miraba como si recién en ese instante se hubiera dado cuenta de que la estuvo profanando sistemáticamente cada vez que la tocaba.

Aún así, antes de marcharse, giró para verla. Ella seguía estática, tanto que perecía que había dejado de respirar.

-Sabrás de mí –le dijo.

-Te mataré –dijo ella con tono monocorde- es una promesa.



A la semana comenzaron a llegar frascos con pociones revitalizadoras, potes de ungüentos mágicos para la piel, cestas con frutas y pequeñas bandejas con cupcakes.
Hermione se desconcertó. No sabía qué significaba todo eso pero decidió que debía recuperar fuerzas. Las necesitaría para enfrentarse a él.

Enseguida empezó a recuperar peso y tersura. Sólo sus ojos parecían cuencas vacías.

Siguió con su trabajo, más eficaz que nunca, y cuando ya parecía que todo había quedado atrás, encontró una nota en la mesa del living del departamento donde estaba viviendo.

Esta es la última poción que te entrego, si quieres olvidar parte o todo de lo que hemos vivido, tómala. Sea lo que sea que hagas, no dejes que tu estúpida conciencia hable por ti.

No me arrepiento de nada y al mismo tiempo me siento avergonzado. Es difícil explicar los extraños anhelos que despertaste en mí.

No mereces mi muerte. Si sabes lo que te conviene irás esta medianoche a la Puerta de Bradenburgo. Allí descubrirás cuál es el próximo paso. Y recuerda: no mereces mi muerte.

Ruin. Miserable. Maldito bastardo. Lo mataría con sus propias manos. Por supuesto que merecía su muerte y lo haría ella misma. ¿Y conciencia? Ella ya no tenía ni siquiera algo parecido a una conciencia, él la había aniquilado a fuerza de perversa lujuria.

A la medianoche, envuelta en una capa oscura con una capucha que le ocultaba el rostro, Hermione Granger esperaba en las sombras del lugar consignado.
La noche estaba extrañamente quieta y silenciosa. Con la varita empuñada con fuerza, ella esperaba expectante.

En eso lo ve aparecer, alto, elegante, soberbio. Su capa ondeaba con la brisa y el brillo metálico de sus ojos refulgía como estrellas. Y antes de que pudiera hacer nada, los ve aparecer. Harry y Ron. Se acercan a él y lo envuelven en ataduras mágicas. Sería trasladado a Londres donde lo esperaba un juicio. El Wizengamot no dudaría en aplicar el peso implacable de la ley. Malfoy no escaparía del beso del dementor.

Las palabras de Lucius resuenan en su mente: no mereces mi muerte.

-¡Hermione! –gritaron a la vez sus amigos- él nos dijo que estarías aquí. Nos dio esto, dijo que es importante que lo leas. Y que te acompañemos.

Hermione les quitó el papel de las manos. Ni siquiera los saludó y ellos estaban tan conmocionados que no les importó.

“Ve a Magdeburg”, rezaba el papel, “busca el Monasterio Unser Lieben Frauen y pregunta por el hermano Bartholomew.
Extraño poder el de la memoria, algunos necesitan olvidar y otros recordar. Ya está hecho”.

Hermione lloraba. Lo supo en cuanto lo leyó. En una mano apretaba el frasco de poción para olvidar que tenía en un bolsillo de la túnica. Al final, resultó que él la conocía más de lo que pensaba. Nunca iba a lograrlo si no sacaba de su mente esas imágenes. Seleccionó con cuidado ciertas impresiones y las convirtió en una representación tolerable para su conciencia y después de eso apuró un trago de la poción antes de que sus amigos pudieran impedírselo.

Abrazó a sus amigos y les dijo:

-Vamos a buscar al Bartholomew. Vamos a buscar a Draco.


Fin

Espero que les haya gustado!

Besos

martes, 14 de septiembre de 2010

El brujo blanco -13-



Una vez en Londres, se acomodaron unos días en el departamento de Hermione. Estaban un poco apretados pero no querían separarse y la Inefable tenía que ponerse al día con su trabajo después de dos meses de ausencia.
Llegaron el 30 de julio, al día siguiente celebrarían el cumpleaños del niño que derrotó al Innombrable y todos estarían allí, incluso Theo. Y aunque Hermione no lo confesara, la asustaba la reacción que pudieran tener Draco y Nott cuando se encontraran.

