miércoles, 14 de julio de 2010

El brujo blanco -11-

Finales de marzo, 2010

La primavera llegó a Oak Valley acompañada de una hembra de halcón peregrino. Mei se había instalado en un roble cerca de la entrada y Axis había enloquecido.

Los chillidos del ave asustaron a Draco que decidió seguirlo para ver a dónde lo llevaba. No tuvo que andar mucho porque de pronto un revuelo de hojas y plumas batalló en el aire. Alzó la mirada y vio a los dos halcones peleando. Eran aves preciosas, majestuosas, inteligentes, certeras y muy veloces. Tuvo miedo de que se hicieran daño y entonces llamó a su halcón, que obedeció con infinito desagrado. Voló hasta el puño descubierto de Draco y no hizo nada por minimizar el rasguño que le provocó con las garras. El rubio sabía que Axis lo hizo a propósito y hubiera jurado que el otro halcón le dirigió una mirada capaz de congelar el infierno. Una sonrisa bailó en la comisura de sus labios recordando a la dueña de una mirada así. Agitó la cabeza para despejarse de esos pensamientos y dedicó el resto de la tarde a convencer al pájaro foráneo a bajarse de la rama que había elegido para instalarse. Axis, ofendido, se perdió en el cielo primaveral, dispuesto a volver cuando tuviera ganas.

-Eres una muchacha –comentó Draco cuando consiguió que Mei bajara y se posara suavemente en su brazo-. ¿Te gusta Axis? A que caíste rendida a los pies del encanto Malfoy – le dijo con aire juguetón.

Mama Dulcie lo miraba desde la galería con una enorme sonrisa. Ella intuía que las cosas estaban por cambiar, lo sentía en los huesos. No sabía cuándo pero sí que era para mejor. Y en vistas a esa certidumbre resolvió que no se entrometería más en las relaciones de Draco y esas muchachas que de un tiempo a esta parte, revoloteaban a su alrededor de forma constante sin que su niño hiciera nada para alejarlas. Ya pronto aparecería su bele y Draco sería feliz. Y con ese alegre pensamiento, entró a la mansión a seguir con sus tareas.

…oOo…

De vuelta en Londres, Hermione se sumergió en una vorágine laboral que la dejaba aturdida y agotada.

Mediaba mayo. Harry y Ginny estaban preocupados y las cartas iban y venían entre ellos y Ron y Luna, buscando una forma de ayudar a la castaña a enfrentar el pasado, asumir el presente y esbozar el futuro.

-¿Sabes qué necesita Hermione? –le preguntó Ginny a su marido y respondió- necesita que el Trío Dorado se reúna otra vez y se esconda bajo la capa a pergeñar una aventura que la obligue a romper cien reglas con la ayuda de sus amigos.

-¿Tú crees? –respondió Harry con escepticismo-. Nada de lo que le dijimos con Ron mientras duró el viaje que hicimos todos juntos sirvió de nada. Está en sus trece, convencida de que todo el mundo le mintió y que Draco ya no la quiere.

-Tú puedes ausentarte del Ministerio unos días, vete a buscar a Ron y llévense a Herms unos días. Solos los tres. Antes de que Theo se decida a volver a luchar por ella.

-No estaría mal –le contestó Harry- al menos Theodore siempre estuvo. Y es un buen hombre. La merece. Y es mi amigo –y con eso quiso dar por zanjado el asunto, pero su bella e imperiosa consorte no lo permitió.

-¡Al demonio con Theo! No lo consiguió en tantos años, no lo va a conseguir ahora.

-No lo sabes – le respondió de mal humor-, tal vez si no nos entrometemos…

-¡Pues yo me voy a entrometer! –anunció decidida la pelirroja. Esa noche Harry Potter durmió muy solo y muy frío.

Ginny esperó pacientemente a que llegara el sábado. Su amiga la estaba aguardando en el departamento que compartieron por algunos años. Le pidió a Hermione que la acompañara a comprarse ropa al negocio de Lavander y Parvati. Habían alcanzado un gran éxito con su tienda de modas que tenía sucursales por toda Inglaterra y las ciudades más importantes de Europa.

-Siempre vas sola –le dijo la castaña tratando de descifrar las verdaderas intenciones de su amiga.

-No te lo pediría si no fuera porque ellas están allí.

-¿Cómo que están allí?

-Dime, Hermione, ¿dónde demonios te compras la ropa?

-Ginny, no digas idioteces, tú sabes que me compro la ropa en el Londres Muggle y las túnicas en el mismo lugar que tú, ese lugar al que me arrastraste después de decidir que mis túnicas eran un completo desastre.

-Bueno, debes admitir que desde que intervine tu vestuario estás muy guapa –dijo con una sonrisita maliciosa.

-Ginny, que no tengo todo el día y la paciencia escasea.

-¡Ja! Paciencia, tú no tienes idea de lo que quiere decir esa palabra…

-¿Cómo puedes decirme eso? –gritó dolida Hermione- cuando eres conciente de que esperé y esperé tanto tiempo.

-Eso no es paciencia, es resignación –afirmó implacable su pecosa amiga-. Y déjame agregar, para tu conocimiento y por si no lo intuías siquiera, que sí, que en parte tienes razón. Draco no te buscó, pero tú tampoco a él. Los dos se conformaron y aceptaron las cosas que sucedieron como si fuera un destino insoslayable. Vaya Merlín a saber por qué estúpidas razones, no vienen al caso y no me interesan. Pero algo es seguro, no hay ni hubo una maldita confabulación que los mantuviera alejados, fueron ustedes mismos, y sus miedos y sus patéticas razones.

Ginny estaba enfurecida y si bien sabía que más tarde se iba a arrepentir del modo en que le dijo las cosas, su arrebato terminó en una brusca desaparición, pero antes de desvanecerse en el aire por completo, le gritó que se metiera su ayuda en el bolsillo, "yo puedo enfrentarme sola a esas arpías".

Extrañamente, esa ira, ese desborde emocional era lo que necesita la leona para despertar del letargo. No tardó cinco minutos en aparecerse en la casa de Harry, pero allí no había nadie. Optó por dirigirse a La Madriguera, seguro estaban allí.

Estaban casi todos los Weasleys, incluido Ron. Finalmente, Harry había meditado las palabras de su esposa y le pidió a su amigo que viniera a Londres para montar el operativo "Salvemos a Hermione de sí misma".

-¿Dónde está Ginny? –preguntó sin siquiera decir buenas tardes.

-¿Dónde dejaste tus modales, Hermione?

-¡Ron! –y corrió a abrazar a su amigo- ¿Qué haces aquí? ¿Y Luna? ¿Y los niños?

-Ginny está en la tienda de Lavander y Parvati –intervino Harry extrañado- suponía que estaban juntas.

Hermione se sonrojó y murmuró algo que sonó a "pensé que era una tonta excusa".

Harry le preguntó si su apasionada, impetuosa e impulsiva esposa estaba muy enojada. Ella le confirmó que más que enojada estaba fúrica.

-Hermione, prepárate a vaciar tu bóveda de Gringotts, porque, te aviso, esta cuenta de ropa la pagas tú.

Y no terminó de decir esas palabras que Ginny apareció en el medio del jardín con más bolsas de las que podía cargar y una expresión que hubiera convertido en piedra a la propia Medusa.

…oOo…

Las noches de Draco se habían convertido en un ciclo de mujeres sin fin, prácticamente ahogado en bourbon y amaneceres sórdidos al lado de voyous a las que no conocía y si las conocía, no le importaban.

Las resacas eran mortales sobretodo porque Mama Dulcie no hacía nada para mejorarlas.

-Tú te lo buscas, tú te lo quitas –le decía enojada y se iba meneando la cabeza. Ella intentaba no sucumbir a la tristeza que le producía ver así a su niño, solo y perdido. Ya estaba empezando a odiar a esa bele que no se dignaba a aparecer.

Estaba tan distraída que se llevó un susto de muerte cuando vio salir de la chimenea a Snape. Ni bien controló el síncope, lo encaró enérgica:

-¡A poco que llega! ¿Sabe lo que hizo en este tiempo? Emborracharse hasta la inconciencia. Y andar de voyou en voyou. Sin cuidarse, estoy segura. Vaya Dios a saber qué enfermedad se va agarrar si sigue así.

