jueves, 14 de enero de 2010

¡Por Merlín! ¿Por qué a mí?

El último año de la vida de Hermione Granger se había convertido, decididamente, en un infierno de la magnitud de la Segunda Guerra Mágica.

La chica de pelo como un arbusto sin podar y curvas sin definir había dado paso a una mujer estilizada, de cintura estrecha y caderas acordes a la contextura pequeña de su cuerpo. Su postura erguida, los hombros echados hacia atrás, los pechos medianos, firmes y tentadores, la redondeada curva de su trasero la alejaba de la imagen que algunos guardaban de ella, sobre todo aquellos que no se la habían cruzado en diez largos años. Tal el caso de Lucius Malfoy, el ex mortífago y padre de su pesadilla recurrente en sus años de estudiante en Hogwarts, el colegio de Magia y Hechicería.

Malfoy había pagado su deuda con la sociedad en efectivo -cediendo gran parte de su fortuna para la reconstrucción del mundo mágico y muggle-, con 10 años de prisión y un año en libertad vigilada sin prerrogativas de mago y con la prohibición de hacer magia por dos años más. En total, tres años sin hacer magia y el de libertad condicional bajo la tutela de un encumbrado y respetado miembro de la comunidad mágica internacional. De hecho, había vuelto para cumplir con ese menester. Ni su amigo Harry Potter, jefe del Departamento de Aurores y asesor principal de Kingsley Schackelbolt, Ministro de la Magia, pudo salvarla de esa condena.
Así que volvió de Francia, donde ocupaba el puesto de Embajadora y Coordinadora de Acciones de Unificación, con la furia circulando por sus venas.
Atrás dejó una relación iniciada hacía unos nueve meses con Draco, que de pesadilla pasó a relación sin más intención que compartir un rato de buena compañía, de eso a amigo con derecho a roce, luego habitante de su lecho los fines de semana con cepillo de dientes incluido y, finalmente, "se nos hace tarde, Granger, toma tu dosis diaria de cafeína y dame un beso como Merlín manda, que no nos veremos hasta dentro de cinco horas en el almuerzo", todo esto dicho de un tirón en su oído mientras movía la cadera contra su centro, logrando que la castaña apenas pudiera sostenerse sobre sus piernas y pensara únicamente en abrirlas sobre la mesa de la cocina para ser cabalgada como una yegua en celo.

…oOo…

Draco la despidió en el sector de Trasladores Internacionales de la Embajada y le dijo que la acompañaría, que no se lo había propuesto antes para que ella no pensara que él creía que no podía amañarse sola con su padre.

-¿En serio puedes dejar tu empresa para acompañarme? -le preguntó con desesperación en la voz.

-Por ti, lo que sea.

-Y... ¿no tienes miedo de enfrentarte a tu padre?

-¿Tendría?- le preguntó extrañado y con el entrecejo fruncido.

-Bueno, sus relaciones no son todo lo paterno-filiales que cualquiera puede esperar en el seno de una familia amorosa, Malfoy -le contestó rodando los ojos y casi exasperada, olvidada del miedo.

Draco rió y hundió la nariz en la salvaje cabellera de su antigua enemiga. Nunca dejaría de reprocharse el tiempo perdido con Granger.

-Mira, dame sólo un momento y arreglaré que yo pueda irme contigo en este traslador.

Ella lo observó cuidadosamente. Sabía que estaba enamorada de Malfoy. Todo de él le gustaba. Su porte altivo, su andar elegante, su firmeza, su inteligencia (¡por Circe, si era casi tan aguda como la suya propia!), la mirada. La mirada era un capítulo aparte. La leona se sentía capaz de escribir un tratado acerca de las particularidades de esa mirada insondable. Las había para todos los gustos: la desdeñosa, cuando discutía con algún zopenco que lo irritaba por su ineptitud; la arrogante, cuando se encontraba con alguien que lo juzgaba por su pasado; la astuta, cuando evaluaba sus posibilidades a la hora de conseguir algo (y ella había comprobado de primera mano que Draco Malfoy no cejaba en sus intentos jamás cuando algo le interesaba de verdad); la apasionada, dedicada a ella y a lo que sea que llamara su atención, ya que si algo definía a Draco era que tras ese frío y controlado exterior, se escondía un hombre de turbulentas emociones que él dejaba ver a muy pocas personas, que supiera, sólo una: ella misma; la que traslucía su perspicacia, capacidad de discernimiento e imaginación (Hermione adoraba esa mirada porque era el anuncio de interminables debates acerca de cualquier cosa y que terminaba con ellos enredados y sudorosos en -literalmente-cualquier lugar, protegidos por un hechizo desilusionador y de silencio); y una recientemente descubierta y que la hacía derretir y pensar en un futuro rodeada de pequeños y pequeñas Malfoys: la mirada llena de ternura, calidez y amor. ¡Oh, sí, la valiente Gryffindor amaba esa mirada de la que era dueña absoluta!

