miércoles, 21 de abril de 2010

El Brujo blanco -5-



Un año fue el tiempo que compartieron Draco y Hermione.

Un año entre florituras extrañas sin varita y complejas fórmulas químicas. Un año con los sentidos exaltados, con palabras no dichas, con sentimientos ahogados, con tensión creciente, con roces accidentales que dejaban la piel incandescente.

El día que se despidieron Hermione hundió su mirada en esos pozos grises, abismándose en su fulgor plateado. Se acercó un poco más a él y levantó su pequeña mano; lo acarició desde la sien hasta la barbilla y cuando iba a retirarla, Draco la sostuvo, cerró los ojos y la apretó contra su mejilla, como queriendo guardar la tibieza de su tacto.

Sin darse cuenta, pegó su cuerpo al de él y apoyó la cabeza en su pecho. Draco deslizó su mano y la acomodó en la cintura de la leona y con la otra, la tomó del mentón para lograr que lo mirara.

Sólo ellos saben lo que se dijeron con esa mirada y antes de despegar sus cuerpos, él bajó la cabeza y atrapó sus labios, los cubrió con su boca y la besó despacio. Ella respondió a ese beso, trémula y asombrada.

Se separaron sin ganas, quedando unidos por sus manos entrelazadas. Ella comenzó a caminar hacia el sendero sin soltarlo y llegó el momento en que únicamente se tocaban las puntas de sus dedos. Casi al mismo tiempo, ambos cerraron la mano en un puño y ella continuó sin volver la vista atrás.

Draco la observó subir al auto que la estaba esperando para llevarla a Londres y no dejó de hacerlo hasta que fue una mancha en el horizonte neblinoso.

Entró a su casa confundido porque no quería tener esperanzas, pero sin poder dejar de preguntarse si alguna vez volvería a probar esos labios en los que se conjugaban inocencia, ternura y sensualidad.

Lo único que sí sabía, con certeza absoluta, porque lo sentía en la piel y se lo revelaba a gritos su conciencia, es que algo misterioso, potente y apasionado fluía entre ellos.

Y supo, también, que no haber detenido ese auto fue el error más condenadamente estúpido que cometió en su vida.

…oOo…

Elecciones

Los cinco años se habían cumplido. Ya era libre de usar su magia otra vez. Pero estaba asustado. Muy dentro de él, guardaba la secreta ilusión de que Granger vendría a buscarlo.

En lugar de ella, frente a él se encontraba Theodore Nott, su antiguo compañero de casa. Nott era el director más joven de la Dirección de Cooperación Mágica Internacional, un estupendo diplomático con un brillante futuro porque todo lo señalaba como sucesor de Kingsley Shacklebolt al frente del Ministerio de la Magia, cuando éste decidiera retirarse.

-¿Qué haces tú aquí? –le preguntó sin poder ocultar la decepción y la amargura en la voz.

-Vengo a buscarte Malfoy, Hermione no quería que hicieras el trayecto solo y me pidió que viniera a llevarte a Londres.

Y como el gato que pierde el pelo pero no las mañas, Draco siseó:

-Dile a la sabelotodo que no precisaba un niñero.

-No la mereces –le contestó-. Y luego de ese enigmático comentario no le habló más en todo el viaje.

Si el rubio esperaba una aclaración se quedó con las ganas porque su ¿rival? lo ignoró sistemáticamente a lo largo de 57 millas, la distancia exacta que separa Oxford de Londres.

Draco Malfoy miraba la caótica entrada al mundo mágico como si fuera la primera vez. Entró al Caldero Chorreante y en vez de ver a Tom se encontró con el rostro sonriente de Hannah Abbott. La saludó desconcertado por la amabilidad de la chica…y no sólo ella. Cada persona que se cruzaba parecía conocerlo y algunos le hacían un gesto de reconocimiento que él devolvía de la misma manera. "¿Así se sintió Potter cuando entró aquí la primera vez?", se preguntó.

Theo que lo observaba decidió romper el mutismo:

-Está en El Profeta, Malfoy. Todos saben que hoy te devuelven la varita, que ya recuperaste el derecho a vivir como mago. Y que no te señalen con el dedo ni hagan muecas de asco cuando te ven, se lo debes a Hermione y a Potter. Pensé que lo sabías –añadió.