Ver a semejante matrona alterada es un espectáculo que puede dejar sin habla al más mentado. Y Severus no fue la excepción.

-Ande, vaya, está tirado ahí afuera, en la galería. Haga su magia para despertarlo. Si es que puede –agregó.

El hombre se llevó su imponente presencia a donde la mujer le había indicado. Lo vio desparramado en un amplio sillón de teca, gris y ojeroso.

Lo sacudió con fuerza y Draco abrió un ojo:

-¡Vete! –graznó. Y el aliento ácido llegó hasta la nariz de Snape que la arrugó disgustado.

-Estás ebrio.

Draco intentó moverse pero al hacerlo sintió que miles de agujas perforaban esos pozos profundos y sin vida que alguna vez habían sido sus ojos. Dejó de intentarlo y murmuró, "apaga la maldita luz".

-Soy un excelente mago, el mejor después de Dumbledore, pero no puedo apagar el sol. ¡Levántate! –ordenó- das asco.

-Vete, no te necesito –pronunció con la cadencia típica de los borrachos, y soltó una risita. Pero hizo acopio de toda su fuerza y se levantó. Su alta y elegante figura se elevó y quiso dar un paso pero se derrumbó soltando más risitas tontas. Su mentor lo atrapó antes de que se diera contra el piso de madera. Lo hizo levitar hasta su dormitorio. Le dio una poción para la resaca y lo dejó dormir a su aire hasta que se recuperara.

Al día siguiente, Draco se despertó preguntándose cómo había llegado allí. Desde que se permitió recuperar el tiempo perdido perdiéndose entre las piernas de mujeres bien dispuestas que SÍ querían estar con él, Mama Dulcie no movía un dedo para ayudarlo a llegar a su recámara. Lo dejaba allí donde se desplomaba. A veces, si estaba de buen humor y la noche fresca, lo tapaba con una manta, pero nada más.

De a poco fue recordando, un hombre, una nariz ganchuda, magia, poción para la resaca, Snape.

Se adentró en la cocina con gesto avergonzado. Que su maestro, casi un padre, lo haya visto así más las cosas que debía haber pregonado su ama-mama… Tendría que pedirle disculpas a ella también.

Desayunaron en silencio. De a poco, Mama Dulcie fue cambiando la expresión de enojo por otra de ternura y preocupación. Hasta que no se aguantó más y lo abrazó fuerte, murmurando en cajún palabras de cariño y protección.

Cuando terminaron salieron al parque y caminaron por un sendero hasta la ribera del río. Se sentaron en un pequeño muelle mirando el curso de agua que plateaba bajo el sol. El hombre mayor rompió el silencio:

-¿Qué te pasó?

Draco tardó unos instantes en contestar. Buscaba dentro de sí las términos precisos. Porque estaba cansado de sentir lástima de sí mismo, de sentir que no era dueño de su propia vida. Y las palabras surgieron a borbotones, le contó de la sensación de profunda soledad que lo embargó cuando él volvió a Inglaterra; que su presencia si bien representó una alegría, le hizo recordar todo lo que alguna vez soñó con tener; que le trajo la memoria de ese año compartido con Granger, del dolor que sintió al saber que se había casado con Theo, pero al mismo tiempo feliz porque tenía dos preciosos niños…

Snape lo miraba estupefacto. No podía articular palabra de la impresión. ¿De dónde había sacado su muchacho semejante mentira? Lo dejó hablar y hablar sin interrumpirlo hasta que depuró su alma rota.

Cuando terminó de exteriorizar todos y cada uno de sus pensamientos, levantó la mirada y la fijó en su amigo.

Estaba a punto de opinar, de contestar cada duda, de reparar cada error cuando un ave rapaz revoloteó por encima de sus cabezas, chillando de manera perentoria.

-Deberías educar a tu halcón, Draco –señaló malhumorado por la interrupción. Draco se levantó de un salto y le pidió que lo siguiera.

El ave volaba despacio, guiándolos hacia el centro de un bosquecito cercano a la mansión. Los condujo al árbol en que habían construido su nido. En la rama más alta estaba Mei con sus pichones recién salidos del cascarón.

Magos al fin, llegaron en un momento al sitio indicado por el halcón. Axis frotó su pico contra el de su hembra y rascó con su garra la mano de Draco. Vislumbró que su ave quería que tocara a su cría. Eran tres horribles pichones pelados que tardarían meses en emplumar, pero Malfoy los contempló con cariño.

Si la mirada de Draco encerraba cariño, la de Snape brillaba del más puro asombro. Él conocía a la hembra y Mei, con un suave sonido, lo reconoció a él.

-¿Cómo llegó aquí? –preguntó con cautela.

-Y eso que importancia tiene –rebatió el brujo más joven que no entendía ni el tono ni el porqué de la pregunta.

-Contéstame.

Draco odiaba el tono seco e imperativo que Snape le imprimía a sus palabras cuando quería una respuesta rápida.

-Llegó volando.

-No te hagas el gracioso.

-Tú me preguntaste cómo y yo te respondí –dijo risueño y más serio, añadió-: no sé cómo; un buen día llegó aquí, tal vez se perdió o tal vez encontró a Axis. De hecho, me di cuenta que estaba aquí porque mi halcón se puso loco cuando la vio. Batallaron en el aire. No sé por qué pero ella me recordó desde el primer momento a Hermione. Tiene la misma mirada pavorosa que utiliza cuando quiere mandarte a callar y lo logra.

En el momento en Draco pronunció el nombre tan querido, Mei chilló.

-¿Cuándo?

-Cuándo qué.

-Cuando llegó.

-¡Ah! creo que a mediados de marzo.

-Me tengo que ir.

-Pero si recién llegas, por Merlín.

-Volveré para tu cumpleaños. No falta tanto.

…oOo…

"Estos malditos viajes van a lograr lo que no logró Voldemort, van a matarme. Condenado muchacho", rumiaba Snape mientras se apuraba todo lo que podía para llegar a Londres. Debía hablar con Hermione.

Llegó a su departamento y no la encontró. Frustrado, pateó la puerta. "Piensa, piensa", se dijo, "¿dónde puede estar un sábado por la tarde?".

Severus Snape apareció en La Madriguera en la mitad de una comida al aire libre. Todos lo saludaron con alegría, como si estuvieran esperándolo. Buscó a Hermione y la vio en un rincón del jardín hablando con Ginny. Se dirigió a ella con pasos largos y elásticos. Ese hombre no perdía la apostura bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, el cansancio se le notaba en los ojos.

-¡Severus! –exclamó Hermione- ¿Qué haces aquí?

-Vine a reparar un desencuentro.

-Si es por Draco, despreocúpate. Voy a ir. Necesito verlo, saber, para continuar. Si sigo así, en una pausa permanente, voy a enloquecer –le informó serena.

-¿Lo sigues queriendo? ¿Aún después de todos estos años, de todas las experiencias, de la distancia que impuso? ¿Aún cuando tú no moviste cielo y tierra para encontrarlo?

-Él tampoco –contestó entristecida.

-Él tuvo razones –retrucó.

-¿Mejores que las mías?

-Touché. Pero con esa actitud no vas a ningún lado, Hermione –repuso con un dejo de pesar-. Si cuando se encuentren sólo van a terminar reprochándose, no vale la pena.

-Tú viniste a decirme algo –tanteó la castaña.

-…

-Dime lo que sabes, Severus –le rogó suavizando el tono.

Ya había caído la noche cuando Snape se fue, dejando a Hermione absorta y embelesada. Las palabras de su ex profesor calaron hondo en la castaña. Los hechos, por fin revelados, le trajeron cierto sosiego. Es verdad que el tiempo perdido no podría recuperarse, pero todavía eran jóvenes y tenían mucho tiempo por delante. No iba a dejar que los resentimientos y los malos entendidos se siguieran interponiendo entre ellos.

El brujo blanco -10-

Tan lejos y tan cerca

El equinoccio de primavera ya había pasado y Hermione continuaba en Rumania. Su sentido de la responsabilidad y la lealtad a sus amigos eran señales que la distinguían y hasta que no terminara con lo que se había propuesto no se iría.

A los pocos días de la recuperación de Ron, se les unió Snape. Los dos elaboraron un elixir regenerador de las funciones renales afectadas por venenos. Decidieron ir más allá y combinaron en un solo elixir venenos de origen vegetal, animal y mineral, que comprometían a tres lugares del cuerpo (riñones, hígado y corazón) y lo patentaron como Elixir CorporisTrifariam.

