miércoles, 21 de abril de 2010

El Brujo blanco -5-



Un año fue el tiempo que compartieron Draco y Hermione.

Un año entre florituras extrañas sin varita y complejas fórmulas químicas. Un año con los sentidos exaltados, con palabras no dichas, con sentimientos ahogados, con tensión creciente, con roces accidentales que dejaban la piel incandescente.

El día que se despidieron Hermione hundió su mirada en esos pozos grises, abismándose en su fulgor plateado. Se acercó un poco más a él y levantó su pequeña mano; lo acarició desde la sien hasta la barbilla y cuando iba a retirarla, Draco la sostuvo, cerró los ojos y la apretó contra su mejilla, como queriendo guardar la tibieza de su tacto.

Sin darse cuenta, pegó su cuerpo al de él y apoyó la cabeza en su pecho. Draco deslizó su mano y la acomodó en la cintura de la leona y con la otra, la tomó del mentón para lograr que lo mirara.

Sólo ellos saben lo que se dijeron con esa mirada y antes de despegar sus cuerpos, él bajó la cabeza y atrapó sus labios, los cubrió con su boca y la besó despacio. Ella respondió a ese beso, trémula y asombrada.

Se separaron sin ganas, quedando unidos por sus manos entrelazadas. Ella comenzó a caminar hacia el sendero sin soltarlo y llegó el momento en que únicamente se tocaban las puntas de sus dedos. Casi al mismo tiempo, ambos cerraron la mano en un puño y ella continuó sin volver la vista atrás.

Draco la observó subir al auto que la estaba esperando para llevarla a Londres y no dejó de hacerlo hasta que fue una mancha en el horizonte neblinoso.

Entró a su casa confundido porque no quería tener esperanzas, pero sin poder dejar de preguntarse si alguna vez volvería a probar esos labios en los que se conjugaban inocencia, ternura y sensualidad.

Lo único que sí sabía, con certeza absoluta, porque lo sentía en la piel y se lo revelaba a gritos su conciencia, es que algo misterioso, potente y apasionado fluía entre ellos.

Y supo, también, que no haber detenido ese auto fue el error más condenadamente estúpido que cometió en su vida.

…oOo…

Elecciones

Los cinco años se habían cumplido. Ya era libre de usar su magia otra vez. Pero estaba asustado. Muy dentro de él, guardaba la secreta ilusión de que Granger vendría a buscarlo.

En lugar de ella, frente a él se encontraba Theodore Nott, su antiguo compañero de casa. Nott era el director más joven de la Dirección de Cooperación Mágica Internacional, un estupendo diplomático con un brillante futuro porque todo lo señalaba como sucesor de Kingsley Shacklebolt al frente del Ministerio de la Magia, cuando éste decidiera retirarse.

-¿Qué haces tú aquí? –le preguntó sin poder ocultar la decepción y la amargura en la voz.

-Vengo a buscarte Malfoy, Hermione no quería que hicieras el trayecto solo y me pidió que viniera a llevarte a Londres.

Y como el gato que pierde el pelo pero no las mañas, Draco siseó:

-Dile a la sabelotodo que no precisaba un niñero.

-No la mereces –le contestó-. Y luego de ese enigmático comentario no le habló más en todo el viaje.

Si el rubio esperaba una aclaración se quedó con las ganas porque su ¿rival? lo ignoró sistemáticamente a lo largo de 57 millas, la distancia exacta que separa Oxford de Londres.

Draco Malfoy miraba la caótica entrada al mundo mágico como si fuera la primera vez. Entró al Caldero Chorreante y en vez de ver a Tom se encontró con el rostro sonriente de Hannah Abbott. La saludó desconcertado por la amabilidad de la chica…y no sólo ella. Cada persona que se cruzaba parecía conocerlo y algunos le hacían un gesto de reconocimiento que él devolvía de la misma manera. "¿Así se sintió Potter cuando entró aquí la primera vez?", se preguntó.

Theo que lo observaba decidió romper el mutismo:

-Está en El Profeta, Malfoy. Todos saben que hoy te devuelven la varita, que ya recuperaste el derecho a vivir como mago. Y que no te señalen con el dedo ni hagan muecas de asco cuando te ven, se lo debes a Hermione y a Potter. Pensé que lo sabías –añadió.

Draco no contestó, sumido como estaba en sus propios pensamientos. ¿La vería? Y en ese caso, ¿qué haría?

…oOo…

Sin embargo, no la vio. Ella estaba enfrascada estudiando el misterio detrás del velo.

Mucho había cambiado Hermione Jane Granger en esos años. La antigua Gryffindor, dueña de una lógica implacable, y ferviente creyente de realidades materiales perfectamente demostrables a través del método científico jamás hubiera podido ser Inefable. Demasiados enigmas, demasiadas cosas libradas al azar, demasiadas conjeturas sin asidero racional. Pero allí estaba ella, investigando para obtener respuestas.

Ella se había propuesto escuchar esas voces, saber que pasaba con los cuerpos como el de Sirius. Todas esas respuestas sin desentrañar le hacían picar las manos.

Además, todo hay que decirlo, Harry y Theo trataron de mantenerla distraída preguntándole todo el tiempo cosas referidas al velo y le ocultaron El Profeta durante toda la semana.

Los motivos de Harry abarcaban una gama variada de temas: no quería verla sufrir; se había hecho amigo de Theo y no le gustó nada que su relación se diluyera cuando la castaña volvió, una vez finalizados sus estudios; no confiaba en que el hurón hubiera cambiado; por último, creía que lo de su amiga era un amor romántico de novela, esos en que la heroína consigue que el villano saque a la luz su verdadera esencia, oculta tras esa máscara de vicio y maldad.

Las razones de Theo eran más realistas y muchísimo más egoístas: él efectivamente conocía la esencia de Draco, y sabía que con la dirección adecuada podía convertirse en un hombre formidable; y sabía que Granger se había enamorado del rubio en ese año que compartieron en Oxford. Por supuesto, estaba convencido de que jamás podría recuperar a Hermione pero por Merlín y todos los santos muggles que iba a intentarlo.

