miércoles, 25 de agosto de 2010

El brujo blanco -12- Cuando la soledad termina

Cuando la soledad termina




Draco estaba cerca de la orilla del río. Le gustaba sumergirse en la paz que le brindaba el paisaje, sobre todo a la hora en que el día comienza a darle la bienvenida a la noche tiñendo el cielo de colores crepusculares. Severus le había dicho que volvería para su cumpleaños así que no pudo ocultar su desencanto a medida que las horas pasaban y su amigo no llegaba. Estaba a punto de irse, a levantar una copa en su honor mirando a la nada. No pensaba emborracharse, sabía de primera mano que ninguna clase de licor ahogaría la agria conciencia de lo que nunca podría tener. Porque si algo Draco Malfoy había comprobado, es que estaba muerto para una vida feliz. Sin embargo, se quedó allí. Tal vez porque no quería ver los ojos tristes de Mama Dulcie o verificar que su enorme mansión desvencijada seguía tan vacía como de costumbre.

Una suave brisa le revolvía el pelo y su silueta fuerte y alta se recortaba contra el horizonte. Así lo encontró Hermione. La castaña quería correr hacia él pero no podía, parecía que una fuerza sobrehumana la mantenía clavada en la tierra, entonces se encontró rogando que la viera, que fuera él el que se acercara.

Como si advirtiera que alguien lo miraba, Draco giró hasta quedar de espaldas al río. Se quedó sin aliento. Ella llegó como una visión, envuelta en un resplandor sobrenatural que la hacía ver etérea e inalcanzable. Parpadeó seguro de que cuando volviera a abrir los ojos, la visión habría desaparecido. Pero no, seguía allí.

Su corazón palpitó con fuerza, a punto de saltársele del pecho. Creyendo que era un espejismo, avanzó lentamente hacia la estática figura. No se detuvo a razonar que con esa luz y en ese lugar la posibilidad de un espejismo era imposible.

Sobrecogido, acortó la distancia hasta quedar a un palmo de ella. Alzó el brazo y estiró los dedos de su mano temblorosa hasta tocar la mejilla de la mujer frente a él. Sin quitar la mano, cerró los ojos e inspiró profundo. Los volvió a abrir y la miró como quien ve a un espectro.

Con un murmullo, ahogado por las lágrimas a punto de desbordarse de sus bellos ojos marrones, lo saludó.

-Feliz cumpleaños, Draco –y se perdió en la bruma gris de su mirada.

La voz de la muchacha más que sonar, retumbó en sus oídos y por un instante ninguno de los dos supo qué hacer.

Hermione, asustada, intentó retroceder. Pero como si esa fuera la señal que Draco estaba esperando, rápidamente la rodeó con sus brazos y la apretó contra él. Los dos respiraban agitados, los dos ignoraban qué hacer con sus manos que vagaban por el cuerpo deseado sin saber dónde detenerse. Se separaron lo justo como para volver a mirarse. Él, tan alto, apenas inclinado sobre su rostro y ella en puntas de pie acercándose con la boca entreabierta, mirándose a los ojos, buscando esa caricia esquiva. Draco se inclinó un poco más y entonces sí, sus labios se unieron. No un beso, no una exploración apasionada, sólo se apoyaron, temblorosos y expectantes, mezclando el aliento cálido y alterado.
Draco tomó su cara con ambas manos, ella se abrazó a su cintura sin dejar de contemplarse, como si quisieran grabar cada detalle en la memoria, no fuera a ser que por una burla del destino volvieran a separarse.

Compartieron un silencio lleno de sensaciones. Cada cosa no dicha se derramó en gestos silenciosos, plagados de ternura y un ansia de más que crecía implacable. No podían hablar porque las palabras estaban atoradas en la garganta, seguros los dos de que si lo intentaban las palabras se enredarían en la lengua porque no podrían igualar la velocidad de todo lo que necesitaban decirse el uno al otro.

Sin embargo, algo oscuro y rencoroso ganó terreno lentamente hasta llegar a la conciencia de la ex serpiente, quitando a su paso todo rastro de ternura y maravilla por el inesperado reencuentro. Como si los momentos anteriores no hubieran existido, Draco se apartó casi con violencia de Hermione, que lo miró confundida.

-¿Qué haces aquí? ¿Cuándo te irás? ¿A qué viniste? –preguntas disparadas en un siseo digno de Hogwarts, en el que reinaban el dolor y la rabia, mientras se apretaba la cabeza con las manos y se ponía a espaldas de ella. Se sintió ruin por un momento, pero alejó esa sensación que lo haría claudicar y no quería. Porque claudicar significaría tener esperanzas. Esperanzas de una vida plena y él ya se había acostumbrado a esa monotonía, a esa descolorida manera de vincularse con los otros (salvo con Mama Dulcie, por supuesto), a esa mediocridad en la que había convertido su vida.


