miércoles, 23 de diciembre de 2009

Siete años - Segundo año-


El verano de Draco pasó entre advertencias y amonestaciones. "¿Nunca seré lo suficientemente bueno para mi padre?", se preguntó entristecido.

Ajeno a la mirada compasiva de su madre, se alejó cabizbajo con su nueva escoba para salir a volar. Su padre había comprado un conjunto de escobas para todo el equipo de Quidditch de Slytherin. Ahora podría demostrarle a Potter quién es Draco Malfoy. Sonrió con suficiencia y ese pensamiento lo hizo sentir mejor.
Mientras volaba repasó su primer año en Hogwarts. Su padre tenía razón. Potter era una molestia, un ser insignificante con una fama que no se merecía y sus amigos eran escoria que al igual que él había que pisotear para demostrarles quiénes eran los mejores. El mundo se dividía en débiles y poderosos, ricos y pobres, puros e impuros, y él tenía muy claro a qué mundo pertenecía. Todavía se preguntaba que vio en esa chiquilla muggle..."¡Basta!", se amonestó mentalmente. Granger no valía un pensamiento siquiera. Molesto se dedicó a hacer rizos en el cielo crepuscular y no bajó hasta que sintió frío y la memoria adormecida.

Pronto comenzaría el segundo año y se había propuesto ser el mejor, su padre no le perdonaría otra cosa. Además, había pasado más tiempo con Pansy, luego de un tiempo logró acostumbrarse a su conversación trivial y Crabbe y Goyle habían demostrado ser unos fieles acompañantes, no servían más que para amedrentar con su tamaño pero a él le daba lo mismo, le evitaba tener que ensuciarse las manos.

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Hermione estaba feliz. Por primera vez tenía amigos verdaderos ante los que no tenía que fingir, que la aceptaban tal y como es. No podía dejar de mirar la foto en la que estaban los tres. Y se la mostraba una y otra vez a sus padres que estaban encantados con el cambio operado en su brujita. Habían tenido todo el año para acomodarse a la realidad de Hermione y cuando lo lograron pudieron permitirse sentir un gran orgullo por su hija a la vez que no podían dejar de maravillarse por esa dimensión desconocida y de la que ahora eran parte: la magia en toda la extensión de la palabra.
Sus padres, por supuesto, no sabían que formar parte de ese mundo traía algunas consecuencias adicionales y que había finalizado su primer año corriendo un peligro de muerte por haber ayudado a Harry, junto con Ron, a retrasar el regreso del mago tenebroso más grande desde Grindewald, Lord Voldemort, el que no debe ser nombrado. La bruja más inteligente de su generación decidió que esa era una información que sus padres no necesitaban para seguir viviendo. Razón por la cual, la dejaron volver al Colegio Hogwarts, de Magia y Hechicería sin poner ningún tipo de objeciones.

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El regreso al Colegio estuvo plagado de inconvenientes para Harry: pasteles flotantes y estrellados en la cabeza de los invitados de sus tíos muggles, elfos desobedientes, encierros, autos voladores y aterrizajes violentos. Harry y Ron amonestados por llegar hasta allí de manera tan inusual (lo cual produjo que Snape disparara sapos y culebras por la boca porque deliraba con una expulsión para Harry y su adlátere) y la varita del joven Weasley rota y emparchada. Ah! y un howler de su madre, claro, echándole pestes que lo dejaron más rojo que su cabello en pleno desayuno. Sí, no se podía negar que habían vuelto a lo grande. Tanto como las aventuras que los esperarían ese año.

Por su parte, unos días antes de tomar el Expresso de Hogwarts, Hermione probó de primera mano lo que era el desprecio elevado a su máxima expresión. Porque si creía que la mirada de Draco Malfoy era el compendio ilustrado y a todo color de la subestimación de la que ella podía ser objeto, es porque aún no se había encontrado con su padre. Pero aún así, Lucius Malfoy no consiguió doblegar a la pequeña leona, porque su altivez bien podía equipararse a la de los Malfoys. Había algo en Hermione Granger que imponía respeto y hasta temor, y que se iría incrementando con los años a medida que su poder se acrecentara. Y Lucius Malfoy lo pudo percibir aunque nada en su expresión lo delatara.