El 31 de julio amaneció con llovizna. Mama Dulcie detestaba la sola idea de volver a aparecerse, pero no le quedó más remedio que aceptar si es que querían pasar el día con los amigos de la bele. Y ella haría lo que fuera por su niño y la mujer que le había devuelto la felicidad. Finalmente, la reunión se haría en Ottery St. Catchpole, el hogar de los Weasley, porque no habían terminado a tiempo con las reformas en el Valle de Godric.

En su vida Mama Dulcie había visto construcción más extravagante que La Madriguera. Parecía un bosquejo sostenido por hilos invisibles a punto de derrumbarse. Asustada, miró a Hermione, pero, por la sonrisa de pura alegría y satisfacción de la castaña, comprendió que más allá de las apariencias no debía temer que parte de esa casa se les cayera encima. Así que avanzó con seguridad del brazo de Draco dispuesta a hacer nuevas amistades y conocer a la temible Molly.

Todos sabían que ellos vendrían pero nadie los advirtió, por lo tanto, la estampa que se les presentó los tomó completamente desprevenidos. Una mujer, enorme y negra, del brazo de Draco Malfoy, que los miraba decidida y desafiante. Hermione enredando su mano en la libre del hurón. Dos halcones peregrinos que bajaban hacia ellos haciendo círculos en el cielo, hasta posarse delicadamente en los hombros de sus dueños. Y Malfoy en el centro, avanzando como un rey sobre terrenos conquistados.
Boquiabiertos y asombrados, la primera en recuperar el movimiento fue Molly, quien seguida de Arthur, enseguida se hicieron cargo de la bienvenida.

El Trío Dorado se fundió en un abrazo que duró al menos cinco minutos. Entretanto, Luna se acercó a Draco y se presentó ante la matrona. Congeniaron enseguida y al cabo de un rato ya estaban hablando de cosas que sólo ellas entendían. Draco se sentía un poco fuera de lugar y andaba de un lado a otro buscando a su antiguo mentor. Pero Snape no había llegado aún. Molly lo vio y lo llevó hacia donde estaba el Ministro charlando con el Jefe del cuerpo de Aurores de Francia.
No habían intercambiado más que unos saludos formales cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a ellos. Ron estrechó con fuerza la mano de Draco y le dijo que quería hablar con él en cuanto tuvieran un aparte. Harry, lo miró detenidamente, con el tiempo se había convertido en un experto en Legeremancia y Oclumancia. Le pidió permiso para entrar con un gesto y Draco abrió su mente para permitirle que la explorara a su gusto. Lo bloqueó cuando llegó a la parte más íntima. Draco no tenía ningún interés en permitirle a Harry ver desnuda a su mujer. ¡Si supiera!
Conforme, el auror se retiró y le palmeó la espalda mientras le murmuraba cerca del oído algo así como “merecen ser felices, cuenten conmigo”.

Harry todavía tenía la mano en la espalda de Malfoy cuando de pronto se espesó el aire. Ambos giraron la cabeza hacia un punto al otro lado del jardín. Un hombre alto, corpulento y bien plantado, con el cabello castaño ondeando por la brisa y una mirada salvaje, los observaba con una fijeza que si no hubieran sido quienes eran se habrían sentido claramente amenazados.
En contraste con la intimidante presencia, dos niños gritaron el nombre de Hermione y soltaron risas mientras corrían hacia ella.
Ella se agachó y los abrazó, luego tomó a cada uno de la mano y se dirigió hacia Theo Nott. Theo abrió los brazos y ella se perdió en el pecho de su antiguo amante. El posó los labios en su cabeza y le dio un suave beso. Con una mano le tomó la barbilla e hizo que lo mirara.

-¿Eres feliz? –le preguntó. Y si había dolor Hermione nunca lo supo.

-Tanto, Theo –respondió con una sonrisa luminosa.

Al otro lado, Harry pudo sentir como Draco se tensaba y detuvo el avance del rubio que se sacudió molesto por el intento de Potter.

-Tranquilo, Malfoy, no pasa nada. Sólo la está saludando. Él la quiere y todo est…

-Él la ama –lo interrumpió.

-…te tiempo la cuidó como si fuera uno de nosotros…me refiero a mí y a Ron. –Y continuó- tal vez la siga amando como tú dices, pero respetó su decisión.