Hermione quiso correr y esconderse. Pero se mantuvo de pie, decidida, sin dejarse amedrentar por el justo reproche.

Se acercó despacio, con temor de asustarlo si hacía un movimiento brusco. De a poco, apoyó su mano pequeña y suave en el hombro de Draco y lo acarició. Apretó y como si de una marioneta se tratara, lo obligó a girarse hasta que quedó, nuevamente, frente a ella. Levantó su cabeza con un movimiento desapacible y fijó una mirada fiera en el rostro apesadumbrado de su antigua Némesis, de su salvadora, porque ella era eso y más para él.

-Qué quieres –dijo y en su tono había renuncia y melancolía.

-Te quiero a ti. Siempre te quise a ti –reveló quedamente la leona.

-…

-Por qué ahora, por qué no antes –insistió en saber, realmente quería comprender para no volverse loco.


-No sabía dónde encontrarte.

-Eso es una estupidez y lo sabes.

-También es una estupidez que tú hayas decidido permanecer aquí.

-¡Por Merlín, Granger! Tú estás casada con Nott, tienen dos hijos, qué iba a hacer yo, dímelo sabelotodo –rugió con furia.

-No estoy casada con Theodore ni mantengo ningún vínculo con él que no sea amistoso –Draco la miró con recelo y un pequeñísimo atisbo de ilusión-. Aidan y Olive son mis ahijados.

-Pero tú eras su novia –señaló con inquina y sin ganas de dejarse engañar.

-Fui su novia, fui su amante y fui su mujer –declaró sin ambages- vivimos juntos un par de años. Lo amé mucho pero no lo suficiente. Hoy, puede decirse que somos amigos, grandes amigos.

-Pero seguramente él te sigue amando. Cuando las serpientes entregamos el corazón, lo hacemos de una vez y para siempre –acometió profundamente dolido.

-¿Tú me amas Draco Lucius Malfoy? ¿Lo suficiente como para dejar atrás los errores que hemos cometido y olvidar los cuerpos con los que nos enredamos? ¿Tanto como para estar dispuesto a darme la oportunidad de demostrarte que te amo como a nadie he amado jamás? –no había eufemismos en sus palabras ni en su voz melodiosa.




La respuesta que Draco estaba a punto dar fue interrumpida por el peculiar sonido de un halcón. Los chillidos lograron que la castaña dirigiera su vista hacia la rama que tenían sobre sus cabezas y entonces la vio.

-¡Mei! – vitoreó contenta mientras el ave se posaba con extremada suavidad en su puño. Hermione le esponjó las plumas y la rapaz frotaba su pico contra la piel de su dueña-. ¿Cuánto hace que llegó, Draco?

-No recuerdo, a mediados de marzo, creo. Ven te llevaré a un lugar, seguro que quiere que los veas –dijo Draco agradecido por la oportunidad que Mei le brindaba para ordenar sus pensamientos y sentimientos.

Tomó la mano de Hermione y la condujo al árbol dónde estaba el nido de la pareja de halcones peregrinos.

-¿Tienes tu varita? –preguntó el rubio y sin esperar respuesta le pidió que los subiera. Hermione obedeció aunque no entendía para qué hacía que los subiera allí. Y entonces los vio, tres pichones con apenas canutos en todo su cuerpo porque todavía faltaba un poco para que se llenaran de plumas. Mei chilló bajito y al instante apareció el macho, que se acomodó al lado de su hembra y la miró…sí, Hermione estaba segura de que esa ave la estaba mirando con soberano fastidio.

-¿Y tú quién eres? –preguntó mientras extendía la mano para tocarlo sin miedo.

-Él es Axis –contestó Draco- mi halcón peregrino. Quedaron prendados en cuanto se vieron. Y ella me recordaba a ti, siempre –sonrió.

Bajaron del árbol a la manera muggle y caminaron. Juntos pero sin tocarse. Roces fortuitos que los encendían como antorchas y se alejaban enseguida como si fuera un fuego fatuo en el que temieran quemarse. Sumidos en un silencio reflexivo llegaron al claro.

-Todavía no me respondiste –dijo ella.

-No tuve tiempo –dijo él.

Y se acercó a la figura menuda y la abrazó con ferocidad. La apretó contra él y le arrancó un quejido de dolor pero no aflojó la fuerza del agarre. Esta vez no había sutileza en las caricias. Sus manos recorrían rudamente el cuerpo de Hermione que empezó a responder de igual manera. Cuando sus bocas se encontraron, la batalla de lenguas terminó con el sabor metálico de la sangre que se arrancaron. El cielo retumbaba acompañando sus frenéticos agarres y sólo un rayo que iluminó la noche volviéndola electrizante día consiguió separarlos.