Finalmente, el hijo de Lucius y Narcissa se encontró con Potter, ambos se midieron con la mirada y Harry dudó. Siempre fue un buen analista del carácter de las personas y lo que vio en Malfoy…no podríamos decir que le gustó, esa era una palabra muy grande pero, al menos, lo serenó. Admitió, tal vez muy a su pesar, que Draco Malfoy había cambiado, algo en su aura se había transformado, aunque se lo notaba angustiado. Pero Harry nunca asoció esa angustia a la necesidad del muchacho de ver a su amiga sino al hecho de encontrarse libre en una sociedad que se había renovado y mucho.

Junto con Nott lo llevaron a la oficina del Ministro. Allí los esperaban otros funcionarios ministeriales, que en un acto muy solemne, le entregaron su varita. Él ni siquiera le echó un vistazo. Tomó el estuche y lo guardó dentro de un maletín que llevaba consigo. Escuchó todo lo que sabía que le iban a decir y luego solicitó quedarse a solas con Shacklebolt.

-Dígame, señor Malfoy –lo animó con su voz tan profunda y melodiosa como siempre.

-Señor, necesito que acceda a hacerme un favor. Sé que no estoy en posición de pedirle nada pero… -titubeó sin dejar de mirarlo a los ojos. Kingsley no dejaba de evaluarlo y lo instó a proseguir con un gesto.

-Hace un rato cuando me preguntó si sabía dónde me iba a instalar, le mentí. No quería decirlo delante de todas esas personas…

-¿Por qué? –preguntó sin asomo de disgusto en su voz.

-Porque quiero rehacer mi vida lejos de aquí, Inglaterra sólo me trae malos recuerdos. Recuerdos que quiero dejar atrás.

-La sociedad mágica está cambiando, Draco. Ya no es como la recuerdas –dijo tuteándolo-. Harry Potter, Hermione Granger, yo mismo y muchos más hemos luchado para erradicar tanto prejuicio infundado, para no permitir que fecunden el rencor y la desconfianza. Y creo que lo estamos haciendo muy bien. En cinco años logramos muchas cosas. Incluso la modernización del mundo mágico al integrar aquellos adelantos muggles que consideramos importantes, útiles y no agresivos con la naturaleza. Del mismo modo, ellos se benefician con nuestra propia experiencia en determinadas áreas. Todo esto, por supuesto, de manera confidencial para no comprometer el Estatuto del Secreto –le explicó.

-Yo…entiendo, señor. Pero, no se trata de eso. Es más personal. Por favor. –Casi rogó.

Tras un momento de silencio, Draco continuó:

-En cuanto se liberen mis recursos, los transferiré a una cuenta a una sucursal de Gringotts en Baton Rouge…

-¿Te vas a New Orleans? –se asombró el Ministro.

-Sí. Estuve investigando y encontré una vieja plantación bastante arruinada a la que puedo poner en condiciones habitables. No hay magos por allí, lo averigüé y puedo trabajar como bioquímico y farmacéutico, puedo abrir una botica en el Barrio Francés o en alguna de las parroquias cercanas, ya veré. Puedo ayudar a las personas con mis conocimientos de pociones sumados a la ciencia muggle… -Kinsgley cortó su ansioso discurso.

-Realmente te quieres ir, ¿eh?

-Sí, pero sobretodo, no quiero que nadie sepa –y recalcó la palabra nadie- ni cuándo me voy ni a dónde.

-¿Ni siquiera Snape? –inquirió sorprendido.

-Ni siquiera Snape. –Pero no le dijo que era porque si Severus lo visitaba él no podría evitar preguntarle por ella.

-Bien. –Sentenció el Ministro-. Así se hará –y cruzó los dedos porque había una parte de esa promesa que no iba a cumplir.

Dos días después, Draco Malfoy, de veintitrés años, bioquímico y farmacéutico, mago y experto elaborador de pociones, partió del Aeropuerto de Heathrow con rumbo a Los Ángeles y de allí a su destino.
…oOo…

En su despacho, a las 11 y 45, hora en que partía el avión del último de los Malfoy, Kingsley Shacklebolt sostenía una "animada" charla con Severus Snape.

-¡¿Y cómo no me lo dijiste antes, por la vara de Merlín? –gritó Snape, paseándose por el amplio despacho haciendo ondear su túnica y tirando lo que ella tocaba a su paso.

-¡Cálmate, Severus! –exigió el Ministro-. Déjame que te explique.

Severus se quedó quieto y se desplomó en una cómoda butaca de cuero verde botella. Le dirigió una torva mirada que el moreno interpretó como un permiso para continuar. Le contó todo lo que Draco le dijo, lo que pensaba hacer y dónde se iba a instalar.

-Por supuesto, -agregó- será monitoreado anualmente…

-¿Por qué?- quiso saber Severus.

-Porque decidió instalarse en otro país, Severus, por eso, nada más. Si se hubiera quedado aquí, en Londres o en cualquier otro lugar del Reino Unido no habría necesidad de seguir chequeándolo –dijo con cansancio, restregándose los ojos.

-Bueno, hiciste bien en esperar hasta hoy para decírmelo –admitió el profesor de pociones y actual director de Hogwarts luego de la muerte de Minerva McGonagall-. Si lo hubieras hecho antes estaría allí y es preferible así.

-Y se puede saber por qué –sondeó Kingsley.

-Así podré cuidarlo sin que lo sepa. Podré aparecerme allí cada tanto y observarlo, ver si está bien… -y había tanta nostalgia y cariño en su voz, que Kingsley no pudo evitar estremecerse al pensar cuán acertados habían estado Harry y Hermione al luchar con tanto ahínco por una sociedad mágica libre de recelos que llevaban, inevitablemente, a conformar juicios de valor plagados de parcialidades-. No le digas nada a nadie, Kingsley, especialmente a Granger.-

Esto tomó por sorpresa al ministro:

-Hoy es el día de los porqués, Severus…

-Porque entre las tantas injusticias de esta guerra, amigo, si es que puedo llamarte así, una de ellas es que no llegó el tiempo de un encuentro –y tras dejar anonadado a su interlocutor, abandonó el recinto sin otra palabra más.

El Brujo blanco -4-

El regreso de Ron y un rescate

Algunos años después la sociedad mágica estaba prácticamente reconstruida y con las heridas si bien no cerradas, al menos en franco proceso de cicatrización. Y sabido es que donde quedan marcas hay aprendizaje adquirido con dolor. Y pocas ganas de repetir viejas historias.

