miércoles, 23 de diciembre de 2009

Siete años - Segundo año-


El verano de Draco pasó entre advertencias y amonestaciones. "¿Nunca seré lo suficientemente bueno para mi padre?", se preguntó entristecido.

Ajeno a la mirada compasiva de su madre, se alejó cabizbajo con su nueva escoba para salir a volar. Su padre había comprado un conjunto de escobas para todo el equipo de Quidditch de Slytherin. Ahora podría demostrarle a Potter quién es Draco Malfoy. Sonrió con suficiencia y ese pensamiento lo hizo sentir mejor.
Mientras volaba repasó su primer año en Hogwarts. Su padre tenía razón. Potter era una molestia, un ser insignificante con una fama que no se merecía y sus amigos eran escoria que al igual que él había que pisotear para demostrarles quiénes eran los mejores. El mundo se dividía en débiles y poderosos, ricos y pobres, puros e impuros, y él tenía muy claro a qué mundo pertenecía. Todavía se preguntaba que vio en esa chiquilla muggle..."¡Basta!", se amonestó mentalmente. Granger no valía un pensamiento siquiera. Molesto se dedicó a hacer rizos en el cielo crepuscular y no bajó hasta que sintió frío y la memoria adormecida.

Pronto comenzaría el segundo año y se había propuesto ser el mejor, su padre no le perdonaría otra cosa. Además, había pasado más tiempo con Pansy, luego de un tiempo logró acostumbrarse a su conversación trivial y Crabbe y Goyle habían demostrado ser unos fieles acompañantes, no servían más que para amedrentar con su tamaño pero a él le daba lo mismo, le evitaba tener que ensuciarse las manos.

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Hermione estaba feliz. Por primera vez tenía amigos verdaderos ante los que no tenía que fingir, que la aceptaban tal y como es. No podía dejar de mirar la foto en la que estaban los tres. Y se la mostraba una y otra vez a sus padres que estaban encantados con el cambio operado en su brujita. Habían tenido todo el año para acomodarse a la realidad de Hermione y cuando lo lograron pudieron permitirse sentir un gran orgullo por su hija a la vez que no podían dejar de maravillarse por esa dimensión desconocida y de la que ahora eran parte: la magia en toda la extensión de la palabra.
Sus padres, por supuesto, no sabían que formar parte de ese mundo traía algunas consecuencias adicionales y que había finalizado su primer año corriendo un peligro de muerte por haber ayudado a Harry, junto con Ron, a retrasar el regreso del mago tenebroso más grande desde Grindewald, Lord Voldemort, el que no debe ser nombrado. La bruja más inteligente de su generación decidió que esa era una información que sus padres no necesitaban para seguir viviendo. Razón por la cual, la dejaron volver al Colegio Hogwarts, de Magia y Hechicería sin poner ningún tipo de objeciones.

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El regreso al Colegio estuvo plagado de inconvenientes para Harry: pasteles flotantes y estrellados en la cabeza de los invitados de sus tíos muggles, elfos desobedientes, encierros, autos voladores y aterrizajes violentos. Harry y Ron amonestados por llegar hasta allí de manera tan inusual (lo cual produjo que Snape disparara sapos y culebras por la boca porque deliraba con una expulsión para Harry y su adlátere) y la varita del joven Weasley rota y emparchada. Ah! y un howler de su madre, claro, echándole pestes que lo dejaron más rojo que su cabello en pleno desayuno. Sí, no se podía negar que habían vuelto a lo grande. Tanto como las aventuras que los esperarían ese año.

Por su parte, unos días antes de tomar el Expresso de Hogwarts, Hermione probó de primera mano lo que era el desprecio elevado a su máxima expresión. Porque si creía que la mirada de Draco Malfoy era el compendio ilustrado y a todo color de la subestimación de la que ella podía ser objeto, es porque aún no se había encontrado con su padre. Pero aún así, Lucius Malfoy no consiguió doblegar a la pequeña leona, porque su altivez bien podía equipararse a la de los Malfoys. Había algo en Hermione Granger que imponía respeto y hasta temor, y que se iría incrementando con los años a medida que su poder se acrecentara. Y Lucius Malfoy lo pudo percibir aunque nada en su expresión lo delatara.

Así las cosas, los tres amigos se encontraron en el Colegio, inmunes a las miradas curiosas o despectivas e ignorantes de lo que les deparaba el destino y el papel que jugarían unos en la vida de los otros. La luz y la oscuridad comenzaron a mezclarse lentamente y ellos todavía no podían darse cuenta de que tanto una y como la otra son necesarias para comprender el valor de los vínculos que se tejen al calor de la lumbre y las sombras que ésta proyecta.


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Finalmente, el año comenzó con un enfrentamiento con Draco Malfoy que dejó bien a las claras quién era quién, y levantó un muro que ninguno de ellos sabía que estaba destinado a derribarse.
El primer "sangre sucia" lanzado por Malfoy a Hermione, terminó con un montón de Gryffindors enfurecidos y Ron vomitando babosas por culpa de un hechizo fallido dirigido al príncipe de las serpientes.
No había vuelta atrás entre ellos, se habían convertido en enemigos declarados. Malfoy no desaprovechaba oportunidad para burlarse de Potty y Weasel, como llamaba a Harry y a Ron, y de atacar a Hermione por su origen muggle. Si hubiera sabido que a ella no le afectaba en lo más mínimo que la llamara "sangre sucia", tal vez hubiera buscado otro epíteto.

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El trasfondo de este segundo año estuvo teñido de sospechas, de acciones arriesgadas para saber la verdad, de Cámara Secretas abiertas, de diarios misteriosos que guardaban recuerdos de magos oscuros, de conspiraciones extramuros para minar el poder y la credibilidad del mejor mago de todos los tiempos, de basiliscos mortíferos, de niñas ingenuas, enamoradas y en función de ello, utilizadas y con una serie de personas petrificadas por el basilisco de marras. Una de ellas era Hermione Granger, encontrada en ese estado con la solución al enigma escondido en el puño de una de sus manos.

Una punzada de miedo y dolor atravesó la conciencia de Draco cuando se enteró lo que le había sucedido a la impura. Una grieta , apenas visible, se marcó en esa máscara de puro odio y desdén que tanto trabajo le costó construir para mirarla, para nombrarla y para tan sólo pensarla. Su manera de lidiar con la culpa fue generar más y más asco, aversión y despecho. Como si la sangre sucia lo hubiera afrentado a él con su permanencia en la enfermería.
No hubo peores días para Harry y Ron que esos, porque Malfoy los azuzaba permanentemente con sus comentarios ofensivos y malsonantes, referidos a ellos y a la leona. No dejaba pasar ninguna oportunidad para torturarlos, alimentando el rencor y la rabia. Tanto, que una vez más, su actitud no pasó desapercibida ni para Dumbledore ni para Snape.

-Severus, quiero que estés atento a Draco.

-Pides demasiadas cosas, Albus. Draco no es más que un chiquillo consentido y prepotente...

-Al que tú en tus clases mimas demasiado sólo por el placer de hacer rabiar a Harry.

-¿Desde cuándo te entrometes en mi forma de dar clases? -le preguntó desdeñoso.

-Mucho menos de lo que debería, Severus y no creas que a veces no me arrepiento. Es el secreto que guarda tu corazón el que me impide intervenir como querría. De todas maneras -continuó el anciano profesor- voy a pedirte un favor.

-Si tiene que ver con Potter -lo interrumpió- no gastes argumentos.

-No, no tiene que ver con Harry. Tiene que ver con la señorita Granger y con el señor Longbottom. No seas tan despectivos con ellos, no des lo que te dieron, Severus, ellos no son los culpables de tus duros y solitarios años en Hogwarts. Por eso te pido que no te confundas, eres profesor no su igual, no veas en ellos a los adolescentes de tus años escolares. No puedo exigirte lo mismo con respecto a Harry, aunque tú mismo deberías darte cuenta de cómo son las cosas. Y con respecto a Weasley...para tí debe ser una suerte de Sirius...

-Sin su inteligencia -lo volvió a interrumpir.

-¡Vaya! Un halago. ¿Te estás ablandando? -dijo con una sonrisa.

-¿Qué quieres que haga con el hijo de Lucius?

-¿Realmente crees que es un 'chiquillo consentido y prepotente'?

-Es hijo de Lucius y Narcissa, no sé que más referencias necesitas.

-Ninguna, es verdad -reconoció con un dejo de cansancio-. Pero, es muy joven y creo que todavía podemos enderezar el árbol.

-Tú y tus esperanzas vanas- se burló.

-¿Vanas? ¿Dices vanas cuanto tengo ante mí al más claro ejemplo de lo que el amor consigue?

-Esta conversación se acaba ya, Albus. Sé específico y dime qué demonios quieres que haga con Draco -le espetó con furia contenida.

-Quiero que lo vigiles, quiero saber qué le pasa con la señorita Granger. Quiero saber si podremos rescatarlo a tiempo de sí mismo y del destino que le espera si sigue los mandatos familiares. Quiero que impidas que las malas compañías terminen de pudrir su corazón, no quiero otro Severus redimido cuando ya fue tarde aunque sirva a una causa noble- sentenció con la mirada clavada en los ojos oscuros y tormentosos de Snape.

-Haré lo que pueda -le contestó y se fue del despacho con paso firme y haciendo susurrar su túnica.

-¡Ah, muchacho! Te mereces la oportunidad de ser feliz.

Y se refería a los dos.

...oOo...