-No se casó – insistió tercamente.

-No, pero siguió adelante con su vida, tiene dos hijos…a su manera es feliz –terminó Harry con un dejo de tristeza en la voz. Theo se había convertido en un buen amigo y él deseaba que encontrara el amor que se merecía.

-Las serpientes somos hombres de una sola mujer, Potter –sentenció Draco como si hubiera leído la mente de su antiguo enemigo.

-Los hombres que amamos de verdad somos hombres de una sola mujer, Malfoy –lo retrucó.


-Tengo una conversación pendiente con la comadreja –dijo Draco por toda respuesta. Harry rió y no pudo evitar trasladarse a sus años escolares. Golpeó con el puño el hombro de Draco y ambos supieron que a partir de ese momento habían dejado el pasado atrás.

Los ex amantes dejaron de hablar del reencuentro de la serpiente y la leona y la charla tomó derroteros más formales. Nott iba a asumir su cargo al frente del Ministerio de la Magia a fin de año y los quería a Harry y a ella a su lado. Quedaron en encontrarse el lunes en el despacho de Kingsley para ir ultimando detalles. Harry se había unido a la conversación y luego se acercó Ginny con dos copas de hidromiel, una para ella y otra para su amiga mientras Elidor, un elfo doméstico, se encargaba de las bebidas de Harry y Theo.





Los niños jugaban con una cometa que George había encantado y que subía cada vez más alto, perdiéndose entre el brillo de las primeras estrellas en el cielo vespertino. Hermione oía sus risas y paseó su vista sobre ellos que correteaban felices; miró a sus amigos, Harry envolviendo con un brazo los hombros de Ginevra, más allá Luna de la mano de Ron, Angelina regañando a George. Molly descansando la cabeza en el brazo de Arthur. Bill y Fleur sentados en un sillón de terciopelo, ella acariciando su abdomen abultado y él hablándole al oído palabras que la hacían sonreír.
Dondequiera que miraba Hermione veía, alegría, amor y placidez. Se lo habían ganado a pulso y se preguntó si dentro de unos años ellos encajarían en esta adorable postal de vida familiar.


De un extremo a otro, los ojos de Draco y Hermione se encontraron. Los de ella brillaron de anticipación. Los de él, dejaron traslucir una variada gama de sensaciones. Éxtasis, dicha, ventura y confianza. Draco no sabía si se merecía a una mujer como Hermione, pero el hecho es que la tenía y por todos los magos que la conservaría a su lado.

Él también miró alrededor y quiso lo que vio y supo que lo tendría porque pudieron remontar un pasado despreciable, porque ella lo perdonó, porque lo conquistó sin palabras, porque él se rindió sin oponer resistencia a la fuerza impetuosa de su leona, la fuerza del agua que horada la roca.

En un instante se remontó una vida atrás, a Hogwarts, a los maltratos, a los insultos, a las trampas. Ella jamás acusó recibo de las humillaciones dirigidas a su persona. Pero rugía enfurecida cuando tocaba a sus amigos. De manera inconciente se llevó una mano a la barbilla, estaba recordando el golpe que recibió en tercero. A partir de ese día cambiaron muchas cosas en la vida del joven Malfoy, no tantas como apartarlo del camino trazado para él pero sí lo suficiente como para abrir, lentamente, su espíritu y conducirlo donde estaba ahora, una serpiente rodeada de leones.

Recordó el día que los capturaron, la tortura a manos de Bellatrix, la huida. El juicio, los testimonios, el año en Oxford. En los momentos cruciales de su vida, de una u otra manera, siempre estuvo ella. Con su sonrisa, con su integridad, con esa confianza en el corazón de la gente, siempre dispuesta a perdonar y a dar una segunda oportunidad. Y se dio cuenta de que ella no necesitaba usar palabras para reconfortar, su sola presencia hacía que su mundo adquiriera sentido. Una extraña calidez recorrió la columna vertical del rubio consiguiendo que se estremeciera.

No supo en qué momento habían quedado uno frente al otro, pero se tomaron de las manos y se besaron con la calma nacida del reconocimiento de las almas que por fin se encuentran.
Tres pares de ojos los observaban con detenimiento. Los verdes, sonrieron. Los azules, asintieron. Los de Nott brillaron con la luz de la aceptación. Lo cual significaba, también, que era hora de enamorarse otra vez.