Para esas navidades, Ron volvía de Rumania para quedarse. Había crecido. Estaba muy alto y su cuerpo parecía esculpido. El pelo largo de un rojo más oscuro, estaba atado en una coleta. El niño que no sabía que hacer con su larga contextura desgarbada, había dado paso a un hombre seguro y conforme consigo mismo. Y todo eso se reflejaba en su mirada, de un azul límpido y sereno como un cielo de verano.

Tres años sin verse. De pronto, Harry y Hermione no sabían qué hacer frente a esa figura desconocida, el larguirucho, inseguro e impulsivo Ron había desaparecido y ellos debían acomodarse a esta nueva realidad. Sin saber bien porqué, se tomaron de la mano, como si con ese gesto pudieran fortalecerse.

En la cocina de La Madriguera el silencio era absoluto. Todos de pie, casi rodeándolos. Repentinamente, Ron abre los brazos y Hermione se soltó de Harry y se hundió en ese pecho amplio y tan tibio como lo recordaba. Llorando sin parar se desprendió para darle lugar a Harry, pero enseguida se apiñaron como si no fueran a soltarse nunca más. El clan Weasley al completo, tía Muriel incluida, aplaudieron y la actividad comenzó. En cinco minutos se armaron varias mesas diseminadas en lo que podría ser el comedor y en diez parecía que era una navidad como las que celebraban antes de la guerra, cuando estaban todos y el alma entera.

Después de cenar los tres amigos y Ginny se aparecieron en Hogsmeade. En Las Tres Escobas los esperaban ex compañeros de todas las casas. Sí, de todas porque Theo Nott, quien desde siempre había estado libre de culpa y cargo, era "un algo sin nombre" de la sabelotodo Granger. Y allí, entre risas, anécdotas y sueños por cumplir, se prendaron una rubia excéntrica y un renovado pelirrojo. Luna y Ron.

A partir de allí la vida siguió con viejas y nuevas rutinas. Ron se trasladó a Grimmauld Place con Harry, le quedaba cerca de la Escuela de Sanación de Animales Mágicos. Comenzó a estudiar en Rumania pero quería volver a Inglaterra un tiempo y recibirse allí, antes de volver para instalarse en el lugar donde encontró tanta paz.

La castaña y Ginny compartían un precioso departamento en la zona de Covent Garden. A la primera le faltaba nada para entrar al Ministerio como Inefable y bajo la tutela de Severus Snape, se había convertido en una experta pocionista. Ginny era cazadora de Las Arpías y seguía siendo la novia del niño que vivió y el auror más joven de todos los tiempos.

Harry y Hermione habían logrado su propósito y ella fue más lejos aún cuando decidió saltarse un par de reglas. Con la anuencia de su amigo y del Ministro que hizo la vista gorda.

Ella resolvió ayudar a Draco a como diera lugar. No sabía bien por qué pero le parecía inadmisible que Malfoy no pudiera terminar su educación mágica, al menos eso es lo que decía en voz alta. Le pidió ayuda a Snape que aceptó gustoso. Este era el plan:

-Tengo guardados todos los apuntes del último año en Hogwarts y los libros, por supuesto. Y anoté muy cuidadosamente los movimientos exactos del brazo y muñeca con ilustraciones para que el hurón pueda aprenderlos y practicar…sin la varita. También tengo una copia de todo lo que me enseñó. Usted tiene permitida una visita al mes. Le puede contar mi plan y si acepta yo puedo llevarle las cosas. Nadie sospechará de mí.

-¿Por qué haces esto, señorita Granger? –preguntó el ex profesor de pociones. Hermione pensó un momento antes de contestar con firmeza.

-Porque éramos unos niños que tuvimos que crecer de golpe y muchos de nosotros sin guía o con la guía inadecuada. Además…Nadie merece, ni siquiera él, perder el derecho a ser quién es.

-En ese caso, te ayudaré. –Y giró en dirección a la puerta de calle.

-Profesor…-lo llamó insegura.

-Dime Granger –contestó dándose apenas vuelta.

-Me dejaron hacerlo con una condición.

-¿Cuál?

-Lanzarle un hechizo de reconocimiento y rastreo, indetectable para la persona que lo recibe. Usted sabe que estuve trabajando en ello desde mi último año en el colegio y gracias a eso es que ahora podré ser Inefable.

-Lo sé, Granger. Y siempre me pregunté por qué estabas tan obsesionada trabajando en ello. Creo que acabo de descubrir la respuesta –le comentó con un deje de admiración en la voz-. Y supongo que quieres que yo lo haga.

-¿Lo haría por mí, profesor? ¿Por favor?

-Sí, Hermione, lo haré por ti.

…oOo…

Ese día de enero el viento y la nevisca azotaban el pueblo donde Draco vivía. Severus se abrió paso luchando contra la fuerza del viento helado y cuando por fin pudo entrar a la pequeña casa, se acomodó frente a las llamas y sacó una botella de whisky de fuego. El joven rubio trajo dos vasos y se sentó en una poltrona frente a su ex profesor. Estuvieron un rato en silencio, disfrutando de la mutua compañía hasta que Snape se decidió a hablar. Le comentó las intenciones de la ex Gryffindor y la diatriba contra la comelibros no se hizo esperar. Con cara de profundo aburrimiento, Severus lo dejó parlotear hasta el cansancio. Cuando se calló le dijo:

-No seas idiota. Pensé que en estos tres años habías crecido. Hasta Weasley lo logró –le soltó con una cierta decepción en la voz.

-No me compares con esa comadreja.

-Sin duda que no, evidentemente, él no se lo merece.

Draco lo miró con dolor y en ese momento su mirada gris adquirió una profundidad que asombró a su antiguo mentor.

Snape continuó:

-Draco, todo lo que quiere hacer es ayudarte.

-¿Por qué?

-Pregúntaselo a ella, si tu aceptas su propuesta vendrá en unos días y si todo va bien entre los dos conseguirá un permiso para visitarte más seguido con la excusa de que no quiere estudiar sola.

Draco lo miró interrogante.

-Hermione…

-Ahora la llamas por su nombre –lo interrumpió.