...Por enésima vez, Draco, ¿cómo debo explicarte la manera en qué debes conducirte en ese colegio de amantes de muggles y traidores a la sangre? No te expongas tanto, no te muestres tan abiertamente en contra de Potter y sus amigos...

A medida que leía Draco se encongía imaginando el gesto de absoluto menosprecio de su padre. No entendía qué debía hacer para complacerlo. No encontraba el término medio, y como si fuera poco la sangresucia que no salía de esa maldita enfermería. Y no debía importarle. "No debe importarme" se repetía una y otra vez. Sin embargo, en un arrebato de frustración e ira, destrozó su habitación a puras maldiciones y hechizos y como no le bastó, siguió a lo muggle. Extenuado se derrumbó en el piso, una mezcla de gritos, lágrimas y gemidos se escapaban de su garganta. Así lo encontró Snape, que fue a buscarlo alertado por Crabbe y Goyle, que se asustaron al no poder entrar a su habitación y al escuchar los ruidos que salían de ella.
Por un pasadizo lo sacó de las mazmorras donde se encontraba la Casa de Slytherin y lo llevó a su despacho. Allí le dio una poción tranquilizante y otra para dormir sin sueños. Luego, lo devolvió a su habitación. Al día siguiente hablaría con él. Dumbledore tenía razón.

Cuando esa noche Hermione Granger apareció en las puertas del Gran Comedor, el primero en verla fue él. Una fugaz expresión de alivio, imperceptible incluso para sí mismo, surcó su rostro y de inmediato fue reemplazada por otra de altanero desdén cuando la vio correr hacia sus amigos. Lo único que no pudo dominar fue el pequeño temblor de sus manos. Se preguntó si temblaban por la sangre sucia.

martes, 22 de diciembre de 2009

Siete años - Primer año-

Hermione Granger siempre supo que era distinta. Extraña. Casi, anormal para los parámetros a los que estaba sometida.
Sus padres la amaban, es cierto, y ella lo sentía; pero, al mismo tiempo, la miraban cómo si fuera la hija de alguien más cada vez que algo explotaba a su alrededor cuando se enojaba o cuando las cosas cambiaban de color si estaba contenta... y la lista podría seguir interminablemente.
Por eso, el día que Severus Snape apareció en su casa para explicarles a sus padres que ella era una bruja, abrigó la esperanza de encontrar un mundo en el que ella encajara.

El 1 de septiembre de 1990 sus padres se despidieron de ella en el Andén 9 y 3/4, de la Estación de King's Cross rumbo al norte, a Hogwarts, el Colegio de Magia y Hechicería con una mezcla de aprensión y alivio.
Hermione escondió sus inseguridades bajo la máscara que había aprendido a contruir a lo largo de sus escasos años: cierta arrogancia, cierta altivez, y una sed de conocimientos que la convirtieron a tan temprana edad en una mini biblioteca ambulante, por lo tanto, su seguridad se basaba en lo que podía aprender de los libros. Podría decirse que los principales y únicos amigos de la pequeña Hermione Jane Granger a los casi 12 años de edad, eran los libros. Demás está decir que su soledad era abrumadora y su necesidad de amigos directamente proporcional a su poca habilidad social.
Su aspecto tampoco la ayudaba, era una niña corriente, ni bonita ni fea, los dientes un poco grandes, y el cabello...el cabello era una historia aparte, un arbusto era más arreglado que su pelo. Su cuerpo era otra razón para sumergirse en los libros y decidir que más sustancial que la belleza era el conocimiento y autoconvencerse de que a ella no le importaban esas sandeces relativas a la moda, el maquillaje y todo eso que agradaba a las púberes como ella.
Definitivamente, por más bruja que fuera, a Hermione le iba costar encontrar su lugar en el mundo mágico tanto como en el muggle.

A unos metros de ella, un muchacho desgarbado e inseguro miraba todo con asombro mientras se acomodaba las gafas y subía al tren.
Y detrás, observándola con mucha atención, un niño de tez pálida, ojos grises y gesto despectivo se despedía distraídamente de sus padres.
No sabía que se convertiría en la mejor amiga del niño que vivió y del pelirrojo que la hizo llorar llamándola "insufrible sabelotodo". Pero más giros tenía dispuesto el destino para la ratita de biblioteca.
La gran aventura de Hermione Granger, estaba por comenzar.

...oOo...



Draco Malfoy, el niño de ojos grises al que hacíamos mención, era un mago perteneciente a una de las familias mágicas de sangre pura más antiguas de Inglaterra y de Francia. Criado con grandes prejuicios hacia los magos de origen muggle, el medía el mundo con la vara de los privilegios de su clase. Sin embargo, no dejaba de ser un niño, y detrás de ese gesto displicente había necesidad de afecto y amistad. Por eso, le ofreció su amistad a Harry Potter y lo hizo de la manera que le enseñaron, poniendo por delante las supuestas diferencias que hacen a algunos magos mejores que otros. "Muy pronto -le dijo- vas a descubrir que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacer amigo de los de la clase incorrecta. Yo puedo ayudarte en eso". Y le extendió la mano que fue rechazada, gesto que lo hirió profundamente y que, de ahí en más, colocó a Harry en la categoría de enemigo.
A Ron Weasley lo despreciaba por ser un traidor a la sangre, así que con él no había diálogo posible. Su padre lo mataría si se acercaba a un "amigo de muggles".
Quedaba la niña que vio en la Estación. Le gustó desde que la vio. El brillo de inteligencia en sus ojos, el porte altivo. No le importaba esa mata de pelo y su sonrisa le parecía bonita y resplandeciente aunque tuviera esos dientes grandes. Se había propuesto hablar con ella en cuanto tuviera la menor oportunidad. Oportunidad que no llegó nunca porque enseguida se enteró que era hija de muggles.
No es posible describir la sensación de disgusto y decepción que sufrió Draco ese día. Debería alejarse de esa niña que no cumplía con los cánones de los Malfoy. Aunque...tal vez si el Sombrero la mandaba a Slytherin...Era imposible, pero decidió guardar la esperanza, sólo por si acaso. Esperó la ceremonia de selección con un ansia desconocida. Sordo al ruido que lo rodeaba, con la mirada fija en la castañita, escuchó por primera vez su nombre y apretó los ojos y le pidió a Merlín que Hermione Jane Granger fuera a parar a Slytherin. Los abrió desilusionado cuando tras un momento que pareció eterno el Sombrero gritó ¡Gryffindor! y las mesa de los leones estalló en aplausos.
El bajó la cabeza para esconder sus ojos llenos de lágrimas. Si su padre lo viera le diría que era una verguenza para la familia. Se limpió de un manotazo y cuando alzó la mirada esta brillaba más fría y soberbia que nunca, demasiado para un pequeño de 11 años.
No se percató que todas esas emociones desbordadas fueron registradas por dos personas que se encontraban en la mesa de profesores: Severus Snape, profesor de Pociones, y Albus Dumbledore, el directos de Hogwarts.

...oOo...

-Veo que estás nerviosa, niña. No temas -la tranquilizó el Sombrero-. A ver, déjame echar un vistazo a tu interior. Eres extremadamente inteligente, y esa es una cualidad que aprecia Ravenclaw, pero tienes un corazón valiente y osado, y aunque te gustan mucho las reglas noto que las saltarás de vez en cuando si la ocasión lo amerita. En eso eres astuta, como una Slytherin. Déjame ver...déjame ver...valiente, capaz de sacrificarte por tus amigos, justa, ecuánime y serena. Sí, tu inteligencia y tu astucia son el soporte de tu gran corazón...

¡GRYFFINDOR!

Hermione salió disparada hacia la mesa de su casa y no se dio cuenta del gruñido de Ron Weasley a quien no le agradó en lo más mínimo que esa niña petulante, a su entender, fuera miembro de Gryffindor. A quien no le pasó desapercibido ese gesto fue a Draco, que lo odió aún más que antes porque seguramente él, como toda su maldita y pobretona familia, iría a parar a la casa de los leones y podría disfrutar, si tuviera la capacidad de apreciarlo, la compañía inspiradora de una niña brillante.

Cuando la Profesora Minerva McGonagall lo llamó para su selección, él apenas podía contener la rabia que sentía. Tomó el Sombrero y se lo encasquetó con furia, lo que hizo que se ganara una mirada de reprobación de la profesora.
Lo que sucedió a continuación fue algo para lo que Draco no estaba preparado.

-Mmhm. A ver, ¿qué tenemos aquí? Un nuevo Malfoy. Deberías ser fácil de colocar pero veo dudas en tu interior. Esta lucha te matará, muchacho, con el correr del tiempo. Puedo ayudarte ahora, si tú lo quieres.
-No comprendo.
-Ravenclaw es una opción para tí. No así Gryffindor, no tienes ni una pizca de lo necesario para pertenecer a esa casa...aún. ¿Quieres ir a Ravenclaw? Las cosas serán más fáciles para tí allí.
-Yo...no sé...¿Ravenclaw? Mi padre se decepcionaría, me mandaría un howler diciendo que soy la ruina de la familia, dejaría de ser su hijo. Y mi madre...a ella le dolería también. Generaciones de Malfoy y Black han sido Slytherins.
-Hubo excepciones, muchacho. Tú puedes ser una, también.
-¿Quién?
-Sirius Black
-...
-¿Qué dices? Tú eliges.

Afuera, en el Gran Comedor, los murmullos eran cada vez más altos nunca el Sombrero tardaba tanto y menos con alguien cuya selección debería haber sido instantánea. Era impensable un Malfoy que no fuera Slytherin.