Severus creyó que luego de ese éxito contundente y fulminante, su joven socia daría por terminada su estadía y partiría a reunirse con Draco. De hecho, le anunció que ya tenía todo listo para que volvieran juntos a Inglaterra. Sin embargo, Hermione decidió quedarse unos días más. Deseaba disfrutar de sus amigos ahora que Ron había recuperado la salud. Pronto se les unirían Ginny y Harry y planeaban recorrer el curso del Danubio desde Galati hasta Baviera.

-¿Qué vas a hacer con Draco? Y ni se te ocurra decirme que no sabes de qué estoy hablando, Granger, porque sé perfectamente que tuviste que darte cuenta.

El tono de su ex profesor la asustó como en sus mejores épocas escolares. Y esclava de su instinto, escupió la verdad:

-No lo sé. No sé qué voy a hacer con Draco. Vine hasta aquí a despedirme de Ron y Luna, pasar unos días con mi ahijado e irme a New Orleans. Pero todo lo que pasó…me agobió y me absorbió por completo.

-Te comprendo, pero ya pasó. Ya todo está bajo control. Nada te detiene aquí –aseguró taladrándola con sus ojos negros como el ónix.

-Tengo miedo –confesó con la cabeza gacha. Las manos hechas un nudo de tan nerviosa y abatida que estaba.

-¡Por las barbas de Merlín, Hermione! ¿Miedo de qué? ¿A qué?

-Pasaron…¿cuánto? ¿seis años? ¿siete? En mi mundo eso es una vida. Él bien pudo haber rearmado su historia, tener una hermosa familia, una mujer a la cual amar y que lo ame…

Severus rompió el aire con una carcajada amarga.

-Esto es mi culpa –afirmó-. Debería habértelo dicho hace años.

Hermione lo miró sin comprender.

-Siempre supe dónde estaba Draco –musitó.

La castaña sintió que un maremágnum de sensaciones, dolorosas, crueles, le despedazaba el alma. Corrió hacia Snape con los puños cerrados y le golpeó el pecho una y otra vez mientras él la dejaba hacer hasta que, finalmente, cuando ya sin fuerzas comenzó a deslizarse, la sostuvo y la abrazó. Le acariciaba el pelo y le susurraba palabras de afecto. Hermione era lo más parecido a una hija que podía tener y Draco lo mismo. Y en ese momento la culpa hizo mella en él.

-Por qué, por qué, por qué no me lo mencionaste –repetía sin cesar.

-Evidentemente, me equivoqué. Cuando a Draco le devolvieron la varita yo no supe hasta que fue tarde, que había resuelto marcharse de Inglaterra. Luego, pensé que tomó la decisión correcta. Había ideas, sentimientos, sensaciones que debía analizar, descartar, madurar. Sinceramente, supuse que una vez terminado ese proceso volvería.

-Pero no lo hizo –intervino tajante.

-No. Olvidé que, a veces, el dolor es tan intenso que no nos da respiro y hacemos lo que podemos con él –adujo mirándola con la vista nublada por recuerdos antiguos-. Lo vigilé sin que él lo notara –continuó-y los años fueron pasando casi sin advertirlo… Tú… Al principio te mostraste tan compuesta, tan en tu centro, tan inquebrantable, tan Granger que creí que lo habías superado. Mucho tiempo después, la forma en que elegiste vivir tu vida consiguió que captara la esencia de todo esto.

-Sigo sin comprender –insistió Hermione.

-Cuando por fin reconocí que ustedes dos estaban juntos sin saberlo, creí que había llegado el momento de intervenir. Al paso que íbamos, parecía que Draco nunca más iba a volver a hacer magia. Entonces aproveché la oportunidad que me brindaba la muerte de sus padres. Una noticia tan espantosa por las circunstancias que rodearon esas muertes ameritaba mi presencia. El día que llegó la lechuza, fue también el día que en Draco hizo magia de manera accidental. Si yo me di cuenta, tú también. Concluí que irías a él tan pronto pudieras. –Snape se paseaba de un lado a otro, echándole furtivas miradas, nervioso y ceñudo-.

Hermione y Severus sostuvieron una larga charla en la que intercambiaron ideas y reproches a partes iguales. Agotados de argumentar y discutir palmo a palmo por cada palabra dicha, tomaron una decisión. Él volvería al colegio. Ella a Londres luego del paseo. "No lo pienso suspender", vociferó, "al fin y al cabo él también podría haberme buscado antes, él sabía dónde encontrarme, aquí la única que permaneció ignorante de todo fui yo". Snape sabía que en parte tenía razón, pero temía que la leona se dejara llevar por el orgullo Gryffindor que la estaba atenazando y sumado a su probada terquedad, las consecuencias serían nefastas para ambos. Sabiendo que no podría conseguir más nada, al menos de momento, se marchó no sin antes decirle algo que la dejó estática y muda:

-Eres como una hija para mí y él también –le dijo acariciando levemente su mejilla-. Les fallé a los dos sacando conclusiones apresuradas, interpretando arbitrariamente los hechos, pero están a tiempo de encontrarse y construir la felicidad que ambos se merecen –dicho esto, se dio vuelta dejándola envuelta en un silencio pasmado que disfrutó enormemente. No siempre alguien conseguía callar a la más digna representante de Gryffindor.

El brujo blanco -9-

El Director del Hospital Mágico Carol I de Bucarest no cabía en sí de gozo. La renombrada especialista en pociones y Jefa del Departamento de Inefables del Ministerio de la Magia de Gran Bretaña, estaba allí, en su hospital.

-… por supuesto, contará con lo que necesite, estaremos a su disposición.

Lo primero que hizo ni bien llegó a Bucarest, aún antes de buscar dónde alojarse, fue visitar a su amigo. Ron se debatía entre la vida y la muerte. Y nadie sabía por qué. Las heridas que le produjo la colacuerno habían sido graves pero ya estaban casi curadas. Los huesos rotos se habían regenerado y en la cara apenas si le habían quedado unas delgadas cicatrices que desaparecerían con el tiempo. Sin embargo la taquicardia seguía aumentando, sus labios estaban cada vez más azules, tenía las pupilas dilatadas, calambres…todo indicaba que en su cuerpo obraba un veneno. Pero ¿cuál? Y por el aspecto del pelirrojo, no tenía demasiado tiempo para averiguarlo.

Hermione no era sanadora, pero era bioquímica. Ante la mirada atenta de los medimagos que estaban atendiendo a Ron, descubrió su brazo, buscó una vena y le sacó sangre. Pidió un laboratorio donde pudiera trabajar sola y sin interrupciones y se dispuso a hacer todos los análisis mágicos y muggles que se le vinieron a la mente.

La leona sentía que las horas se estiraban en minutos eternos y la espera la ponía frenética. Cuando por fin obtuvo los primeros resultados, se decepcionó un poco, esperaba más. Efectivamente, había un veneno circulando por las venas de su amigo. Todavía ignoraba cuál. Aunque sabía que no provenía de un ofidio. Era algo.

Salió del laboratorio y habló nuevamente con los sanadores. Les pidió detalles. Cómo eran las heridas, en qué parte específica del cuerpo se hallaban, si vieron algo que les llamara la atención. Nada. Decidió examinar ella misma a su amigo. Concienzudamente recorrió cada centímetro de piel pecosa y gris, conteniendo las lágrimas al ver a su queridísimo amigo en ese estado. Y finalmente halló algo, una marca que no terminaba de sanar, en el pliegue que se formaba en la axila, tapada por el vello. Llamó a los medimagos y les mostró lo que había descubierto. Lo examinaron y encontraron una astilla gruesa de madera y el rastro de una hoja del mismo árbol.

Hermione se llevó la astilla para analizarla. Era madera de tejo. Altamente venenosa, mortal si entraba en el torrente sanguíneo y no se aplicaba de inmediato un antídoto.

Salió corriendo hacia la habitación donde estaba Ronald. Luna ya había llegado y también Harry. No tuvo tiempo de saludarlos. Gritó pidiendo un bezoar, esperaba que la ingesta de la piedra le diera tiempo a preparar el antídoto y salió disparada otra vez al laboratorio. Luna se quedó anonadada, pero luego se concentró otra vez en su esposo.