-Hermione – reanudó su discurso como si no lo hubiera interrumpido- se cambió a Oxford con el sólo propósito de continuar sus estudios de bioquímica contigo y así justificar la necesidad de estudiar juntos.

-¿Y la comadreja la dejará hacer eso? –preguntó con sospechosa indiferencia.

-El señor Weasley jamás osaría entrometerse en una decisión de Hermione, ni antes ni ahora. La diferencia está en que ahora ni siquiera le montaría una escena.

-Y eso es porque… -dejó la frase incompleta esperando la respuesta del hombre frente a él.

-Porque Ronald maduró. Y si quieres saber si son novios pregúntalo directamente, muchacho –siseó como la serpiente que nunca dejaría de ser.

Severus bufó molesto antes de agregar:

-¡Maldito niño, malcriado! ¡Madura de una vez, Draco! Y no, no son novios. Hace años que dejaron de serlo, desde que ella y Harry Potter…

-¿Ella y Harry Potter? Esa chica es más idiota de lo que creí –rabió con un imperceptible temblor en la comisura de los labios.

-¡No! si definitivamente, tu cerebro se lo diste de merienda a un hipogrifo. Ella tiene algo con Theo Nott –le disparó de improviso y Draco casi se marea de la impresión.

-No puede ser… -susurró.

-Sí, es. Y si te interesa haz algo al respecto pero deja de balbucear incoherencias y hacer chiquilinadas, ¡por Merlín! –Ya se estaba por ir, bastante enojado, por cierto, cuando recordó que debía llevarle una respuesta a Granger.

-¿Qué le contesto? –le preguntó seco y cortante.

-Que venga…y que…dile que le doy las gracias.

El Brujo blanco -3-


Cuando los juicios terminaron, cuando las condenas fueron efectivas, cuando la sociedad mágica sintió que se había hecho justicia comenzó la verdadera tarea de reconstrucción. Sin embargo, Harry Potter y Hermione Granger no estaban conformes con el resultado de las cosas. Ellos sentían que había que quitar de cuajo el resentimiento, porque el resentimiento lleva a la amargura y al deseo de desquite. "El resentimiento -machaca Hermione-, te hace perder las perspectivas".
Esta postura de la castaña y los actos que fue llevando a cabo en consideración a ello, la fueron alejando de su pelirrojo amor adolescente.

-No puedo creer que insistas en eso, Hermione -replicó Ron, muy enfadado.

-Insisto, Ronald, porque no me parece bien. Tenemos que lograr una reforma en los estándares de la educación mágica porque si seguimos regodeándonos en el triunfo de "nuestra" postura lo único que vamos a conseguir es que los sangre pura que nunca se alinearon con Voldemort se sientan perseguidos y rechazados...

-¿Y qué? -gritó Ron, saturado y soy sangre pura y no me siento perseguido ni rechazado. ¿Acaso te olvidas que murió mi hermano en esa maldita guerra, Hermione?

-Por supuesto que no lo olvido, ¿cómo puedes sugerirlo siquiera? Murieron muchas personas, Ronald. No hay vidas más valiosas que otras. La vida es vida. Y justamente porque no hay que permitir que la historia vuelva a repetirse, es que con Harry creemos que hay que cambiar el tono, moderar nuestros discursos y comenzar una educación mágica que se atenga a los valores por los que luchamos, porque sino seríamos como ellos pero al revés. ¡Y no es así, Weasley! Y además, por si lo olvidaste, tú y tu familia son traidores a la sangre -finalizó la muchacha.

-No te entiendo -murmuró Ron.

-Ron -dijo hastiada la chica- ellos peleaban porque creían que eran superiores, que algún tipo de razón divina emanada de quién sabe quién les daba el derecho de perseguir, matar e imponer su manera de pensar, sus códigos y demás. Pareciera que tú pretendes que nosotros hagamos lo mismo.

-Nosotros somos mejores.

-Y si lo somos no tenemos que actuar como ellos, por Merlín.

La discusión fue interrumpida por Harry que en ese momento entraba agitado a Grimmauld Place, donde los tres habían decidido vivir después de la guerra.

-¿Qué pasa Harry? -preguntó preocupada al ver el estado de ansiedad de su amigo.

-Es Snape, recuperó la conciencia.

…oOo…

Los momentos que siguieron al triunfo de Harry fueron caóticos. Había tanto que hacer y tanto cansancio y dolor para llevarlo a cabo que las cosas se sucedían desordenadamente, como organizadas por un niño de cinco años que le robó la varita a su mamá y jugaba sin ser conciente de lo que hacía. Por eso tardaron horas en ir a recuperar el cuerpo del último director de Hogwarts, Severus Snape, abandonado en la Casa de los Gritos.

Harry estaba encerrado en el despacho de la ahora Directora Minerva McGonagall, con Kingsley Shacklebolt, ministro interino, y otros miembros encumbrados del Ministerio de Magia. Hermione se encargó, entonces, de llevar hasta la casa abandonada a un ya reducido grupo de miembros de la Orden del Fénix para que se llevaran a su temido -y ahora héroe- ex profesor de pociones.

Sin embargo, el cuerpo de Snape no estaba en medio de un enorme charco de sangre, tal y como la chica recordaba. Un rastro de sangre, que terminaba abruptamente, daba cuenta de que el pocionista se había arrastrado y escondido. Lo hallaron con un homenum revelio detrás de un sillón destartalado y cubierto con unos harapos sucios que alguna vez supieron ser una cortina.

El hombre estaba vivo, no lo parecía, pero lo estaba. Lo llevaron de inmediato a la enfermería del colegio, donde Madame Pomfrey comprobó que antes de desmayarse, Severus había alcanzado a tomar una poción regeneradora y un antídoto del veneno de Nagini. "Chico astuto", murmuró Poppy.

La sanadora le dio los primeros auxilios y luego lo envió a San Mungo. Y allí permaneció en coma, seis meses.

-Es Snape, recuperó la conciencia –dijo Harry.

-¡Por Merlín, Harry! ¿Y ya habló? ¿Dijo algo? ¿Quién está con él? ¿Pidió ver a alguien? –preguntaba Hermione a la carrera y al borde del colapso.