-¿Te atreves?
-...
-Si es el miedo el que responde, que sea:

¡SLYTHERIN!

Draco se bajó del taburete avergonzado y ansioso. Pero su rostro era una máscara imperturbable que no dejaba traslucir su batalla interior. Se dirigió a la mesa de las serpientes y se sentó con Crabbe y Goyle. Como era de suponer, Pansy Parkinson también fue seleccionada para su casa y Draco no pudo imaginarse siete más sombríos que esos en compañía de un dúo de idiotas que sumados no hacían uno y de una niña caprichosa y superficial, con la que no podría intercambiar ninguna conversación medianamente lúcida.

...oOo...

Los días pasaron y la expectativa de ser aceptada se iba diluyendo. Hermione Granger era tan ajena al mundo mágico como al muggle. Y esa inadecuación que sufría en carne viva no hacía más que alentar su mecanismo de defensa: respuestas de marisabidilla y gesto altivo que generaban más de lo mismo. Rechazo. Por fin lo aceptó, no encajaba en ninguno de los dos mundos conocidos y no había un tercero para ella. Salvo la biblioteca y allí se encaminaba día tras día a esconderse tras los libros, buscando en el conocimiento la liberación de su angustia y compañía para su soledad.
Si Hermione Granger, en ese momento, hubiera sabido que había un muchacho que se debatía entre la obediencia a sus mandatos familiares y su deseo de acercarse a ella, tal vez, sólo tal vez no hubiera habido troll capaz de reunir a tres niños que vivieran una experiencia que signara su relación futura. Pero no fue así y la vivencia compartida con Harry Potter y Ron Weasley marcó el inicio de una amistad indestructible y selló su destino de enemiga del único niño que la sintió su igual desde el principio y que por respeto a siglos de tradición y temor a las consecuencias, no se atrevió a acercarse a ella. Y de ese modo inició el duro y solitario camino de las sombras.

El muérdago perdido



domingo, 6 de diciembre de 2009

Mi nombre en tu voz


No, los demás no tienen idea. Sólo él me llama por mi verdadero nombre. Sólo él sabe lo que encierra. Granger.
En sus labios, Granger es vino y rosas, la poción perfecta después de horas acaloradas y desnudas, de piel húmeda y jadeos ahogados; de piernas enlazadas, caricias apremiantes y lenguas codiciosas. En tí soy yo, soy Granger, una mujer...enamorada.

...oOo..

No sabe en que momento se cansó de ser Hermione, Mione o Herms. Como sea, detestaba sus diminutivos. Incluso su  nombre, raro pero rotundo, ese nombre que antes amaba porque le confería un estilo que la hacía sentirse distinta a las demás, comenzó a molestarle en la boca de sus amigos un día cualquiera. El día que se cansó de ser transparente, la parte de una estrategia para salvar al mundo mágico. El día que se hartó de que la defendieran del enemigo, leáse Draco-el hurón-Malfoy, pero no de ellos mismos. El día que se permitió reconocer que Harry estaba inexorablemente destinado a Ginny y que jamás podría amar a Ron de otra manera que como amiga porque la distancia entre ellos era la misma que media entre el día y la noche sin luna. Antípodas, eso eran ella y Ron.



Porque Hermione Granger, biblioteca ambulante, observadora de las reglas -bueno, al menos de las reglas que le convenían-, amiga de sus amigos, respetuosa de la vida, racional, lógica y poco dada a condenar sin pruebas o a lanzarse a la acción sin un plan analizado hasta el hartazgo, también era una chica. Tal vez no tan bonita como alguna de sus compañeras de casa, o tan sensual o a la moda o tan felinamente slytherin, valga la contradicción, pero por Merlín y Morgana juntos, era una mujer. Al menos se estaba convirtiendo en una, ¡qué joder! Ella servía para algo más que ayudar a sus amigos en sus tareas, alentarlos en el Quidditch, hacer trampa para que Ron entre al equipo,  sostener a Ginevra cada vez que perdía las esperanzas con Harry y planear como patearle el trasero a una horda de mortífagos y salir vivos para contarlo. Todo eso sin descuidar sus estudios, seguir siendo la prefecta perfecta y conseguir que alguien viera más allá de su imagen.
Ella necesitaba desesperadamente alguien que pudiera convertir sus rosas negras en rojas.

...oOo...

Iba caminando por el pasillo que llevaba a la Torre de Astronomía. Antes de terminar mi ronda de prefecta me gustaba pasar un rato por allí y perder mi vista en el cielo e imaginar cómo sería un mundo normal, sin horrcruxes que salir a buscar para destruir, sin un mago tenebroso que vencer, sin un mundo mágico que salvar. Sin alimañas de las cuales defenderse. Un mundo en el que por fin pudiera dedicarme a ser una adolescente normal, o todo lo  normal que yo pudiera ser teniendo en cuenta mi peculiar manera de actuar.

Había pasado casi un mes desde su ataque y no se arrepentía de haberle confesado a Dumbledore lo que había descubierto.



Tan perdida estaba en sus pensamientos que cuando llegó a la torre no lo vio. Se acercó al borde de piedra gastada por los siglos y levantó la cara hacia la luna menguante. La secreta felicidad que sentía cada vez que la suave brisa desordenaba su pelo ya de por sí rebelde se vio interrumpida por el susto mortal que le provocó la figura alta y pálida que eligió ese momento para salir de las sombras.

-¡Draco! Por poco me matas de un infarto. ¿Qué haces aquí? Tus rondas ya no coinciden con las mías -y no pudo impedir que la tristeza se colara en sus palabras.

-Te esperaba a ti, Granger.

Por el rostro de Hermione pasaron mil expresiones, asombro, esperanza -aunque ella rogó que hubiera sido imperceptible-, desconfianza, duda y finalmente, curiosidad.

-Necesito hablar contigo.

Un día descubrió que Malfoy tenía la marca. Y nunca supo porque no fue corriendo a revelárselo a Harry. Al fin y al cabo, el muy capullo le había roto la nariz en el Expreso cuando descubrió a su amigo espiándolo. ¡Y pensar que no le había querido creer! Ni ella ni Ron. Pero ahí estaba, la prueba incontrastable de que Harry estaba en lo correcto y ella muda, paralizada y sin ningún deseo de exponer a su pesadilla personal a un castigo que lo llevaría derecho a Azkabán. Fue sin querer. Ella entró al baño de los prefectos y allí estaba él, mirándose en el espejo con el rosto desencajado y las mangas de la camisa enrolladas. Al principio no la vio y cuando lo hizo, simplemente se deslizó hasta el suelo y allí quedó, como un muñeco desarticulado y roto a la espera de ser botado por su dueño. Ella se acercó despacio y con cautela. Estaría llorando pero no por eso dejaba de ser el maldito narcisista, engreído y odioso hurón albino que les había hecho la existencia imposible desde el primer día en Hogwarts. Hermione pensó que nadie que estuviera en ese estado de desintegración y dolor podría estar feliz de ser un mortífago. Casi sin pensarlo tomó el brazo izquierdo del rubio y acarició la marca. Creyó que iba a sentir asco, miedo. Pero sólo pudo sentir pena. Él se mantuvo quieto pero alerta, levantó la mirada esperando encontrar lo que Hermione creyó que iba a sentir; sin embargo, para su asombro, sólo halló pena y más allá de la pena, sintió comprensión Y en el instante en que sus miradas chocaron, los dos intuyeron que algo había cambiado y en ese nuevo mundo que acababan de descubrir no había reglas que los ayudaran a tratarse. Cuando ella se marchó, Draco acomodó las mangas de su camisa y allí donde la memoria de su tacto se perdía, lo estremeció un inesperado frío. Y deseó ser libre.


...oOo...

A partir de ese momento, se observaban, a veces con sigilo y otras con total descaro. Sin insultos, sin desprecios, sin palabras humillantes. El silencio entre ellos era tan intenso que podía oírse a kilómetros. No había lugar del castillo en el que pudieran escaparse del otro. No había escondrijo, ni aula, ni pasillo, torre o terreno. Sabían, con precisión milimétrica, dónde, cómo y a qué hora y haciendo qué se encontrarían. Como de casualidad, como si no anduvieran buscándose. La mirada de él era insondable. La de ella pensativa, como si estuviera resolviendo un acertijo o tratanto de encajar las piezas de un puzzle muy difícil.
Poco a poco, fueron perdiendo el recelo y en esos encuentros "casuales" a ella se le caía un libro y él se agachaba a recogerlo y se lo daba. Se observaban en silencio y sin decir nada cada cuál continuaba su camino. También la biblioteca era testigo de sus mudos acercamientos. A él se le acababa la tinta y ella convocaba una del verde esmeralda que a él le gustaba. O él le alcanzaba un libro que ella no podía tomar sin magia. Sus rondas, de pronto, habían coincidido y siempre las terminaban en la Torre de Astronomía. En silencio y cada vez más cerca.