Harry corrió atrás de la castaña.

-Pedí que no me molesten –gritó la chica.

-Soy yo, tranquila Hermione –replicó Harry-, ¿qué sucede, qué tiene Ron?

-Está envenenado con tejo. Cuando el dragón hembra lo atacó y lo arrojó lejos debe haber caído sobre uno. No está muerto todavía porque es él, es Ron, tozudo como pocos y fuerte, gracias a Morgana que es fuerte. Nunca más lo retaré por su forma de comer –dijo entre lágrimas Hermione. Mientras manipulaba distintos objetos con el fin de preparar en antídoto.

Harry la dejó trabajar en silencio. Siempre admiró la capacidad de Hermione para trabajar bajo presión. Él le debía la vida a sus amigos, pero especialmente, a ella. Y ahora Ron también. Se encargaría de que Hermione se marchara ni bien Ronald saliera de la crisis. Merecía encontrar a Draco, saber qué fue de él y averiguar si podían tener una vida juntos.

Antes de que el contraveneno estuviera listo, se abocó a la elaboración de una poción estimulante cardíaca, distinta a la tradicional. La situación era extrema, por lo tanto, precisaba soluciones concluyentes. Su cerebro se afanaba a una velocidad descomunal buscando los ingredientes necesarios para mejorar la fórmula, rehacer las combinaciones, hallar los movimientos precisos para hacerla más efectiva. Cuando la terminó se la dio a Harry para que se la llevara a los medimagos con precisas instrucciones de administración.

Cuando Harry volvió esperaba encontrarla descansando. Pero no, seguía allí esforzándose sobre el caldero. Transpirada, agotada y con el pelo absolutamente enmarañado. No la veía así desde Hogwarts y un ramalazo de ternura lo hizo estremecer. Se acercó por detrás y la abrazó.

-Basta, Hermione. Descansa –la urgió.

-No puedo Harry.

-Sí puedes, Ron está mejor. Ve a comprobarlo por ti misma.

Los dos amigos corrieron por el pasillo y entraron a la habitación. Luna se arrojó a los brazos de Hermione y la abrazó con tanta fuerza que casi la asfixia. "Gracias, gracias, gracias", repetía sin cesar.

Hermione se soltó del abrazo de Luna y fue hacia Ron. Lo recorrió con la mirada, tocó su piel para comprobar su textura, buscó la herida provocada por la astilla, ya no estaba. Los labios de Ron habían recuperado el color rosáceo, sus pecas resaltaban, su respiración acompasada y la falta de calambres le indicaban que lo peor había pasado. Su amigo viviría. Le acarició la mejilla y le dio un beso en la frente. Con una cansada sonrisa de satisfacción, anunció:

-Bueno, ahora que Ronnie está mejor, volveré al laboratorio.

-Eso sí que no –sentenció Harry- te vas directo al hotel. Debes descansar. No tienes ni idea de cuántas horas han pasado ¿no?

La Inefable lo miró confundida.

-Veintisiete horas, Hermione.

-Pero, tú no entiendes Harry –protestó.

-En este momento lo único que entiendo es que tú tienes que descansar. No me obligues a llevarte a la rastra, Hermione.

-Harry tiene razón –terció Luna y Charlie apoyó con un gesto las palabras-. Has hecho todo lo pudiste y más, salvaste a mi marido no me alcanzará la vida para agradecerte. Debes descansar.

-Es mi amigo, Luna, no iba a dejarlo morir si podía evitarlo –dijo otra vez al borde de las lágrimas.

-Y porque somos amigos es que queremos que descanses.

-No tengo hotel –comentó.

-Te alojas en el mismo que yo. Ginny está por llegar, tu habitación es la contigua a la nuestra. La 233. Vamos juntos, a-ho-ra –finalizó amenazante.

-Está bien –concedió- pero descansaré unas horas y volveré, tengo que trabajar en otra poción. Luna, dile a los sanadores que chequeen la función renal y el hígado. Pueden quedar secuelas, por eso es que tengo que volver, las pociones para los riñones son efectivas pero no hay ninguna específica para daños provocados por venenos. No sé cómo se nos pasó por alto esto a Severus y a mí –exclamó asombrada.

-Genio y figura hasta el final –esas fueron las primeras palabras, débiles, roncas y desafinadas, de Ron.

-¡Ronald! –gritó la castaña y sin darle tiempo a Luna, se abalanzó sobre su amigo y le llenó de besos el rostro pecoso.

-Luna, sácame a esta loca de encima –pidió Ron entre risas extenuadas y con gemidos de molestia, pero aún así, contento-. Gracias por salvarme la vida –agregó ya serio y con los ojos humedecidos dirigiéndose a Hermione-, gracias.

-Gracias a ti por no rendirte –le contestó.

Harry y ella salieron del Hospital. El moreno la llevaba abrazada por los hombros y ambos miraban la pintoresca Bucarest de camino al hotel.

Hermione durmió casi dos días seguidos. Cuando se despertó estaba desorientada. Se levantó y empezó a recordar. Sonrió. El estómago rugió de hambre pero decidió darse un reparador baño primero. Llenó la bañera a la temperatura justa, le agregó aceites de gardenia y sándalo y se hundió en el agua dispuesta a dejar que sus sentimientos vagaran lejos de allí. Se preguntó, con los ojos cerrados y una sonrisa bailando en la comisura de su boca, si la fuerza de sus emociones llegarían hasta él.

El brujo blanco -8-

Hermione llegó a Brasov, esa preciosa ciudad medieval en la región de Valaquia, y decidió caminar la distancia que la separaba de la encantadora casita de piedra y madera donde vivían Ron, Luna y los niños. Llegó para el festejo de la "Dragobete", un 24 de febrero, el día autóctono de los enamorados.

Una oleada de nostalgia la hizo estremecer y se toco los labios recordando el único beso que compartió con su pálida serpiente.

Al cabo de media hora se adentró por el sendero que conducía a la puerta de entrada. Enmarcada en un paisaje de ensueño, Hermione siguió avanzando y antes de que pudiera tocar a la puerta ésta se abrió y salieron los diablillos al grito de "tía Herm, tía Herm".

Ron estaba en la reserva de dragones y Luna la esperaba con una taza de café aromatizado con vainilla, un vasito de tuica y una deliciosa tarta de jengibre y baclava, un dulce típico de la zona. Los aromas de la cocina sumados a la cálida bienvenida hicieron que Hermione se pusiera a llorar abrazada a su querida Luna que le daba palmaditas cariñosas en la espalda mientras susurraba cosas fantásticas acerca de la influencia de las vibraciones vampíricas en la región, culpables, según ella de sus sentidos exacerbados. Logró hacerla reír y con eso se dio por satisfecha.

Hermione se deleitaba en la tibieza del hogar que Luna y Ron habían creado cuando de pronto se echó a reír. Había visto un pergamino colgado en la pared que decía:

Mulţumescu-ţi ţie Doamne

c-am mâncat şi iar mi-e foame

Y debajo la traducción:

Gracias mi Señor

por haber comido y por seguir teniendo hambre

La risa de la ex Gryffindor atrajo la atención de su rubia amiga que cuando descubrió el motivo de su alegría, comentó:

-Aquí en Rumania el tema de la comida es importante, hay cantidad de proverbios y dichos referidos al tema. Debe haber sido por eso que Ronnie se enamoró de este lugar –dijo sonriendo-, al fin y al cabo, a él le aplica este otro, escucha:

-Dragostea trece prin stomac, que quiere decir "el amor pasa a través del estómago".

Rieron hasta que les saltaron lágrimas de los ojos. Cuando pudieron parar, Hermione se dirigió a la habitación que le había preparado para acomodar sus cosas. Descansó un rato y luego tomó un baño.

Un rato después, Luna trajinaba lavando los trastos y Hermione revolvía su tercera taza de café con una cucharita con mango de dragón, absorta en las ondas que se dibujaban en la superficie del oscuro líquido. Los niños estaban afuera jugando con cosas que sólo ellos veían.

-Amiga, –la llamó la rubia tocándole levemente el hombro para atraer su atención- soy toda oídos.

-Encontré a Draco –le dijo mirándola directamente a los ojos. Hermione se había dado cuenta, hace mucho, que Luna parecía saber cosas que los demás ni siquiera alcanzaban a intuir; y quería ver la reacción de su extraña amiga-. Está en New Orleans. Lo descubrí gracias a…

-Si, ya sé.