Ron bufó y rodó los ojos. Nada le importaba menos que la recuperación del murciélago grasiento. Para él las cosas son o blanco o negro, no hay medias tintas y desde su punto de vista que sea un trágico héroe nacional no lo absolvía de los maltratos a los que sometió a los Gryffindor en general y a ellos tres en particular.

Harry lo miró de soslayo y meneó la cabeza antes de dirigirse a su amiga:

-Pidió ver a Draco –le contestó con tono sombrío.-Los sanadores consideraron que no era momento de decirle nada que pudiera perturbarlo.

-¿Y por qué lo perturbaría saber de Draco? –preguntó molesto, Ron.

-Es obvio, Ronald.

Ron desdeñó la respuesta de Hermione y miró a Harry.

-Si la primera reacción de una persona que despierta de un coma es preguntar por alguien en especial, es que ese alguien le importa, ¿no crees? –Y realmente Harry esperaba que Ron no respondiera y continuó- por lo tanto, ¿cómo supones que reaccionaría al saber lo que sucedió con Malfoy?

-Pues a mí no me importa –dijo mientras se daba vuelta y salía de la biblioteca dejando solos a Harry y Hermione.

Los amigos se miraron y Harry abrazó a la castaña que estaba conteniendo las lágrimas.

-Shhh, estoy aquí, cuentas conmigo. No te voy a abandonar. ¿Qué piensas hacer con tu relación con Ron? –inquirió observando los ojos de su amiga que brillaban por las lágrimas.

Hermione no contestó enseguida. Harry la condujo al cómodo sofá que estaba frente a la chimenea que crepitaba suavemente, afuera hacía mucho frío y el viento parecía colarse por los intersticios de las ventanas de esa enorme y oscura mansión. Una vez allí, se sentaron y Harry le pasó un brazo por los hombros y la chica acomodó su cabeza allí, en ese hueco tibio que su amigo le ofrecía, sin dejar de mirar el fuego. Al cabo de un rato en silencio, Hermione habló:

-No sé cuándo perdí a Ron, Harry. Pero me pregunto si lo tuve en algún momento. ¿Sabes? Se sentía tan natural amarlo, pensar que era mi complemento de tan distintos que somos. Pero él no puede parar de pelear, de cuestionar todo lo que pienso, lo que quiero hacer. Luego viene con su sonrisa bonachona y ese corazón de oro que tiene y me derrite una vez más hasta el próximo encontronazo…y estoy cansada Harry. Ya no quiero pelear, con nadie más. Nunca.

-Nunca es demasiado tiempo, Hermione.

-Lo sé, pero tú entiendes lo que te digo.

Harry asintió con la cabeza y un apretón en el hombro de la castaña. Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo y bajaron. Había cosas que decidir y más para hacer.

...oOo...

Ron Weasley se sentía mal. No sólo porque Fred había muerto y George parecía una sombra o porque veía a su madre sufrir y a su padre tan silencioso que daba miedo. No. Ron, además del dolor por la muerte de su hermano, y la rabia que le daba que no se hubiera muerto ese maldito de Lucius Malfoy, por ejemplo, en vez de un ser maravilloso como Fred, sentía otra cosa con una fuerza que lo avasallaba y no lo dejaba respirar.

Ron Weasley se sentía menos que nada. Sin rumbo y sin propósito. Idéntico a sí mismo desde que entrara a Hogwarts hasta ahora. Celoso, impulsivo, deseoso de algo que no sabía bien cómo definir, algo faltaba en su vida y no podía ponerle nombre.

Envidiaba la relación de Harry y Ginny y también la que su mejor amigo mantenía con Hermione. Si no supiera que estaba colado por su hermana, juraría que estaba enamorado de Hermione hasta el fondo. Él no tenía eso con ella, esa comunión, esa confidencia. Había una intimidad entre ellos dos que él sabía que nunca iba a compartir con su…con Hermione.

-¡Y con un demonio! –gritó Ron enfurecido, rompiendo todo lo que había alrededor a fuerza de golpes y hechizos.

Tal vez, si hubiera podido atisbar el futuro podría haberse confortado. Ron era, simplemente, un hombre bueno que no confiaba en sí mismo. Pero en cuanto encontrara la fortaleza en su interior, cuando pasara esa marea emocional en la que se hundía sin saber cómo salir, se convertiría en el hombre que Hermione vislumbró alguna vez: un hombre sereno, confiable, un pilar fuerte y cálido, en el cual apoyarse.

El problema consistía en que, en ese momento, Ron no podía ser el hombre que Hermione soñaba ni ella la mujer que Ron necesitaba.

Sus amigos lo encontraron tan fuera de sí que Harry se vio obligado a lanzarle un hechizo aturdidor y la castaña convocó unos almohadones para que no se lastimara al caer al piso.

Se miraron estremecidos. No querían dejarlo solo pero tampoco sabían cómo ayudarlo. Quizá, lo que el pelirrojo necesitaba era alejarse un tiempo, pensó Harry. Pero ¿dónde? Y, fundamentalmente, ¿con quién? La respuesta llegó de una mano inesperada. De una pluma, en realidad, que lo anunció. Fawkes, el fénix de Dumbledore, a la muerte de éste rondó cerca del castillo. Pero luego de la guerra siguió a los dragones de Charlie Weasley y estableció su morada en el pico más alto de los Cárpatos, el pico de Franz Joseph. No obstante la lejanía, la mítica criatura tenía el don de aparecer cuando Harry la necesitaba, aún cuando el propio niño que vivió no se percatara.

Y allí estaba, depositando a un confundido criador de dragones en el medio de una sala semidestruida, con su hermano inconciente sobre unos cojines y ante los rostros perplejos de sus amigos.

Ron descansaba en un sillón que Hermione hizo aparecer en la cocina. Los muchachos charlaban en murmullos y cada tanto se oía el tintinear de los vasos a medio beber de cerveza de manteca y el entrechocar de los cubiertos mientras cenaban.

No le ocultaron nada a Charlie. Le contaron sus propósitos, cómo la férrea postura de Ron en contra de esos planes los estaba distanciando, porque la incomprensión los llevaba a discutir cada vez más y algo que no podían definir, como si Ronald estuviera en batalla consigo mismo.

-Sin duda es así, Hermione –afirmó Charlie.