La primera vez que hablaron fue cuando Draco la encontró llorando y encogida en los límites del Bosque Prohibido. El pelo enmarañado y lleno de hojas, la camisa abierta, los botones arrancados, el brassier roto, sus pechos expuestos con marcas rojas de dedos, un mordisco profundo en el cuello. Las uñas de ella rotas y llenas de sangre, había arañado a su agresor. Él recorrió el resto de su cuerpo menudo y una oleada de odio visceral lo atravesó entero. Quien hubiera osado tocarla tenía que agradecer que no pudo culminar su violación porque no le hubiera temblado el pulso al echarle un Avada. Se arrodilló y quiso tocarla, pero Hermione retrocedió a los trompicones aterrorizada. "Shhhhh, soy yo. Draco. No te voy a hacer daño". La voz suave y susurrante, sin una pizca de malicia se filtró en la mente de la castaña y se dejó hacer. Draco se quitó su túnica y la envolvió en ella y con ese gesto la abrazó. Estuvieron lo que les pareció horas. No, no sabía cómo pasó, ella estaba paseando por la orilla del lago esperando uno de sus "accidentales" encuentros cuando le lanzaron un hechizo aturdidor. Cuando pasó el efecto, tenía encima a esa bestia que en el regodeo de su excitación insana se había olvidado de arrojar lejos su varita. Así que se defendió como pudo, con patadas y arañazos hasta que alcanzó su varita. No sabía dónde había caído luego de su "volatem ascendere". Draco intentó no traslucir ninguna emoción que asustara a Granger y le preguntó quién la había atacado. "Flint. Marcus Flint".
Él la llevó a la enfermería y dos horas después algo irreconocible que parecía un alumno de Slytherin fue aislado lejos de ella.
La noticia corrió como reguero de pólvora por el castillo. Afuera de la enfermería, Harry y Ron estaban a los gritos tratando de entrar. Ginny, Luna, Neville trataban de calmarlos al mismo tiempo que intentaban controlar su propia conmoción. Adentro, el profesor Dumbledore escuchaba.

Hermione decidió contarle absolutamente todo. No sólo lo que le había hecho Flint sino también que Draco era un mortífago. Algo dentro de ella le decía que podía confiar en que el viejo profesor le daría una oportunidad.

A los pocos días, salió de la enfermería con el cuerpo curado y el espíritu más bravo que nunca. Hacía falta algo más que una bestezuela inmunda para quebrar a Hermione Granger. Sin embargo, sucedió algo inesperado. El castillo estaba vacío, o al menos así lo sentía ella. Ya no se le rompía misteriosamente la mochila, ya nadie le alcanzaba los libros en la biblioteca, ya no más Draco y Granger encontrándose sin buscarse. Y eso le instaló un vacío en el pecho que no la dejaba respirar. Y se convirtió en la sombra de una sombra y todos pensaban que era por Flint. Seis años juntos y no podían ver más allá de lo aparente. Amaba a sus amigos, pero no podía comprender que fueran tan ciegos. Salvo Harry, tenía que reconocer que la miraba con sospecha, algo no le cuadraba. Ya vería si más adelante se animaba a confiar en él.


...oOo...

-Necesito hablar contigo.

-Dime -le contestó tratando de descifrar lo que decía con el tono.

-Se lo dijiste...

-Sí -con la barbilla en alto y la mirada desafiante. No estaba preparada para lo que vino después.

Antes de que pudiera reaccionar estaba encerrada entre los brazos del Slytherin, que la apretaba contra sí como si pudiera esfumarse. "Gracias", susurró en su oído y una corriente eléctrica la sacudió e hizo que se pegara a él como un tatuaje. "Gracias" y un beso en la curva suave de su cuello. "Gracias" y sus manos vagando por su cuerpo. "Gracias" y la mirada pidiendo permiso para apropiarse de su boca. "Gracias" y la lengua le quema en lugares que no sabía que existían. "Gracias" y se desnudan de todas las maneras posibles bajo las estrellas.

Sólo él podía llamarla por su nombre, porque sólo él podía arrancarle esos gemidos cada vez que escuchaba "te amo, Granger".









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Volatem Ascendere

  • Descripción: Eleva por los aires al enemigo para luego caer.
  • Utilización: Utilizado por Lockhart en Harry Potter y la cámara secreta contra la serpiente que Malfoy lanza a Harry en el club de duelo.

martes, 21 de julio de 2009

Porvenir - Cerca - chap 7

Hay un hechizo, si han notado, que no está en los libros ni en las películas, quise inventar uno para que Draco pusiera a fantasear al señor que lo acompañaba, illusio quiere decir ilusión en latín y affingere algo así como inventar, así que la intención de ese hechizo es poner a alguien a inventar ilusiones o algo así. Me agarra alguien que sepa latín y me mata.

Quiero agradecer a todas personas que pusieron este fic y “Resplandor” en favoritos y en alerta de historia. Mil gracias por eso y por animarme a escribir.

No sé para dónde ir con este relato y si me dejan saber su opinión y me dan ideas, tal vez pueda mejorar.

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Harry tenía razón. Draco no estaba solo en su compartimento y apenas si alcanzó a murmurar un illusio affingere, apuntando con su varita hacia su acompañante quien de inmediato se sumió en vaya a saber qué fantasía, antes de entregarse al conjunto de emociones que estaba compartiendo con su mujer aún a esa distancia.

Incapaz de controlar ya nada se sumergió en Hermione y en esa comunicación sin límites que les permitía recorrer cada pensamiento, apoderarse de cada sensación. Y vivió en carne propia el dolor de la muchacha, el peso de la incertidumbre. Y la angustia y el desgarro cuando perdió al hijo que llevaba en su vientre y del que nadie sabía su existencia. Algo más para odiar su cobardía y para agradecerle a su padre. Con qué cara iba a su encuentro, se preguntó. Ella escuchó y le aseguró que él no era responsable de esa pérdida. El alma de Draco estallaba y su corazón palpitaba desbocado. Rugió el sufrimiento acumulado, el recibido y el por su culpa dispensado.

En ese momento, una corriente distinta a la de Hermione lo anegaba. Potter. Potter buceando en sus sentimientos y en sus recuerdos y él en los de Harry. Ese lazo silencioso que los unió brevemente y que dejó al descubierto cada temor, cada ansiedad y cada anhelo hizo brillar la comprensión y ambos supieron, a partir de ese instante, que eran dos hombres que habían dejado el pasado atrás y que estaban dispuestos a algo más que la tolerancia.

Una suave risa escucharon en sus mentes “conmigo no cuentes, Hurón –aseguró Ron- tanto tú como yo sabemos que nunca vamos a ser amigos pero tienes mi respeto y por Hermione, te prometo, que si de mi depende nada va a sucederte, ni a ti, ni a ella”. La voz de Draco, ronca por los años de silencio y también por la emoción que lo embargaba, resonó lentamente, “gracias, por mí y por cuidarla”.

“Esto es digno de Skeeter –bromeó Ginny, limpiándose las lágrimas- y a ver si ya cortamos con toda esta empatía que tampoco es para que nos quedemos todos tan expuestos, que hay un par de cosas que no es necesario que se enteren, cariño –dijo maliciosamente, dirigiéndose a Harry.

Lentamente, la conexión empática cesó. Los cuatro chicos se desplomaron en distintos puntos de la sala y al cabo de un momento se miraron aturdidos y como si se hubieran puesto de acuerdo se levantaron todos de golpe y salieron como rayos hacia la estación de Paddington a recibir a Draco. Ya habría tiempo para hablar de todo ese cúmulo de cosas que sintieron en sus almas como si fueran propias.

Entonces fue a esperar por ti, porque ya no estás perdido.






domingo, 19 de julio de 2009

Resplandor

Este es el relato de algo que vi con mis propios ojos. Nadie me lo susurró al oído, ningún cantinero chismoso regó el rumor entre la concurrencia. Ninguna mujer despechada inventó un cuento que dejara la reputación por el suelo del borracho más célebre, apuesto y codiciado de ese bar. No, no. Nadie me lo contó, fui testigo de una parte de esta historia, el resto me la contaron sus…creo que podría decirse…amigos.

Londres. Una noche poco amigable, la llovizna pertinaz y fría hacía juego con el sombrío humor del hombre que entró a Solo Bar, en el número 20 de Inverness Street. Era el lugar elegido por Draco para derrumbarse en una borrachera monumental, costumbre que se repetía desde seis años a esta parte, cada 21 de octubre. Luego, entre Jarvis, el cantinero, y yo lo subíamos a mi coche y en la brumosa madrugada, ya alejados de las miradas indiscretas, con un movimiento de mi varita me aparecía en un hotel y lo dejaba allí, a salvo de miradas indiscretas. Salvo la mía, por supuesto, porque me quedaba con él hasta momentos antes de que despertara. Nunca supe si era por mera curiosidad, por instinto de protección o porque me había enamorado de ese hombre, dueño de los ojos grises más tristes y a la vez coléricos que vi en mi vida. La cuestión es que así fue como llegué a juntar retazos de la historia de Draco Lucius Malfoy, eso decía una tarjeta que encontré en un bolsillo de su impermeable. Y su varita, claro. Era un mago. Como yo, o bruja más bien, porque soy mujer. Pero ni mi nombre ni mi historia cuentan, aunque fui una pieza fundamental en los acontecimientos que se precipitaron a partir de ese 21 de octubre de 2009.

Beber hasta la inconciencia era algo que se le daba muy bien a Draco Malfoy cualquier día del año y ese en especial. Eso y enredarse entre los brazos de bellas mujeres complacientes, que por una noche de sexo y joyas le daban al rubio lo que quería: evasión y nada de compromiso. Al fin y al cabo, estaba muerto, qué otra cosa se podía esperar de alguien que para respirar debía recordar cómo hacerlo, cada maldito día de su jodida existencia desde seis condenados años atrás. Porque eso era lo que todo el mundo creía de Draco Malfoy, que estaba muerto, así de bien se lo había tragado la tierra desde ese funesto día. Pero, a ver, pongamos un poco de orden.