-¿Ya sabes?

-Claro, tú misma me lo explicaste –la miró extrañada- el hechizo que tú inventaste, ese en el que estuviste trabando tan duro cuando volvimos a Hogwarts luego de la guerra.

-¡Ah! Cierto, te lo había comentado…

-¿Hay cierta decepción en tu voz o sólo me parece?

-Es que esperaba una de tus revelaciones –admitió Hermione ruborizada.

-¿Qué hiciste con Mei? –le preguntó. El cambio abrupto de tema desconcertó a la castaña.

-La envié con Draco, como el viaje es largo pensé que llegaríamos casi juntas… No sé cuántos días me quedaré aquí.

Los ojos de Luna, de un pálido azul refulgieron y su mirada se tornó difusa. Parpadeó un par de veces y comentó que tendría que haber traído consigo a su hembra de halcón peregrino.

-Llegará con él antes que tú. Algo te retendrá aquí –añadió sin darle tiempo a preguntar qué quiso decir.

-¿Qué…?

-Mmh… no lo sé, Hermione, no lo sé.

El resto del día transcurrió entre risas, anécdotas de los niños, y paseo por los alrededores.

Al caer la tarde volvieron a la casa. El frío los hizo correr en busca de la protección del calor del hogar.

Una vez adentro, Hermione se dedicó a perseguir a su ahijado Elliot y a su hermana Druscilla para llevarlos a la tina y darles un buen baño, caliente y relajante mientras le contaba historias de princesas y dragones.

Luego de cenar, hizo que se lavaran los dientes, los acostó y les leyó un cuento. No lo terminó que ya estaban dormidos. Apagó la luz, y salió entornando la puerta.

Bajaba por la escalera cuando oyó una exclamación de Luna seguida de unos fuertes sollozos. Bajó corriendo el tramo que faltaba y salió disparada hacia la puerta de entrada. Allí estaba Charlie, tan fuerte y sólido como lo recordaba, abrazando a Luna. Un rayo de comprensión atravesó su mente. "No, no, no –gritaba interiormente-que nada le haya pasado a Ron".

Como pudo separó a Luna de Charlie y los tres se dirigieron a la cómoda sala de estar. Luna se arrebujó contra Hermione que le acariciaba los suaves cabellos rubios mientras miraba al hermano de Ron en busca de una explicación a la vez que luchaba por retener las lágrimas.

-No sé muy bien cómo sucedió. Yo estaba con mi grupo en otra parcela tratando de controlar a unos dragones chinos particularmente agresivos. Ron estaba en la cueva de un colacuerno húngaro cuyos huevos estaban por abrirse. La madre tenía una garra lastimada y él iba a curarla. Ron estaba acompañado por Ioan Lovinescu. Ellos dos solos porque lo que tenían que hacer no era arriesgado y esa hembra era una de las más domesticadas. Ioan siempre bromeaba y decía que estaba "bajo el embrujo Weasley" –explicó Charlie.

Pero Hermione estaba ansiosa y toda esa maraña de palabras no se acercaba a lo que ella necesitaba oír. Con un gesto desdeñoso apuró al hermano de su amigo para que fuera al meollo del asunto.

-Lo único que puedo decirte es que gracias a Merlín, Ioan demostró unos reflejos increíbles y pudo lanzar un absolutus protego gracias al cual no lo mató en el acto; pero las heridas son graves. Está en un coma inducido para que los sanadores puedan trabajar sin arriesgar todavía más sus funciones vitales.

-¿Dónde está? –preguntó sin un rastro de debilidad. La leona en ella había surgido en todo su esplendor.

-En el Hospital Mágico Carol I, en Bucarest. Pero, ¿qué es lo que piensas hacer?

-Charlie, ¿te olvidas quién soy? Inefable y experta en pociones, si no saco a Ron de ésta dejo de llamarme Hermione Granger. Cuando Luna despierte dile que tenía razón. Mi estancia aquí no será breve. –Y dicho esto desapareció con un plop rumbo a Bucarest.

…oOo…

Los días pasaban y Granger no aparecía. Snape parecía un león enjaulado. Draco no sabía qué le pasaba a ese hombre que representaba lo más parecido a un padre que alguna vez tuvo.

La conversación que tuvo con su ex pupilo fue larga, por momentos tormentosa y finalmente, liberadora, porque si bien al principio Draco se enfureció cuando se enteró del hechizo que portaba, terminó comprendiendo los motivos de Hermione y Severus.

También se enojó cuando supo que el ministro faltó a su palabra al revelarle a Snape su paradero. Pero, como Severus le señaló, reconoció que le había pedido demasiado a un hombre que desde el vamos estuvo dispuesto a ayudarlo, así que pedirle silencio absoluto era como solicitarle que lo dejara a la deriva.

Lo que el actual director de Hogwarts le ocultó, y en vista de los días transcurridos se felicitó por haberlo hecho, es que, desde el momento en que él realizó magia –aunque fuera involuntaria-, Hermione sabía perfectamente dónde se hallaba.

Eso era lo que lo tenía a maltraer y con un humor de perro pulgoso.

Una tarde en la que estaban guardando en sus respectivos viales las distintas pociones que habían elaborado, Draco abordó a su amigo, dispuesto a sonsacarle qué era lo que lo tenía tan impaciente y ceñudo.

-Nada, Draco. Lo que sucede es que tengo que volver a Hogwarts, no puedo permanecer más tiempo aquí. Fuiste testigo de mis conversaciones con Longbottom y Flitwick.

-En las que te decían que todo estaba en orden – subrayó Draco.

-Sí, sí –contestó distraídamente- lo que quieras, pero debo volver. Y al mismo tiempo me quiero quedar porque…

-¿Porqué…? –lo apremió.

-… Acompañarte me parece un buen motivo –declaró.

Draco no quedó convencido con esa aseveración pero decidió no insistir, no lograría nada con ello. Dispuesto a disfrutar de la compañía de su ex profesor, dedicó el tiempo restante a ponerse al día con todo lo relacionado con el mundo mágico. Salvo el ítem Granger, hablaron de todo.

Si la añoranza ganó el corazón de Draco, lo ocultó lo suficientemente bien. Al fin y al cabo, había construido una vida bastante agradable en New Orleans. Casi buena. Allí se sentía necesario. Tenía su mansión, venida a menos es cierto, pero suya; a Mama Dulcie, a su halcón y algunas personas que superaban la categoría de conocidos sin llegar a ser amigos.

A principios de marzo, el ex espía de la orden del Fénix abandonó Oak Alley pero no para dirigirse a Escocia, tal como le había dicho a Draco; primero tenía unos asuntos impostergables en Londres, debía averiguar dónde diablos se había metido esa mocosa inconciente. Hermione Granger debía prepararse para una filípica de proporciones bíblicas.

Se despidió con pesar y prometió que vendría a visitarlo cada vez que se le presentara la ocasión. Aunque también lo conminó a viajar a Inglaterra, "no puedes actuar como un desterrado toda la vida", le espetó. Dicho esto, tomó el peine que había convertido en traslador y con el típico tirón en el estómago, desapareció de la vista de Draco.

Un gran vacío se instaló en el pecho de Draco. Y recordó el día que abandonó Inglaterra para instalarse en su nuevo hogar. Llegó al aeropuerto con dos valijas y un bolso de mano. Solo en una multitud. Varias personas lo golpearon en su apuro y mascullaron una disculpa. Draco sintió que todo giraba a su alrededor. Nadie despidiéndose de él. Y las consecuencias de su vida pasada, de las elecciones que lo llevaron a ese punto crucial de su vida le cayeron encima con el peso de una lápida. Por primera vez se dio cuenta de la realidad, estaba solo en el mundo. Solo.

…oOo…

Severus iba de un lado a otro, sin parar, bajo la mirada imperturbable de Kingsley Shacklebolt. Refunfuñaba y le lanzaba miradas airadas hasta que finalmente lo increpó:

-¿Cómo se te ocurre darle permiso para irse sin ponerlo antes en mi conocimiento?