-¿Por qué… -pero la pregunta murió en la voz de Harry antes de que pudiera formularla porque su amigo acaba de despertarse tan enojado o más que cuando lo aturdieron.

Los improperios lanzados al aire por el pelirrojo menor terminaron en un ataque de llanto. Avergonzado, salió corriendo y Charlie se apresuró a seguirlo, lo alcanzó y se desapareció con él rumbo a, después lo confirmaron, La Madriguera.

El Brujo blanco -2-

Londres, un día de diciembre de 1998

Los mortífagos no se esperaban el desenlace que tuvo la segunda guerra. Y salvo algunos, como sus padres y él mismo, hartos de seguir a Voldemort, todos los demás fueron condenados al beso del Dementor. El Ministro Kingsley Shacklebolt tuvo que ceder ante el dictamen unánime del Wizengamot: todos aquellos mortífagos a los que se les probara fehacientemente su participación en la guerra y que hubieran usado cualquiera de las tres maldiciones imperdonables, serían ejecutados de esa terrible forma. El resto, iría a prisión perpetua, en una cárcel construida especialmente para ellos, llamada Tintagel, una fortaleza inexpugnable, sin dementores. Allí, no eran necesarios.





El recuerdo del día del triunfo del Niño que vivió y con él el triunfo de las ideas de integración, respeto y convivencia, lo atormentó durante los meses siguientes. En ese tiempo se estaban organizando los juicios, recabando las pruebas, se hacían requisas en todas las posesiones de los mortífagos reconocidos. De su casa se habían llevado incontables objetos tenebrosos porque a Lucius no le había quedado otro remedio que entregarlos. Ya no estaba en posición de amenazar con su alcurnia, su apellido y sus ancestros; y mucho menos, de utilizar su fortuna haciendo "donaciones". Esa etapa del mundo mágico había quedado atrás. Los privilegios de sangre valían menos que una escupida y si sabías lo que te convenía, te tenías que meter los prejuicios donde te cupieran.

Eso, Draco lo aprendió bien pronto.

Eso y algo más.

El día del juicio a los Malfoy, la Sala del Wizengamot estaba llena, no había lugar para un alfiler y el aire que se respiraba era espeso y estaba cargado de expectativas, de deseos de revancha y de humillación. Los tres Malfoy se habían reunido allí luego de dos meses sin verse. Los habían encerrado en Tintagel a la espera de su juicio, después de que entregaran todas las piezas de magia oscura y de que cedieran una gran parte de su fortuna al Fondo de Reconstrucción de Ambos Mundos.

En ese tiempo, el menor de esa antigua estirpe había tenido tiempo para pensar. Amaba a sus padres. Ese era un hecho innegable. Pero ese amor se había teñido de un sutil desprecio, de un incómodo rencor. En cierta forma, Draco los culpaba de la situación en la que se hallaban. Pero sobre todo, los culpaba por haberlo criado creyendo que por el mero hecho de ser un mago de sangre pura era superior a los demás. Que por ser un Malfoy podía pisotear a quien sea. Y lo peor era que Draco no podía perdonarse a sí mismo, porque echarles la culpa a sus padres no lo eximía de su propia responsabilidad. Y se odió porque se sintió una marioneta, porque dejó que decidieran por él; se odió por cobarde y por necio. Por haberse dado cuenta tarde de que estaba siendo víctima de su propia estupidez y de prejuicios inculcados. Así que cuando miró a sus padres a los ojos, llameó en su mirada el mismo desdén que antes dirigía a los impuros y cuando buscó al Trío Dorado esperando encontrar un gesto de triunfo y suficiencia, sólo encontró unos rostros mortalmente serios que lo observaban con cuidado, como midiéndolo. Sin embargo, en los ojos de ella encontró algo más, algo parecido a la compasión, dolor y una profunda calidez. La odió a ella también por ser capaz de no juzgarlo, por darle, pese a todo, lo que él sentía que no merecía: comprensión.

Los Malfoy no podían creer cuál había sido el resultado de su juicio. No sólo no habían sido condenados a muerte sino que tampoco deberían pasar lo que restaba de sus vidas pudriéndose en Tintagel. Pero cuando lo supieron... hubieran preferido la muerte.

Harry Potter narró el contenido de sus visiones que daban cuenta de que la adhesión a Voldemort se sustentaba cada vez más en el miedo. Cómo el Lord obligaba a Draco a hacer cosas que le repugnaban. Que fue testigo de la imposibilidad del muchacho de cumplir con la misión de matar a Dumbledore.

Por último, relató el papel de Narcissa el día de la batalla final y cómo sin su ayuda hubiera sido más difícil derrotar a Riddle.

Por su parte, Hermione Granger, testificó a favor de Draco diciendo que trató de resguardarlos al ser ambiguo cuando lo obligaron a certificar la identidad de ellos tres.

Ron Weasley, contó lo que había ocurrido en la Sala de los Menesteres, sembrando un manto de dudas en cuanto a las verdaderas intenciones del joven Malfoy al tratar de impedir que Crabbe y Goyle mataran a Harry. ¿Lo hacía porque Voldemort lo recompensaría si entregaba a Potter? ¿O realmente quería salvarlo? Lo qué sí quedó claro fue que protegió a sus amigos de los hechizos aturdidores con los que intentaban defenderse de las imperdonables los miembros del Trío Dorado. Y, por supuesto, dejó asentado que esa noche ellos le habían salvado la vida dos veces al heredero de los Malfoy.