21 de octubre de 2009. Draco entra al Solo Bar para embriagarse y olvidarse hasta de su propio nombre y follarse a la primera chica bien dispuesta que quiera acompañarlo a la zona más alejada y discreta del bar o aquella que se deje echar un buen polvo en algún baño del subsuelo.
Decía que esa noche el clima era como su humor, así que entró rodeado de oscuridad, frío y mojado. Las gotas de lluvia se escurrían por su barba de días y su pelo rubio, largo hasta los hombros, estaba pegado a su cara. Una morocha de curvas que quitaban el aliento se le acercó y le susurró algo al oído. El sonrió de medio lado, tomó su mano y la siguió hasta la barra. Allí no había whisky de fuego, pero el muggle no tenía nada que envidiarle, Jarvis le sirvió la primera medida y le dejó la botella al lado y se fue. Ya no tenía nada más que hacer allí hasta que él se derrumbara y me ayudara a…ya se los conté. Aunque esta vez, nada de eso sucedió.

A la morocha se le sumó una pelirroja. Draco tenía por costumbre pegarse como estampilla a morochas y pelirrojas, nunca castañas y, excepcionalmente, algunas rubias. Si eran morochas las llamaba Pansy, si pelirrojas Ginny y las rubias eran simplemente blondas. Nada complicado. La misión de Draco era olvidar, borrar de la memoria, relegar al rincón más oscuro de su mente cualquier rastro de una vida que alguna vez fue feliz.

“Idiota de mí –le escuché farfullar tantas veces cuando guardaba su sueño lleno de pesadillas- cómo pude creer que la vida tenía destinado para mí algo de felicidad, imbécil, maldito…” y así seguía la retahíla de insultos dirigidos a sí mismo, a su padre y a todo su árbol genealógico. A veces, se escuchaba un Potter, weasel, con cierto desdén o franca desesperación. Los noches en que esos nombres aparecían eran terribles, se revolvía en la cama, sudaba y se agitaba, sollozaba murmurando un nombre, “Hermione”, entonces ese hombre francamente grande, varonil y exquisitamente formado, se encogía en posición fetal sacudido por gemidos y arrasado por lágrimas. Esas noches la pena me abrumaba de tal manera, que dejaba de frecuentar el bar por algunos días para no volver a encontrarlo.

La cosa es que esa vez, se había llevado a sus bonitas acompañantes a una mesa cerca del escenario porque esa noche tocaba una de sus bandas de acid jazz preferidas y estaba lo suficientemente borracho como darse cuenta de que necesitaba más alcohol circulando por sus venas y lo necesitaba ya. Todavía conservaba cierta elegancia en el andar y siguiendo el ritmo de la música se acercaba a su objetivo. Pero de pronto se paró en seco.

Al otro lado de donde se encontraba Draco estaba la puerta del bar, alguien había entrado. Reconoció el olor. Por Merlín, ese olor, lo reconocería donde fuera, gardenia y sándalo. Inspiró profundamente llenando sus fosas nasales con el preciado aroma y recordó su asombro cuando lo sintió por primera vez. Su amortentia tenía ese perfume, Granger era la dueña de esa fragancia sutil, misteriosa y seductora. Creyó que se estaba volviendo loco, pero no, allí estaba ella, su aroma la anunciaba, iba hacia él, sonrosada y nerviosa, mordisqueándose el labio, mirando alternativamente sus labios y sus ojos. Él la abrazó, confuso y maravillado, no podía pensar sólo sentir, hundió su nariz en la curva de su cuello y olió, beso, acarició con su boca la piel expuesta mientras sus manos apretaban su cintura, fuerte como para no dejarla escapar…
“Draco –susurró Hermione- ya es tiempo. Busca a Harry…busca a Harry…”.

Abrió los ojos y parpadeó varias veces. Los que estaban cerca suyo lo miraban como si estuviera loco. Todavía mantenía los brazos como rodeando el aire. Cuando se dio cuenta empezó a gritar una y otra vez un nombre, su nombre, Hermione; Draco era la viva imagen del dolor desatado, de la furia apenas contenida, las venas del cuello marcadas por el esfuerzo, los puños apretados, cayó de rodillas al suelo. Se estaba convirtiendo en un espectáculo de circo. La gente murmuraba y se reía, algunos lo miraban con lástima. No faltó quien llamara a la policía para que vinieran a llevárselo. Busqué a Jarvis con la mirada y juntos lo levantamos, lo cargamos en mi auto y lo llevé hacia el Valle de Godric, eran las únicas palabras que se le entendían y que no paraba de repetir.
Manejé horas sin parar, atenta al sopor que envolvía a este misterio de sujeto que tenía a mi izquierda. Pronto llegaríamos al Valle de Godric y no sabía bien qué hacer. Yo soy bruja, sí, pero no inglesa, y lo poco que sabía de Malfoy lo había aprendido llevada por la curiosidad. Recordaba vagamente una guerra en la que la familia Malfoy estuvo involucrada, un tal Harry Potter, vencedor de un Lord Oscuro pero nada más. En el medio de estas disquisiciones internas arribamos al pueblo y de pronto veo un monumento a los soldados caídos que se transforma en la representación de una familia mágica. Estaciono el auto, me bajo del coche y me acerco para leer la inscripción, allí estaba el nombre que Draco susurraba cada tanto. Entonces, entendí. Estábamos allí buscando a Harry Potter, el niño que vivió, tal como rezaba el cartel.

Cuando me subí al auto Draco ya estaba despierto y casi en su centro.

-¿Quién eres? –me preguntó con voz áspera y grave.

-Tu aliento aturde –le dije como toda respuesta- si quieres presentarte ante ese tal Potter al menos deberías lavarte los dientes. Y emprolijar un poco tu aspecto –agregué risueña.

-¿Quién demonios eres? –repitió con un dejo de impaciencia e ira- y cómo llegamos hasta aquí –espetó.

-Mi nombre no importa y llegamos aquí en mi auto. Con Jarvis te sacamos del Solo Bar donde estabas montando un espectáculo casi grotesco, te subimos al coche y como no parabas de repetir Valle de Godric, te traje. Fin de la historia.

Me miró durante un rato largo y logró ponerme muy, muy nerviosa. Estaba decidiendo si podía confiar en mí o no.

-¿La viste? –me soltó de golpe.

-¿A quién? –le contesté. No me respondió. Giró la vista al frente y se perdió en sus pensamientos.

-Llévame a algún lugar donde pueda ponerme un poco presentable –exigió más que pidió.

-Ok, amo. Escucho y obedezco. - La ironía a veces se me da bien. Y ese rubio me estaba poniendo a prueba. Sonreí. Hacía mucho tiempo que no corría una aventura.

Lo llevé a un pub. Mientras pedía dos tazones de café bien cargado y unos muffins, él se dirigió al baño. Volvió limpio y fresco, aunque todavía tenía en la cara restos del malvivir que era su existencia desde que lo encontré en ese bar tiempo atrás.
Volvió a preguntarme quién era, en tanto rechazaba los muffins y tomaba a grandes sorbos el café. Le dije mi nombre y cómo lo conocí. Dedujo que era yo la que lo dejaba en un hotel y me lo agradeció. Le dije que no quería sus gracias. Que un ángel guardián como yo se merecía saber su historia. Que ese era mi pago por los servicios prestados y que no aceptaba nada más a cambio.

-No tengo energía para contarte nada ahora. Acompáñame a ver a Harry y tal vez así te enteres –y esta vez sí era un pedido.

No tardamos en encontrar una casa, un verdadero cottage, encantador y pacífico. Bajamos del auto. Él se detuvo, parecía asustado. Se paseó al frente de la casa sin decidirse a entrar cuando, de golpe, unos chiquillos salieron corriendo de la casa hacia el parque: tres niños claramente una mezcla de Potter/Weasley y una niña de rizos rubios casi blancos, seguidos por una esplendida mujer de cabellera pelirroja. Se quedó rígido. Su corazón comenzó a palpitar enloquecido.

-No, no, no, no es posible. Me estoy volviendo loco…

-¿Malfoy? – apenas pronunció Ginny, anonadada. –Harry –gritó- ven, es Draco. Los niños llegaron primero. Lo observaron con detenimiento y sus voces se mezclaron al gritar “papá, papá es el tío Draco” con un susurro apenas audible, “papá”. Y esos ojos avellana se perdieron en los grises de Draco en un instante que duró una eternidad.

Lo que siguió fue muy tumultuoso. Abrazos mezclados con golpes, risas, llanto. Balbuceos. De pronto el cottage se fue llenando de gente, más y más pelirrojos, un anciano al que le decían profesor Dumbledore, otra a la que llamaban Minerva, una tal Tonks cuyo pelo rosa chicle me encantó, un grupo variopinto y bullicioso en el que hasta creí reconocer al mismísimo Ministro de la Magia. Un poco apartada del resto había una mujer rubia de aristocráticos rasgos. Muy parecida a Draco, salvo por el color de sus ojos, los de ella eran azules. Me acerqué porque me di cuenta de la mezcla de dolor y anhelo que había en su mirada, clavada en ese hombre fatigado y radiante pero, también, azorado y triste que era su hijo. Y ella comenzó a explicarme.