Draco no contestó, sumido como estaba en sus propios pensamientos. ¿La vería? Y en ese caso, ¿qué haría?

…oOo…

Sin embargo, no la vio. Ella estaba enfrascada estudiando el misterio detrás del velo.

Mucho había cambiado Hermione Jane Granger en esos años. La antigua Gryffindor, dueña de una lógica implacable, y ferviente creyente de realidades materiales perfectamente demostrables a través del método científico jamás hubiera podido ser Inefable. Demasiados enigmas, demasiadas cosas libradas al azar, demasiadas conjeturas sin asidero racional. Pero allí estaba ella, investigando para obtener respuestas.

Ella se había propuesto escuchar esas voces, saber que pasaba con los cuerpos como el de Sirius. Todas esas respuestas sin desentrañar le hacían picar las manos.

Además, todo hay que decirlo, Harry y Theo trataron de mantenerla distraída preguntándole todo el tiempo cosas referidas al velo y le ocultaron El Profeta durante toda la semana.

Los motivos de Harry abarcaban una gama variada de temas: no quería verla sufrir; se había hecho amigo de Theo y no le gustó nada que su relación se diluyera cuando la castaña volvió, una vez finalizados sus estudios; no confiaba en que el hurón hubiera cambiado; por último, creía que lo de su amiga era un amor romántico de novela, esos en que la heroína consigue que el villano saque a la luz su verdadera esencia, oculta tras esa máscara de vicio y maldad.

Las razones de Theo eran más realistas y muchísimo más egoístas: él efectivamente conocía la esencia de Draco, y sabía que con la dirección adecuada podía convertirse en un hombre formidable; y sabía que Granger se había enamorado del rubio en ese año que compartieron en Oxford. Por supuesto, estaba convencido de que jamás podría recuperar a Hermione pero por Merlín y todos los santos muggles que iba a intentarlo.

Finalmente, el hijo de Lucius y Narcissa se encontró con Potter, ambos se midieron con la mirada y Harry dudó. Siempre fue un buen analista del carácter de las personas y lo que vio en Malfoy…no podríamos decir que le gustó, esa era una palabra muy grande pero, al menos, lo serenó. Admitió, tal vez muy a su pesar, que Draco Malfoy había cambiado, algo en su aura se había transformado, aunque se lo notaba angustiado. Pero Harry nunca asoció esa angustia a la necesidad del muchacho de ver a su amiga sino al hecho de encontrarse libre en una sociedad que se había renovado y mucho.

Junto con Nott lo llevaron a la oficina del Ministro. Allí los esperaban otros funcionarios ministeriales, que en un acto muy solemne, le entregaron su varita. Él ni siquiera le echó un vistazo. Tomó el estuche y lo guardó dentro de un maletín que llevaba consigo. Escuchó todo lo que sabía que le iban a decir y luego solicitó quedarse a solas con Shacklebolt.

-Dígame, señor Malfoy –lo animó con su voz tan profunda y melodiosa como siempre.

-Señor, necesito que acceda a hacerme un favor. Sé que no estoy en posición de pedirle nada pero… -titubeó sin dejar de mirarlo a los ojos. Kingsley no dejaba de evaluarlo y lo instó a proseguir con un gesto.

-Hace un rato cuando me preguntó si sabía dónde me iba a instalar, le mentí. No quería decirlo delante de todas esas personas…

-¿Por qué? –preguntó sin asomo de disgusto en su voz.

-Porque quiero rehacer mi vida lejos de aquí, Inglaterra sólo me trae malos recuerdos. Recuerdos que quiero dejar atrás.

-La sociedad mágica está cambiando, Draco. Ya no es como la recuerdas –dijo tuteándolo-. Harry Potter, Hermione Granger, yo mismo y muchos más hemos luchado para erradicar tanto prejuicio infundado, para no permitir que fecunden el rencor y la desconfianza. Y creo que lo estamos haciendo muy bien. En cinco años logramos muchas cosas. Incluso la modernización del mundo mágico al integrar aquellos adelantos muggles que consideramos importantes, útiles y no agresivos con la naturaleza. Del mismo modo, ellos se benefician con nuestra propia experiencia en determinadas áreas. Todo esto, por supuesto, de manera confidencial para no comprometer el Estatuto del Secreto –le explicó.