Así las cosas, los tres amigos se encontraron en el Colegio, inmunes a las miradas curiosas o despectivas e ignorantes de lo que les deparaba el destino y el papel que jugarían unos en la vida de los otros. La luz y la oscuridad comenzaron a mezclarse lentamente y ellos todavía no podían darse cuenta de que tanto una y como la otra son necesarias para comprender el valor de los vínculos que se tejen al calor de la lumbre y las sombras que ésta proyecta.


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Finalmente, el año comenzó con un enfrentamiento con Draco Malfoy que dejó bien a las claras quién era quién, y levantó un muro que ninguno de ellos sabía que estaba destinado a derribarse.
El primer "sangre sucia" lanzado por Malfoy a Hermione, terminó con un montón de Gryffindors enfurecidos y Ron vomitando babosas por culpa de un hechizo fallido dirigido al príncipe de las serpientes.
No había vuelta atrás entre ellos, se habían convertido en enemigos declarados. Malfoy no desaprovechaba oportunidad para burlarse de Potty y Weasel, como llamaba a Harry y a Ron, y de atacar a Hermione por su origen muggle. Si hubiera sabido que a ella no le afectaba en lo más mínimo que la llamara "sangre sucia", tal vez hubiera buscado otro epíteto.

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El trasfondo de este segundo año estuvo teñido de sospechas, de acciones arriesgadas para saber la verdad, de Cámara Secretas abiertas, de diarios misteriosos que guardaban recuerdos de magos oscuros, de conspiraciones extramuros para minar el poder y la credibilidad del mejor mago de todos los tiempos, de basiliscos mortíferos, de niñas ingenuas, enamoradas y en función de ello, utilizadas y con una serie de personas petrificadas por el basilisco de marras. Una de ellas era Hermione Granger, encontrada en ese estado con la solución al enigma escondido en el puño de una de sus manos.

Una punzada de miedo y dolor atravesó la conciencia de Draco cuando se enteró lo que le había sucedido a la impura. Una grieta , apenas visible, se marcó en esa máscara de puro odio y desdén que tanto trabajo le costó construir para mirarla, para nombrarla y para tan sólo pensarla. Su manera de lidiar con la culpa fue generar más y más asco, aversión y despecho. Como si la sangre sucia lo hubiera afrentado a él con su permanencia en la enfermería.
No hubo peores días para Harry y Ron que esos, porque Malfoy los azuzaba permanentemente con sus comentarios ofensivos y malsonantes, referidos a ellos y a la leona. No dejaba pasar ninguna oportunidad para torturarlos, alimentando el rencor y la rabia. Tanto, que una vez más, su actitud no pasó desapercibida ni para Dumbledore ni para Snape.

-Severus, quiero que estés atento a Draco.

-Pides demasiadas cosas, Albus. Draco no es más que un chiquillo consentido y prepotente...

-Al que tú en tus clases mimas demasiado sólo por el placer de hacer rabiar a Harry.

-¿Desde cuándo te entrometes en mi forma de dar clases? -le preguntó desdeñoso.

-Mucho menos de lo que debería, Severus y no creas que a veces no me arrepiento. Es el secreto que guarda tu corazón el que me impide intervenir como querría. De todas maneras -continuó el anciano profesor- voy a pedirte un favor.

-Si tiene que ver con Potter -lo interrumpió- no gastes argumentos.

-No, no tiene que ver con Harry. Tiene que ver con la señorita Granger y con el señor Longbottom. No seas tan despectivos con ellos, no des lo que te dieron, Severus, ellos no son los culpables de tus duros y solitarios años en Hogwarts. Por eso te pido que no te confundas, eres profesor no su igual, no veas en ellos a los adolescentes de tus años escolares. No puedo exigirte lo mismo con respecto a Harry, aunque tú mismo deberías darte cuenta de cómo son las cosas. Y con respecto a Weasley...para tí debe ser una suerte de Sirius...

-Sin su inteligencia -lo volvió a interrumpir.

