miércoles, 23 de diciembre de 2009

Siete años - Segundo año-


El verano de Draco pasó entre advertencias y amonestaciones. "¿Nunca seré lo suficientemente bueno para mi padre?", se preguntó entristecido.

Ajeno a la mirada compasiva de su madre, se alejó cabizbajo con su nueva escoba para salir a volar. Su padre había comprado un conjunto de escobas para todo el equipo de Quidditch de Slytherin. Ahora podría demostrarle a Potter quién es Draco Malfoy. Sonrió con suficiencia y ese pensamiento lo hizo sentir mejor.
Mientras volaba repasó su primer año en Hogwarts. Su padre tenía razón. Potter era una molestia, un ser insignificante con una fama que no se merecía y sus amigos eran escoria que al igual que él había que pisotear para demostrarles quiénes eran los mejores. El mundo se dividía en débiles y poderosos, ricos y pobres, puros e impuros, y él tenía muy claro a qué mundo pertenecía. Todavía se preguntaba que vio en esa chiquilla muggle..."¡Basta!", se amonestó mentalmente. Granger no valía un pensamiento siquiera. Molesto se dedicó a hacer rizos en el cielo crepuscular y no bajó hasta que sintió frío y la memoria adormecida.

Pronto comenzaría el segundo año y se había propuesto ser el mejor, su padre no le perdonaría otra cosa. Además, había pasado más tiempo con Pansy, luego de un tiempo logró acostumbrarse a su conversación trivial y Crabbe y Goyle habían demostrado ser unos fieles acompañantes, no servían más que para amedrentar con su tamaño pero a él le daba lo mismo, le evitaba tener que ensuciarse las manos.

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Hermione estaba feliz. Por primera vez tenía amigos verdaderos ante los que no tenía que fingir, que la aceptaban tal y como es. No podía dejar de mirar la foto en la que estaban los tres. Y se la mostraba una y otra vez a sus padres que estaban encantados con el cambio operado en su brujita. Habían tenido todo el año para acomodarse a la realidad de Hermione y cuando lo lograron pudieron permitirse sentir un gran orgullo por su hija a la vez que no podían dejar de maravillarse por esa dimensión desconocida y de la que ahora eran parte: la magia en toda la extensión de la palabra.
Sus padres, por supuesto, no sabían que formar parte de ese mundo traía algunas consecuencias adicionales y que había finalizado su primer año corriendo un peligro de muerte por haber ayudado a Harry, junto con Ron, a retrasar el regreso del mago tenebroso más grande desde Grindewald, Lord Voldemort, el que no debe ser nombrado. La bruja más inteligente de su generación decidió que esa era una información que sus padres no necesitaban para seguir viviendo. Razón por la cual, la dejaron volver al Colegio Hogwarts, de Magia y Hechicería sin poner ningún tipo de objeciones.

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El regreso al Colegio estuvo plagado de inconvenientes para Harry: pasteles flotantes y estrellados en la cabeza de los invitados de sus tíos muggles, elfos desobedientes, encierros, autos voladores y aterrizajes violentos. Harry y Ron amonestados por llegar hasta allí de manera tan inusual (lo cual produjo que Snape disparara sapos y culebras por la boca porque deliraba con una expulsión para Harry y su adlátere) y la varita del joven Weasley rota y emparchada. Ah! y un howler de su madre, claro, echándole pestes que lo dejaron más rojo que su cabello en pleno desayuno. Sí, no se podía negar que habían vuelto a lo grande. Tanto como las aventuras que los esperarían ese año.

Por su parte, unos días antes de tomar el Expresso de Hogwarts, Hermione probó de primera mano lo que era el desprecio elevado a su máxima expresión. Porque si creía que la mirada de Draco Malfoy era el compendio ilustrado y a todo color de la subestimación de la que ella podía ser objeto, es porque aún no se había encontrado con su padre. Pero aún así, Lucius Malfoy no consiguió doblegar a la pequeña leona, porque su altivez bien podía equipararse a la de los Malfoys. Había algo en Hermione Granger que imponía respeto y hasta temor, y que se iría incrementando con los años a medida que su poder se acrecentara. Y Lucius Malfoy lo pudo percibir aunque nada en su expresión lo delatara.

Así las cosas, los tres amigos se encontraron en el Colegio, inmunes a las miradas curiosas o despectivas e ignorantes de lo que les deparaba el destino y el papel que jugarían unos en la vida de los otros. La luz y la oscuridad comenzaron a mezclarse lentamente y ellos todavía no podían darse cuenta de que tanto una y como la otra son necesarias para comprender el valor de los vínculos que se tejen al calor de la lumbre y las sombras que ésta proyecta.


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Finalmente, el año comenzó con un enfrentamiento con Draco Malfoy que dejó bien a las claras quién era quién, y levantó un muro que ninguno de ellos sabía que estaba destinado a derribarse.
El primer "sangre sucia" lanzado por Malfoy a Hermione, terminó con un montón de Gryffindors enfurecidos y Ron vomitando babosas por culpa de un hechizo fallido dirigido al príncipe de las serpientes.
No había vuelta atrás entre ellos, se habían convertido en enemigos declarados. Malfoy no desaprovechaba oportunidad para burlarse de Potty y Weasel, como llamaba a Harry y a Ron, y de atacar a Hermione por su origen muggle. Si hubiera sabido que a ella no le afectaba en lo más mínimo que la llamara "sangre sucia", tal vez hubiera buscado otro epíteto.

