sábado, 27 de junio de 2009

Porvenir -Seguir respirando- chap 2

Atrás quedaba Tintagel y su prisión en la cima de un risco agudo, parecía mentira que tanta belleza escondiera entre sus acantilados leyendas de caballeros de brillante armadura y crónicas de destrucción y muerte desatadas por enmascarados mortífagos. Entonces, caminó y caminó, cada vez más rápido, casi a tropezones tratando de alejarse de aquello que representaba su pasado, hasta que cayó al suelo, encogido y frágil, las manos hundidas en la hierba fría, rodeado de una inmensidad que lo empequeñecía aún más y gritó, gritó hasta quedarse sin voz, hasta que las sacudidas que le provocaban sus sollozos se convirtieron en un río de lágrimas y sólo cuando pudo liberar todo ese dolor, esa pena de sí mismo, esa rabia y ese miedo, sólo entonces pudo levantarse para retomar el camino que lo conduciría a la libertad. Libre, por primera vez, en veinte años. Porque no nos engañemos, la prisión de piedra y hierro no fue la única cárcel de Draco Malfoy.

No supo cómo llegó a Truro, aunque no fue mediante magia. “Mejor así”, pensó y se dejó caer en un banco de la imponente catedral de esa ciudad medieval. Tampoco supo por qué eligió ese lugar, pero necesitaba paz para ordenar el caos que era su mente y su corazón en ese instante y la catedral le pareció un buen refugio.
Cerró los ojos e intentó dejarse estar en esa calma pero fue imposible, la agonía de esos 24 meses, dos días, quince horas y 44 minutos lo avasalló. Nadie lo había visitado en esos dos años. Las visitas estaban prohibidas. Las cartas estaban prohibidas. Y aunque sus padres estaban allí, establecer contacto con otros reclusos estaba prohibido. Con una risa amarga reconoció que el Wizengamot se las ingenió para encontrar un castigo peor que los dementores, porque al menos con ellos, te asegurabas la muerte, sin embargo, con el aislamiento y el silencio la desintegración de tu propio ser era una tortura lenta que poco a poco te iba hundiendo en la desesperación y la locura. Draco agitó la cabeza para despejarse de esos recuerdos y volvió a intentar adentrarse en la calma para planear sus próximos pasos.

Por fin había llegado a una decisión. Después de pensar en todos los escenarios posibles, de los más optimistas a los más funestos, resolvió que no iba a avisarle que iba de camino a ella así que desestimó enviarle su patronus y la opción de aparecerse…dejó de serlo cuando se dio cuenta del pánico que sentía al no saber si sería recibido y en caso de serlo, cómo. La vía lenta se le antojó imprescindible así que se montó en un tren que lo llevaba de Cornwall a Londres, trescientos cincuenta quilómetros, entre cinco y seis horas para sellar su destino. Y mientras tanto, seguir respirando.

viernes, 26 de junio de 2009

Porvenir

Dos años.

No fue tanto si se ponía a considerar su historia familiar y su propia participación. Al fin y al cabo, nadie que tenga sus prioridades ordenadas de acuerdo a valores tan mezquinos y actúe en función de ellos, puede librarse de las consecuencias sólo porque en un momento de lucidez moral –y amor, para qué negarlo- se decidió por lo correcto. Y además, lo sentía en los huesos, ella no hubiera esperado menos de él que ese acto de justicia que lo llevó a quedarse y enfrentar las consecuencias de sus actos en lugar de escaparse con ella lejos, bien lejos.

Se vistió con calma porque quería salir de allí rápido, casi ni revisó las escasas pertenencias que le dejaron en ese cubículo infesto que ocupó durante esos dos largos años. Y maldijo a su padre por haberlo moldeado a su semejanza y se maldijo una vez más por débil, por cobarde y por haber creído alguna vez que el mundo se dividía en dos y que él estaba en el bando de los que se arrogan decidir quién vive, quién muere y quién es digno de llevar magia en las venas.

Lo último que hizo antes de salir de allí fue mirar por última vez el dibujo de su cara en la pared oscura y fría, hecho con sangre pura –su sangre pura- el día que llegó.
Dos hombres lo escoltaron hacia la salida donde un tercero los esperaba. Le entregaron la varita que tomó con cuidado, sintió la calidez de la madera en su mano y lo recorrió una energía que, a fuerza de no sentirla durante dos años, hizo que casi se le cayera de la mano.

Los inmensos portones se abrieron para dejarlo pasar, cuadró los hombros y sin volver la vista atrás caminó, aparentando una seguridad que no sentía, hacia el exterior. Alzó los ojos al cielo tan gris como sus ojos, parpadeó desacostumbrado y echó a andar, hacia lo por venir, hacia ella, lejos de la muerte y sus amigos.