…oOo…

La conversación entre él y Weasley sólo puede ser definida como liberadora para ambos. Ninguno de los dos dominaba la Legeremancia así que tuvieron que expulsar todos sus demonios palabra a palabra. Se insultaron un poco al principio, tanto que parecía una pelea entre el Príncipe de Slytherin y weasel, el pobretón. Pero se percataron de que estaban llamando la atención, recordaron que ya era adultos y que los dos habían madurado a fuerza de dolor y angustia. Y sobre todo, tenían algo en común, una castaña de melena alborotada, empeñada desde siempre en salvar almas y el día.
Firmada la paz, se estrecharon las manos y con una leve inclinación de mutuo respeto se reintegraron a la celebración.



Theodore Nott sabía que ese sería uno de los días más difíciles de su vida, pero lo atravesaría…no sin antes tener unas palabras con su ex compañero de casa.
Se había apartado un poco de la reunión y paseaba solo en el límite donde el jardín se perdía en el brezal. Pensaba en lo que le dijo Hermione. Obviamente, esa respuesta no cambiaba nada, él había perdido ese tren hace años y tampoco era de los que se decía “si lo hubiera sabido yo habría…”

Disfrutó cada momento que Hermione le regaló, sabía que mientras estuvieron juntos ella lo amó como sabía también que una parte de su alma era inaccesible para él porque le pertenecía a otra persona. Supo el momento exacto en que la perdió. Fue cuando dio por sentado que tendrían hijos y él muy suelto de cuerpo le pidió que apuraran ese trámite porque quería verla amamantar a su hijo antes de que James aprendiera a caminar. La sintió envararse en sus brazos, en los que descansaba satisfecha después de hacer el amor. La pregunta que no le hizo en ese momento cuando ella se levantó con la cabeza gacha para ir al baño, se la hizo al rato de llegar a la celebración.

-¿Qué tiene él que no tuve yo, Hermione? ¿En qué me equivoqué? –había tristeza en el tono y sinceras ganas de saber. Hermione cerró los ojos buscando una respuesta y antes de que pudiera darla, él agregó-: y no sólo yo, ¿que le faltó a Ronald?

La Inefable agradeció que mencionara a Ron porque le permitiría empezar a responder por allí. Luego de un titubeo lo miró a los ojos y empezó.

-Ron es uno de mis mejores amigos. Y fue mi primer amor. Nos tuvimos el uno al otro desde siempre…fue fácil confundir el amor de amigos que nos profesamos con el amor de pareja. Además, se sentía natural que termináramos juntos después de tantos años y tantas aventuras y peligros. Cuando lo único que te separa de la muerte es el amor y la incondicionalidad de dos personas y la responsabilidad de destruir juntos a los que impedían que viviéramos normalmente… Yo no amaba a Ronald como te amé a ti o como amo a Draco –reconoció finalmente.

-¿Por qué? –insistió Theo.

-Porque… en aquella época discutíamos mucho, cada determinación, cada decisión, cada intento terminaba en una discusión terrible. Y yo estaba cansada. Él vivía como una traición lo que Harry y yo queríamos hacer. A Harry se lo dejaba pasar, pero a mí no. Nos fuimos alejando. Yo no era la mujer adecuada para él ni él era el hombre adecuado para mí. Ni entonces, ni ahora.

-…

-Y respondiendo a tu pregunta inicial… él no tiene nada que tú no tengas, tampoco te equivocaste. Tú eras perfecto para mí. Y te amé, por Merlín, tú sabes que lo hice. Pero lo que faltaba no tenía que ver contigo ni conmigo. No puedo explicarlo Theo, perdóname. No se trata de que él sea mejor que tú, que sea más que tú… simplemente se trata de…

-…de que lo amas más a él de lo que me amaste a mí –completó Theo.

-No –respondió segura- más no, distinto. Con él sueño cosas que no soñé con nadie… Theo, por favor, no quiero lastimarte –rogó.

-…Tienes razón, perdóname tú a mí…

En todo esto iba pensando Nott mientras se acercaba a la rubia serpiente. Se saludaron con cierta reticencia. Y mantuvieron una corta conversación en la que aclararon todos sus sentimientos, formularon mutuos compromisos y auguraron la renovación de una vieja amistad. Esto hizo que ambos se sintieran liberados y como si se hubieran sacado un gran peso de encima, sellaron esta nueva etapa con un abrazo seco y viril.