-¡Vaya! Un halago. ¿Te estás ablandando? -dijo con una sonrisa.

-¿Qué quieres que haga con el hijo de Lucius?

-¿Realmente crees que es un 'chiquillo consentido y prepotente'?

-Es hijo de Lucius y Narcissa, no sé que más referencias necesitas.

-Ninguna, es verdad -reconoció con un dejo de cansancio-. Pero, es muy joven y creo que todavía podemos enderezar el árbol.

-Tú y tus esperanzas vanas- se burló.

-¿Vanas? ¿Dices vanas cuanto tengo ante mí al más claro ejemplo de lo que el amor consigue?

-Esta conversación se acaba ya, Albus. Sé específico y dime qué demonios quieres que haga con Draco -le espetó con furia contenida.

-Quiero que lo vigiles, quiero saber qué le pasa con la señorita Granger. Quiero saber si podremos rescatarlo a tiempo de sí mismo y del destino que le espera si sigue los mandatos familiares. Quiero que impidas que las malas compañías terminen de pudrir su corazón, no quiero otro Severus redimido cuando ya fue tarde aunque sirva a una causa noble- sentenció con la mirada clavada en los ojos oscuros y tormentosos de Snape.

-Haré lo que pueda -le contestó y se fue del despacho con paso firme y haciendo susurrar su túnica.

-¡Ah, muchacho! Te mereces la oportunidad de ser feliz.

Y se refería a los dos.

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...Por enésima vez, Draco, ¿cómo debo explicarte la manera en qué debes conducirte en ese colegio de amantes de muggles y traidores a la sangre? No te expongas tanto, no te muestres tan abiertamente en contra de Potter y sus amigos...

A medida que leía Draco se encongía imaginando el gesto de absoluto menosprecio de su padre. No entendía qué debía hacer para complacerlo. No encontraba el término medio, y como si fuera poco la sangresucia que no salía de esa maldita enfermería. Y no debía importarle. "No debe importarme" se repetía una y otra vez. Sin embargo, en un arrebato de frustración e ira, destrozó su habitación a puras maldiciones y hechizos y como no le bastó, siguió a lo muggle. Extenuado se derrumbó en el piso, una mezcla de gritos, lágrimas y gemidos se escapaban de su garganta. Así lo encontró Snape, que fue a buscarlo alertado por Crabbe y Goyle, que se asustaron al no poder entrar a su habitación y al escuchar los ruidos que salían de ella.
Por un pasadizo lo sacó de las mazmorras donde se encontraba la Casa de Slytherin y lo llevó a su despacho. Allí le dio una poción tranquilizante y otra para dormir sin sueños. Luego, lo devolvió a su habitación. Al día siguiente hablaría con él. Dumbledore tenía razón.

Cuando esa noche Hermione Granger apareció en las puertas del Gran Comedor, el primero en verla fue él. Una fugaz expresión de alivio, imperceptible incluso para sí mismo, surcó su rostro y de inmediato fue reemplazada por otra de altanero desdén cuando la vio correr hacia sus amigos. Lo único que no pudo dominar fue el pequeño temblor de sus manos. Se preguntó si temblaban por la sangre sucia.

martes, 22 de diciembre de 2009

Siete años - Primer año-

Hermione Granger siempre supo que era distinta. Extraña. Casi, anormal para los parámetros a los que estaba sometida.
Sus padres la amaban, es cierto, y ella lo sentía; pero, al mismo tiempo, la miraban cómo si fuera la hija de alguien más cada vez que algo explotaba a su alrededor cuando se enojaba o cuando las cosas cambiaban de color si estaba contenta... y la lista podría seguir interminablemente.
Por eso, el día que Severus Snape apareció en su casa para explicarles a sus padres que ella era una bruja, abrigó la esperanza de encontrar un mundo en el que ella encajara.