Luego de la exposición de los chicos, el Wizengamot se dispuso a deliberar. Una gran parte del Supremo Tribunal prefería enviarlos a Tintagel, pero el ala más moderada quería enviar un mensaje de tolerancia a los componentes de la sociedad mágica de sangre pura que no habían participado en ninguna de las dos guerras. Por eso, querían suavizar la estancia en prisión. Al no poder acordar, el veredicto fue atroz:

"Este Tribunal encuentra a los acusados culpables de asociación al grupo denominado "mortífagos" y de obedecer las órdenes de quien los liderara, el mestizo Tom Riddle, conocido como Lord Voldemort.
La mención a su origen mestizo es para que sepan, los que fueron sus fieles seguidores, que su afán de dominio y superioridad basados en la supremacía de la sangre estaba conducido por un mago de sangre mezclada cuyo único afán era el poder, la sumisión y la inmortalidad. Y que para lograr sus objetivos no dudó en mentir, usar, humillar, castigar y esclavizar a aquellos a los que llamaba seguidores que, en el orden establecido por Riddle, eran poco más que elfos domésticos.
Es deseo de este Tribunal que la familia Malfoy sea condenada a prisión perpetua en Tintagel. El testimonio de Ronald Weasley, echa luz sobre la manera en que estas personas se acomodan de acuerdo a las circunstancias y apoya el que queramos tomar esta decisión. Pero, los alegatos de Harry Potter y Hermione Granger nos dan un margen para reconsiderar el castigo a las deleznables acciones de esta familia.
Queremos construir un mundo mágico donde estos valores no puedan perdurar ni transmitirse de generación en generación. No hay una clase de magos superior a otra y menos aún por su origen. La generación de magia es espontánea aunque goza de la posibilidad de transmitirse y acrecentarse. Más allá de eso, la magia se da o no se da. No se quita ni se roba. Se la posee o no. Así como de padres muggles nacen hijos magos o hechiceras, así de los magos nacen squibs.

Así, la sentencia del Tribunal se descompone de la siguiente manera:

Lucius Malfoy y Narcissa Black Malfoy, son condenados de por vida a vivir sin hacer uso de la magia. Deberán abandonar Malfoy Manor y vivir en un pueblo mixto en el que brindarán un servicio a la comunidad muggle. Se les asignará un instructor de usos y costumbres e historia muggle y serán supervisados cada quince días. Sus varitas mágicas serán rotas en este instante. Cualquier contravención a este dictamen será penado con reclusión perpetua en Tintagel.

Draco Malfoy es condenado a suspender el uso de la magia por cinco años. Deberá instruirse en los usos y costumbres muggles, así como en su historia. Podrá estudiar en una universidad muggle la carrera que sea de su agrado y tendrá la obligación de dictar clases de convivencia a los niños de origen mágico dos años antes de su ingreso a Hogwarts o a cualquier otra Institución de enseñanza mágica de Europa. Pasados esos cinco años, en los que también será supervisado, podrá abandonar el Reino Unido –si esa es su voluntad- para instalarse en el país de su preferencia en el que será evaluado anualmente por un miembro de este Tribunal. A partir de este momento, su varita queda bajo caución en este Ministerio".

Un silencio mortal siguió a estas palabras. Cientos de ojos se incrustaron en las caras angustiadas de los Malfoy. Narcissa comenzó a sollozar. Lucius parecía incapaz de uno de sus típicos arrebatos de ira y menosprecio. Pero cuando vio a su mujer caer de rodillas implorando con la mirada a Potter, se agachó como pudo para ayudarla a levantarse, al cabo estaban esposados con ligaduras mágicas y luego, recuperando su porte altanero y soberbio, miró alrededor con infinita altivez.

Draco Malfoy no pudo impedir que una lágrima rodara silenciosa por su pálida mejilla. Se la limpió con toda la elegancia que le permitían sus manos amarradas y finalmente, clavó su vista en la única persona que le interesaba en todo ese lugar, Hermione Granger.

lunes, 12 de abril de 2010

El brujo blanco -1-


New Orleans, 16 de Febrero de 2010



Hacía 7 años que había desaparecido del mundo mágico. Y doce años sin hacer magia, sintiendo como toda su esencia corría alborotada por sus venas con la fuerza impetuosa de un río de lava. Su varita estaba guardada en un estuche cubierto de polvo, arrumbado en el desván de su –todavía- deslucida mansión ribereña. Cuando llegó a New Orleans venía con el alma vacía y los sueños rotos. Y aunque ahora podía, había decidido seguir así, casi acostumbrado a no usar la magia.

Se acercó a una de las ventanas de su amplio dormitorio. El ocaso bañaba con su luz vibrante de naranjas y violetas el extenso parque que se perdía en la ribera del Mississippi dándole una coloración especial, extrañamente bella y cálida. Amaba ese lugar porque, como él, estaba lleno de matices. Nunca más blanco y negro. Pero nadie para compartirlo…

Por primera vez en tantos años se sentía solo. La copa de coñac tembló ligeramente en su mano cuando notó una mancha oscura que crecía en el cielo crepuscular acercándose hacia él hasta posarse en el antepecho de la ventana. La abrió, intrigado y alarmado a la vez. Era una lechuza parda. No sabía quién podría enviársela. No era el método habitual de contacto con la gente del Ministerio, ellos no eran. Le quitó el pergamino con cuidado y le dijo que fuera a cazar algún ratón y le prometió que para cuando volviera tendría agua para ella y un lugar donde podría descansar. La lechuza ululó levemente y se internó en el pequeño pero frondoso bosquecillo cercano a la mansión.

No sabía si abrirlo y leerlo ya o dejarlo para después; como sea, el titubeo lo condujo directo a sus recuerdos.

En cuanto pudo hacer uso de su herencia le comunicó al Ministro que se iría de Inglaterra y que se instalaría en alguna ciudad de Estados Unidos.

Se decidió por New Orleans porque la magia se respiraba en el aire, una distinta a aquella con la que había nacido pero que le permitiría usar sus dotes de experto pocionista y bioquímico…al servicio de muggles principalmente porque había tenido cuidado en averiguar que no había asentada una comunidad mágica en los alrededores, el vudú alejaba a los magos.

Primero pensó en instalarse en el colorido Barrio Francés, al fin y al cabo esa era prácticamente su segunda lengua pero luego lo desechó porque no quería atraer demasiado la atención sobre él. Manejar el misterio era algo que seguía haciendo bien y lo quería mantener así. Finalmente, terminó decidiéndose por una vieja plantación: Oak Alley; los robles plantados a cada lado del sendero que desembocaba en la mansión formaban un arco oscuro y majestuoso y tal vez un poco siniestro, sobre todo porque los anteriores dueños del lugar no manejaron bien el negocio del turismo y poco a poco la que fuera una imponente plantación, fue viniéndose abajo. Pero él lograría que recobrara algo de su antiguo esplendor, se prometió a sí mismo, tal vez hasta podría convertirse en su hogar.