La noche caía entre los fulgores de una tormenta tropical y ellos echaron a correr hacia la mansión tomados de la mano. Llegaron empapados, llenos de barro y de buen humor. Jadeantes, alcanzaron la puerta de la mansión y entraron con el envión que traían. Trastabillaron al chocar contra una masa compacta y tibia.
Con la sonrisa brillando en los ojos, Draco soltó a Hermione y abrazó a su ama-mama que lo miró pasmada y boquiabierta.

-Mama Dulcie, ella es Hermione –anunció Draco feliz y tirando de Hermione para ir a su dormitorio.

-¿A dónde crees que vas, muchacho? –objetó la matrona. Sus ojos irradiaban una fuerza que los inmovilizó sin necesidad de otro gesto. La heroína de la Segunda Guerra Mágica se removió incómoda-. Así que por fin apareciste – observó midiéndola con la mirada.

-Y…usted ¿es? –aventuró la castaña fingiendo una seguridad que no sentía.

-Soy Mama Dulcie, la guardiana de este lugar –explicó y con un movimiento de su brazo, que incluyó a su protegido, señaló vagamente alrededor.


-Mama Dulcie –intervino Draco- ahora no, estamos mojados y tenemos mucho que contarnos.

A Hermione no le pasó desapercibido el cariñoso e intenso vínculo que los unía. Y se asombró porque nunca había visto a Draco comportarse de esa manera con nadie. Pero claro, era mucho lo que no sabían el uno del otro y de pronto, la atenazó el miedo. ¿Y sí…? El sólo pensamiento la hizo estremecerse, cosa que fue evidente para la negra cajún. Como si pudiera ver en su interior, sentenció:


-Protegemos lo que amamos –sentenció con los ojos fijos en los marrones de la ex Gryffindor, que hubiera jurado que esa mujer sabía legeremancia-. Lo cuidas –y dicho esto se retiró contoneando su enorme cuerpo.

-Ella es mi ama-mama –dijo el rubio creyendo que con eso explicaba todo mientras la conducía a su habitación. En la chimenea refulgían como brasas los ojos negros de Severus Snape. Terminó de salir y fue a reunirse en la cocina con la negra Dulcie, siempre eran amenas las charlas con esa mujer.

-Usted me va a matar de un susto –le reprochó haciendo aspavientos –si sigue apareciendo así.

-A esta altura ya tendría que estar acostumbrada –replicó risueño-. ¿Quiere festejar? El mejor vino de elfos que pude conseguir –dijo e hizo aparecer unas bellas copas de cristal en las que escanció la bebida.

-¿Y qué festejamos? –preguntó con escepticismo.

-Un encuentro.

-Ya era hora –murmuró por lo bajo.

…oOo…

Subieron las escaleras con ansias contenidas. No sabían bien qué hacer, se sentían torpes, curiosos, con miedo a equivocarse, como si fueran adolescentes en su primera vez.

Se detuvieron frente a una puerta de madera oscura que Hermione supuso sería la del dormitorio de Draco. Él la miró y después de un titubeo, la abrió y se apartó para dejarla pasar.

Hermione exploró con la mirada toda la estancia. Los cortinados de terciopelo verde oscuro estaban recogidos así que la vista a través de los amplios ventanales era completa. La tormenta azotaba los cristales con una lluvia fría mientras el ruido de los truenos reverberaba entre estallidos de luz cegadora. Otra persona se hubiera sentido intimidada, pero a ella le parecía que esa tormenta era el marco perfecto para definir sus vidas.
Draco se había alejado en dirección a la chimenea para encenderla. Ella lo miró hacer y cuando una tímidas llamas comenzaron a rasgar el aire con sus chispas, un estremecimiento de pura anticipación le recorrió el cuerpo. El Slytherin se quedó quieto, percibiéndola detrás de él con los sentidos exacerbados.
Se dio vuelta, lentamente hasta quedar frente a frente. La combinación de la cálida luz de las llamas y el fulgurante e intermitente resplandor de los rayos le daba a sus rostros un matiz misterioso y sensual.



-Tiemblas –le dijo con voz ronca.

-Te amo, te deseo –confesó ella en un susurro anhelante-. Te necesito. Ahora.

Y esas solas palabras bastaron para despertar las ansias locas que Malfoy había doblegado con tanto esfuerzo a través de los años.