-¡Espera! –le gritó, cuando pudo sacudirse esas sensaciones que la abordaron al mirarlo con tanto detenimiento-. Gracias, de verdad, gracias.

Él detuvo su marcha y se dio vuelta. Le devolvió una mirada expectante y confusa. Y se quedó esperando alguna aclaración.

-No sabes lo bien que me hace saber que quieres acompañarme y eso me da fuerzas para afrontar mi deber yo sola. Tengo que poder enfrentarme a tu padre, por las mías.

-Pero…-la interrumpió- ¿estás segura? Mira que de verdad quiero ir contigo, no me agrada la idea de dejarte en la boca del lobo. Ni tampoco me gusta que estén allí…ellos como tú única salvaguarda –y lo dijo atemperando el tono antipático que le salía cada vez que se refería a los amigos de Hermione.

La castaña acortó la distancia entre ambos, rodeó con sus brazos su cintura y apoyó la cabeza en su sólido pecho. “Ah!, ¡qué bien que se siente!”, dijo bajito al tiempo que emitía un largo suspiro. Draco, la estrechó con fuerza, luego se separó apenas y con el pulgar levantó el mentón de su leona y la miró a los ojos. Se perdieron un instante cada uno en el alma del otro hasta que, finalmente, sonrieron.

-Ya, apúrate, vas a perder el traslador. Y me llamas ni bien llegues –la apremió con suavidad-. Nada de lechuzas ni cosas mágicas que tardan siglos, al celular –le decía pero no la soltaba.
Hermione soltó una carcajada y él la contempló con una mezcla de irritación y ternura.

-¡Ven aquí, guapo! ¡Por Merlín, cómo te voy a extrañar!- dijo abrazándolo una vez más.
Si alguien le hubiera dicho alguna vez que Draco Malfoy y ella iban a estar retrasando el momento de separarse y que ese momento estaría plagado de besos, caricias y miradas apasionadas, Hermione se hubiera despanzurrado de la risa en la propia cara del idiota que lo planteara.

Los sacó de su ensueño una voz que anunciaba que en un minuto se activaría el traslador con destino al Ministerio de la Magia de Londres. Se dirigieron de la mano hacia el lugar indicado y ella sintió la sacudida típica de estos aparatos del demonio y se llevó grabado en la memoria, el recuerdo de unos ojos grises insólitamente brillosos.

…oOo…

Ni bien llegó al Ministerio lo primero que hizo fue llamar a Draco para comunicarle que había llegado bien. Después, se encaminó a la oficina de Kingsley, donde ya la estaba esperando junto a Harry. Le dio un beso al Ministro, que la envolvió con alegría y se fundió en un abrazo largo y cálido con el niño que venció.
Kingsley, luego de una breve charla, le comentó que tenía unos días disponibles para acomodarse y que pasado ese tiempo irían a buscar a Malfoy padre a Tintagel. Ella se retiró con Harry y fueron al Caldero Chorreante a tomar algo y a ponerse al día.

Iban caminando de la mano y tonteando como si fueran novios cuando apareció la sucesora de Rita Skeeter, Romilda Vane, la eterna y vengativa enamorada de Potter, que no tardó lo que toma decir “¡Quidditch!” en ordenarle a su acompañante que les tomara unas fotos, evidentemente comprometedoras según ella, para publicarlas en El Profeta. Ninguno de los dos se percató de su presencia y eligieron ese momento para darse otro abrazo y refregarse la punta de la nariz mientras reían. Vane no cabía en sí de gozo. Su maquiavélica pluma ya estaba escribiendo una historia digna de los murmullos indignados de la comunidad mágica. Dos héroes nacionales engañando a sus parejas sin ningún tipo de pudor. Se relamía con las consecuencias. Ginny Weasley se separaría de Harry, ella lo conquistaría; Draco Malfoy abandonaría a esa arribista sangre sucia y Hermione, en el descrédito total, se hundiría en la más humillante soledad. Romilda Vane se felicitó por no haber anunciado ese romance secreto cuando se enteró unos pocos meses atrás.

Ajenos a estas perversas maquinaciones, los amigos entraron a la posada, saludaron a Hannah Abbot, la nueva dueña del lugar, buscaron un rincón tranquilo y comenzaron a charlar. En principio, de trabajo, luego se pondrían al tanto de sus respectivas vidas. La Gryffindor había decidido blanquear su relación con Draco, ya no tenía sentido seguir ocultando su compromiso con el rubio. Menos ahora, que ella debía convivir con el padre en circunstancias tan inusuales y inciertas.
Harry le comunicó que no pudieron hallar a Narcisa, era como si la tierra se la hubiese tragado. Levaban un tiempo buscándola para aligerar la carga de la chica, quien ahora tendría que habitar Malfoy Manor sola con Lucius y un puñado de elfos domésticos.