…oOo…


Al lunes siguiente, Hermione se presentó en el despacho de Kingsley. En la reunión también estaban presentes Harry y Theo, era una formalidad que había que cumplir porque lo importante ya se había hablado y arreglado en La Madriguera, durante la celebración del cumpleaños del héroe nacional.



Mientras tanto, Draco se había encontrado con Snape. Estaba tratando de definir su futuro. Esta entusiasmado y asustado a partes iguales. Tantos años fuera de Inglaterra, estaba todo tan cambiado. Nada era como lo recordaba. Pero claro, él recordaba horror y guerra. Miedo y muertes. Dolor y torturas. Separación y prejuicios. Realmente había regresado a un nuevo mundo.

Estuvieron largo rato hablando acerca de las ambiciones de Draco, de sus deseos. No quería permanecer sin hacer nada pero no sabía bien cómo insertarse en el ámbito laboral, sobre todo siendo el esposo de una mujer tan ocupada como Hermione Granger. Con un pasado de heroína, reputación de bruja más talentosa de su generación y pilar del próximo Ministro junto a Harry Potter. Con todas esas credenciales, Draco Malfoy no podía menos que sentirse disminuido. Sin embargo, algo tenía claro, quería combinar la vida familiar con un trabajo que no absorbiera todo su tiempo. Él quería fundar una familia, vivir una vida tranquila en el lugar que eligieron para establecerse.

Severus le ofreció un puesto como Profesor de Pociones y Jefe de la Casa de Slytherin. Draco se impresionó con el ofrecimiento y le dijo que le respondería luego de hablarlo con Hermione. Luego, Severus lo llevó a dar una vuelta por el nuevo Hogwarts y más tarde lo dejó allí, vagando por los terrenos y el castillo.
Aprovechó para limar asperezas con Longbottom y le preguntó cómo podía llevar adelante su vida familiar con el trabajo de profesor de Herbología y Jefe de Gryffindor a la vez.

-Es simple, Malfoy. Amor. Pasión. Coraje y compromiso.

Draco largó una carcajada sincera:

-¡Gryffindor tenías que ser!

-Siempre, Malfoy, no lo olvides –le contestó con una media sonrisa.

-Las serpientes tenemos lo nuestro –repuso Draco que había notado que no había ánimo de ofensa en las palabras de Neville.

-No me cabe duda, Draco. Sino nuestra Hermione no hubiera esperado por ti tanto tiempo. Debo irme, en cinco minutos empiezo una clase. Será toda una experiencia tenerte aquí como profesor –y se despidió con una leve cabezadita.

En ese tiempo Severus no se estuvo quieto. Vía red flú se puso en contacto con Hermione y le comentó que tenía una propuesta para hacerle. Pero que no le dijera nada a Draco.

-Ya entenderás por qué. ¿Cuándo nos podemos reunir?

-Tengo un rato libre en dos horas –contestó la castaña mirando su agenda-. Realmente, hoy más que transitar el día lo padezco después de dos meses de ausencia. –Y sin dejarlo responder continuó-: ¿Te parece?

-Perfecto. En dos horas estoy en tu despacho y recuerda, ni una palabra a Draco.

-Pero ¿no está allí?

-Sí, está recorriendo Hogwarts. Le hice una propuesta, ya te contará. Nos vemos en dos horas, Granger. Y la cabeza de Severus se esfumó en la chimenea.



Luego del paseo y la charla con Neville, Draco volvió al despacho del Director para despedirse de Snape y se encontró con que se había marchado. “¡Por Merlín! ¿Por qué tiene estos arranques? ¿En qué andará ahora?”, dijo para sí Draco. Y levantó la cabeza asustado cuando escuchó un leve carraspeo.

-Buenas tardes, Sr. Malfoy. Me alegra muchísimo encontrarlo aquí. Y verlo tan bien, debo agregar. Le ofrecería un caramelo de limón, pero como verá, estoy impedido de hacerlo –le dijo un sonriente Dumbledore desde el retrato en la pared, justo detrás del sillón del Director.