Una vez que tuvo todo arreglado, lo que quedó de su fortuna transferido a una sucursal de Gringotts en Baton Rouge, el pasaje comprado y sus pertenencias empacadas, se comunicó con Kingsley para dejarle los datos de su nueva dirección. El Ministerio debía saber dónde ubicarlo. Con todo, se permitió pedirle a Shacklebolt un favor; suponía que se lo concedería y así fue. Sólo él, en arreglo a su cargo y algún miembro del Wizengamot sabrían dónde encontrarlo. Nadie más. Nunca.

Pero nunca es demasiado tiempo, le diría alguna vez Harry Potter a su amiga Hermione Granger. Y esa lechuza era la prueba.

Lo último que le quedaba por hacer era despedirse de sus padres. O lo que sobrevivía de ellos.

Su padre, definitivamente, había enloquecido. Y su madre había perdido todo rastro de prestancia. Gris y opaca, la Narcisa que había conocido ya no existía.

Quiso sentir odio por el terrible castigo que les impusieron pero le bastó recordar las amenazas, las risas siniestras y enloquecidas, las muertes, los crucios. Y como cada vez que la desolación de aquellos tiempos lo cercaba, surgía la imagen de ella; ella gritando y retorciéndose de dolor y aún así mintiendo para proteger a sus amigos y la misión que tenían que cumplir.

Entonces el odio y la admiración, se mezclaban en su interior, sólo que ya no le provocaban esa cólera que impulsaba a insultarla y menospreciarla. Ya no, por eso se fue a buscar un rincón en el mundo que le perteneciera, un lugar donde olvidar que el odio era el nombre que le puso a sentimientos inconfesables.

Sacudió la cabeza tratando de aventar esos pensamientos. No sabía a qué había venido ese acceso de tonta melancolía. De lo que estaba seguro es que su vida, acababa de dar otro giro inesperado. Y se dio cuenta de que se debía a sí mismo la oportunidad de vivir una vida normal. O todo lo normal que un mago sin varita puede vivir. Y por su propia elección.

La voz dulce y armoniosa de Mama Dulcie, su ama de llaves cajún, lo trajo al presente.

-Dime Mama Dulcie –le contestó con una entonación casi infantil. Draco era un niño en lo que a esa matrona fuerte y maternal, se refería-. ¿Qué pasa?

-Que Axis está como loco y tú todavía en veremos –le señaló con los brazos en jarra.- ¡Ah! otra cosa, casi se olvida esta vieja…vino el señorito de la casa grande, río abajo, que precisa que vayas.

-¿Es urgente?

-No creo. Seguramente querrá ese brebaje extraño que le diste para la fiebre y la congestión.

-¿Algo más?

-¡Pero qué olvidadiza que estoy! –añadió con tono casual y perforándolo con la mirada- esa voyou de St. Baptiste, dice que necesita que encuentres algo. Mmh… ¿qué hago con Axis? –agregó.

-No te preocupes, llegó una lechuza y está nervioso porque siente que le invaden su territorio. Ya hablaré con él.

Y como si lo hubieran invocado un espléndido halcón peregrino se coló por la ventana entreabierta y se posó suavemente en el puño de Draco sin lastimarlo con sus fuertes garras.

Ella miró a su hombre-niño, hermoso y solitario, con cariño y consternación. Mama Dulcie sabía todo acerca de Draco. La bruja del bayou le dijo hace años que un brujo blanco iba a llegar a la antigua plantación y que ella debía ir a ofrecerle sus servicios y ayudarlo porque estaba solo y desconsolado. Así fue como la negra Dulcie lo esperó en Oak Alley y sorprendida por su juventud, se convirtió en una especie de belle-mère para el muchacho más necesitado de devoción y ternura que había conocido jamás. De a poco fue desentrañando cada secreto, mitad dichos, mitad descubiertos cuando guardaba su sueño inquieto. Y se preguntaba si esa Hermione que mencionaba las noches de sueños agitados sería su bele.

Draco, ajeno al sagaz examen de Mama Dulcie, hablaba con su halcón mientras le acariciaba las plumas. La mujer, enternecida, dijo unas palabras en su cerrado dialecto y el halcón voló afuera de inmediato.

-Me prometiste que hoy irías al Mardi Gras –lo conminó con seriedad y golpeteando el piso de lustrosa madera con el pie-. Y espero que no te encuentres con esa ni ninguna voyou.

Draco le llevaba 20 centímetros a su ama de llaves devenida en guardiana, así que tuvo que agacharse para abrazarla. Depositándole un beso en la coronilla, le aseguró que un rato estaría listo.

-Y no es una golfa, Mama Dulcie, seguramente perdió unos papeles importantes y quiere que se los encuentre con mis "poderes especiales" –soltó risueño mientras empezaba a buscar ropa apropiada para una noche de carnaval en el pintoresco Barrio Francés.

-Sí, sí, a otra vieja con ese cuento –murmuró la mujer sabiendo que Draco la escucharía-. Ninguna de aquí es tu bele, mi niño –aseguró muy bajito esta vez.

Al salir de su habitación, dejó olvidado en el escritorio el pergamino sin leer. Sin embargo, antes de irse de la casa tuvo el impulso de ir al desván y comprobar si su varita estaba donde la dejó ni bien se instaló en su destartalado caserón.

Subió lentamente, abrió la puerta y polvo de años acudió a su nariz y lo hizo estornudar. Prendió una luz mortecina, efecto de la suciedad y las telarañas, y enseguida la encontró, su varita de espino y nervio de dragón. Potter se la había devuelto antes del juicio; la mantuvo con él hasta que debió entregarla al Ministerio; y la recuperó una vez finalizada su sentencia. Tomó con reverencia la caja, le sacudió el polvo y la abrió. Adentro descansaba su vara. La sacó con cuidado y la empuñó con suavidad. Draco sintió una energía colosal que lo hizo trastabillar y como si tuviera vida propia, la varita se encendió con una luz cegadora. La soltó de inmediato y su varita rodó por el suelo. No había tenido intención de hacer magia y si hubiera sabido que tenía un hechizo de reconocimiento y rastreo y que nunca se lo habían quitado, jamás hubiera tocado su "palito de hacer magia", como le decía cuando era niño a la vara de su padre.

El Londres sonó una alarma. Alguien descubrió el potente rastro de magia. Por fin, lo había encontrado.