“El 3 de mayo de 1998 murió Lord Voldemort, vencido por Harry Potter en la Batalla de Hogwarts. En esa batalla lucharon a su lado Ron Weasley y Hermione Granger, conocidos como el trío dorado, amigos inseparables desde que juntos vencieron a un troll, a los once años. Mi marido era mortífago y yo una aliada a la causa del Señor de las Tinieblas cada vez más arrepentida. Mi hijo renegó del destino que le impusimos y se unió a la Orden del Fénix, dos años antes de esa batalla. Lo hizo por amor.
En ese momento yo no pude comprender que fuera capaz de renunciar a sus privilegios de sangre, a siglos de creencias en la supremacía de los magos sobre los muggles, por amor. Y por amor a una impura, además. Lucius amenazó con matar a la chica, pero lo único que consiguió fue convertirla en una intocable. Pronto la historia de Draco y Hermione corrió como reguero de pólvora y junto con la leyenda del niño que vivió, se convirtió en un símbolo más de la lucha contra los mortífagos y su amo. La gente estaba dispuesta a dar sus vidas por ellos dos, por Harry y por Ron. Mi orgullo me impidió acercarme a mi hijo, así que nos separamos en malos términos. Pese a ello, en el último minuto me rebelé y ayudé a Potter. Le oculté al Innombrable que el muchacho estaba vivo y de ese modo contribuí a su destrucción. Lo hice por mi hijo, claro. Lucius, estaba arrepentido pero no alcanzó, el Wizengamot lo enjuició y lo encontró culpable. Murió en Azkaban hace años. Harry declaró a mi favor, por lo tanto mi condena fue más de orden moral. Mi castigo fue vivir sin magia durante cinco años. Aprendí muchas cosas, muchacha. Nunca había apreciado lo ingeniosos que son los muggles.
Draco y Hermione se enlazaron y se fueron a vivir a un cottage precioso en Devonshire. Estuvieron juntos tres años y medio, un poco más tal vez. Luego, algunos mortífagos escapados, creyeron que era conveniente vengarse de los traidores y mi hijo tuvo que esconderse. Pero no quiso que Hermione se escondiera con él, así que se separaron, creyendo que era por un tiempo. Y así fue, efectivamente.
Lo que no sabían era que Hermione estaba embarazada y no pudo comunicárselo a Draco porque no sabía dónde estaba. Parte de las defensas programadas consistían en evitar todo rastro de magia y al modo muggle era imposible porque cambiaba permanentemente de lugar. Mi nuera dio a luz a esa bella niña que allí ves, le puso de nombre Altais. Mi hijo no me había perdonado pero mi querida muchacha tenía un corazón más grande que ella y me dejó conocer a mi nieta. Ya nunca nos separamos. El día que los mortífagos dejaron de ser una amenaza Draco pudo salir de su escondite. ¡Ah, la alegría! Fue tanta que se aflojó la vigilancia al punto de hacerla inexistente. Draco se apareció en los jardines de su casa. Estábamos todos allí, esperándolo. Él también. Zabini. El muy escurridizo había logrado llegar hasta allí. Todo el mundo se había olvidado de él y nadie lo consideraba una amenaza seria. Hermione estaba tan feliz, muchacha, tan feliz, que corrió a su encuentro y se abrazaron con tanto amor y ansias reprimidas que los veíamos brillar. Luego, todo sucedió muy rápido. Harry vio a Zabini casi al mismo tiempo que Hermione. Comenzó a correr hacia ellos, varita en mano, pero Zabini estaba más cerca, Draco no se dio cuenta de nada hasta que fue muy tarde. Hermione se colocó entre él y la maldición asesina que la alcanzó de lleno. Murió sin decirle que tenían una hija.
Zabini desapareció, Draco se agachó y abrazó a su mujer, el grito desgarrador que surcó el aire…todavía lo escucho. La besó, la apoyó con suavidad en la hierba y desapareció. Tres meses después apareció el cadáver de Zabini, horriblemente mutilado. Nunca más volvimos a saber nada de Draco hasta hoy”.

No me había dado cuenta, absorta como estaba en el relato de Narcisa, que Ron, Harry y Ginny estaban a nuestro lado. La pelirroja ayudó a Cissa a levantarse y la condujo hacia Draco.
Ellos terminaron de contarme lo que no sabía: cómo buscaron a Draco hasta el cansancio, la furia que sentían hacia él porque al principio creían que Hermione había alcanzado a decirle que tenían una hija y no podían comprender que la hubiera abandonado; cómo desconfiaban de la opinión de Narcisa, ya que estaba segura de que Draco no sabía nada, que ella no había alcanzado a decirle, porque sino su hijo jamás se hubiera ido dejando a la pequeña sin padre; cómo decidieron que Harry y Ginny criarían a Altais, puesto que por más Ron fuera el padrino, todavía no había sentado cabeza y cómo decidieron que lo mejor sería que Narcisa viviera cerca de ellos para que estuviera presente en la vida de la niña.

Yo, por mi parte, les detallé cómo llegamos hasta allí. Cuando llegué a la parte en que Draco abrazaba el aire y hablaba de un perfume a gardenia y sándalo, se miraron asombrados. Hacía días que ese perfume se olía en la casa, en el jardín, en el cuarto de Altais. Luna, la esposa de Ron, había tenido razón todo este tiempo. Hermione estaba allí y algo iba a suceder. De hecho, ya había ocurrido.

Giré el rostro y los vi, recortados en la luz crepuscular. Una niña y un hombre sentados en la hierba, tomados de la mano, mirándose fijamente, envueltos en suave resplandor que se desvanecía poco a poco.

viernes, 17 de julio de 2009

Porvenir -Amor- chap 6


“¡Por Merlín, Draco! ¿Qué nos está pasando?” –pensó Hermione. No estaba asustada pero no pudo evitar cierto malestar ante lo que estaba sucediendo, escapaba a su control y sabido es que si algo molestaba a Hermione Granger era no tener todo bajo su férreo dominio. Veía a sus amigos y era vagamente conciente de Ron, parecía qué él decía algo. De pronto lo vio llorar. “Ron, cariño, ¿qué te pasa?” –no supo cómo pero ella podía saber exactamente qué pensaba su amigo. “Harry, haz algo, ayúdalo, por favor”. Sin embargo, una suerte de paz emanaba de esa luz, y entonces comprendió que estaban todos conectados, como sumergidos en las vivencias de cada uno de ellos, en sus sentimientos. Supo que Draco, a kilómetros de distancia era tan partícipe de esta experiencia como ellos allí.

Cerró los ojos. Pudo sentir como su cuerpo se elevaba unos centímetros del suelo y ahora ella era la luz, arrojada en miríadas centelleantes en todas direcciones. Dejó caer hacia atrás su cabeza, abrió sus brazos y se entregó a esas sensaciones. Desfilaban una detrás de otra a una velocidad increíble y, paradójicamente, en cámara lenta. Su corazón se encogió de dolor cuando lo vio llevar a Tintagel. “Tintagel, así se llama la nueva prisión de los magos” –y vio, con horror, que ese emplazamiento había sido pensado concienzudamente. Un entorno agreste, bello, sinónimo de libertad, a la vista anhelante de los prisioneros. No le importaba un ápice, la mayoría tenían bien merecido estar allí, pero su Draco y Theo Nott estaban arrepentidos y lo demostraron cuando decidieron luchar con la Orden del Fénix, en contra de sus padres y poniendo en grave riesgo sus propias vidas, porque la furia vengativa de Voldemort ante sus deserciones fue tal, que crució a los padres de todos ellos casi hasta la locura y todo un pueblo muggle desapareció bajo su furibundo comando en vistas de que no pudo localizar a los desertores para castigarlos hasta la muerte.
Ese odio que le cegó la razón lo distrajo lo suficiente como para que el trío dorado pudiera cumplir con su tarea, encontrar y destruir los horcruxes, con la ayuda de Draco y Nott. Ayuda que fue repudiada por Ron y aceptada con cierta desconfianza por Harry, pero Dumbledore había sido inflexible al respecto: los slytherin debían ayudar aún a costa de sus vidas, porque de esa manera redimirían su participación voluntaria en el inicio de la segunda guerra.

Todos esto eran retazos de las cinco mentes conectadas. Cada uno pudo ver desde el lugar del otro su participación, sus motivos, sus porqués. Obtuvieron de esto la comprensión suficiente para cerrar viejas heridas y fuerzas para construir una nueva senda.

Otra vez Hermione se vio inmersa en la realidad de su serpiente. Podía sentir en su propia mente los pensamientos de Draco y era como si viera a través de sus ojos. Todo era oscuridad y silencio. Una pequeña rendija en lo alto de la pared de la celda dejaba pasar un pequeño hilo de luz y eso hacía más ominosas las sombras que lo rodeaban. De pronto sintió un dolor agudo en su brazo. Cuando miró, vio la piel pálida de su dragón lastimada. Él mismo se había infligido esa lastimadura para sacarse sangre con el objetivo de hacer un dibujo en la pared. Y entonces lo vio. Draco estaba dibujando con sangre en la pared su cara, la cara que recorría religiosamente cada día con sus manos, la cara en la que apoyaba su frente, el rostro que recibía sus lágrimas y sus palabras de amor. “Draco –le gritó- perdóname, lo intenté, intenté verte, pero no me dejaron. Todos hicieron lo que pudieron; Harry amenazó con mil y una cosas, Arthur Weasley, Dumbledore, Kingsley Shackelbot, todos los que en el juicio declaramos a tu favor, pero el Wizengamot fue implacable, dijeron que el castigo debía ser ejemplar para desalentar estos alzamientos en el futuro. No fue por mi voluntad que te dejé solo”. El sollozo de la castaña desgarró el aire y en ese momento, algo parecido al canto de un fénix -y tal vez lo fuera- inundó la estancia. Una luz blanca se superpuso a la dorada y acunada en ella y la suave música, Hermione se conmovió al sentir en cada partícula de su ser el amor de Draco, un amor asombrado y agradecido. Un amor fuerte como el más puro diamante y eterno como el tiempo.



jueves, 16 de julio de 2009

Porvenir - Flames - chap 5


A medida que el patronus desaparecía y su luz plateada disminuía, crecía otra de tintes dorados que envolvió a Hermione en una burbuja difusa y palpitante.
Harry recordó aquella vez que se enfrentó a Voldemort, justo después de tocar la Copa de los Tres Magos convertida en traslador. Esa vez también se formó una especie de burbuja y extrañas cosas sucedieron; sin embargo, ahora no había varitas ni magos tenebrosos de por medio. Y si bien esta vez era distinto, los reflejos de auror mantenían a Harry muy alerta.