El saludo del antiguo profesor de Hogwarts lo tomó tan desprevenido que, como si fuera un alumno haciendo algo indebido, que comenzó a balbucear disculpas y explicaciones. Obviamente teñidas de culpa y consternación, puesto que el hijo de Lucius no veía al fallecido Director desde aquel fatídico día en la Torre de Astronomía.

-Sr. Malfoy, por favor…escúcheme.

Draco asintió con un gesto y tomó asiento obedeciendo la indicación de su ex Director.

-Nunca tuve la oportunidad de verlo luego de ese día, pero me alegra encontrarlo aquí. Ya sé que usted conoce las circunstancias reales en las que se dio mi muerte, pero quiero recalcarle que así fueron. Que mi muerte fue planeada con mucha antelación. De hecho yo me estaba muriendo. Obviamente que hubiera preferido llegar hasta el final de mis días sin obligar a Severus cometer tal acto, pero no quería que usted se ensuciara las manos con mi muerte.

Al cabo de un momento de silencio, Draco le dijo:

-Si usted sabía que yo… ¿por qué no fue más directo y me ayudó? ¿Por qué obligar a Severus…? –Draco intentaba contener la molestia en su voz.

-He pensado mucho en eso. Si hay algo que me sobra aquí es tiempo –declaró el profesor- y hay algo de verdad en lo que dice. No crea que, en cierto modo no me arrepiento-. Pero, con una mano en el corazón, ¿hubiera aceptado mi ayuda? ¿Su familia lo hubiera hecho? Hasta el final Lucius mantuvo sus prejuicios y su actitud en la batalla final sólo cambió por miedo a perderlo. Pero si Harry hubiera fallado, ¿cómo cree que habría procedido su padre? Y usted ¿qué hubiera hecho? ¿Tendría hoy a este Draco frente a mí? Por cierto, nunca consideré que fuese un asesino, pero no se podía decir que fuera un buen chico. Quise ver en usted la capacidad de transformarse estimulado por el remordimiento. Y lo comprobé ese día en la Torre. Pero lo que en verdad deseo decirle es que se merece la felicidad que siente hoy en día porque se la ha ganado a pulso. Buenas tardes Sr. Malfoy.

Draco lo miró un rato antes de saludarlo e irse. De alguna manera sintió que Dumbledore lo liberó definitivamente del pasado. Salió del despacho con al alma más ligera y llena de propósitos. Buscó un lugar donde la magia no interfiriera y le envió un mensaje de texto a Hermione avisándole que iría con Mama Dulcie a ver su nuevo hogar en Dorsetshire. La vieja ama de llaves tenía un talento especial para establecer prioridades de arreglo en una casa antes de ser habitada.

…oOo…

Severus le propuso a Hermione convertir a Draco en socio de Magical Cure, su empresa de pociones y remedios para todo menester. La joven mujer se golpeó la frente con la palma de la mano mientras exclamaba “cómo no se me ocurrió”.
Su socio también le explicó que le propuso ser Jefe de Slytherin y profesor de Pociones en Hogwarts. Y delegó en ella la tarea de comentarle la idea de Severus.



Las personas que trabajaban en el Ministerio aplicaban un encantamiento sobre sus teléfonos celulares que les permitían saber si recibían llamadas o mensajes. Hermione se dirigió a la zona habilitada para usar la tecnología muggle y leer el mensaje que le envió Draco.
Le contestó que se reuniría con ellos alrededor de las seis de la tarde, que la esperaran en una bonita posada llamada Summer Lodge, allí podrían quedarse a cenar y pasar la noche.



Se avecinaba una de esas lluvias repentinas que dibujaban en el cielo trazos grises y ahogaban los destellos de las primeras estrellas. Draco y Mama Dulcie la estaban esperando adentro. Él tomando un brandy y ella un licor de café.
Hermione entró sacudiendo de su ropa las gotitas de lluvia que la sorprendieron en el lugar de su aparición y los buscó con la mirada. Se acercó a ellos con una sonrisa y la emoción en cada gesto. Draco la abrazó, le besó la cabeza y buscó brevemente sus labios. La soltó despacio, le corrió la silla para que se siente y llamó al mesero.

Durante la cena Hermione les comentó a ambos lo que hablaron con Snape. El brillo de ilusión en los ojos de su mujer hizo que le fuera imposible negarse.