La tomó con fuerza del cabello y tiró hacia atrás dejando al descubierto la garganta de Hermione. Se agachó y lamió la piel con deleite sin soltarle el pelo y aferrándola por la cintura con el otro brazo. Mordisqueó el lóbulo y de allí fue dejando pequeños besos que culminaron en la boca. Sus labios finos se apoyaron en los de su compañera que abrió la boca dispuesta a dejarlo entrar. Pero Draco esquivó la provocación y siguió contentándose con delinear los labios, mordiéndolos cada tanto. Hermione no se dio cuenta del momento en que su rebelde cabellera había sido liberada porque estaba extasiada en las sensaciones que le provocaban los movimientos de Draco en su espalda bajando el cierre de su vestido. Acompañó la caída de la prenda con sus manos hasta las caderas. Una de ellas quedó allí y la otra serpenteó hasta arriba. Llegó a la nuca y sosteniéndola con firmeza, esta vez sí, metió su lengua en la boca que quería explorar desde hacía una vida. Ella jadeó y respondió con toda la pasión acumulada por el deseo de años. Se apretó contra él y onduló su cuerpo buscando lo que necesitaba. Mientras la besaba, se dibujó en la boca del rubio una sonrisa lenta y sensual. “Eres real”, celebró contra sus labios. Suave y ardiente como el sol, la boca de la dueña de su alma ardía con la suya como el fuego quemando la madera. Ella se agitó cuando él tocó su labio inferior con la punta de la lengua. Urgida por la pasión, Hermione subió las manos hasta sus hombros, él sintió sus dedos en la nuca, aferrando su pelo como si quisiera impedirle escapar. Pero no había ninguna posibilidad de que eso sucediera, nada podría haberlo hecho parar.
Un estado de febril deseo los iba consumiendo. Pronto estaban batallando para terminar de desvestirse. Hermione arrancó de un tirón la hilera de botones de la camisa de Draco y él rompió su corpiño en el forcejo para quitarlo y descubrir sus pechos. La alzó por las caderas y ella correspondió el gesto envolviendo la cintura con sus piernas y así se dejó llevar hasta la cama, sin dejar de besarse como posesos y de acariciarse como si quisieran arrancarse la piel.

Cayeron sobre el amplio lecho tan unidos que no podía discernirse dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro. Las manos zigzagueaban sobre sus cuerpos, acariciando, palpando, reconociendo mientras se restregaban sin pudor buscando el máximo contacto. Se besaban, se lamían, se mordían sin detenerse por miedo a lastimarse. Un rayo iluminó la estancia en el momento en que Hermione se abría para él. La silueta de la leona recortada en la luz cegadora, levantado sus caderas para recibir el miembro enhiesto de Draco que la penetró salvajemente, en medio de un grito que proclamaba que ambos tomaban posesión del otro de una vez y para siempre.
El ritmo frenético que le imponían a sus movimientos los llevó a rugir su orgasmo, que de no haber insonorizado la habitación habría escandalizado al propio Pan.

Jadeantes y sudorosos se separaron a regañadientes, pero debían recuperar el aire después del desenfreno, sabiendo los dos que no habían logrado saciarse.
Hermione se estremeció y Draco, solícito, la abrazó y tapó a ambos con el suntuoso cobertor que rescató del suelo. Se quedaron abrazados hasta que fueron recuperando la respiración paulatinamente.


-Nunca me cansaré de ti –susurró Draco en su oído. La combinación del cálido aliento en su oído y la lenta caricia que resbalaba desde sus pechos hasta la ingle desató un vendaval de sensaciones en la castaña que se giró para atrapar los labios de su amante.

El silencio que reinaba en la habitación era roto por los atronadores ruidos de la tempestad que imperaba en el exterior. No era el intermitente refulgir del cielo lo que tenía encandilada a la vehemente pareja, sino la perezosa atención que se dedicaban, ese tibio vagar por los recovecos de sus cuerpos sintiendo como la marea de la lujuria los invadía nuevamente.

-Malfoy –suspiró, perdida en un caos de impresiones-, Malfoy…

-Dime, Granger –respondió con la voz enronquecida mientras dejaba un sendero de besos en el cuerpo de la muchacha.

Pronto cambió los besos por las caricias para poder mirarla. Se deleitó en la contemplación de su leona. Granger iluminada por la impactante luz de los rayos y cuando éstos menguaban, Granger alumbrada por la cálida irradiación de las llamas, Granger arqueándose bajo su manos y gimiendo por él. Lentamente, su mano llegó hasta el centro del placer de Hermione. Estaba mojada y caliente. Empezó a trazar círculos en la sedosa y húmeda excitación logrando que la Gryffindor clamara por más. Obedeciendo la súplica, hundió dos dedos en la candente abertura sin dejar de frotar el clítoris. Cuando ya no pudo contener el deseo de beber la esencia de su amante, le abrió las piernas, se acomodó entre ellas y empezó a chupar sin prisa y sin pausa. Ella gruñía su placer al tiempo que levantaba la caderas y cuando quiso más tomó la cabeza de Draco entre sus manos y lo apretujó exigiéndole de esa manera que arreciara con su lengua para hacerla acabar. El orgasmo la envolvió con sus oleadas intensas, pero necesitaba más y lo pidió.

