lunes, 4 de enero de 2010

Mi nombre en tu voz -Draco-

¿Es que años de mascaradas, de hipócritas sonrisas, de orgullo desmedido, de pedantería no me habían enseñado nada? Si yo sabía lo que había detrás de toda esa afectación: vacío, afán de poder, desprecio por los inferiores y lujuria. El mundo de los sangre pura se movía cómodamente en los límites artificiales de lo permitido y lo deseado. Y siempre una buena cantidad de oro podía volver esos límites aún más difusos.
Me criaron para ser el Príncipe de Slytherin, el sucesor de mi padre, futuro mortífago. Y yo acepté gustoso esa herencia. Disfruté de mis prerrogativas de sangre y alcurnia, crecí pisoteando a los que no eran iguales a mí, castigué como fui castigado, dejé de reír tal como me indicaron, escondí mis emociones, las sepulté, las ahogué y las creí muertas. Las personas eran objetos a mi servicio, nacidas para servirme, de una u otra manera. Pero siempre supe lo que había detrás del escenario. Y como siempre lo olvidé. Porque entre lo fácil y lo correcto, elegí lo cómodo. Y, por supuesto, pagué el precio.

...oOo...

La vi ni bien me acomodé en el Expreso de Hogwarts. Me pareció bonita, aún con su pelo enmarañado, pero era un niño y no me fijaba en esas cosas. Simplemente me alumbró con su sonrisa y el brillo de sus ojos del color de las avellanas. Además, el ser un mago de sangre limpia permite reconocer muy fácilmente el poder mágico que corre en el interior de los magos y brujas y el de ella era increíble, de una fuerza y una calidez que nunca había sentido. Longbottom también lo sintió, lo vi en su cara y lo odié al instante. Y ese traidor a la sangre también lo hubiera hecho si no hubiera estado tan ocupado en reírse de ella y hacerse amigo de Potter. Jamás dudé de sus orígenes hasta que supe la verdad. Ese fue uno de los días más desolados de mi vida. Porque a partir de ese momento tendría que comenzar a odiarla. Y lo hice, vaya si lo hice.

...oOo...

El día que me encontró llorando en el baño, furioso, aterrado y desencajado, creí que nada peor podía agregarse a mi ya despreciable vida. A todas mis desgracias tenía que sumarle que la sangresucia me viera en ese estado humillante y peor aún, que descubriera mi secreto. Si ella hablaba estaba perdido. Potter no tardaría en convertir lo que quedaba de mí en un infierno.
Imágenes de mi madre muerta, de mi padre torturado desfilaban por mi mente mientras ella se acercaba a mí.
Y de pronto, el mundo se detuvo. No hubo palabras. Su gesto estaba envuelto en silencio. Pude sentir las yemas de sus dedos recorriendo la marca que me señalaba como mortífago. Todo lo que ella odiaba, todo aquello por lo que ella luchaba junto a Potter y el pobretón, bajo la caricia suave de sus manos. No me atrevía a mirarla y me quedé quieto, esperando su amenaza y sabedor de que ella cumpliría cualquier cosa que prometiera. Sin embargo, cuando por fin me atreví a verla, no halle ni asco, ni desprecio ni amenazas. Sólo pena, ella, Granger, mi enemiga declarada, la víctima de mis insultos y mi desprecio a lo largo de seis años, la sangresucia inmunda sintiendo pena por mí.
Me perdí en esa mirada profunda y vi en ella algo más. Tal vez ¿comprensión? No sé, sólo supe que sea lo que fuera, lo necesitaba. Y supe también que las cosas ya no serían iguales entre ella y yo; y que, en gran medida, lo que fuera a suceder dependía de mí.
Pasé mis dedos por la marca, la calidez que Granger había dejado, se estaba diluyendo.

Pese a ello, durante un tiempo me quedé esperando lo peor. Tenía pesadillas con Potter y weasel, denunciándome ante Dumbledore o torturándome, aunque sabía que no era propio de ellos hacer algo así y ella mirando sin hacer nada. Los días pasaban y lo único que cambió fue nuestra mutua actitud. Ya no había insultos, ni advertencias ni desafíos en nuestros encuentros, cada vez más frecuentes, como si fueran casuales, y los dos sabíamos que de casuales nada.