-Dime que al menos un par de elfos me obedecerán a mí, Harry –le espetó horrorizada ante la idea de encontrarse en la Mansión de los Malfoy. Ese lugar representaba una pesadilla para la muchacha porque en sus salones había sido torturada por Bellatrix Lestrange, la tía de Draco.

-Tranquila, Hermione, hay seis elfos en la casa, Kreacher, Winky y Elidor están a tus órdenes. Los otros tres son elfos ligados a los Malfoy que no quisieron aceptar su libertad y obedecerán a Lucius o a Draco…Mmh…Tal vez sea conveniente que nos contactemos con el hurón…

Hermione carraspeó insegura y levantó los ojos y los enfocó en los verdes de su amigo:

-Harry, hay algo que debo decirte…-balbuceó.

Harry la escudriñó interesado y alerta. “¿Con qué saldría Hermione ahora?”, pensó.

-elhurónbotadoresminovioestamosenamoradosyhacenuevemesesqueestamosjuntos –le disparó de corrido y la cara roja como una amapola.

-¿Qué?-gritó Harry, pero porque no había entendido una palabra de lo que Hermione había dicho.

-Que Draco y yo llevamos nueve meses juntos, Harry, estamos enamorados –confesó con las mejillas teñidas de rubor.

Harry encajó la noticia y de golpe se echó a reír.

-No le veo la gracia –le espetó enojada.

-Es que no entiendes –dijo entre risas- cuando se entere Ron. ¡Por Merlín y Morgana juntos, Hermione! Yo no se lo digo. Ya sé, la enviaremos a Ginny para que oficie de embajadora, ¿qué te parece? Ron no va a matar a su propia hermana –concluyó satisfecho.

-Y tú… ¿qué dices? ¿Estás de acuerdo? –preguntó, insegura de la reacción personal de Harry.

-¿De verdad lo amas?

-Con el alma, Harry.

-¿Y el hurón te corresponde?

-No le digas hurón.

-Responde.

-Sí, él también me ama.

-¿Cómo lo sabes?

-¿Cómo sabes tú que Ginny te ama, Harry? Y ¿cómo me explicas tú cómo sabes que la amas a ella? –le respondió con cierto enfado.

-Touché. Si tú lo amas y él a ti, no tengo nada que objetar. Eso sí, quiero ser el padrino del primer huroncito que nazca –dijo ese magnífico hombre en que se había convertido Harry Potter, con una amplia sonrisa mientras acariciaba la mano de su amiga.

Detallaron un par de cosas relativas a su trabajo con Malfoy padre y fueron al Callejón Diagon. Hermione compró algunas cosas que necesitaba y Harry la acompañó hasta su viejo departamento en el Soho. La ayudó a acomodar y a limpiar a punta de varita y antes de irse le pidió que fuera a Grimmauld Place a cenar. “Ginny y los niños te esperan”, alcanzó a decir antes de desaparecer en un relámpago verde de polvos flú.

No estaba en su precioso departamento desde que inició su relación con Draco. Ese era el tiempo exacto que llevaba sin poner un pie en Londres ni visitar a sus amigos. Rememoró el día que Kingsley le propuso el cargo, cuatro años atrás, mientras se metía en la tina dispuesta a darse un relajante baño de burbujas.
Lo aceptó complacida porque suponía un gran logro en su carrera. Por otra parte, Francia no estaba al otro lado del mundo, por lo tanto podría seguir viéndose con sus amigos y malcriando a su ahijado sin ningún inconveniente. Y todo marchó sin tropiezos hasta que “conoció” a Draco. Sí, conoció era la palabra adecuada, porque estaba frente a una persona distinta a aquella con la que compartió siete años en Hogwarts. Este Draco no tenía nada que ver con aquel niño arrogante, irritante y ofensivo. Se había convertido en un hombre orgulloso de sus logros, un hombre que había conquistado una nueva posición a fuerza de sincero arrepentimiento. El mea culpa de Draco Malfoy era su propia vida al servicio de la convivencia armoniosa de la comunidad mágica y la muggle. Y Hermione celebró ese cambio y se enamoró de él como nunca antes. Ni siquiera se sintió tan bien, tan plena y tan segura con Bill Weasley, el hermano mayor de Ron, con quien sostuvo un noviazgo que todo el mundo creyó que terminaría en boda. Bill era parecido a Draco en muchas cosas pero no tenía ese toque de malicia, esa maldita arrogancia subyugante. Definitivamente, Bill no era Draco. Su Draco. Sonrió.