Hermione, aunque confundida, se abandonó a esa sensación cálida que la recorría entera, dirigió una leve mirada a sus aturdidos amigos que apenas atinaban a hacer otra cosa que permanecer de pie, salvo “el niño que vivió y venció”, cuyo asombro no le impedía estar atento a lo que podría ocurrir.

Entonces ocurrieron dos cosas, casi a la vez. Primero, Hermione comenzó a percibir cada sentimiento, pensamiento, emoción y recuerdo de Draco. Arremetían en caótico torrente pero ella podía dibujar cada sentido allí expuesto, podía sentir el alma y la mente de Draco, por fin, después de tanto tiempo.
Los muchachos, testigos mudos y extrañados, no acertaban a descubrir qué estaba pasando. Parecía algo a mitad de camino de la experiencia en un pensadero, el momento en que Riddle salió del diario en segundo año y legeremancia. Pero a la vez, no era nada de eso.

-¡Son empáticos! – gritó Ron.

-¿Qué? – murmuraron Ginny y Harry al unísono, aturdidos.

-Hermione está sintiendo a Draco –dijo Ron-. Miren, por las barbas Merlín, está sintiendo todas las experiencias de Malfoy de estos dos años…los sentimientos, los pensamientos…todo… - terminó en un susurro.
-Seguramente él está sintiendo lo mismo respecto de ella en este momento. –agregó, luego de una pausa.

-Entonces –comentó Harry- espero que esté en un lugar a solas, porque va a ser algo muy difícil de explicar si hay muggles cerca. –concluyó.

Los tres estaban tan fascinados observando a Hermione envuelta en esa luz y cómo era prácticamente atravesada por esos rastros de emociones que tardaron percatarse de otro fenómeno: así como Draco y Hermione estaban conectados empáticamente, parte de esa comunicación, silenciosa pero intensa, los alcanzaba a ellos. Nada más que se refería al pasado, a los inicios de esa relación escondida a los ojos del mundo. Para ellos fue algo así como un regalo que les permitió llenar huecos y en el caso de Ron comprender en la total extensión de la palabra a su amiga, casi hermana.

En oleadas les llegaba la comprensión de todo lo que vivieron la leona y la serpiente en aquel entonces. El miedo, las dudas, la alegría, la pasión, vieron toda la evolución de la relación, desde su nacimiento hasta el momento en que decidieron enfrentar los prejuicios y hacer pública su unión.
Ron no se daba cuenta, pero estaba llorando, ahora podía sentir la duda que corroía a Herms, la sensación de traición que la recorría, “yo, enamorada de este prospecto de mortífago, enemigo de mis amigos, pesadilla recurrente, maldito capullo que nos hizo la vida imposible durante años”, el miedo a perder su amistad. Sintió como luchó hasta deshacerse en lágrimas contra esos sentimientos, la culpa cuando los aceptó y el orgullo cuando, finalmente, decidió enfrentarlos con su verdad, a sabiendas de que sus amigos tardarían en comprenderla y perdonarla. Salvo Ginny, por supuesto.

De un manotazo se secó la cara y se prometió reparar el vínculo maltrecho con su mejor amiga, la otra parte de su alma, tan especial como Harry. Nuevamente los tres, el jodido y magnífico trío dorado.

Ginny estaba feliz. Emocionada y contenta. Compartir esa experiencia le daba alegría por dos motivos: a Hermione le hacía bien y lo que le hacía bien a Hermione le hacía bien a ella y le daba una oportunidad de decirles a esos idiotas, una vez más, “se los dije”. De paso le ahorraba un mocomurciélago, estaba reservando uno bien grande para Ron, ya se estaba tardando demasiado con Luna. La indecisión de su hermano ya estaba consiguiendo que todos empezaran a considerar que iba a ser más fácil comprobar la existencia de los snorcacks de cuernos arrugados que recibir la invitación a su enlace.

Por su parte, Harry no sólo estaba conmovido por lo que estaba sintiendo sino que además estaba descubriendo todo lo referido a su antigua Némesis. Porque así como desfilaban ante él –y los sentía- todos los sentimientos y emociones de Hermione, también lo hacían los de Malfoy. Y eran tan complejos, tan angustiantes, tan dolorosos que no pudo menos que sentirse dichoso por él cuando apreció, en cada fibra de su ser, la misma felicidad que vivió Draco cuando se supo amado por su castaña predilecta. Harry meneó la cabeza y suspiró, le debía a Hermione la vida, entre otras cosas, era hora de empezar a devolver tanto amor y compromiso.


lunes, 6 de julio de 2009

Porvenir - Dragón - chap 4


En Londres Hermione vagaba como un alma en pena. Había llamado al Ministerio con la intención de saber qué había pasado con Draco. Tontamente, creyó que habiendo pasado los dos años de la condena le permitirían ir a buscarlo. No sabía a dónde porque los mortífagos fueron llevados a otra prisión construida para tal fin y Azkaban quedó reducida a cárcel para delitos comunes. Pero no sólo no lo permitieron, tampoco le dieron ninguna clase de información, si ya lo habían liberado o si había muerto. La incertidumbre la estaba volviendo loca, se mesaba el pelo sin parar, gruñía y lloraba todo al mismo tiempo. Así la encontraron sus amigos.

Como una autómata se dirigió a la puerta de su departamento, la abrió y los dejó pasar. Harry y Ron la abrazaron y en ese abrazo Hermione liberó toda su angustia, su miedo y su rabia. Mientras gritaba “por qué” con una voz ahogada por los sollozos, golpeaba a sus amigos que la dejaron hacer hasta que se derrumbó extenuada.

-¿Estás mejor? –le preguntó Harry, asustado por la reacción de la castaña. Si bien él esperaba una reacción intensa, nunca imaginó la magnitud de la misma. Incluso Ginny, que no podía parar de llorar, se sintió intimidada.
Ron, por su parte, ya estaba en la cocina preparando té, mientras se frotaba los brazos. En ese momento sintió pena por Draco al acordarse del puñetazo que la chica le dio en tercero. “¡Auch! Lo que le habrá dolido -pensó- porque al él se lo hizo a propósito”.

-¡No, no, Harry, no!. Él ni siquiera sabe dónde vivo, cómo nos vamos a encontrar –gritaba desesperada.

-Él va a encontrar el modo Hermione, cálmate –le rogó Ginny- puede enviarte una lechuza…

-O un patronus –arguyó Ron que ya había vuelto con cuatro tazas de té.

-Tal vez te busque en La Madriguera. Draco te va a encontrar, Herms, tenlo por seguro –agregó Harry.

Ella los miraba como si viera a través. Los muchachos sabían que le estaba costando lo suyo sobrellevar todo este tiempo, pero esto era mucho más de lo que esperaban.
Ron se revolvía incómodo en el sillón hasta que, finalmente y sin decir nada, salió del cuarto, convocó a su patronus y se lo envió a Malfoy.

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Cuando un terrier parlante se apareció en el compartimiento de Draco, éste agradeció que el muggle que lo compartía con él no estuviera presente en ese momento.
Y agradeció, también, que haya sido justamente Ron Weasley quién se lo enviara. Ya sabía dónde encontrar a Hermione, vivía en el East End, cerca del Victoria Park, en el Londres Muggle.

Otros recuerdos acudieron a su mente, recuerdos de celos y peleas con la comadreja por Hermione. Se acarició vagamente la cara por encima de una de sus cejas donde una pequeña cicatriz daba testimonio de la reyerta que mantuvo con Weasley y que los dejó tres días en la enfermería del colegio. Hermione no quiso que le borraran la cicatriz con magia porque “así recordarás que eres un estúpido Malfoy”. Sonrió ante el recuerdo, siempre se ponía tan bonita cuando se enojaba.
El día que se dio cuenta que la hacía rabiar tanto con la sola intención de ver como sus ojos lanzaban chispas, comprendió que todo ese odio era miedo, miedo por un amor prohibido, sin futuro; porque en ese entonces todavía le importaban las diferencias de sangre y si bien él no creía que había que exterminar a los muggles ni considerar indignos de ser magos a los impuros, los mestizos o a los traidores a la sangre, ella formaba parte del jodido Trío Dorado, sus enemigos naturales y era inadmisible que fuera enamorarse justamente de ella. Sin embargo, lo hizo. Y más aún: fue plenamente correspondido. Y ese fue el día más feliz de Draco Malfoy, tanto que pudo convocar un patronus tan poderoso que Hermione se quedó extasiada. Nunca se olvidaría de ese enorme dragón verde de ojos como rubíes y destellos dorados.

