martes, 22 de diciembre de 2009

Siete años - Primer año-

Hermione Granger siempre supo que era distinta. Extraña. Casi, anormal para los parámetros a los que estaba sometida.
Sus padres la amaban, es cierto, y ella lo sentía; pero, al mismo tiempo, la miraban cómo si fuera la hija de alguien más cada vez que algo explotaba a su alrededor cuando se enojaba o cuando las cosas cambiaban de color si estaba contenta... y la lista podría seguir interminablemente.
Por eso, el día que Severus Snape apareció en su casa para explicarles a sus padres que ella era una bruja, abrigó la esperanza de encontrar un mundo en el que ella encajara.

El 1 de septiembre de 1990 sus padres se despidieron de ella en el Andén 9 y 3/4, de la Estación de King's Cross rumbo al norte, a Hogwarts, el Colegio de Magia y Hechicería con una mezcla de aprensión y alivio.
Hermione escondió sus inseguridades bajo la máscara que había aprendido a contruir a lo largo de sus escasos años: cierta arrogancia, cierta altivez, y una sed de conocimientos que la convirtieron a tan temprana edad en una mini biblioteca ambulante, por lo tanto, su seguridad se basaba en lo que podía aprender de los libros. Podría decirse que los principales y únicos amigos de la pequeña Hermione Jane Granger a los casi 12 años de edad, eran los libros. Demás está decir que su soledad era abrumadora y su necesidad de amigos directamente proporcional a su poca habilidad social.
Su aspecto tampoco la ayudaba, era una niña corriente, ni bonita ni fea, los dientes un poco grandes, y el cabello...el cabello era una historia aparte, un arbusto era más arreglado que su pelo. Su cuerpo era otra razón para sumergirse en los libros y decidir que más sustancial que la belleza era el conocimiento y autoconvencerse de que a ella no le importaban esas sandeces relativas a la moda, el maquillaje y todo eso que agradaba a las púberes como ella.
Definitivamente, por más bruja que fuera, a Hermione le iba costar encontrar su lugar en el mundo mágico tanto como en el muggle.

A unos metros de ella, un muchacho desgarbado e inseguro miraba todo con asombro mientras se acomodaba las gafas y subía al tren.
Y detrás, observándola con mucha atención, un niño de tez pálida, ojos grises y gesto despectivo se despedía distraídamente de sus padres.
No sabía que se convertiría en la mejor amiga del niño que vivió y del pelirrojo que la hizo llorar llamándola "insufrible sabelotodo". Pero más giros tenía dispuesto el destino para la ratita de biblioteca.
La gran aventura de Hermione Granger, estaba por comenzar.

...oOo...



Draco Malfoy, el niño de ojos grises al que hacíamos mención, era un mago perteneciente a una de las familias mágicas de sangre pura más antiguas de Inglaterra y de Francia. Criado con grandes prejuicios hacia los magos de origen muggle, el medía el mundo con la vara de los privilegios de su clase. Sin embargo, no dejaba de ser un niño, y detrás de ese gesto displicente había necesidad de afecto y amistad. Por eso, le ofreció su amistad a Harry Potter y lo hizo de la manera que le enseñaron, poniendo por delante las supuestas diferencias que hacen a algunos magos mejores que otros. "Muy pronto -le dijo- vas a descubrir que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacer amigo de los de la clase incorrecta. Yo puedo ayudarte en eso". Y le extendió la mano que fue rechazada, gesto que lo hirió profundamente y que, de ahí en más, colocó a Harry en la categoría de enemigo.
A Ron Weasley lo despreciaba por ser un traidor a la sangre, así que con él no había diálogo posible. Su padre lo mataría si se acercaba a un "amigo de muggles".
Quedaba la niña que vio en la Estación. Le gustó desde que la vio. El brillo de inteligencia en sus ojos, el porte altivo. No le importaba esa mata de pelo y su sonrisa le parecía bonita y resplandeciente aunque tuviera esos dientes grandes. Se había propuesto hablar con ella en cuanto tuviera la menor oportunidad. Oportunidad que no llegó nunca porque enseguida se enteró que era hija de muggles.
No es posible describir la sensación de disgusto y decepción que sufrió Draco ese día. Debería alejarse de esa niña que no cumplía con los cánones de los Malfoy. Aunque...tal vez si el Sombrero la mandaba a Slytherin...Era imposible, pero decidió guardar la esperanza, sólo por si acaso. Esperó la ceremonia de selección con un ansia desconocida. Sordo al ruido que lo rodeaba, con la mirada fija en la castañita, escuchó por primera vez su nombre y apretó los ojos y le pidió a Merlín que Hermione Jane Granger fuera a parar a Slytherin. Los abrió desilusionado cuando tras un momento que pareció eterno el Sombrero gritó ¡Gryffindor! y las mesa de los leones estalló en aplausos.
El bajó la cabeza para esconder sus ojos llenos de lágrimas. Si su padre lo viera le diría que era una verguenza para la familia. Se limpió de un manotazo y cuando alzó la mirada esta brillaba más fría y soberbia que nunca, demasiado para un pequeño de 11 años.
No se percató que todas esas emociones desbordadas fueron registradas por dos personas que se encontraban en la mesa de profesores: Severus Snape, profesor de Pociones, y Albus Dumbledore, el directos de Hogwarts.