Se tropezaron en el precioso y pequeño jardín de la iglesia de Saint-Germain-des-Prés. Llovía a cantaros y corrían con la cabeza gacha buscando refugio. Tardaron un momento en reconocerse, los dos con el pelo escurriendo agua y la ropa pegada al cuerpo y ella con el rimel corrido. -¡Qué curvas Granger! –le dijo con la característica sonrisa Malfoy y un aire engreído. -¡Oh, cállate, hurón! De entre todas las personas tenía que encontrarte justo a ti – en los ojos de Hermione relampagueaba el resquemor y eso, extrañamente, molestó al Slytherin. Con el rostro repentinamente serio, tomó la barbilla de la chica y la obligó a que lo mirara: -Ya no soy ese imberbe que creía a pies juntillas las fantasías de poder y dominación de un grupo de esclavos sanguinarios, Hermione –señaló deletreando su nombre con cierta inquina. -Sin embargo tu tono sigue siendo el mismo –le contestó altiva. -Perdóname –dijo al cabo de un instante de silencio y se dio vuelta dispuesto a marcharse. -Espera –lo llamó obedeciendo a un impulso que no supo explicar-. Volvamos a empezar, ¿quieres? -Hola, me llamo Hermione Granger –se presentó. -Encantado, soy Draco Malfoy –le dijo extendiendo la mano; una sonrisa que bailaba en su boca y brillaba en sus ojos. Hermione se internó en ellos y supo que estaba perdida. O que lo estaría en poco tiempo.
Volvió al presente. ¡Cielos, cómo lo extrañaba! Y no hacía un día que no estaba con él. Se preguntó qué estaría sintiendo Draco en estos momentos y con ademán perezoso dejó la copa de borgoña en el piso, tomó el celular y lo llamó una vez más.

-Te extraño, presumido –susurró.
-Y yo a ti, ratona. ¿Te ayudó Potter a instalarte? –le preguntó solícito.

-Sí –y lanzó una risita tonta.

-¿Qué fue eso, preciosa?

-Es que, deberías habernos visto, Draco. Parecíamos una parejita haciéndonos arrumacos. No sabía que extrañaba tanto a Harry.

-¿Y así me lo dices? ¿Qué se supone que debo hacer yo ahora? –le preguntó intentando sonar severo y recriminatorio.

La castaña que sabía que no estaba enojado ronroneó en su oído. Draco gimió en respuesta, al tiempo que murmuraba vaya a saber qué de la injusticia. Pero, previsor como era, decidió darle una sorpresa. Había pedido permiso para transformar un objeto en traslador y en cuestión de minutos estaba en el departamento de su mujer. ¡Por Merlín, qué bien sonaba! Su mujer.



Deslizándose silenciosamente entró al baño. Vio como ella se puso alerta. Lo había descubierto. Hermione era una gata que lo encontraría siempre por el olor. Amaba esa naricita. “La quiero en todos mis hijos”, divagó mientras depositaba suaves besos en la curva del cuello que ella graciosamente puso a su disposición.

No le importó empapar el carísimo traje que llevaba puesto, hundió las manos en el agua fragante y las dejó vagar por el cuerpo mojado de su amante. Tocó las cúspides de sus pechos y la sintió arquearse hacia él. El aroma a gardenia y sándalo que ella desprendía inundó sus sentidos y la urgencia por tomarla apremió aún más a su miembro erguido. La sacó de la tina y mojando el piso la llevó hasta la cama. Ella lamía la piel de su pecho y con manos nerviosas y apuradas luchaba con los botones de su camisa para desnudarlo. Él decidió ayudarla arrancándose la ropa a tirones. El cuerpo febril de Hermione lo atraía como un imán y sin más preámbulo se hundió en su interior. Ella levantó las caderas exigiendo una penetración más profunda y el arremetió con fuertes estocadas sin dejar de mirarla. La piel húmeda y caliente era un acicate para ambos. Hermione recorría su espalda dejando cada tanto las marcas de sus uñas mientras jadeaba pidiendo más arrebatada de deseo. Y su hombre correspondía con penetraciones cada vez más furiosas y rápidas. Se desintegraron el uno en el otro en un estallido de placer que los dejó exhaustos.
Ninguno de los dos alcanzaba a comprender del todo el ímpetu de la pasión que los gobernaba. Sólo sabían que no podían hacer otra cosa que dejarse llevar y disfrutar de algo que presumían raro, especial, único y, hasta dónde entendían, reservado a una pocas personas privilegiadas, aquellas capaces de entregarse íntimamente sin reservas.
Se durmieron desnudos y entrelazados. Así los encontró Harry, que preocupado por la tardanza de la castaña fue a buscarla sin anunciarse. Nunca había visto a su amiga desnuda y mucho menos en una situación así. Tuvo que reconocer que era una espléndida mujer… Cierta urgencia lo llevó de vuelta su hogar para reclamar un cuerpo pecoso y de flameante cabellera.