-Por favor, entra, quiero sentirte –mitad ruego, mitad demanda imperiosa, Hermione tenía la voz estrangulada por la pasión y la mirada enloquecida. Draco, con los ojos nublados del más puro deseo, obedeció al instante. Su pene duro como una roca la penetró sin más trámite. Poderosas estocadas alargaban el orgasmo y las contracciones musculares que envolvían su miembro lo llevaban a un paroxismo difícil de contener. Aún así, puso máximo empeño en darle a la castaña lo que necesitaba. Salió por completo de su cuerpo y eso la hizo mascullar una maldición.

-¡Mírame! – ordenó - Quiero verte y que me veas mientras nos corremos. Ella asintió con un gesto desmayado. Entonces Draco volvió a arremeter en sus profundidades y acelerando el ritmo, sin dejar de verse a los ojos, acabaron juntos y cayeron rendidos.

Se durmieron abrazados. Sus cuerpos hablaron por ellos el lenguaje más antiguo del mundo. A partir de ahora, los desafiaba la vida que quisieran vivir.

…oOo…

Al día siguiente, Hermione y Draco se despertaron casi al mismo tiempo. La castaña abrió primero los ojos. El rayo de sol que le daba de lleno en la cara la despertó con su tibieza. En el cielo no había rastro de la tormenta que azotó el lugar la noche anterior.
Quiso moverse pero no pudo. La pierna de su amante estaba cruzada sobre su estómago y una de sus manos descansaba sobre uno de sus senos. La respiración acompasada le hacía cosquillas en el cuello y se apartó un poco, lo suficiente como para poder observarlo. Él se removió inquieto y apretó su pecho. Ella se quejó sin dejar de sonreír y le sopló la nariz. Draco abrió los ojos y trató de enfocar, “no lo soñé”, murmuró todavía adormilado y con una beatífica sonrisa bailando en la comisura de sus labios.

-No –confirmó risueña-y ahora vamos a levantarnos –le dijo haciéndole cosquillas-. ¡Una carrera hasta el baño!, como cuando estábamos en Oxford. Draco se puso de pie de un salto y salió disparado hacia el baño perseguido por la castaña.

Una vez adentro se apoyaron en el lavamanos y largaron la carcajada. Él le ofreció su cepillo de dientes, ella lo duplicó y juntos se lavaron los dientes mientras se miraban por el espejo y se regalaban mentoladas sonrisas de pasta dental.

Después, Draco abrió la ducha que caía en una enorme tina de roble. Y le pidió que lo acompañara.

-Es una suerte que empiece a usar otra vez la varita –comentó mientras le lavaba el pelo-. Siempre odié la parte en que me tocaba limpiar todo el chiquero.

Ella ronroneaba de placer, le encantaba que le masajeara la cabeza de esa manera. Él, creyendo que la castaña quería otra cosa, bajó sus manos llenas de espuma hasta sus pechos y los acarició hasta lograr que los pezones se endurecieran. Su miembro respondió rápidamente y se frotó contra el trasero de Hermione. Sin dejar de tocarle los pechos, buscó con su boca el lugar donde late el pulso y comenzó a succionar con cuidado. Dejó vagar la otra mano hacia la entrepierna hasta que encontró el capullo rosado escondido entre los pliegues. Esta vez la muchacha no lo dejó seguir. Con una fuerza inusitada lo giró y antes de que pudiera darse cuenta el que gemía como un poseso era él mientras Hermione chupaba con fuerza y destreza su pene. Lamía la cálida erección desde la base con movimientos envolventes, luego se detenía en la punta. Bajaba hasta los testículos y más allá, los acariciaba, jugueteaba con sus dedos en zonas oscuras mientras su otra mano, cada una con vida propia, recorría su abdomen. Malfoy no cabía en sí de goce, gemía, jadeaba y maldecía. Aferró la cabeza de Hermione por el pelo y la obligó a llevar la boca otra vez hasta su miembro. Bien dispuesta, ella se dejó llevar y con el mismo ímpetu se abocó a la tarea. Cuando estuvo a punto de derramarse, él la apartó de un tirón. La levantó, la estampó suavemente contra la pared, le calzó las manos debajo de las nalgas y la levantó. La miró con una intensidad y un deseo que hubiera sonrojado a la reina de las meretrices y la penetró. Ella se sujetó como pudo, una mano en la pared, la otra en un pequeño asidero con el doble objetivo de no caerse y no pesarle. La posición hizo que sus pechos se proyectaran hacia delante y el rubio lo tomó como una invitación. Sin pedir permiso atrapó un pezón y lo lamió, lo mordisqueó hasta hacerla farfullar, rendida de pasión, su nombre. Las embestidas arreciaron en fuerza y ritmo hasta que acabaron, besando sus nombres en la boca del otro.
Ella dejó caer sus piernas. Los dos temblaban bajo el agua que caía tibia sobre ellos. Tomados de la mano, respiraron agitados con las frentes unidas. “Te amo”, se confesaron, y esta vez se besaron sin hambre, sólo con la paz que da la seguridad del encuentro.