-Yo…entiendo, señor. Pero, no se trata de eso. Es más personal. Por favor. –Casi rogó.

Tras un momento de silencio, Draco continuó:

-En cuanto se liberen mis recursos, los transferiré a una cuenta a una sucursal de Gringotts en Baton Rouge…

-¿Te vas a New Orleans? –se asombró el Ministro.

-Sí. Estuve investigando y encontré una vieja plantación bastante arruinada a la que puedo poner en condiciones habitables. No hay magos por allí, lo averigüé y puedo trabajar como bioquímico y farmacéutico, puedo abrir una botica en el Barrio Francés o en alguna de las parroquias cercanas, ya veré. Puedo ayudar a las personas con mis conocimientos de pociones sumados a la ciencia muggle… -Kinsgley cortó su ansioso discurso.

-Realmente te quieres ir, ¿eh?

-Sí, pero sobretodo, no quiero que nadie sepa –y recalcó la palabra nadie- ni cuándo me voy ni a dónde.

-¿Ni siquiera Snape? –inquirió sorprendido.

-Ni siquiera Snape. –Pero no le dijo que era porque si Severus lo visitaba él no podría evitar preguntarle por ella.

-Bien. –Sentenció el Ministro-. Así se hará –y cruzó los dedos porque había una parte de esa promesa que no iba a cumplir.

Dos días después, Draco Malfoy, de veintitrés años, bioquímico y farmacéutico, mago y experto elaborador de pociones, partió del Aeropuerto de Heathrow con rumbo a Los Ángeles y de allí a su destino.
…oOo…

En su despacho, a las 11 y 45, hora en que partía el avión del último de los Malfoy, Kingsley Shacklebolt sostenía una "animada" charla con Severus Snape.

-¡¿Y cómo no me lo dijiste antes, por la vara de Merlín? –gritó Snape, paseándose por el amplio despacho haciendo ondear su túnica y tirando lo que ella tocaba a su paso.

-¡Cálmate, Severus! –exigió el Ministro-. Déjame que te explique.

Severus se quedó quieto y se desplomó en una cómoda butaca de cuero verde botella. Le dirigió una torva mirada que el moreno interpretó como un permiso para continuar. Le contó todo lo que Draco le dijo, lo que pensaba hacer y dónde se iba a instalar.

-Por supuesto, -agregó- será monitoreado anualmente…

-¿Por qué?- quiso saber Severus.

-Porque decidió instalarse en otro país, Severus, por eso, nada más. Si se hubiera quedado aquí, en Londres o en cualquier otro lugar del Reino Unido no habría necesidad de seguir chequeándolo –dijo con cansancio, restregándose los ojos.

-Bueno, hiciste bien en esperar hasta hoy para decírmelo –admitió el profesor de pociones y actual director de Hogwarts luego de la muerte de Minerva McGonagall-. Si lo hubieras hecho antes estaría allí y es preferible así.

-Y se puede saber por qué –sondeó Kingsley.

-Así podré cuidarlo sin que lo sepa. Podré aparecerme allí cada tanto y observarlo, ver si está bien… -y había tanta nostalgia y cariño en su voz, que Kingsley no pudo evitar estremecerse al pensar cuán acertados habían estado Harry y Hermione al luchar con tanto ahínco por una sociedad mágica libre de recelos que llevaban, inevitablemente, a conformar juicios de valor plagados de parcialidades-. No le digas nada a nadie, Kingsley, especialmente a Granger.-

Esto tomó por sorpresa al ministro:

-Hoy es el día de los porqués, Severus…

-Porque entre las tantas injusticias de esta guerra, amigo, si es que puedo llamarte así, una de ellas es que no llegó el tiempo de un encuentro –y tras dejar anonadado a su interlocutor, abandonó el recinto sin otra palabra más.

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