…oOo…

-¿Te quedarás? –le preguntó mientras se sacaba el bigote de espuma de café con la lengua.

Draco adoraba ese gesto. Podía quedarse horas viendo cada pequeña expresión de su castaña.

-Cásate conmigo –le soltó de golpe.

-¿Cómo…? Pero…

-Hermione, la respuesta es una sola y no la encuentro en ese intento de oración –gruñó Draco.

-Draco, es que…yo…sí, sí. ¡Sí! –y se lanzó a sus brazos dando brinquitos como una niña.

El rubio la recibió con los brazos abiertos. Nunca se iba a cansar de ella, de esa mezcla rara de inocencia y sensualidad que destilaba. Y se sintió orgulloso porque esa mujer inteligente y bella, que podía tener a cualquiera a sus pies, lo había elegido, a él. A Draco Malfoy, la persona que se encargó de desquiciarle la vida durante seis años en Hogwarts. La admiró una vez más. Ella dejó todo atrás como si jamás hubiera pasado. Nunca le hizo un reproche, en las batallas verbales que tenían nunca, nunca, había sacado a relucir su pasado como arma para lastimarlo. Realmente, era un tipo con suerte. Y juró amarla y protegerla con su vida.

En eso llegó una lechuza con el periódico. Draco le pagó, puso a un costado su taza de café y comenzó a leer. Antes de que pudiera avanzar con la lectura, la foto en movimiento de dos personas que andaban de la mano se agrandó hasta que pudieron reconocerse sus rostros.

-¡Pero qué demonios! –estalló el rubio escupiendo café y ensuciando la mesa y a él mismo.

-¡Draco! ¿Qué pasa?

-¿Qué significa esto Hermione?-le preguntó a los gritos sacudiendo El Profeta frente a sus ojos abiertos desmesuradamente.

La chica le quitó el diario de las manos para ver qué era lo que había provocado semejante reacción. Y se empezó a reír. Primero de puras ganas, pero al ver la mueca indescifrable de Draco, la risa se tornó nerviosa.

-Si mal no recuerdo, Malfoy –le dijo recalcando su apellido- ayer te comenté que Harry yo nos hicimos arrumacos. Y sé que no se ve bien –continuó, ahogando el intento de Draco de hablar- pero si te fijas en quién escribió la historia, comprenderás muchas cosas. Además, tú sabes, porque fuiste testigo en nuestros años de colegio, que Harry y yo siempre fuimos muy cariñosos el uno con el otro.

-¿Y tú cómo sabes que yo sabía eso?

-Porque un día me detuviste en un pasillo para decirme que manosearme con Harry Potter era lo único que iba a conseguir en mi patética vida –le gritó furiosa-. Y yo nunca me manoseé con Harry –aclaró algo triste por el recuerdo.
Dicho esto se derrumbó en la silla y lo miró ceñuda.

-Bueno…perdóname…por favor -suplicó yendo hacia ella y ocultando su cabeza en su regazo. Siempre hay una primera y hay que reconocer que se le dejó servida en bandeja: primera vez que Hermione mencionaba su asquerosa actitud escolar hacia ella.

-¡Ay, qué haré contigo, niño!

-¿Amarme? – preguntó juguetón.

-Siempre, hurón, siempre.

-¿Lo suficiente como para casarte conmigo? –preguntó contrito y esperanzado.

-Vuelve a preguntarlo dentro de un rato, tengo otros planes para ti en este momento –le dijo mientras le ofrecía su intimidad que estaba a la altura justa de su lengua.

…oOo…
Luego de que llegaran seis patronus (el de Harry, Ginny, Ron, Molly, Kingsley y Bill) con diferentes mensajes y niveles de alteración, decidieron que lo mejor sería reunirse en La Madriguera para elaborar entre todos una estrategia que frenara las derivaciones insospechadas de la noticia que había regado ese remedo de periodista que era Romilda Vane.

Se aparecieron en el linde del terreno que rodeaba a la extraña construcción que era el hogar de los Weasleys. Tomados de la mano, Draco y Hermione avanzaron hacia la casa y fueron interceptados por los hijos de Harry y Ginevra, James, el ahijado de Granger y Albus Severus. Detrás, corría hacia ellos Ginny gritando como loca:

-¡Nunca te perdonaré, Hermione Jane Granger! Creía que eras mi amiga, me duele, de verdad me duele. Enterarme de esta manera…no tiene nombre, nunca te creí capaz de semejante traición. Me ocultaste todo este tiempo…

La castaña la miraba como si estuviera loca. Draco no entendía nada y menos cuando las dos mujeres largaron la carcajada y se abrazaron tanto que casi se quedan sin aliento.

-Bienvenido al clan, Malfoy –le dijo Ginny mientras tomaba del brazo a su amiga y tiraba de ella hacia la casa dejándolo atrás.