Terminaron de bañarse, se vistieron y subieron al desván a buscar la varita de Draco. Como no la había recogido del suelo casi la pisó al entrar.

-¡Cuidado! –exclamó Hermione que había visto algo en el suelo. Draco miró hacia donde ella le indicaba y la levantó. Otra vez la varita actuó casi por sí misma y esta vez él disfrutó de la poderosa sensación que le provocaba la magia bullendo en sus venas.

Bajaron de la mano las escaleras que desembocaban en el enorme hall y de allí fueron a la cocina.
Mama Dulcie los observó de reojo y sonrió complacida. Estaba a punto de llevar una bandeja con un cuantioso desayuno cuando Draco la interrumpió.

-Mama Dulcie, mira –y agitó la varita y la bandeja flotó hasta la mesa donde se posó suavemente.

La negra hizo un gesto de aprobación y se sacó el delantal. Se dio vuelta y se dirigió a la mesada donde apoyó las manos y hundió la cabeza entre los hombros. Draco la miraba extrañado y con un creciente temor. No entendía qué le pasaba a su ama-mama. En un momento estaba a su lado y la abrazó. Su Mama Dulcie lloraba.

-¿Qué te pasa? –se angustió- ¿Qué hice mal? ¿Te asustó mi magia? Pero ya has visto a Severus-preguntaba atropelladamente con el miedo oprimiendo su corazón.

-No es eso, mi niño. Es simplemente, que mi misión aquí se ha terminado. Te quiero muchacho, nunca olvides a esta vieja cajún.

-Pero… ¿Qué dices? ¿Por qué te despides? ¿Por qué me abandonas? –y ya no hacía ningún intento por controlar su angustia ni sus lágrimas.

Severus entraba por una puerta lateral que daba a un pequeño jardín. Saludó con un abrazo a Hermione que prestaba atención al intercambio con un nudo en la garganta y le pidió que le explicara qué había sucedido. Ella le susurró lo que vio y escuchó pero el resto tenía que ver con el vínculo y ella no podía dar cuenta de eso.

-Nunca te abandonaría, mi niño. Pero ya tienes a tu bele, por fin la encontraste y yo ya no tengo más nada que hacer aquí. Volverás a tu lugar y yo al mío.

-Yo…yo… Nunca pensé en eso, Mama, no sé… no lo hablamos –balbuceó y pidió auxilio con la mirada a Hermione-. Me quedaré contigo…

-No digas nada, Draco –lo interrumpió- no es necesario. Yo sé que tú me quieres pero también sé que tienes que seguir adelante con tu vida. Oak Valley fue una etapa pero te mereces la felicidad, ya has sufrido demasiado.

-Hermione –clamó Draco- por favor…

-Mama Dulcie, espere, no tomemos decisiones apresuradas –intervino accediendo al ruego de su pareja-. Draco tiene razón, todavía no hemos hablado, estamos… casi conociéndonos otra vez. Además, tengo vacaciones, puedo quedarme el tiempo que haga falta, de verdad.

El ama de llaves los miró y se volvió a poner el delantal. No necesitó decir más para que todo quedara comprendido.

Draco exhaló el aire que retenía sin darse cuenta en un suspiro de puro alivio. Recién ahí se percató de la presencia de Severus. Lo saludó efusivamente y lo invitó a compartir el desayuno.

-Ya desayuné, Draco, pero no me importaría tomar una segunda taza de café; Mama Dulcie lo prepara muy bien. Buenos días, Hermione –la saludó otra vez y miró a ambos significativamente ganándose un doble sonrojo. Y de improviso estalló en carcajadas. Extendió las palmas indicando que quería estrechar sus manos y dijo radiante-: ¡los felicito!