-Soy el Ministro, Snape, no tengo que informarte qué decisiones tomo en relación al personal que tengo a mi cargo. Hermione me pidió permiso para tomarse vacaciones. Le debíamos muchos días, decidió tomarlos. Estaba en su derecho. Pese a todo le pregunté el motivo de tan intempestivo pedido… –antes de que pudiera continuar, Snape lo interrumpió. La palabra intempestivo le gustó.

-¿Y cuando fue eso? –preguntó casi con una sonrisa. Shacklebolt lo miró confundido pero respondió.

-…el 17 de febrero, creo. Llegó tarde al ministerio, eso me llamó la atención. Arregló un par de cosas y se vino derecho a verme.

-¿Cómo estaba?¿Te dijo a dónde iría?

-Se la veía alterada, ansiosa. Cuando le pregunté qué le pasaba, me dijo que tenía que arreglar unas cuestiones muy personales. Después, agregó que en principio pasaría por Rumania. Yo no necesito saber más detalles. No tenía la obligación de hacer una enumeración de los hitos de su viaje. ¡Por Merlín, Snape, es una bruja adulta y yo no soy su padre! –casi chilló el ministro.

-Entiendo, entiendo –Snape estaba ensimismado, el entrecejo fruncido y paseando otra vez por el despacho-. Fue a Rumania, seguro a ver a los Weasleys –murmuraba-. A despedirse, claro y de allí a … Pero tuvo tiempo de llegar mientras yo todavía permanecía en el lugar…

Kingsley estaba en un dilema, no sabía si debía llevar al héroe de la Segunda Guerra a San Mungo para internarlo en el piso de los que han perdido la razón de manera irrecuperable o darle un golpe en la nuca para que dejara de ondear su túnica al ritmo de su frenético andar por su despacho, porque si seguía así iba a hacer una agujero en la alfombra.

-¡Deja de murmurar de una maldita vez y dime qué demonios sucede! –Kingsley había perdido los papeles por completo.

-Hermione encontró a Draco –informó con el esbozo de una sonrisa.

El moreno se desplomó en su sillón.

-¿Sabes? –le dijo- ya estoy viejo para estos trotes. Es hora de que deje mi cargo. Theo Nott será mi sucesor. ¿Cómo lo ves?

-Excelente, –contestó de inmediato el Director de Hogwarts- excelente elección. Ese muchacho hará un buen trabajo. Un placer hablar contigo –afirmó contento y sin más se marchó.

Cuando salió de allí fue hasta la oficina de Potter. Tuvo que esperarlo porque estaba en una reunión.

-¡Profesor! –exclamó Harry cuando lo vio. Y se dirigió a él con una gran sonrisa y lo abrazó. Severus nunca iba a terminar de acostumbrarse a la expresividad del hijo de Lily, pero era bienvenida para un viejo Slytherin solitario y mañoso como él.

-Me enteré de que dejaste el colegio por unos días. Espero que encuentres todo en orden. Sé que Neville ha hecho un buen trabajo sustituyéndote.

Si las cosas no hubieran cambiado en el mundo mágico, ese comentario de Harry sólo podría ser expresado en un universo alterno. Pero no. Era aquí y ahora, en marzo del año 2010.

-No vengo a hablar de eso, Harry –apuntó Snape- quiero saber dónde está Hermione. Y por qué no está con Draco.

-Teníamos previsto hablar contigo, pero te habías esfumado. En serio –le dijo con la misma cara de culpa que tenía en Hogwarts cuando era un estudiante y se olvidaba de hacer una tarea-, estaba en la lista –añadió presuroso al ver como relampagueaban los ojos de su ex profesor.

-¿Qué lista?

Y Harry Potter, el niño que vivió, se sentó y empezó a contarle.

El brujo blanco -7-

Londres, 17 de febrero de 2010

En Londres, Hermione estaba presa de la emoción. Desde el momento en que la magia de Draco activó el sistema de rastreo, un caos de sensaciones la comenzó a sacudir de la cabeza a los pies impidiéndole pensar con claridad.

"Lo encontré, por Merlín, lo encontré", balbuceaba, mitad en susurros, mitad a gritos ahogados en sollozos. Al poco tiempo estaba ahogándose. Se obligó a serenarse. Se sentó en una preciosa butaca de cuero marrón oscuro y se concentró en las llamas. "Vamos, Hermione, respira. Eso es, respira", se decía a sí misma una y otra vez. Cuando logró recuperar el ritmo de su respiración y el corazón dejó de saltarse un latido, se abocó a la tarea de planificar los pasos a seguir. Todavía estaba muy alterada y por eso necesita pensar primero. Si se largaba a hacer directamente se embrollaría de pura euforia.

Cerró los ojos e hizo una lista mental:

Hacer las maletas.

Llamar al Ministerio para pedir permiso para hacer un traslador.

"No. No, iré en avión. Tal vez necesite esas horas que separan Londres de New Orleans".

Hablar con Ginny para que se ocupen de sus plantas y de Erasmus. (Su gato-kneazzle, nieto de Croockshanks).

"¿Qué haré con Mei?"

Averiguar si hay vuelos directos y comprar un pasaje.

Hablar con mi jefe. "¡Yo soy mi jefe!"

Hablar con Kingsley, Harry y Theo.

Escribirle a Ron y a Luna.

"No, mejor iré a Rumania a despedirme".

Imposible. No se podía concentrar lo suficiente. Entonces, optó por lo obvio. Se dirigió a la chimenea, tomó los polvos flú, los echó a las llamas y dijo con voz clara y fuerte: "Grimmauld Place Nº 12".

Nunca le gustó viajar por ese medio, pero con los años y la práctica había logrado salir inmaculada. No fue así esta vez. De hecho, las toses, los gruñidos y las exclamaciones alertaron y alteraron a los habitantes de la casa que no esperaban visitas a las tres y media de la madrugada de un 17 de febrero. Eso sólo podía significar una cosa: catástrofe.

Harry apareció, a medio vestir y varita en mano, en la ahora cálida estancia que hacía las veces de recibidor porque allí habían colocado una hermosa chimenea de piedra y madera. Había una pequeña biblioteca, cuadros, una mesa auxiliar con una preciosa lámpara Tiffany y butacas de varios estilos que daban al lugar un aire confortable y amistoso.

Encontró a una agitada y sucia Hermione que entre toses intentaba explicarle que hacía allí a esa hora insospechada.

El moreno se relajó. Se acercó a su amiga y le palmeó la espalda mientras la llevaba hacia un sillón. Convocó un vaso y una jarra de agua. Lo sirvió y se lo ofreció a Hermione. Ella lo tomó agradecida. Mientras bebía, organizaba su discurso.

Harry estaba sentado frente a ella en unos almohadones grandes y coloridos. Sin nada arriba y el pantalón del pijama medio desabrochado, su amigo era un ejemplar varonil y tentador. Sonrió con picardía y se centró en lo que venía a decir. Por su parte, el auror más joven de la historia del mundo mágico de Gran Bretaña, observaba, sin comprender, cada expresión de la mujer frente a él.

-Oye –la apuró- vas a hablar o tendré que adivinar.

-Es que todavía no salgo de mi asombro. Y estoy tan emocionada que no sé qué hacer –contestó Hermione.

-Una buena manera es que comiences por el principio –dijo Harry, que se dio cuenta de que la cosa iba para largo.

En eso apareció Ginny, todavía adormilada. En una mano la parte de arriba del pijama de su esposo y la otra tapando un bostezo.

Se sentó en el suelo junto a él y apoyó la cabeza en su hombro. Hermione tomó aire para continuar.

-Por el principio… Bien, ¿recuerdan el año que pasé en Oxford viviendo con Draco? –preguntó.

-Sí -dijeron al unísono.

-Cómo para no recordarlo –agregó Ginny rodando los ojos.

-Me dejaron hacerlo con una condición. –Hizo un gesto para que la dejaran continuar–. Debía colocarle a Draco un hechizo de reconocimiento y rastreo, un hechizo que como bien saben es de mi invención…

-Ya estábamos al tanto de eso, Hermione –la interrumpió Harry.

-Pero lo que no saben es que nunca se lo quité.

-¿Pero Snape…? –Ginny no alcanzó a completar la pregunta que ya su amiga estaba contestando:

-Severus tampoco lo quitó.

-¿Y Draco lo sabe? –inquirió Harry.

-Draco ni siquiera sabe que lo lleva –admitió la castaña con culpa en la voz.

-Eso sí que puede representar un problema –susurró el niño que vivió.