Molly la abrazó y le echó un vistazo general como para cerciorarse de que estaba bien. Luego abrazó a Draco, quien totalmente desconcertado apenas atinó a darle una palmadita en la espalda. Luego fueron desfilando los demás, Harry, Arthur, George, Luna, el ministro y finalmente, Ron.

El aspecto no presagiaba nada bueno. Tenía los ojos entrecerrados, los puños cerrados y las orejas rojas. Se avecinaba una típica explosión de temperamento. Hermione se preguntaba cuánto más iba a poder soportar Draco sin llevársela de allí de manera intempestiva.

-Tú, tú, tú…-parecía que era el único pronombre capaz de pronunciar sin ahogarse-. ¿Qué le has hecho a mi Hermione? ¡Contéstame, maldito hurón albino!

-Ron, cálmate –exclamó la chica preocupada y miró a Harry, quien eludió su mirada.

-Weasley…-intentó Draco juntando calma que no sentía.

-Cállate. Tan sólo permanece mudo –y antes de que nadie se diera cuenta inmovilizó a Draco con un Incarcerus y con un Silencius lo dejó calló.

-RONALD BILIUS WEASLEY QUITA ESOS HECHIZOS DE MI ESPOSO SI NO QUIERES PROBAR MI OPPUGNO PERO CON DAGAS…YA.

El pecho de Draco se infló de orgullo y cariño por su leona. ¡Oye! Si hasta se le había despeinado la melena. Decidió que cuando recuperara la movilidad no iba perder el tiempo peleando con la comadreja. Besaría a SU mujer y que todo el mundo se fuera a la mierda.
Hermione no podía creer que Harry no hubiera podido convencer a Ron de que su relación con el Slytherin iba en serio. Un silencioso “te lo dije” le llegó como respuesta. Todavía furiosa, contempló a su pelirrojo amigo que estaba frente a ella, rojo hasta decir basta de pura vergüenza.

-Perdóname, Hermione –musitó- me dejé llevar. Y antes de que ella pudiera decir nada agregó, mirando hacia Draco:

-Lo siento, hurón. No volverá a repetirse. Dicho esto le quitó los hechizos y se quedó esperando la reacción del rubio.

lunes, 4 de enero de 2010

Mi nombre en tu voz -Draco-

¿Es que años de mascaradas, de hipócritas sonrisas, de orgullo desmedido, de pedantería no me habían enseñado nada? Si yo sabía lo que había detrás de toda esa afectación: vacío, afán de poder, desprecio por los inferiores y lujuria. El mundo de los sangre pura se movía cómodamente en los límites artificiales de lo permitido y lo deseado. Y siempre una buena cantidad de oro podía volver esos límites aún más difusos.
Me criaron para ser el Príncipe de Slytherin, el sucesor de mi padre, futuro mortífago. Y yo acepté gustoso esa herencia. Disfruté de mis prerrogativas de sangre y alcurnia, crecí pisoteando a los que no eran iguales a mí, castigué como fui castigado, dejé de reír tal como me indicaron, escondí mis emociones, las sepulté, las ahogué y las creí muertas. Las personas eran objetos a mi servicio, nacidas para servirme, de una u otra manera. Pero siempre supe lo que había detrás del escenario. Y como siempre lo olvidé. Porque entre lo fácil y lo correcto, elegí lo cómodo. Y, por supuesto, pagué el precio.

...oOo...

La vi ni bien me acomodé en el Expreso de Hogwarts. Me pareció bonita, aún con su pelo enmarañado, pero era un niño y no me fijaba en esas cosas. Simplemente me alumbró con su sonrisa y el brillo de sus ojos del color de las avellanas. Además, el ser un mago de sangre limpia permite reconocer muy fácilmente el poder mágico que corre en el interior de los magos y brujas y el de ella era increíble, de una fuerza y una calidez que nunca había sentido. Longbottom también lo sintió, lo vi en su cara y lo odié al instante. Y ese traidor a la sangre también lo hubiera hecho si no hubiera estado tan ocupado en reírse de ella y hacerse amigo de Potter. Jamás dudé de sus orígenes hasta que supe la verdad. Ese fue uno de los días más desolados de mi vida. Porque a partir de ese momento tendría que comenzar a odiarla. Y lo hice, vaya si lo hice.

...oOo...