El 1 de septiembre de 1990 sus padres se despidieron de ella en el Andén 9 y 3/4, de la Estación de King's Cross rumbo al norte, a Hogwarts, el Colegio de Magia y Hechicería con una mezcla de aprensión y alivio.
Hermione escondió sus inseguridades bajo la máscara que había aprendido a contruir a lo largo de sus escasos años: cierta arrogancia, cierta altivez, y una sed de conocimientos que la convirtieron a tan temprana edad en una mini biblioteca ambulante, por lo tanto, su seguridad se basaba en lo que podía aprender de los libros. Podría decirse que los principales y únicos amigos de la pequeña Hermione Jane Granger a los casi 12 años de edad, eran los libros. Demás está decir que su soledad era abrumadora y su necesidad de amigos directamente proporcional a su poca habilidad social.
Su aspecto tampoco la ayudaba, era una niña corriente, ni bonita ni fea, los dientes un poco grandes, y el cabello...el cabello era una historia aparte, un arbusto era más arreglado que su pelo. Su cuerpo era otra razón para sumergirse en los libros y decidir que más sustancial que la belleza era el conocimiento y autoconvencerse de que a ella no le importaban esas sandeces relativas a la moda, el maquillaje y todo eso que agradaba a las púberes como ella.
Definitivamente, por más bruja que fuera, a Hermione le iba costar encontrar su lugar en el mundo mágico tanto como en el muggle.

A unos metros de ella, un muchacho desgarbado e inseguro miraba todo con asombro mientras se acomodaba las gafas y subía al tren.
Y detrás, observándola con mucha atención, un niño de tez pálida, ojos grises y gesto despectivo se despedía distraídamente de sus padres.
No sabía que se convertiría en la mejor amiga del niño que vivió y del pelirrojo que la hizo llorar llamándola "insufrible sabelotodo". Pero más giros tenía dispuesto el destino para la ratita de biblioteca.
La gran aventura de Hermione Granger, estaba por comenzar.

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Draco Malfoy, el niño de ojos grises al que hacíamos mención, era un mago perteneciente a una de las familias mágicas de sangre pura más antiguas de Inglaterra y de Francia. Criado con grandes prejuicios hacia los magos de origen muggle, el medía el mundo con la vara de los privilegios de su clase. Sin embargo, no dejaba de ser un niño, y detrás de ese gesto displicente había necesidad de afecto y amistad. Por eso, le ofreció su amistad a Harry Potter y lo hizo de la manera que le enseñaron, poniendo por delante las supuestas diferencias que hacen a algunos magos mejores que otros. "Muy pronto -le dijo- vas a descubrir que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacer amigo de los de la clase incorrecta. Yo puedo ayudarte en eso". Y le extendió la mano que fue rechazada, gesto que lo hirió profundamente y que, de ahí en más, colocó a Harry en la categoría de enemigo.
A Ron Weasley lo despreciaba por ser un traidor a la sangre, así que con él no había diálogo posible. Su padre lo mataría si se acercaba a un "amigo de muggles".
Quedaba la niña que vio en la Estación. Le gustó desde que la vio. El brillo de inteligencia en sus ojos, el porte altivo. No le importaba esa mata de pelo y su sonrisa le parecía bonita y resplandeciente aunque tuviera esos dientes grandes. Se había propuesto hablar con ella en cuanto tuviera la menor oportunidad. Oportunidad que no llegó nunca porque enseguida se enteró que era hija de muggles.
No es posible describir la sensación de disgusto y decepción que sufrió Draco ese día. Debería alejarse de esa niña que no cumplía con los cánones de los Malfoy. Aunque...tal vez si el Sombrero la mandaba a Slytherin...Era imposible, pero decidió guardar la esperanza, sólo por si acaso. Esperó la ceremonia de selección con un ansia desconocida. Sordo al ruido que lo rodeaba, con la mirada fija en la castañita, escuchó por primera vez su nombre y apretó los ojos y le pidió a Merlín que Hermione Jane Granger fuera a parar a Slytherin. Los abrió desilusionado cuando tras un momento que pareció eterno el Sombrero gritó ¡Gryffindor! y las mesa de los leones estalló en aplausos.
El bajó la cabeza para esconder sus ojos llenos de lágrimas. Si su padre lo viera le diría que era una verguenza para la familia. Se limpió de un manotazo y cuando alzó la mirada esta brillaba más fría y soberbia que nunca, demasiado para un pequeño de 11 años.
No se percató que todas esas emociones desbordadas fueron registradas por dos personas que se encontraban en la mesa de profesores: Severus Snape, profesor de Pociones, y Albus Dumbledore, el directos de Hogwarts.