Un dragón que acababa de entrar para anunciarle que estaba vivo y que iba por ella.


jueves, 2 de julio de 2009

Porvenir -Las luces de la ciudad- chap 3

Disclaimer: si yo hubiera inventado el universo Potter, Harry no estaría con Ginny ni Ron con Hermione. Draco hubiera sido más valiente y Dumbledore no hubiera muerto. Remus hubiera tonteado con Herms y Sirius y James hubieran sido dos adolescentes menos arrogantes y más justos con el pobre Snape, ese trágico personaje incomprendido. Rosmerta hubiera iniciado a Ron en las lides del sexo. Luna hubiera cobrado más protagonismo. Pansy Parkinson sería igual de perra. Neville hubiera ganado más puntos la vez que tuvo la valentía de enfrentarse a sus amigos en la piedra filosofal. Así que yo no tengo nada ver con todo esto que es de JK a la que le agradezco la imaginación.
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Música: Umbrellas- The city lights La pueden escuchar mientras Draco recuerda. >----------------------------------------------------------------------------------------<

Ginny acarició al pequeño James y sostuvo la mirada preocupada de Harry:
-Tal vez deberíamos dejar a James con tu madre e ir juntos…
-Creo que tienes razón, debe estar desolada, dos años sin noticias -le dijo sin más su esposa, la voz temblando. Y seguramente te necesita…¿crees que Ron…?-dudó-.
-Va a acompañarnos aunque deba amenazarlo, ¡se acabó la época en que por miedo a perder su amistad le dejaba pasar sus exabruptos hacia Hermione!
-Vamos, entonces, no perdamos más tiempo.

Los Potter llegaron a la Madriguera en un revuelo de polvos flú, saludaron a Molly que también estaba pendiente y preocupada aunque de inmediato se hizo cargo de su nieto, al tiempo que con un movimiento de varita lanzó un vociferante patronus que logró despertar a Ron de un salto que prácticamente lo tiró al suelo.

Una vez abajo se encontró con el rostro desafiante de Ginny y la intensa mirada de su mejor amigo. Se rascó la cabeza hasta que, lentamente, la luz del entendimiento se prendió en su dormida cabeza.

-Hermione –musitó.
-Sí, Hermione –gritaron casi a la vez todos los presentes.

Nadie entendía muy bien por qué Ron parecía incapaz de perdonarle a la castaña que se hubiera enamorado de Draco, por qué se aferraba tercamente a afrentas infantiles si, como bien sabían, él no estaba ni nunca estuvo enamorado de la muchacha.

El intento de rebelión fue inmediatamente sofocado por un imperioso Harry que le dijo, casi enojado:
-Ni lo sueñes, Ron, ni lo sueñes –repitió remarcando palabra por palabra.

Derrotado, decidió apegarse a su costumbre y luego de engullir el desayuno se apresuró a partir con su amigo y hermana rumbo a Londres.

…oOo…oOo…oOo…oOo…oOo… play

Miraba sin ver por la ventanilla con la cabeza apoyada en el vidrio. “Hermione, Hermione”, repetía su nombre como un mantra. Draco nunca se sintió tan desvalido como en ese momento.

“Si supieras, ratona, que fuiste mi cordura, mi esperanza en las noches en que la oscuridad más pavorosa envolvía mi alma. Que recordé cada abrazo, cada caricia, que me envolví en ellos. Que dibujé tus labios y que deliré con tu cuerpo. Tú no sabes, tal vez nunca sepas…”

Ajeno a los paisajes que se sucedían, su mente estaba inmersa en los recuerdos. Esbozó una sonrisa de lado y algo del antiguo esplendor Malfoy se deslizó en su mirada. Ella ensimismada en un libro, mordiéndose el labio y jugando con una pluma, sin darse cuenta que era guardada con celo en la memoria de un slytherin de ojos grises. Ella llorando porque “la antítesis de la delicadeza Wesley” le había dicho vaya a saber qué guarrada. Él cerrando los puños sin saber por qué le dolían esas lágrimas. Ella enzarzándose con él en una dialéctica verbal que los dejaba agotados y liberados a la vez. Ella y su sonrojo la primera vez que la besó. Ella y su miedo cuando se dio cuenta que estaba enamorada. Él y su sensación de dueño del mundo por ser simplemente el rey de su mirada. Ella en el lago una noche de luna y frío, danzando con los brazos abiertos, él absorto en la luz reflejada en su pelo, juego de sombras en su figura recortada contra el cielo, tan bella, tan suya.

Tal vez, sí, tal vez ella sepa. Mientras se acerca a las luces de la ciudad Draco Malfoy desea que Hermione esté allí, arrebujada en él.

sábado, 27 de junio de 2009

Porvenir -Seguir respirando- chap 2

Atrás quedaba Tintagel y su prisión en la cima de un risco agudo, parecía mentira que tanta belleza escondiera entre sus acantilados leyendas de caballeros de brillante armadura y crónicas de destrucción y muerte desatadas por enmascarados mortífagos. Entonces, caminó y caminó, cada vez más rápido, casi a tropezones tratando de alejarse de aquello que representaba su pasado, hasta que cayó al suelo, encogido y frágil, las manos hundidas en la hierba fría, rodeado de una inmensidad que lo empequeñecía aún más y gritó, gritó hasta quedarse sin voz, hasta que las sacudidas que le provocaban sus sollozos se convirtieron en un río de lágrimas y sólo cuando pudo liberar todo ese dolor, esa pena de sí mismo, esa rabia y ese miedo, sólo entonces pudo levantarse para retomar el camino que lo conduciría a la libertad. Libre, por primera vez, en veinte años. Porque no nos engañemos, la prisión de piedra y hierro no fue la única cárcel de Draco Malfoy.

No supo cómo llegó a Truro, aunque no fue mediante magia. “Mejor así”, pensó y se dejó caer en un banco de la imponente catedral de esa ciudad medieval. Tampoco supo por qué eligió ese lugar, pero necesitaba paz para ordenar el caos que era su mente y su corazón en ese instante y la catedral le pareció un buen refugio.
Cerró los ojos e intentó dejarse estar en esa calma pero fue imposible, la agonía de esos 24 meses, dos días, quince horas y 44 minutos lo avasalló. Nadie lo había visitado en esos dos años. Las visitas estaban prohibidas. Las cartas estaban prohibidas. Y aunque sus padres estaban allí, establecer contacto con otros reclusos estaba prohibido. Con una risa amarga reconoció que el Wizengamot se las ingenió para encontrar un castigo peor que los dementores, porque al menos con ellos, te asegurabas la muerte, sin embargo, con el aislamiento y el silencio la desintegración de tu propio ser era una tortura lenta que poco a poco te iba hundiendo en la desesperación y la locura. Draco agitó la cabeza para despejarse de esos recuerdos y volvió a intentar adentrarse en la calma para planear sus próximos pasos.

Por fin había llegado a una decisión. Después de pensar en todos los escenarios posibles, de los más optimistas a los más funestos, resolvió que no iba a avisarle que iba de camino a ella así que desestimó enviarle su patronus y la opción de aparecerse…dejó de serlo cuando se dio cuenta del pánico que sentía al no saber si sería recibido y en caso de serlo, cómo. La vía lenta se le antojó imprescindible así que se montó en un tren que lo llevaba de Cornwall a Londres, trescientos cincuenta quilómetros, entre cinco y seis horas para sellar su destino. Y mientras tanto, seguir respirando.

viernes, 26 de junio de 2009

Porvenir

Dos años.

No fue tanto si se ponía a considerar su historia familiar y su propia participación. Al fin y al cabo, nadie que tenga sus prioridades ordenadas de acuerdo a valores tan mezquinos y actúe en función de ellos, puede librarse de las consecuencias sólo porque en un momento de lucidez moral –y amor, para qué negarlo- se decidió por lo correcto. Y además, lo sentía en los huesos, ella no hubiera esperado menos de él que ese acto de justicia que lo llevó a quedarse y enfrentar las consecuencias de sus actos en lugar de escaparse con ella lejos, bien lejos.

Se vistió con calma porque quería salir de allí rápido, casi ni revisó las escasas pertenencias que le dejaron en ese cubículo infesto que ocupó durante esos dos largos años. Y maldijo a su padre por haberlo moldeado a su semejanza y se maldijo una vez más por débil, por cobarde y por haber creído alguna vez que el mundo se dividía en dos y que él estaba en el bando de los que se arrogan decidir quién vive, quién muere y quién es digno de llevar magia en las venas.

Lo último que hizo antes de salir de allí fue mirar por última vez el dibujo de su cara en la pared oscura y fría, hecho con sangre pura –su sangre pura- el día que llegó.
Dos hombres lo escoltaron hacia la salida donde un tercero los esperaba. Le entregaron la varita que tomó con cuidado, sintió la calidez de la madera en su mano y lo recorrió una energía que, a fuerza de no sentirla durante dos años, hizo que casi se le cayera de la mano.

Los inmensos portones se abrieron para dejarlo pasar, cuadró los hombros y sin volver la vista atrás caminó, aparentando una seguridad que no sentía, hacia el exterior. Alzó los ojos al cielo tan gris como sus ojos, parpadeó desacostumbrado y echó a andar, hacia lo por venir, hacia ella, lejos de la muerte y sus amigos.





lunes, 20 de abril de 2009

La prueba

-Tráeme su corazón.

Y espantado corrió a buscar la prueba de su error.