El día que me encontró llorando en el baño, furioso, aterrado y desencajado, creí que nada peor podía agregarse a mi ya despreciable vida. A todas mis desgracias tenía que sumarle que la sangresucia me viera en ese estado humillante y peor aún, que descubriera mi secreto. Si ella hablaba estaba perdido. Potter no tardaría en convertir lo que quedaba de mí en un infierno.
Imágenes de mi madre muerta, de mi padre torturado desfilaban por mi mente mientras ella se acercaba a mí.
Y de pronto, el mundo se detuvo. No hubo palabras. Su gesto estaba envuelto en silencio. Pude sentir las yemas de sus dedos recorriendo la marca que me señalaba como mortífago. Todo lo que ella odiaba, todo aquello por lo que ella luchaba junto a Potter y el pobretón, bajo la caricia suave de sus manos. No me atrevía a mirarla y me quedé quieto, esperando su amenaza y sabedor de que ella cumpliría cualquier cosa que prometiera. Sin embargo, cuando por fin me atreví a verla, no halle ni asco, ni desprecio ni amenazas. Sólo pena, ella, Granger, mi enemiga declarada, la víctima de mis insultos y mi desprecio a lo largo de seis años, la sangresucia inmunda sintiendo pena por mí.
Me perdí en esa mirada profunda y vi en ella algo más. Tal vez ¿comprensión? No sé, sólo supe que sea lo que fuera, lo necesitaba. Y supe también que las cosas ya no serían iguales entre ella y yo; y que, en gran medida, lo que fuera a suceder dependía de mí.
Pasé mis dedos por la marca, la calidez que Granger había dejado, se estaba diluyendo.

Pese a ello, durante un tiempo me quedé esperando lo peor. Tenía pesadillas con Potter y weasel, denunciándome ante Dumbledore o torturándome, aunque sabía que no era propio de ellos hacer algo así y ella mirando sin hacer nada. Los días pasaban y lo único que cambió fue nuestra mutua actitud. Ya no había insultos, ni advertencias ni desafíos en nuestros encuentros, cada vez más frecuentes, como si fueran casuales, y los dos sabíamos que de casuales nada.

...oOo...

El silencio entre los dos estaba lleno de cosas sentidas, de palabras guardadas, de sentimientos que florecían lentamente. Pronto esos encuentros se plagaron de gestos sosegados, ella me alcanzaba la tinta verde esmeralda cada vez que se me acababa, yo levantaba del suelo lo que que sea que se le hubiera caído y se lo daba. Nuestras rondas de prefectos habían coincidido, y siempre las terminábamos en la Torre de Astronomía. La vez que casi me animo a besarla sentimos a la gata de Filch y como hacía rato que tendríamos que haber estada en nuestros respectivos dormitorios nos escapamos de un seguro castigo a la velocidad de la luz, no sin antes hundirnos en la mirada del otro y por primera vez, una sonrisa radiante y dirigida a mí, se dibujó en su rostro, sonrisa que fue aceptada y retribuida con una pequeña carcajada ahogada. Nunca me había sentido tan feliz en mi vida, al menos que recordara. Una extraña calidez se expandía por cada centímetro de mi cuerpo y empecé a dudar de mi misión.

Unos días después, estaba frenético buscándola, no la encontraba por ningún lado. Se suponía que a esa hora debíamos encontrarnos "casualmente" en el lago. Ella no podía fallarme, no después de esa sonrisa, no después de ese "casi" beso. Me serené porque algo me decía que Granger me necesitaba. Y ese instinto que producía nuestros encuentros me llevó a los lindes del Bosque Prohibido, allí la encontré. El pelo enmarañado y lleno de hojas, la camisa abierta, los botones arrancados, el brassier roto, sus pechos expuestos con marcas rojas de dedos, un mordisco profundo en el cuello. Las uñas de ella rotas y llenas de sangre, había arañado a su agresor. Comencé a acercarme pero se alejó de mí como pudo, entonces empecé a murmurar palabras de consuelo mientras me aproximaba a ella con cautela, la cubrí con mi túnica y la abracé. Ella se ovilló en mí como un animalito herido y deseé haber estado allí para impedir ese agravio a su cuerpo y a su espíritu. Juré venganza, pero no tenía que permitir que ella se diera cuenta. Una vez que tuve el nombre, la llevé a la enfermería. Cuando encontré a Flint me encargué de que no le quedaran ganas de volver a atacar a nadie en lo que restara de su patética vida.


...oOo...




Aterrado, me dirigía hacia el despacho del viejo loco. Dumbledore quería hablar conmigo y eso sólo podía significar una cosa: Granger habló.
En el despacho también se encontraba Snape. Me taladró con su mirada y decidí no oponer resistencia, dejé que entrara en mi mente y le mostré todo, absolutamente todo. Luego, apuntó su varita a su cabeza y quitó esos pensamientos y los arrojó al Pensadero. Dumbledore se sumergió en ellos. Ahora quedaba a merced de la decisión que tomara ese mago al que desprecié toda mi vida.
Esperaba con la cabeza gacha mi sentencia, pero ésta no llegó. Me enteré del papel de Snape como espía al servicio de la Orden del Fénix y del plan que habían pergeñado para salvarme a mí y a mi familia, o al menos a mi madre. Lucius estaba muy involucrado con la causa del Señor de las Tinieblas como para poder sacarlo del foco de la atención de Voldemort sin que se levantaran sospechas. No podía creer en mi suerte. Sabía que no merecía esa ayuda. Pero iba a hacer todo lo necesario para merecerla.