...oOo...

-Veo que estás nerviosa, niña. No temas -la tranquilizó el Sombrero-. A ver, déjame echar un vistazo a tu interior. Eres extremadamente inteligente, y esa es una cualidad que aprecia Ravenclaw, pero tienes un corazón valiente y osado, y aunque te gustan mucho las reglas noto que las saltarás de vez en cuando si la ocasión lo amerita. En eso eres astuta, como una Slytherin. Déjame ver...déjame ver...valiente, capaz de sacrificarte por tus amigos, justa, ecuánime y serena. Sí, tu inteligencia y tu astucia son el soporte de tu gran corazón...

¡GRYFFINDOR!

Hermione salió disparada hacia la mesa de su casa y no se dio cuenta del gruñido de Ron Weasley a quien no le agradó en lo más mínimo que esa niña petulante, a su entender, fuera miembro de Gryffindor. A quien no le pasó desapercibido ese gesto fue a Draco, que lo odió aún más que antes porque seguramente él, como toda su maldita y pobretona familia, iría a parar a la casa de los leones y podría disfrutar, si tuviera la capacidad de apreciarlo, la compañía inspiradora de una niña brillante.

Cuando la Profesora Minerva McGonagall lo llamó para su selección, él apenas podía contener la rabia que sentía. Tomó el Sombrero y se lo encasquetó con furia, lo que hizo que se ganara una mirada de reprobación de la profesora.
Lo que sucedió a continuación fue algo para lo que Draco no estaba preparado.

-Mmhm. A ver, ¿qué tenemos aquí? Un nuevo Malfoy. Deberías ser fácil de colocar pero veo dudas en tu interior. Esta lucha te matará, muchacho, con el correr del tiempo. Puedo ayudarte ahora, si tú lo quieres.
-No comprendo.
-Ravenclaw es una opción para tí. No así Gryffindor, no tienes ni una pizca de lo necesario para pertenecer a esa casa...aún. ¿Quieres ir a Ravenclaw? Las cosas serán más fáciles para tí allí.
-Yo...no sé...¿Ravenclaw? Mi padre se decepcionaría, me mandaría un howler diciendo que soy la ruina de la familia, dejaría de ser su hijo. Y mi madre...a ella le dolería también. Generaciones de Malfoy y Black han sido Slytherins.
-Hubo excepciones, muchacho. Tú puedes ser una, también.
-¿Quién?
-Sirius Black
-...
-¿Qué dices? Tú eliges.

Afuera, en el Gran Comedor, los murmullos eran cada vez más altos nunca el Sombrero tardaba tanto y menos con alguien cuya selección debería haber sido instantánea. Era impensable un Malfoy que no fuera Slytherin.

-¿Te atreves?
-...
-Si es el miedo el que responde, que sea:

¡SLYTHERIN!

Draco se bajó del taburete avergonzado y ansioso. Pero su rostro era una máscara imperturbable que no dejaba traslucir su batalla interior. Se dirigió a la mesa de las serpientes y se sentó con Crabbe y Goyle. Como era de suponer, Pansy Parkinson también fue seleccionada para su casa y Draco no pudo imaginarse siete más sombríos que esos en compañía de un dúo de idiotas que sumados no hacían uno y de una niña caprichosa y superficial, con la que no podría intercambiar ninguna conversación medianamente lúcida.

...oOo...