...oOo...

El silencio entre los dos estaba lleno de cosas sentidas, de palabras guardadas, de sentimientos que florecían lentamente. Pronto esos encuentros se plagaron de gestos sosegados, ella me alcanzaba la tinta verde esmeralda cada vez que se me acababa, yo levantaba del suelo lo que que sea que se le hubiera caído y se lo daba. Nuestras rondas de prefectos habían coincidido, y siempre las terminábamos en la Torre de Astronomía. La vez que casi me animo a besarla sentimos a la gata de Filch y como hacía rato que tendríamos que haber estada en nuestros respectivos dormitorios nos escapamos de un seguro castigo a la velocidad de la luz, no sin antes hundirnos en la mirada del otro y por primera vez, una sonrisa radiante y dirigida a mí, se dibujó en su rostro, sonrisa que fue aceptada y retribuida con una pequeña carcajada ahogada. Nunca me había sentido tan feliz en mi vida, al menos que recordara. Una extraña calidez se expandía por cada centímetro de mi cuerpo y empecé a dudar de mi misión.

Unos días después, estaba frenético buscándola, no la encontraba por ningún lado. Se suponía que a esa hora debíamos encontrarnos "casualmente" en el lago. Ella no podía fallarme, no después de esa sonrisa, no después de ese "casi" beso. Me serené porque algo me decía que Granger me necesitaba. Y ese instinto que producía nuestros encuentros me llevó a los lindes del Bosque Prohibido, allí la encontré. El pelo enmarañado y lleno de hojas, la camisa abierta, los botones arrancados, el brassier roto, sus pechos expuestos con marcas rojas de dedos, un mordisco profundo en el cuello. Las uñas de ella rotas y llenas de sangre, había arañado a su agresor. Comencé a acercarme pero se alejó de mí como pudo, entonces empecé a murmurar palabras de consuelo mientras me aproximaba a ella con cautela, la cubrí con mi túnica y la abracé. Ella se ovilló en mí como un animalito herido y deseé haber estado allí para impedir ese agravio a su cuerpo y a su espíritu. Juré venganza, pero no tenía que permitir que ella se diera cuenta. Una vez que tuve el nombre, la llevé a la enfermería. Cuando encontré a Flint me encargué de que no le quedaran ganas de volver a atacar a nadie en lo que restara de su patética vida.


...oOo...




Aterrado, me dirigía hacia el despacho del viejo loco. Dumbledore quería hablar conmigo y eso sólo podía significar una cosa: Granger habló.
En el despacho también se encontraba Snape. Me taladró con su mirada y decidí no oponer resistencia, dejé que entrara en mi mente y le mostré todo, absolutamente todo. Luego, apuntó su varita a su cabeza y quitó esos pensamientos y los arrojó al Pensadero. Dumbledore se sumergió en ellos. Ahora quedaba a merced de la decisión que tomara ese mago al que desprecié toda mi vida.
Esperaba con la cabeza gacha mi sentencia, pero ésta no llegó. Me enteré del papel de Snape como espía al servicio de la Orden del Fénix y del plan que habían pergeñado para salvarme a mí y a mi familia, o al menos a mi madre. Lucius estaba muy involucrado con la causa del Señor de las Tinieblas como para poder sacarlo del foco de la atención de Voldemort sin que se levantaran sospechas. No podía creer en mi suerte. Sabía que no merecía esa ayuda. Pero iba a hacer todo lo necesario para merecerla.

Me alejé unos días de Granger porque tenía que poner en orden mis ideas, sepultar años de creencias sin asidero y organizar mis prioridades. Entre ellas, tenía que poder acomodar mis sentimientos hacia Potter y Weasley si quería estar con Granger y eso suponía dejarme humillar por esos dos que tenían sobradas razones para hacer de mí un estropajo.

Cuando estuve listo la abordé. La encontré en la Torre de Astronomía, de cara a las estrellas. El suave viento mecía su pelo, algunos mechones se pegaron en sus labios entreabiertos en una sonrisa. Me sacudió esa imagen adorable llena de sensualidad, era como una vestal ofreciendo una pureza voluptuosa a los dioses.