-¿Por qué habría de suponer un problema? –señaló la pelirroja- Él está Merlín sabe dónde, tú estás aquí –dijo mirando a Hermione-. Sería un problema si tú supieras… ¡Si tú supieras dónde está! ¡Y lo sabes! ¿Qué piensas hacer?

La excitación de Ginny era palpable. Se puso de pie de un salto y comenzó a recorrer la estancia. Los arrastró a la cocina, convocó copas y una jarra de hidromiel, escanció la bebida y se arrellanó en una cómoda silla. Harry tardó un minuto entero en procesar lo que a Ginny le llevó un segundo.

-Irme. Pienso irme.

-¿Así nomás? –soltó su amigo del alma.

Parecía que esa mujer que estaba frente a él, elegante, experimentada, pero a la vez natural y un rastro de inocencia, no estaba en su centro. Al menos no completamente.

-Bueno, no –continuó- primero voy a ir a Rumania a despedirme de Ron y Luna.

-¿Te vas a ir para siempre? –se alteró la pelirroja.

-No, Ginny, tranquila, pero no puedo irme así sin más. Por eso estoy aquí para que me ayuden a pensar. No sé muy bien qué tengo que hacer primero.

El silencio se instaló en la cocina del número 12 de Grimmauld Place por un instante que pareció eterno. Hermione los miró de hito en hito a la espera de algún mensaje que no llegaba.

Ginny abrió la boca pero antes de que pudiera articular una palabra Harry le pidió que la dejara a solas con Hermione.

Su esposa sabía cuándo podía discutir y cuando no. Con la frase "voy a ver cómo están los niños" se retiró de la cocina y subió las escaleras en dirección a su habitación. Ya la llamarían cuando terminaran.

Harry hundió la mirada de sus ojos verdes, en los que llameaba un amor sin nombre y sin fin, en los marrones de su amiga. Tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Cuando por fin habló, preguntó:

-¿Por qué?

-Porque lo amo Harry, aún después de años sin verlo, sin saber nada de él, lo amo.

-Y estás dispuesta a llegar a dónde sea que esté y encontrarte con que está felizmente casado y con una parva de pequeñas serpientes como él –le dijo casi con rudeza. Pero sin dejar de acariciarle la mano.

La ex Gryffindor eludió su mirada. No había pensado en eso. Un dolor extraño se esparció en su pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era verdad, no pensó en ello y no quería hacerlo. Miró a su amigo con reproche contenido. Y comenzó a levantarse. Rápidamente, Harry se lo impidió. La abrazó y con una mano en la nuca de la castaña, incrustó su cabeza en su pecho. Ella se dejó llevar por la marea de angustia que la azotaba y lágrimas calientes mojaron el torso desnudo del hombre que la sostenía entre sus fuertes brazos.

-¡Harry, oh Harry! –exclamaba la compañera de tantas aventuras, la única hermana que tuvo en la vida, su alma gemela, la mujer a la que le confiaría su vida. La mujer por la que daría la vida sin dudarlo un instante.

-Haremos esto –anunció Harry- irás a la región de Valaquia, en las afueras de Brasov…

-Harry, sé donde vive uno de mis mejores amigos.

-Ok, lo sé, perdóname. Es que te siento tan desorientada que creo que necesitas la guía Michelin.

Hermione rió suavemente y se desprendió de su abrazo.

-Gracias, Harry. No sé que haría sin ti. Por favor, continúa –lo exhortó.

Siguieron hablando durante horas. En algún momento entre la oscuridad y el amanecer, se les volvió a unir Ginny. Los tres fueron armando un itinerario de lugares y charlas que dejara más tranquila a la castaña. Eso incluía hablar con el ministro para comunicarle que la jefa del Departamento de Inefables se tomaría las vacaciones postergadas y desaparecería por un tiempo; explicarle a Theo que "su" Hermione se iría pero que volvería (era increíble, Theo era tan protector con ella como Harry y Ron aún después de las calabazas que su antigua novia le había dado); avisarle a Snape que su socia del laboratorio de pociones más importante de Inglaterra se iría a Rumania y que a la vuelta hablaría personalmente con él para darle los detalles del asunto completo; trasladar a sus plantas y mascotas a La Madriguera. Esa era la mejor decisión. Erasmus sería feliz persiguiendo gnomos de jardín y sus plantas no morirían por escasez de agua.

Con todo bajo control Harry cargó el cuerpo menudo de la chica que se había quedado profundamente dormida y la llevó a la habitación que tenía destinada en su casa para ella. La colocó con cuidado en la cama, la desvistió y la arropó. Se quedó observándola con cariño y preocupación. Ginny se coló detrás de él con la intención de desvestir a Granger pero notó que Harry ya lo había hecho. No sintió celos. Ella sabía claramente que la clase de lazo que unía al Trío Dorado era algo que les incumbía sólo a ellos y que la confianza que habían desarrollado a lo largo de siete años de aventuras era tan maravillosa como la magia misma.

El brujo blanco -6-

Aquí y allá: lo que hace el tiempo

Hermione Granger había ganado esplendor con el tiempo. A los treinta años conservaba una figura espléndida, una sonrisa dulce y los ojos resplandecientes de una alegría que cada tanto se mezclaba con cierta melancolía. También había dolor, guardado bajo siete llaves, en el rincón más profundo de su alma.

Había vivido su vida, sí.

Se había enamorado y desenamorado.

Se había enredado bajo sábanas y sobre ellas gimiendo de placer. Había hecho el amor y tenido sólo sexo.

Lo único que no podía quitarse era el recuerdo de unos labios delgados que le habían transmitido un mundo de sensaciones en un solo beso.

Y era la madrina de cuatro magníficas criaturas: Albus Severus, el segundo hijo de Harry y Ginny; Elliot Damian Weasley, primogénito de Luna y Ron; y de Olive Hermione y Aidan Nott, hijos de Theo Nott y una bruja desconocida.

Eterno enamorado de Hermione, Theo no quería renunciar a la paternidad y por eso decidió traer al mundo un vástago que continuara la estirpe. Pero fueron dos, la afable Olive y el diablillo Aidan.

Obviamente, las fotos de los Nott con Hermione cuando apenas nacieron se convirtieron en la comidilla del mundo mágico y trascendieron las fronteras del Reino Unido.

Draco las vio una sola vez. Ni siquiera leyó el contenido de la nota. Se quedó con la mitad de la verdad y el desconsuelo en el corazón.

Ahí comenzaron a aparecer las voyous, como Mama Dulcie las llamaba.

En líneas generales, la vida de Hermione Granger podía definirse como plena, feliz por momentos y confortable.

Amaba estar presente en la vida de sus ahijados y veía con mucho agrado que Theo, por fin, empezara a darse cuenta de que había otras mujeres a su alrededor dignas de su atención y de su amor.

Había aprendido a disfrutar de la vida como venía, dulce y amarga a la vez, llena de sobresaltos y de momentos de paz. Sus deseos seguían intactos y su amor indestructible. Ni siquiera Theo, con toda su paciencia, su amor, su pasión y su ternura pudieron encender la llama que encendió Draco.

Él y sólo él era el dueño absoluto de su alma.

Aunque, por supuesto, que lo intentó. Probó enamorarse de Theo y de hecho lo hizo, lo amó y lo ama de alguna manera especial, pero descubrir que la conexión sutil pero inquebrantable que tenía con su serpiente favorita no cedía, hizo que abandonara la relación porque Nott se merecía mucho más de lo que ella podría darle.

Por lo tanto, se había acostumbrado a sus ocasionales relaciones, que iban más allá de un touch&go pero nunca tanto como para crear una atmósfera de intimidad que la llevaran a comprometerse con un hombre en particular.

Sus amigos dejaron de insistir con el tiempo y aceptaron las cosas tal y como ella lo hacía.

…oOo…

El que fuera el mago más vilipendiado del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería tenía dos cualidades que lo hacían especial, su profunda lealtad y fidelidad a aquellos que amaba. Así, Severus la vigilaba también, con tanto celo como a Draco.

Nunca le quitó el hechizo de reconocimiento y rastreo porque algo le decía que su muchacho iba a querer empuñar su varita nuevamente. Y cuando lo hiciera ella iba a poder llegar hasta él.