Los días pasaron y la expectativa de ser aceptada se iba diluyendo. Hermione Granger era tan ajena al mundo mágico como al muggle. Y esa inadecuación que sufría en carne viva no hacía más que alentar su mecanismo de defensa: respuestas de marisabidilla y gesto altivo que generaban más de lo mismo. Rechazo. Por fin lo aceptó, no encajaba en ninguno de los dos mundos conocidos y no había un tercero para ella. Salvo la biblioteca y allí se encaminaba día tras día a esconderse tras los libros, buscando en el conocimiento la liberación de su angustia y compañía para su soledad.
Si Hermione Granger, en ese momento, hubiera sabido que había un muchacho que se debatía entre la obediencia a sus mandatos familiares y su deseo de acercarse a ella, tal vez, sólo tal vez no hubiera habido troll capaz de reunir a tres niños que vivieran una experiencia que signara su relación futura. Pero no fue así y la vivencia compartida con Harry Potter y Ron Weasley marcó el inicio de una amistad indestructible y selló su destino de enemiga del único niño que la sintió su igual desde el principio y que por respeto a siglos de tradición y temor a las consecuencias, no se atrevió a acercarse a ella. Y de ese modo inició el duro y solitario camino de las sombras.

El muérdago perdido



domingo, 6 de diciembre de 2009

Mi nombre en tu voz


No, los demás no tienen idea. Sólo él me llama por mi verdadero nombre. Sólo él sabe lo que encierra. Granger.
En sus labios, Granger es vino y rosas, la poción perfecta después de horas acaloradas y desnudas, de piel húmeda y jadeos ahogados; de piernas enlazadas, caricias apremiantes y lenguas codiciosas. En tí soy yo, soy Granger, una mujer...enamorada.

...oOo..

No sabe en que momento se cansó de ser Hermione, Mione o Herms. Como sea, detestaba sus diminutivos. Incluso su  nombre, raro pero rotundo, ese nombre que antes amaba porque le confería un estilo que la hacía sentirse distinta a las demás, comenzó a molestarle en la boca de sus amigos un día cualquiera. El día que se cansó de ser transparente, la parte de una estrategia para salvar al mundo mágico. El día que se hartó de que la defendieran del enemigo, leáse Draco-el hurón-Malfoy, pero no de ellos mismos. El día que se permitió reconocer que Harry estaba inexorablemente destinado a Ginny y que jamás podría amar a Ron de otra manera que como amiga porque la distancia entre ellos era la misma que media entre el día y la noche sin luna. Antípodas, eso eran ella y Ron.



Porque Hermione Granger, biblioteca ambulante, observadora de las reglas -bueno, al menos de las reglas que le convenían-, amiga de sus amigos, respetuosa de la vida, racional, lógica y poco dada a condenar sin pruebas o a lanzarse a la acción sin un plan analizado hasta el hartazgo, también era una chica. Tal vez no tan bonita como alguna de sus compañeras de casa, o tan sensual o a la moda o tan felinamente slytherin, valga la contradicción, pero por Merlín y Morgana juntos, era una mujer. Al menos se estaba convirtiendo en una, ¡qué joder! Ella servía para algo más que ayudar a sus amigos en sus tareas, alentarlos en el Quidditch, hacer trampa para que Ron entre al equipo,  sostener a Ginevra cada vez que perdía las esperanzas con Harry y planear como patearle el trasero a una horda de mortífagos y salir vivos para contarlo. Todo eso sin descuidar sus estudios, seguir siendo la prefecta perfecta y conseguir que alguien viera más allá de su imagen.
Ella necesitaba desesperadamente alguien que pudiera convertir sus rosas negras en rojas.

...oOo...

Iba caminando por el pasillo que llevaba a la Torre de Astronomía. Antes de terminar mi ronda de prefecta me gustaba pasar un rato por allí y perder mi vista en el cielo e imaginar cómo sería un mundo normal, sin horrcruxes que salir a buscar para destruir, sin un mago tenebroso que vencer, sin un mundo mágico que salvar. Sin alimañas de las cuales defenderse. Un mundo en el que por fin pudiera dedicarme a ser una adolescente normal, o todo lo  normal que yo pudiera ser teniendo en cuenta mi peculiar manera de actuar.

Había pasado casi un mes desde su ataque y no se arrepentía de haberle confesado a Dumbledore lo que había descubierto.



Tan perdida estaba en sus pensamientos que cuando llegó a la torre no lo vio. Se acercó al borde de piedra gastada por los siglos y levantó la cara hacia la luna menguante. La secreta felicidad que sentía cada vez que la suave brisa desordenaba su pelo ya de por sí rebelde se vio interrumpida por el susto mortal que le provocó la figura alta y pálida que eligió ese momento para salir de las sombras.