Estuvieron un rato charlando tonteras y cuando dieron por terminado el desayuno, la pareja salió a caminar por los terrenos de Oak Valley. Él la llevaba abrazada por los hombros y ella rodeaba su cintura. La cabeza apoyada en el hombro, la brisa revolviendo el cabello de la castaña, él apartándolo de su cara mientras sembraba el rostro de pequeños besos. Eran la viva estampa de la felicidad.

En ese paseo decidieron muchas cosas. Primero, las vacaciones de Hermione. Ella tenía casi dos meses disponibles y quería pasarlos en New Orleans porque le apetecía conocer el lugar que Draco había elegido para exiliarse. Y de paso saciar una curiosidad, al pasar oyó aprobar a Mama Dulcie su llegada, si bien hablaba para sí misma, con una enigmática frase, “llegó la bele, fuera las voyous”. Aprovechó el momento en que Draco estaba hablando con Kingsley en la chimenea para preguntarle a Snape que significaba la palabra voyou. Severus endureció la mirada y le advirtió que no hiciera ninguna chiquilinada. Luego, le contestó que con ese epíteto se nombraba a las golfas, y terminó aclarándole que para la vieja Dulcie cualquiera que se relacionara con “su” niño y no fuera su bele, era una golfa de tres al cuarto.
Esa respuesta no hizo más que incitarla a saber más de esas “voyous”. Y una estancia prolongada en la mansión le sacaría sus dudas.



También se dedicaron a imaginar el futuro. Se sentaron bajo la sombra de un frondoso árbol, Draco apoyado en el tronco y entre sus piernas, Hermione. El jugaba con su pelo y ella entrecerraba los ojos disfrutando de la apacible caricia. Descartaron Malfoy Manor como lugar para instalarse. Estaba llena de horribles recuerdos para los dos. Eso le recordó a Hermione que se había presentado un proyecto para convertir la mansión de la familia Malfoy en un museo. Draco, feliz de deshacerse del lugar, le pidió que lo ayudara a preparar los documentos necesarios para la cesión de la propiedad.

-Pese a todo, esa es tu herencia, Draco –señaló la chica- tal vez tus hijos quieran…

-Nuestros hijos –enfatizó Draco- no necesitarán tener nada que ver con un lugar donde su madre fue torturada y donde su padre fue obligado a presenciar y a hacer cosas infernales –terminó categórico.

-Perdóname… no quise…

-Está bien, Granger, no te preocupes. Pero me pensaré si te disculpo lo de “tus” hijos –le dijo a medio camino entre la molestia y la broma.

Siguieron recorriendo las posibles zonas donde fijarían su residencia. Ella dibujó con su varita un mapa mágico en el aire y Draco iba señalando con círculos las regiones que les gustaban. Del norte de Inglaterra, señalaron la región de los lagos. En el sur, el Condado de Sussex, pero lo descartaron rápidamente aunque fantasearon con criar a una caterva de niños en el Castillo de Arundel.
Finalmente se decidieron por Dorsetshire, los inviernos benignos y los cálidos veranos le gustarían a Mama Dulcie; cerca del río Frome estaría su casa, brezales, arcilla y grava serían un paisaje amigable para la ama-mama de Draco, de la que estaba resuelto a no separarse.

Con esa decisión volvieron a la mansión tomados de la mano, soltándose a intervalos en los que corrían de un lado a otro persiguiéndose como si fueran niños y riendo a carcajadas.
Así los vieron llegar el ama de llaves y el Director, quienes se dirigieron una sonrisa satisfecha y se sentaron a disfrutar de una bella puesta de sol mientras bebían en silencio una copa de un vino muggle bien añejado de la completa bodega de Oak Valley.

…oOo…

Los días pasaron en ociosa sucesión, salpicados de anécdotas, recuerdos y planes. Cada recoveco de esa antigua plantación fue testigo de los apasionados encuentros de todo tipo entre Hermione y Draco, quien por fin estaba dejando atrás a ese hombre melancólico y temeroso de perder la poca paz mental y el afecto que había conseguido a lo largo de los años en ese lugar tan exótico como lejano.
Hermione celebraba el regreso de ese Draco orgulloso y bien plantado, capaz de enzarzarse en combates intelectuales de los que no siempre salía bien parado pero a los que se arrojaba dispuesto a ganar. Y disfrutaba, por Merlín cómo disfrutaba.
Todo lo hacían con ansias, como si el tiempo fuera a acabarse de repente y cuando se permitían regodearse en la calma era porque ya estaban saciados el uno del otro, en todos los sentidos posibles.