Me alejé unos días de Granger porque tenía que poner en orden mis ideas, sepultar años de creencias sin asidero y organizar mis prioridades. Entre ellas, tenía que poder acomodar mis sentimientos hacia Potter y Weasley si quería estar con Granger y eso suponía dejarme humillar por esos dos que tenían sobradas razones para hacer de mí un estropajo.

Cuando estuve listo la abordé. La encontré en la Torre de Astronomía, de cara a las estrellas. El suave viento mecía su pelo, algunos mechones se pegaron en sus labios entreabiertos en una sonrisa. Me sacudió esa imagen adorable llena de sensualidad, era como una vestal ofreciendo una pureza voluptuosa a los dioses.

-¡Draco! Por poco me matas de un infarto. ¿Qué haces aquí? Tus rondas ya no coinciden con las mías -y no pudo impedir que la tristeza se colara en sus palabras.

-Te esperaba a ti, Granger.

Por el rostro de Hermione pasaron mil expresiones, asombro, esperanza, desconfianza, duda y finalmente, curiosidad.

-Necesito hablar contigo.

-Dime -me contestó tratando de descifrar lo que decía con el tono.

-Se lo dijiste...

-Sí -con la barbilla en alto y la mirada desafiante.

La encerré entre mis brazos, y con una urgencia que no sabía que sentía, comencé a acariciarla, a besarla mientras le agradecía una y otra vez lo que había hecho por mí. Granger me había dado la vida sin saberlo.

Nos desnudamos bajo la luz titilante de las estrellas. Era la primera vez para ella y para mí...como si lo fuera.
Mi boca se cerró lentamente sobre la suya, quien, tras oírse gemir, me abrazó rodeándome el cuello como si le fuese la vida en ello. La abrazaba con fuerza y la calidez de su cuerpo, así como la energía invisible de su aura, me envolvían.
Su cuerpo, terciopelo profano, se ajustaba al mío como si estuviera hecho para mí, como si cada curva encontrara su descanso en mi figura fibrosa.

-Eres tan hermosa -murmuré.

Hermione sabía que no era del todo verdad, pero de pronto se sintió atractiva, tal era el poder de aquella voz y la noche misteriosa.

-Tú también -me dijo, embelesada.

Me enredé ella con una carcajada sonora y masculina. Deslicé un muslo entre sus piernas, mientras le susurraba palabras seductoras contra la piel desnuda del pecho. Granger respondió impulsivamente; no con palabras, pues apenas podía hablar, sino con el cuerpo. Se retorció y arqueó bajo mi cuerpo, abrazándome con todas sus fuerzas.
Por mi parte,dejé de hablar muy pronto y mi respiración se volvió jadeos roncos. Las manos de Granger notaron que mis músculos se tensaban. Podía percibir que ella sentía unos estremecimientos tan intensos que apenas pudo asombrarse cuando bajé la mano para acariciarle el sexo.
Ella necesitaba que yo la tocase así. En realidad, necesitaba más, mucho más.

-Sí... Sí, por favor -susurró.

-Lo que quieras, todo lo que quieras. Sólo tienes que pedirlo -le respondí con voz áspera por el afán de poseerla.

La acaricié hasta que ella me rogó una liberación que no sabía cómo describir, hasta que se sintió oprimida por el deseo. Cuando deslicé un dedo en su interior, pude sentir como la urgencia se volvía insoportable para ambos.
Porque yo me hallaba en un estado similar. Gemía como si algo me doliese muy adentro; ya no la tocaba con la exquisita ternura de un amante delicado, sino que luchaba con ella, la desafiaba. Granger, eufórica, respondió al desafío de aquella batalla sexual.

-Estás hecha para mí -le dije repentinamente, como si me hubieran arrancado las palabras-. Eres mía-. Era una afirmación, la declaración de un hecho indiscutible. Tomé su rostro entre mis manos y le exigí:

- Dilo. Di que eres mía.

-Soy tuya.

Luego de esas palabras me hundí en su cavidad húmeda y lista para mí y fuimos juntos al paraíso.

-Soy tuya -repitió con un jadeo ahogado-. Y tú, ¿eres mío?

-Siempre, lo soy desde siempre.

Me miró confundida y extenuada. La brisa fría rodeó nuestros cuerpos acalorados y nos juntamos todavía más si era posible. Yo boca arriba mirando las estrellas, ella con la cabeza apoyada en mi hombro, la sentía poderosa y frágil a la vez. Giré mi cabeza y busqué su mirada.
La luna y las estrellas fueron testigos de mi declaración y su asombro:

-Te amo, Granger. Desde que te vi, hace seis años.