-¡Draco! Por poco me matas de un infarto. ¿Qué haces aquí? Tus rondas ya no coinciden con las mías -y no pudo impedir que la tristeza se colara en sus palabras.

-Te esperaba a ti, Granger.

Por el rostro de Hermione pasaron mil expresiones, asombro, esperanza -aunque ella rogó que hubiera sido imperceptible-, desconfianza, duda y finalmente, curiosidad.

-Necesito hablar contigo.

Un día descubrió que Malfoy tenía la marca. Y nunca supo porque no fue corriendo a revelárselo a Harry. Al fin y al cabo, el muy capullo le había roto la nariz en el Expreso cuando descubrió a su amigo espiándolo. ¡Y pensar que no le había querido creer! Ni ella ni Ron. Pero ahí estaba, la prueba incontrastable de que Harry estaba en lo correcto y ella muda, paralizada y sin ningún deseo de exponer a su pesadilla personal a un castigo que lo llevaría derecho a Azkabán. Fue sin querer. Ella entró al baño de los prefectos y allí estaba él, mirándose en el espejo con el rosto desencajado y las mangas de la camisa enrolladas. Al principio no la vio y cuando lo hizo, simplemente se deslizó hasta el suelo y allí quedó, como un muñeco desarticulado y roto a la espera de ser botado por su dueño. Ella se acercó despacio y con cautela. Estaría llorando pero no por eso dejaba de ser el maldito narcisista, engreído y odioso hurón albino que les había hecho la existencia imposible desde el primer día en Hogwarts. Hermione pensó que nadie que estuviera en ese estado de desintegración y dolor podría estar feliz de ser un mortífago. Casi sin pensarlo tomó el brazo izquierdo del rubio y acarició la marca. Creyó que iba a sentir asco, miedo. Pero sólo pudo sentir pena. Él se mantuvo quieto pero alerta, levantó la mirada esperando encontrar lo que Hermione creyó que iba a sentir; sin embargo, para su asombro, sólo halló pena y más allá de la pena, sintió comprensión Y en el instante en que sus miradas chocaron, los dos intuyeron que algo había cambiado y en ese nuevo mundo que acababan de descubrir no había reglas que los ayudaran a tratarse. Cuando ella se marchó, Draco acomodó las mangas de su camisa y allí donde la memoria de su tacto se perdía, lo estremeció un inesperado frío. Y deseó ser libre.


...oOo...

A partir de ese momento, se observaban, a veces con sigilo y otras con total descaro. Sin insultos, sin desprecios, sin palabras humillantes. El silencio entre ellos era tan intenso que podía oírse a kilómetros. No había lugar del castillo en el que pudieran escaparse del otro. No había escondrijo, ni aula, ni pasillo, torre o terreno. Sabían, con precisión milimétrica, dónde, cómo y a qué hora y haciendo qué se encontrarían. Como de casualidad, como si no anduvieran buscándose. La mirada de él era insondable. La de ella pensativa, como si estuviera resolviendo un acertijo o tratanto de encajar las piezas de un puzzle muy difícil.
Poco a poco, fueron perdiendo el recelo y en esos encuentros "casuales" a ella se le caía un libro y él se agachaba a recogerlo y se lo daba. Se observaban en silencio y sin decir nada cada cuál continuaba su camino. También la biblioteca era testigo de sus mudos acercamientos. A él se le acababa la tinta y ella convocaba una del verde esmeralda que a él le gustaba. O él le alcanzaba un libro que ella no podía tomar sin magia. Sus rondas, de pronto, habían coincidido y siempre las terminaban en la Torre de Astronomía. En silencio y cada vez más cerca.