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El trasfondo de este segundo año estuvo teñido de sospechas, de acciones arriesgadas para saber la verdad, de Cámara Secretas abiertas, de diarios misteriosos que guardaban recuerdos de magos oscuros, de conspiraciones extramuros para minar el poder y la credibilidad del mejor mago de todos los tiempos, de basiliscos mortíferos, de niñas ingenuas, enamoradas y en función de ello, utilizadas y con una serie de personas petrificadas por el basilisco de marras. Una de ellas era Hermione Granger, encontrada en ese estado con la solución al enigma escondido en el puño de una de sus manos.

Una punzada de miedo y dolor atravesó la conciencia de Draco cuando se enteró lo que le había sucedido a la impura. Una grieta , apenas visible, se marcó en esa máscara de puro odio y desdén que tanto trabajo le costó construir para mirarla, para nombrarla y para tan sólo pensarla. Su manera de lidiar con la culpa fue generar más y más asco, aversión y despecho. Como si la sangre sucia lo hubiera afrentado a él con su permanencia en la enfermería.
No hubo peores días para Harry y Ron que esos, porque Malfoy los azuzaba permanentemente con sus comentarios ofensivos y malsonantes, referidos a ellos y a la leona. No dejaba pasar ninguna oportunidad para torturarlos, alimentando el rencor y la rabia. Tanto, que una vez más, su actitud no pasó desapercibida ni para Dumbledore ni para Snape.

-Severus, quiero que estés atento a Draco.

-Pides demasiadas cosas, Albus. Draco no es más que un chiquillo consentido y prepotente...

-Al que tú en tus clases mimas demasiado sólo por el placer de hacer rabiar a Harry.

-¿Desde cuándo te entrometes en mi forma de dar clases? -le preguntó desdeñoso.

-Mucho menos de lo que debería, Severus y no creas que a veces no me arrepiento. Es el secreto que guarda tu corazón el que me impide intervenir como querría. De todas maneras -continuó el anciano profesor- voy a pedirte un favor.

-Si tiene que ver con Potter -lo interrumpió- no gastes argumentos.

-No, no tiene que ver con Harry. Tiene que ver con la señorita Granger y con el señor Longbottom. No seas tan despectivos con ellos, no des lo que te dieron, Severus, ellos no son los culpables de tus duros y solitarios años en Hogwarts. Por eso te pido que no te confundas, eres profesor no su igual, no veas en ellos a los adolescentes de tus años escolares. No puedo exigirte lo mismo con respecto a Harry, aunque tú mismo deberías darte cuenta de cómo son las cosas. Y con respecto a Weasley...para tí debe ser una suerte de Sirius...

-Sin su inteligencia -lo volvió a interrumpir.

-¡Vaya! Un halago. ¿Te estás ablandando? -dijo con una sonrisa.

-¿Qué quieres que haga con el hijo de Lucius?

-¿Realmente crees que es un 'chiquillo consentido y prepotente'?

-Es hijo de Lucius y Narcissa, no sé que más referencias necesitas.

-Ninguna, es verdad -reconoció con un dejo de cansancio-. Pero, es muy joven y creo que todavía podemos enderezar el árbol.

-Tú y tus esperanzas vanas- se burló.

-¿Vanas? ¿Dices vanas cuanto tengo ante mí al más claro ejemplo de lo que el amor consigue?

-Esta conversación se acaba ya, Albus. Sé específico y dime qué demonios quieres que haga con Draco -le espetó con furia contenida.

-Quiero que lo vigiles, quiero saber qué le pasa con la señorita Granger. Quiero saber si podremos rescatarlo a tiempo de sí mismo y del destino que le espera si sigue los mandatos familiares. Quiero que impidas que las malas compañías terminen de pudrir su corazón, no quiero otro Severus redimido cuando ya fue tarde aunque sirva a una causa noble- sentenció con la mirada clavada en los ojos oscuros y tormentosos de Snape.

-Haré lo que pueda -le contestó y se fue del despacho con paso firme y haciendo susurrar su túnica.

-¡Ah, muchacho! Te mereces la oportunidad de ser feliz.

Y se refería a los dos.

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...Por enésima vez, Draco, ¿cómo debo explicarte la manera en qué debes conducirte en ese colegio de amantes de muggles y traidores a la sangre? No te expongas tanto, no te muestres tan abiertamente en contra de Potter y sus amigos...

A medida que leía Draco se encongía imaginando el gesto de absoluto menosprecio de su padre. No entendía qué debía hacer para complacerlo. No encontraba el término medio, y como si fuera poco la sangresucia que no salía de esa maldita enfermería. Y no debía importarle. "No debe importarme" se repetía una y otra vez. Sin embargo, en un arrebato de frustración e ira, destrozó su habitación a puras maldiciones y hechizos y como no le bastó, siguió a lo muggle. Extenuado se derrumbó en el piso, una mezcla de gritos, lágrimas y gemidos se escapaban de su garganta. Así lo encontró Snape, que fue a buscarlo alertado por Crabbe y Goyle, que se asustaron al no poder entrar a su habitación y al escuchar los ruidos que salían de ella.
Por un pasadizo lo sacó de las mazmorras donde se encontraba la Casa de Slytherin y lo llevó a su despacho. Allí le dio una poción tranquilizante y otra para dormir sin sueños. Luego, lo devolvió a su habitación. Al día siguiente hablaría con él. Dumbledore tenía razón.

Cuando esa noche Hermione Granger apareció en las puertas del Gran Comedor, el primero en verla fue él. Una fugaz expresión de alivio, imperceptible incluso para sí mismo, surcó su rostro y de inmediato fue reemplazada por otra de altanero desdén cuando la vio correr hacia sus amigos. Lo único que no pudo dominar fue el pequeño temblor de sus manos. Se preguntó si temblaban por la sangre sucia.

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