-¡Draco! Por poco me matas de un infarto. ¿Qué haces aquí? Tus rondas ya no coinciden con las mías -y no pudo impedir que la tristeza se colara en sus palabras.

-Te esperaba a ti, Granger.

Por el rostro de Hermione pasaron mil expresiones, asombro, esperanza, desconfianza, duda y finalmente, curiosidad.

-Necesito hablar contigo.

-Dime -me contestó tratando de descifrar lo que decía con el tono.

-Se lo dijiste...

-Sí -con la barbilla en alto y la mirada desafiante.

La encerré entre mis brazos, y con una urgencia que no sabía que sentía, comencé a acariciarla, a besarla mientras le agradecía una y otra vez lo que había hecho por mí. Granger me había dado la vida sin saberlo.

Nos desnudamos bajo la luz titilante de las estrellas. Era la primera vez para ella y para mí...como si lo fuera.
Mi boca se cerró lentamente sobre la suya, quien, tras oírse gemir, me abrazó rodeándome el cuello como si le fuese la vida en ello. La abrazaba con fuerza y la calidez de su cuerpo, así como la energía invisible de su aura, me envolvían.
Su cuerpo, terciopelo profano, se ajustaba al mío como si estuviera hecho para mí, como si cada curva encontrara su descanso en mi figura fibrosa.

-Eres tan hermosa -murmuré.

Hermione sabía que no era del todo verdad, pero de pronto se sintió atractiva, tal era el poder de aquella voz y la noche misteriosa.

-Tú también -me dijo, embelesada.

Me enredé ella con una carcajada sonora y masculina. Deslicé un muslo entre sus piernas, mientras le susurraba palabras seductoras contra la piel desnuda del pecho. Granger respondió impulsivamente; no con palabras, pues apenas podía hablar, sino con el cuerpo. Se retorció y arqueó bajo mi cuerpo, abrazándome con todas sus fuerzas.
Por mi parte,dejé de hablar muy pronto y mi respiración se volvió jadeos roncos. Las manos de Granger notaron que mis músculos se tensaban. Podía percibir que ella sentía unos estremecimientos tan intensos que apenas pudo asombrarse cuando bajé la mano para acariciarle el sexo.
Ella necesitaba que yo la tocase así. En realidad, necesitaba más, mucho más.

-Sí... Sí, por favor -susurró.

-Lo que quieras, todo lo que quieras. Sólo tienes que pedirlo -le respondí con voz áspera por el afán de poseerla.

La acaricié hasta que ella me rogó una liberación que no sabía cómo describir, hasta que se sintió oprimida por el deseo. Cuando deslicé un dedo en su interior, pude sentir como la urgencia se volvía insoportable para ambos.
Porque yo me hallaba en un estado similar. Gemía como si algo me doliese muy adentro; ya no la tocaba con la exquisita ternura de un amante delicado, sino que luchaba con ella, la desafiaba. Granger, eufórica, respondió al desafío de aquella batalla sexual.

-Estás hecha para mí -le dije repentinamente, como si me hubieran arrancado las palabras-. Eres mía-. Era una afirmación, la declaración de un hecho indiscutible. Tomé su rostro entre mis manos y le exigí:

- Dilo. Di que eres mía.

-Soy tuya.

Luego de esas palabras me hundí en su cavidad húmeda y lista para mí y fuimos juntos al paraíso.

-Soy tuya -repitió con un jadeo ahogado-. Y tú, ¿eres mío?

-Siempre, lo soy desde siempre.

Me miró confundida y extenuada. La brisa fría rodeó nuestros cuerpos acalorados y nos juntamos todavía más si era posible. Yo boca arriba mirando las estrellas, ella con la cabeza apoyada en mi hombro, la sentía poderosa y frágil a la vez. Giré mi cabeza y busqué su mirada.
La luna y las estrellas fueron testigos de mi declaración y su asombro:

-Te amo, Granger. Desde que te vi, hace seis años.




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