-¡Perfecto! –Exclamó la Inefable- en cuanto estemos en la habitación le enviaré un patronus a Severus con tu decisión. Él ya sabrá qué hacer con todo el papeleo. Y a todo esto… ¿tú no tienes nada que contarme?

-Contarles, Granger, ama-mama no sabe nada tampoco –dijo el rubio con una sonrisa.

Mama Dulcie entornó los ojos, y los miró con suspicacia. Desde que llegara a Inglaterra todo era una sorpresa detrás de la otra, viajes terribles que la habían marear y decisiones importantes que tomar. Sólo quería ir a ese hermoso lugar que le mostró su niño hacía unas horas y aposentar sus viejos huesos allí. Debía recuperarse y estar en forma. Habría niños que ayudar a criar.

-…y hablé con Longbottom…

-¿Hablaste con Neville? –se asombró Hermione.

-Maduré, Granger –le contestó con arrastrando las palabras como en Hogwarts-. Y me aseguró que se puede hacer todo.

Mama Dulcie parpadeó, se había perdido de algo y quería saber qué era. Draco le explicó todo desde el comienzo y ella expresó sus reservas. Según había entendido, la bele dejaría su trabajo como…como lo que fuera y ocuparía un puesto sumamente importante al lado del próximo Ministro, además de sus tareas en la empresa y luego los niños…

-Porque ¿vendrán niños, no? –se quiso asegurar la matrona.

Draco y Hermione largaron la carcajada, profunda una, cristalina la otra.

-Por supuesto –le aseguraron.


Al día siguiente Hermione partió de inmediato al Ministerio y Draco se quedó con su ama-mama.

-¿Por qué no viene con nosotros a ver la casa, Draco?

-Porque ella ya la conoce, Mama Dulcie. Y la veremos juntos este fin de semana.

-¿Cómo que ya la conoce? –inquirió.

-Estuvo a punto de comprarla hace unos años, pero desistió. Le pareció demasiado grande para ella sola.

La mujer sólo asintió. Ella estaba encantada con la casa. Detrás de un parterre de hermosas flores y pequeños arbustos se observaba como el terreno caía hacía una curva del río. Más allá podía ver como ondulaban las verdes tierras. Era un bello paisaje. Y sabía que esa hermosa casa rural estaba esperando por ellos dos. Serían felices allí, sí señor. Todos ellos.

Mama Dulcie se instaló en el cottage y quedó a cargo de la supervisión de las pequeñas refacciones que se llevarían a cabo y le iría mandando la lista de todo lo necesario.
Draco abrió una cuenta a su nombre y le depositó una importante suma de dinero para que no tuviera ningún tipo de problema.
Ya en la casa conjuró lo indispensable como para que su ama-mama se instalara, la abrazó, la besó y partió con rumbo a Hogwarts, otra vez.

…oOo…

Draco se reunió con Neville y Severus en el despacho de este último. Ultimaron detalles, lo pusieron en autos y lo despidieron. Se reencontrarían el 1º de septiembre. Ese día marcaría el regreso oficial de Draco Lucius Malfoy al mundo mágico.




Se aparecieron juntos frente Rudge Farm, tal el nombre de su nuevo hogar. Para Hermione era un sueño hecho realidad, porque lo que realmente había impedido que comprara ese cottage no era su tamaño sino que él no estaba para compartirlo con ella.
Él la tenía sujeta por la cintura y la miraba como si pensara que es un sueño del que se va a despertar. La brisa desacomodaba su melena castaña y el sol le sacaba chispas doradas a sus ojos. “No puedes ser más hermosa”, le susurró al oído. Por todo respuesta recibió un golpecito en el hombro.
Hermione se adelantó unos paso y abrió la verja. Se corrió para dejarlo pasar y lo tomó de la mano.

Caminaron por los amplios terrenos decidiendo. Allí pondrían un columpio. Más allá, en ese árbol frondoso, una casita, por supuesto. Le tuvo que explicar que la casita en el árbol era algo con lo que todos los niños soñaban y ella la quería para sus hijos. Y él ya pensaba en llamar a un arquitecto para el diseño de un palacete arbóreo digno de su prole. Allá, debajo de esa glicina, un gazebo para las tardecitas de verano.