Se preguntaba que haría Draco una vez que leyera el pergamino que le envió. Era preferible que se quedara allí, donde estaba. Pero no podía hacer nada al respecto. No, sin descubrir ciertos secretos… Se preguntó si había llegado el momento de enfrentar a Hermione.

…oOo…

La tradición del Mardi Gras incluía desfiles de carrozas, el uso de disfraces y máscaras, bailes y en general una conducta bastante relajada. Draco se encontró con Geraldine, de casualidad, en la calle St. Charles; ambos estaban disfrutando de la procesión de Zulú uno de los reyes del Carnaval, después le seguiría Rex. Draco le regaló un collar de Mardi Gras y decidieron marcharse al

Café du Monde.

Se sentaron en una mesita de cara a la plaza y esperaron que les trajeran sus tragos.

Geraldine era una bella muchacha perteneciente a la más rancia aristocracia del lugar. Dueña de unos bellos ojos del color de las amatistas, miraba a Draco como si fuera el único hombre en el mundo.

La charla fue amena. Siempre era así con Geraldine. El tiempo transcurría suave, sin altibajos.

No como sus apasionados intercambios verbales con Granger, plagados de ironías, de desafíos intelectuales que los dejaban al borde de la extenuación pero jamás aburridos. "Cualquier momento con Granger es brillante, provocador… inolvidable", pensó el rubio sin dejar de notar que pensó en presente.

-… y cuando te vi, me alegré muchísimo, no creí que llegaría el día en que te vería salir de tu oscuro caserón para disfrutar del Mardi Gras –concluyó.

-…

-Draco, ¿me escuchas? –le tocó levemente el brazo para llamar su atención.

Malfoy se agitó en la silla y trató de volver al presente. La miró con un esbozo de sonrisa y se disculpó.

-Enseguida regreso –le dijo, y fue al baño dispuesto a echarse agua fría en la cara.

Volvía a su mesa, sorteando a la gente achispada que festejaba con estruendo, cuando vio algo que le paralizó el corazón.

Una figura menuda pero bien formada, con un antifaz que le cubría casi toda la cara. La melena suelta y levemente despeinada… No podía ser ella.

No escuchó a Geraldine que lo llamaba ni reparó en su cara de desilusión cuando la dejó allí abandonada para correr detrás de lo que resultó ser un espejismo.

Alcanzó a la chica que se alejaba meneando las caderas al son de la música zideco, la tomó del brazo con fuerza y logró que se diera vuelta. Aún sin necesidad de quitarle la máscara supo que no era ella. Le pidió disculpas atropelladamente y se fue.

Mama Dulcie decidió esperarlo despierta pero no supo en qué momento el sueño la venció y así la encontró Draco. Dormida en su sillón favorito, con la cabeza hundida en el pecho, los brazos cruzados y roncando levemente.

Sonrió desde la puerta y trató de no hacer ruido para no despertarla de golpe.

-Mama Dulcie –susurró- ya llegué, vete a tu cuarto.

Le parecía mentira, en unos meses iba a cumplir treinta años y allí estaba, susurrándole a una mujer a la que no lo unía ningún lazo de sangre que había llegado a casa.

Nunca lo hizo, ni siquiera con su madre.

Pensar en su madre le provocó una leve puntada en el pecho. Nunca había vuelto a verlos ni a comunicarse con ellos. Se pasó la mano por el cabello desbaratándolo y decidió no cavilar al respecto. Era una pérdida total de tiempo.

Su ama-mama de llaves se despertó y con una rapidez que lo desconcertó lo atrapó entre sus brazos. Sabiendo que era inútil luchar, Draco se dejó caer hasta posar su cuerpo fornido en las piernas de la mujer que lo arrulló como si fuera un niño. Duró un instante porque era pesado y ella enseguida lo corrió con una expresión mitad risueña, mitad severa.

-Tienes olor a voyou –le dijo sin más.

-Me encontré con Geraldine. Por cierto, tendré que pedirle disculpas y enviarle el dinero de los tragos. –Y antes de que le preguntara nada, prosiguió:

-La dejé ahí, sola. Me fui detrás de una ilusión –reconoció con el gesto amargo.

Mama Dulcie sabía que era uno de esos momentos en que no había que presionarlo. Se levantó, le dio unas palmaditas cariñosas en la espalda y lo condujo al sillón.

-¿Quieres algo? –le preguntó.

-¿Mmmh?... No, nada, no te preocupes.

Cerró los ojos e intentó no pensar en nada, pero de pronto recordó el pergamino.

Como si la mujer hubiera leído sus pensamientos a los cinco minutos estaba allí con un vaso de leche tibia y el pergamino.

Lo abrió y comenzó a leer. La vieja matrona no despegaba los ojos del rostro de Draco. Vio cómo lo ganaba la angustia, cómo arrugaba el papel en el puño y lo tiraba al fuego. Y lo escuchó gritar. Un bramido gutural, primitivo. Se arrodillo y lo abrazó y lloró todas sus lágrimas mientras lo acariciaba y le decía palabras de consuelo en su lengua cajún. Lo sostuvo hasta que sus espasmos se aquietaron.

Cuando estuvo segura de que estaba adormecido fue a buscar un frasquito que contenía una poción para dormir sin sueños. Se la dio sin que él tuviera mucha conciencia de lo que sucedía.

-Sabes, Mama –alcanzó a decirle antes de que la poción hiciera efecto- una vez tuve un hogar y se llamaba Hermione.

El tono desvalido y la mirada triste de su muchacho le estremecieron su viejo corazón. Acarició su rostro con ternura, lo acomodó, lo tapó y se dispuso a velar su sueño.

Casi se muere del susto cuando, entre las llamas, vio aparecer a un hombre de nariz ganchuda y pelo negro con mechones plateados que llamaba a Draco como si lo conociera al tiempo que se sacudía la ceniza en el inmaculado piso del inmenso salón de estar.

Severus conocía todo que había que conocer de la vieja ama de llaves de su pupilo. Con el dedo en la boca le indicó que guardara silencio y la vieja se calló. Más de la impresión que del susto, hacían falta más que un mago saliendo de una chimenea para amedrentar a una hija del bayou como ella.

La enorme matrona enseguida se acomodó a la asombrosa situación. Al fin y al cabo, no todos los días una veía tamaña muestra de poder. La lengua le pinchaba de ganas de acribillar a ese hombre a preguntas, pero se aguantó porque sabía que venía por Draco y él era su prioridad.

Estuvieron charlando un rato, ella lo puso al corriente de lo que sucedió mientras el director de Hogwarts asentía dando cabezaditas circunspectas.

Más tarde, casi al amanecer, fue hasta la habitación de su ex alumno. Abrió la puerta con cuidado y se asomó. Estaba por irse cuando escuchó la voz pastosa de Draco:

-¿Quién es?

-Soy yo, Draco, Severus.

El hombre rubio que yacía en la cama se removió aturdido, se apoyó en los codos para levantarse y repitió:

-¿Severus? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?

-Shhh… Cálmate. Tenemos tiempo. Date un baño, arréglate. Te espero en la sala de estar. Le diré a Mama Dulcie que te prepare algo para desayunar –finalizó con mucha más tranquilidad de la que realmente sentía. Había mucho que explicar y dado el estado de profunda vulnerabilidad de Draco, no sabía cómo iba a tomar esas explicaciones.

La espaciosa sala estaba iluminada por la incipiente luz del día que se abría paso entre la bruma, atravesaba la cristalera con opacos destellos, dándole así un aspecto fantasmal. La enorme chimenea en la que danzaban las llamas, otorgaba al lugar una peculiar calidez y alargaba las sombras entre las que se perfilaba la figura del antiguo mentor de Draco.

Mama Dulcie había dejado sobre la mesa frente al fuego una bandeja cargada de las delicias que normalmente tentaban a su muchacho. Acomodó todo, esponjó los almohadones de los sillones, corrió un poco los apoya pies y se retiró discretamente.

Instantes después Draco entró a la estancia buscando con la mirada a Snape. Cuando lo localizó fue hasta él y tras un minúsculo titubeo le dio un abrazo seco y varonil, un poco más largo de lo que él se permitiría, pero se dio cuenta de que necesitaba ese contacto. Y antes de que pudiera percatarse estaba llorando como un crío otra vez, entre los brazos de ese hombre al que, en el pasado, nadie hubiera imaginado capaz de contener emocionalmente a nadie.