...oOo...

-Veo que estás nerviosa, niña. No temas -la tranquilizó el Sombrero-. A ver, déjame echar un vistazo a tu interior. Eres extremadamente inteligente, y esa es una cualidad que aprecia Ravenclaw, pero tienes un corazón valiente y osado, y aunque te gustan mucho las reglas noto que las saltarás de vez en cuando si la ocasión lo amerita. En eso eres astuta, como una Slytherin. Déjame ver...déjame ver...valiente, capaz de sacrificarte por tus amigos, justa, ecuánime y serena. Sí, tu inteligencia y tu astucia son el soporte de tu gran corazón...

¡GRYFFINDOR!

Hermione salió disparada hacia la mesa de su casa y no se dio cuenta del gruñido de Ron Weasley a quien no le agradó en lo más mínimo que esa niña petulante, a su entender, fuera miembro de Gryffindor. A quien no le pasó desapercibido ese gesto fue a Draco, que lo odió aún más que antes porque seguramente él, como toda su maldita y pobretona familia, iría a parar a la casa de los leones y podría disfrutar, si tuviera la capacidad de apreciarlo, la compañía inspiradora de una niña brillante.

Cuando la Profesora Minerva McGonagall lo llamó para su selección, él apenas podía contener la rabia que sentía. Tomó el Sombrero y se lo encasquetó con furia, lo que hizo que se ganara una mirada de reprobación de la profesora.
Lo que sucedió a continuación fue algo para lo que Draco no estaba preparado.

-Mmhm. A ver, ¿qué tenemos aquí? Un nuevo Malfoy. Deberías ser fácil de colocar pero veo dudas en tu interior. Esta lucha te matará, muchacho, con el correr del tiempo. Puedo ayudarte ahora, si tú lo quieres.
-No comprendo.
-Ravenclaw es una opción para tí. No así Gryffindor, no tienes ni una pizca de lo necesario para pertenecer a esa casa...aún. ¿Quieres ir a Ravenclaw? Las cosas serán más fáciles para tí allí.
-Yo...no sé...¿Ravenclaw? Mi padre se decepcionaría, me mandaría un howler diciendo que soy la ruina de la familia, dejaría de ser su hijo. Y mi madre...a ella le dolería también. Generaciones de Malfoy y Black han sido Slytherins.
-Hubo excepciones, muchacho. Tú puedes ser una, también.
-¿Quién?
-Sirius Black
-...
-¿Qué dices? Tú eliges.

Afuera, en el Gran Comedor, los murmullos eran cada vez más altos nunca el Sombrero tardaba tanto y menos con alguien cuya selección debería haber sido instantánea. Era impensable un Malfoy que no fuera Slytherin.

-¿Te atreves?
-...
-Si es el miedo el que responde, que sea:

¡SLYTHERIN!

Draco se bajó del taburete avergonzado y ansioso. Pero su rostro era una máscara imperturbable que no dejaba traslucir su batalla interior. Se dirigió a la mesa de las serpientes y se sentó con Crabbe y Goyle. Como era de suponer, Pansy Parkinson también fue seleccionada para su casa y Draco no pudo imaginarse siete más sombríos que esos en compañía de un dúo de idiotas que sumados no hacían uno y de una niña caprichosa y superficial, con la que no podría intercambiar ninguna conversación medianamente lúcida.

...oOo...

Los días pasaron y la expectativa de ser aceptada se iba diluyendo. Hermione Granger era tan ajena al mundo mágico como al muggle. Y esa inadecuación que sufría en carne viva no hacía más que alentar su mecanismo de defensa: respuestas de marisabidilla y gesto altivo que generaban más de lo mismo. Rechazo. Por fin lo aceptó, no encajaba en ninguno de los dos mundos conocidos y no había un tercero para ella. Salvo la biblioteca y allí se encaminaba día tras día a esconderse tras los libros, buscando en el conocimiento la liberación de su angustia y compañía para su soledad.
Si Hermione Granger, en ese momento, hubiera sabido que había un muchacho que se debatía entre la obediencia a sus mandatos familiares y su deseo de acercarse a ella, tal vez, sólo tal vez no hubiera habido troll capaz de reunir a tres niños que vivieran una experiencia que signara su relación futura. Pero no fue así y la vivencia compartida con Harry Potter y Ron Weasley marcó el inicio de una amistad indestructible y selló su destino de enemiga del único niño que la sintió su igual desde el principio y que por respeto a siglos de tradición y temor a las consecuencias, no se atrevió a acercarse a ella. Y de ese modo inició el duro y solitario camino de las sombras.

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