-Y aquí podemos plantar jacintos y azucenas… –agregó Draco con nostalgia en la voz- a mi madre le gustaban…

El atardecer los encontró acostados en el verde, mirando el cielo y buscándole formas a las nubes. La matrona los llamó desde la casa con una campanita y les aseguró que había visto algo en el jardín. “Sería un gnomo”, le dijo Draco y Hermione le prometió que le traería un libro que la ayudaría a combatir las plagas de jardín.

Mama Dulcie cocinó la primera comida en su nuevo hogar y les encomendó poner la mesa. Quería comer bajo las estrellas mientras se aromaba en los dulces y delicados perfumes de las flores.

La pareja, obediente, conjuró mesa, sillas, mantel, platos y cubiertos. Draco había traído unas botellas de vino del Valle de Napa y descorchó una. Hermione estaba en la cocina ayudando a su, era hora de que lo admitiera, segunda madre. Por increíble que pareciera, reconocer ese intenso amor por la negra mujer ya no le causaba culpa. Y se preguntó cómo habría sido su vida si desde el vamos hubiera estado bajo la influencia de una persona como Mama Dulcie. Sacudió la cabeza, echando esos tontos pensamientos y sonrió. Su vida estaba bien así. “Tal vez, si no hubiera cometido todos esos errores, no sería el hombre que soy”, dijo para sí.

La cena transcurrió sin prisa, en medio de una charla doméstica, “en aquel rincón voy a plantar mis hierbas medicinales, Draco, encontré un lugar perfecto cerca del río”; “quiero un perro, no quiero sentirme tan sola hasta que ustedes tengan niños”; “extraño la cocina de Oak Valley, ¿te parece que podríamos hacerle unos cambios a ésta?”. Draco y Hermione, reían y asentían.
Cuando retiraron las cosas y luego de limpiar con magia –“voy a extrañar esto cuando no estén, dijo Mama Dulcie”-, los dos salieron otra vez al jardín.

Caminaban en silencio bordeando el recodo del río cuando escucharon los chillidos. Axis, Mei y sus hijos habían llegado. Se posaron en la rama más baja que encontraron, saludaron a sus dueños y levantaron vuelo otra vez, ahora buscando un lugar donde quedarse.

-¿Te parece que los pichones se quedarán con nosotros? –musitó Hermione.

-Tal vez, no lo sé.

-Falta muy poco para el 1º de septiembre. ¿Puedo ir a la cena de comienzo de clases?

-Por supuesto, será fantástico que me acompañes –le dijo contra la piel que besaba con infinita parsimonia.

Hicieron el amor allí, en la hierba, bajo un cielo azul profundo tachonado de estrellas. Se entregaron con pasión y ternura inagotables. Se enredaron sudorosos, se separaron ávidos de contacto una y otra vez hasta que acabaron fundidos uno en el otro. Sin ganas de levantarse, continuaron prodigándose caricias mientras se perdían en la mirada del otro. Sus ojos brillaban en la oscuridad como ascuas ardientes y así también quemaban sus almas.

...oOo...

La primera navidad en Rudge Farm fue tumultuosa. Allí estaban los Potter, todos los Weasley, Neville y Hannah, Severus, Theo Nott con su novia y sus hijos, los profesores de Hogwarts, Kingsley con su esposa –que aprovechaba esa fiesta para despedirse de su cargo-, miembros del ED y de la Orden del Fénix. Y el viejo Hagrid, por supuesto.
La casa estallaba de alegría y buenos deseos. El jardín estaba adornado con antorchas a los lados de una inmensa carpa hechizada con un conveniente hechizo que brindaba calidez a los invitados que allí caminaban con tragos en las manos y sirviéndose bocadillos de bandejas flotantes mientras escuchaban a Sarah McLachlan cantando canciones de invierno.

Sin embargo, Hermione notaba algo extraño en el ambiente, una expectación fuera de lo común se percibía en el aire; un nerviosismo inexplicable, como si todos estuvieran esperando algo más que el paso de la Nochebuena a la Navidad. Veía por doquier cuchicheos y sonrisas, incluso en un par de ocasiones creyó escuchar que Molly le daba indicaciones a los pequeños y que Mama Dulcie le hacía gestos a Draco que no alcanzaba a comprender.

Lo que Hermione no sabía es que Draco le había preparado una sorpresa y que esa sorpresa involucraba a todos los presentes.