En uno de sus paseos por el Barrio Francés, Hermione conoció a Geraldine. La hermosa chica la miró con expresión derrotada y los felicitó. A lo largo de la ribera había corrido la noticia del compromiso del brujo blanco con una inglesa, bella como una rosa. Con otras mujeres no tuvo tanta suerte, esas que le enviaban miradas asesinas eran, seguramente, las voyous que mencionó Mama Dulcie. A cual más voluptuosa, y Geraldine especialmente amenazante con sus encantadores ojos violeta y la expresión enamorada, Hermione sintió que llegó justo a tiempo. Un poco más que hubiera tardado y perdía al amor de toda su vida. Ese pensamiento aterrador le hizo soltar una exclamación.

-¿Granger…? –dijo Draco y dejó en suspenso la pregunta. Geraldine los miraba sin comprender.

-¿Granger? –preguntó azorada- ¿La llamas por el apellido?

-Y ella a mí –sonrió Draco- aunque cada tanto se nos escapan nuestros nombres. Créeme, tiene más sentido así –le aseguró a una confundida hija de New Orleans.

Hermione no podía apartar sus ojos marrones de los grises de Draco. Las miradas habían quedado encadenadas y viajaban indistintamente atrás y adelante en el tiempo, buscándose en el pasado y yendo más allá, hacia lo soñado, hacia la vida que querían construir. El electrizante e invisible lazo que los unía parecía consistente, imposible de romper o atravesar y Geraldine retrocedió como si hubiera sido empujada por la energía que los envolvía. Se dio cuenta que había dejado de existir para esos dos y se fue sin despedirse. ¿Para qué? No se hubieran percatado de su ausencia.

…oOo…

Hermione quería estar de regreso en Inglaterra para el cumpleaños de Harry, caía un sábado y lo festejarían en el Valle de Godric. Harry y Ginny habían restaurado la casa y repartirían su tiempo entre Grimmauld Place y Godric Hallow.

Mama Dulcie había aceptado trasladarse con ellos a Dorsetshire porque no pudo negarse al último argumento esgrimido por Draco: ¿dejarías sólo en nuestras manos la crianza de nuestros hijos? Reforzado con otro dato aportado al pasar por Hermione, “si no quiere no la presiones, Malfoy, siempre tendrán a Molly”. La mención de la matriarca de los Weasley terminó de mandar al diablo la resistencia de la matrona que a partir de ese momento dedicó todo su ímpetu a preparar la mudanza y a conseguir a alguien que se hiciera cargo de Oak Valley. Finalmente, su sobrina aceptó quedarse con su pequeña familia a la mansión para hacerse cargo de su cuidado.
El día que se fueron, Mama Dulcie se despidió del bayou con cánticos en su lengua cajún y esparciendo aquí y allá la fuerza de su propia magia. La castaña le preguntó a Draco qué hacía y él le contestó que estaba asegurando el lugar, “Mama Dulcie es una bruja también, sólo que su magia es diferente de la nuestra. Ella me ayudaba con las pociones, su magia suplía la mía, el resultado difería un poco pero servía”, le dijo y de paso le aclaró la duda que tenía, porque siempre quiso saber cómo se las arreglaba Malfoy para elaborar los elixires y pociones sin usar la varita, pero entre una cosa y otra, siempre se olvidaba.

Draco también se despidió de la plantación y le agradeció a la bruja del pantano por su visión, porque sin ella no hubiera conocido a su ama-mama, casi la única madre que tuvo en su vida.

-¿A quién le hablas? –preguntó la ex Gryffindor.

-A la bruja del bayou.

-Allí no hay nadie –comentó Hermione esforzando la vista en la bruma que se levantaba del río y que dibujaba fantasmagóricas siluetas sobre su superficie.

-Está allí, te lo aseguro-. Con un último saludo se dio vuelta y caminó con su mujer hacia donde los esperaban Severus y la corpulenta ama de llaves.

Habían decidido aparecerse en un punto cercano al aeropuerto de Los Ángeles. Snape llevaba a Mama Dulcie y Hermione y Draco fueron juntos. Sus maletas y las jaulas con los halcones estaban allí, no se querían arriesgar a perderlos, Axis nunca había viajado tan lejos.

Draco estaba emocionado y la negra no paraba de retorcerse las manos y de blanquear los ojos cada vez que el rubio quería consolarla por la impresión que le causó la aparición. A mitad de camino entre la furia y el desespero, Mama Dulcie amenazaba con quedarse. Iban porfiando a los gritos por el camino hacia la puerta de embarque, ajenos a las miradas espantadas de los viajeros que no entendían ni un poco de la exaltada discusión en cajún. Ni Snape ni Hermione podían creer lo que estaban escuchando, nunca se imaginaron que algún día verían perder la compostura a un Malfoy, ni que sería capaz de mandar siglos de decoro al traste sin darse cuenta, además.
Arreglado el ofuscado inconveniente, subieron el avión que los llevaría a Inglaterra.