La primera vez que hablaron fue cuando Draco la encontró llorando y encogida en los límites del Bosque Prohibido. El pelo enmarañado y lleno de hojas, la camisa abierta, los botones arrancados, el brassier roto, sus pechos expuestos con marcas rojas de dedos, un mordisco profundo en el cuello. Las uñas de ella rotas y llenas de sangre, había arañado a su agresor. Él recorrió el resto de su cuerpo menudo y una oleada de odio visceral lo atravesó entero. Quien hubiera osado tocarla tenía que agradecer que no pudo culminar su violación porque no le hubiera temblado el pulso al echarle un Avada. Se arrodilló y quiso tocarla, pero Hermione retrocedió a los trompicones aterrorizada. "Shhhhh, soy yo. Draco. No te voy a hacer daño". La voz suave y susurrante, sin una pizca de malicia se filtró en la mente de la castaña y se dejó hacer. Draco se quitó su túnica y la envolvió en ella y con ese gesto la abrazó. Estuvieron lo que les pareció horas. No, no sabía cómo pasó, ella estaba paseando por la orilla del lago esperando uno de sus "accidentales" encuentros cuando le lanzaron un hechizo aturdidor. Cuando pasó el efecto, tenía encima a esa bestia que en el regodeo de su excitación insana se había olvidado de arrojar lejos su varita. Así que se defendió como pudo, con patadas y arañazos hasta que alcanzó su varita. No sabía dónde había caído luego de su "volatem ascendere". Draco intentó no traslucir ninguna emoción que asustara a Granger y le preguntó quién la había atacado. "Flint. Marcus Flint".
Él la llevó a la enfermería y dos horas después algo irreconocible que parecía un alumno de Slytherin fue aislado lejos de ella.
La noticia corrió como reguero de pólvora por el castillo. Afuera de la enfermería, Harry y Ron estaban a los gritos tratando de entrar. Ginny, Luna, Neville trataban de calmarlos al mismo tiempo que intentaban controlar su propia conmoción. Adentro, el profesor Dumbledore escuchaba.

Hermione decidió contarle absolutamente todo. No sólo lo que le había hecho Flint sino también que Draco era un mortífago. Algo dentro de ella le decía que podía confiar en que el viejo profesor le daría una oportunidad.

A los pocos días, salió de la enfermería con el cuerpo curado y el espíritu más bravo que nunca. Hacía falta algo más que una bestezuela inmunda para quebrar a Hermione Granger. Sin embargo, sucedió algo inesperado. El castillo estaba vacío, o al menos así lo sentía ella. Ya no se le rompía misteriosamente la mochila, ya nadie le alcanzaba los libros en la biblioteca, ya no más Draco y Granger encontrándose sin buscarse. Y eso le instaló un vacío en el pecho que no la dejaba respirar. Y se convirtió en la sombra de una sombra y todos pensaban que era por Flint. Seis años juntos y no podían ver más allá de lo aparente. Amaba a sus amigos, pero no podía comprender que fueran tan ciegos. Salvo Harry, tenía que reconocer que la miraba con sospecha, algo no le cuadraba. Ya vería si más adelante se animaba a confiar en él.


...oOo...

-Necesito hablar contigo.

-Dime -le contestó tratando de descifrar lo que decía con el tono.

-Se lo dijiste...

-Sí -con la barbilla en alto y la mirada desafiante. No estaba preparada para lo que vino después.

Antes de que pudiera reaccionar estaba encerrada entre los brazos del Slytherin, que la apretaba contra sí como si pudiera esfumarse. "Gracias", susurró en su oído y una corriente eléctrica la sacudió e hizo que se pegara a él como un tatuaje. "Gracias" y un beso en la curva suave de su cuello. "Gracias" y sus manos vagando por su cuerpo. "Gracias" y la mirada pidiendo permiso para apropiarse de su boca. "Gracias" y la lengua le quema en lugares que no sabía que existían. "Gracias" y se desnudan de todas las maneras posibles bajo las estrellas.

Sólo él podía llamarla por su nombre, porque sólo él podía arrancarle esos gemidos cada vez que escuchaba "te amo, Granger".









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Volatem Ascendere

  • Descripción: Eleva por los aires al enemigo para luego caer.
  • Utilización: Utilizado por Lockhart en Harry Potter y la cámara secreta contra la serpiente que Malfoy lanza a Harry en el club de duelo.