miércoles, 21 de abril de 2010

El Brujo blanco -3-


Cuando los juicios terminaron, cuando las condenas fueron efectivas, cuando la sociedad mágica sintió que se había hecho justicia comenzó la verdadera tarea de reconstrucción. Sin embargo, Harry Potter y Hermione Granger no estaban conformes con el resultado de las cosas. Ellos sentían que había que quitar de cuajo el resentimiento, porque el resentimiento lleva a la amargura y al deseo de desquite. "El resentimiento -machaca Hermione-, te hace perder las perspectivas".
Esta postura de la castaña y los actos que fue llevando a cabo en consideración a ello, la fueron alejando de su pelirrojo amor adolescente.

-No puedo creer que insistas en eso, Hermione -replicó Ron, muy enfadado.

-Insisto, Ronald, porque no me parece bien. Tenemos que lograr una reforma en los estándares de la educación mágica porque si seguimos regodeándonos en el triunfo de "nuestra" postura lo único que vamos a conseguir es que los sangre pura que nunca se alinearon con Voldemort se sientan perseguidos y rechazados...

-¿Y qué? -gritó Ron, saturado y soy sangre pura y no me siento perseguido ni rechazado. ¿Acaso te olvidas que murió mi hermano en esa maldita guerra, Hermione?

-Por supuesto que no lo olvido, ¿cómo puedes sugerirlo siquiera? Murieron muchas personas, Ronald. No hay vidas más valiosas que otras. La vida es vida. Y justamente porque no hay que permitir que la historia vuelva a repetirse, es que con Harry creemos que hay que cambiar el tono, moderar nuestros discursos y comenzar una educación mágica que se atenga a los valores por los que luchamos, porque sino seríamos como ellos pero al revés. ¡Y no es así, Weasley! Y además, por si lo olvidaste, tú y tu familia son traidores a la sangre -finalizó la muchacha.

-No te entiendo -murmuró Ron.

-Ron -dijo hastiada la chica- ellos peleaban porque creían que eran superiores, que algún tipo de razón divina emanada de quién sabe quién les daba el derecho de perseguir, matar e imponer su manera de pensar, sus códigos y demás. Pareciera que tú pretendes que nosotros hagamos lo mismo.

-Nosotros somos mejores.

-Y si lo somos no tenemos que actuar como ellos, por Merlín.

La discusión fue interrumpida por Harry que en ese momento entraba agitado a Grimmauld Place, donde los tres habían decidido vivir después de la guerra.

-¿Qué pasa Harry? -preguntó preocupada al ver el estado de ansiedad de su amigo.

-Es Snape, recuperó la conciencia.

…oOo…

Los momentos que siguieron al triunfo de Harry fueron caóticos. Había tanto que hacer y tanto cansancio y dolor para llevarlo a cabo que las cosas se sucedían desordenadamente, como organizadas por un niño de cinco años que le robó la varita a su mamá y jugaba sin ser conciente de lo que hacía. Por eso tardaron horas en ir a recuperar el cuerpo del último director de Hogwarts, Severus Snape, abandonado en la Casa de los Gritos.

Harry estaba encerrado en el despacho de la ahora Directora Minerva McGonagall, con Kingsley Shacklebolt, ministro interino, y otros miembros encumbrados del Ministerio de Magia. Hermione se encargó, entonces, de llevar hasta la casa abandonada a un ya reducido grupo de miembros de la Orden del Fénix para que se llevaran a su temido -y ahora héroe- ex profesor de pociones.

Sin embargo, el cuerpo de Snape no estaba en medio de un enorme charco de sangre, tal y como la chica recordaba. Un rastro de sangre, que terminaba abruptamente, daba cuenta de que el pocionista se había arrastrado y escondido. Lo hallaron con un homenum revelio detrás de un sillón destartalado y cubierto con unos harapos sucios que alguna vez supieron ser una cortina.

El hombre estaba vivo, no lo parecía, pero lo estaba. Lo llevaron de inmediato a la enfermería del colegio, donde Madame Pomfrey comprobó que antes de desmayarse, Severus había alcanzado a tomar una poción regeneradora y un antídoto del veneno de Nagini. "Chico astuto", murmuró Poppy.

La sanadora le dio los primeros auxilios y luego lo envió a San Mungo. Y allí permaneció en coma, seis meses.

-Es Snape, recuperó la conciencia –dijo Harry.

-¡Por Merlín, Harry! ¿Y ya habló? ¿Dijo algo? ¿Quién está con él? ¿Pidió ver a alguien? –preguntaba Hermione a la carrera y al borde del colapso.

Ron bufó y rodó los ojos. Nada le importaba menos que la recuperación del murciélago grasiento. Para él las cosas son o blanco o negro, no hay medias tintas y desde su punto de vista que sea un trágico héroe nacional no lo absolvía de los maltratos a los que sometió a los Gryffindor en general y a ellos tres en particular.

Harry lo miró de soslayo y meneó la cabeza antes de dirigirse a su amiga:

-Pidió ver a Draco –le contestó con tono sombrío.-Los sanadores consideraron que no era momento de decirle nada que pudiera perturbarlo.

-¿Y por qué lo perturbaría saber de Draco? –preguntó molesto, Ron.

-Es obvio, Ronald.

Ron desdeñó la respuesta de Hermione y miró a Harry.

-Si la primera reacción de una persona que despierta de un coma es preguntar por alguien en especial, es que ese alguien le importa, ¿no crees? –Y realmente Harry esperaba que Ron no respondiera y continuó- por lo tanto, ¿cómo supones que reaccionaría al saber lo que sucedió con Malfoy?

-Pues a mí no me importa –dijo mientras se daba vuelta y salía de la biblioteca dejando solos a Harry y Hermione.

Los amigos se miraron y Harry abrazó a la castaña que estaba conteniendo las lágrimas.

-Shhh, estoy aquí, cuentas conmigo. No te voy a abandonar. ¿Qué piensas hacer con tu relación con Ron? –inquirió observando los ojos de su amiga que brillaban por las lágrimas.

Hermione no contestó enseguida. Harry la condujo al cómodo sofá que estaba frente a la chimenea que crepitaba suavemente, afuera hacía mucho frío y el viento parecía colarse por los intersticios de las ventanas de esa enorme y oscura mansión. Una vez allí, se sentaron y Harry le pasó un brazo por los hombros y la chica acomodó su cabeza allí, en ese hueco tibio que su amigo le ofrecía, sin dejar de mirar el fuego. Al cabo de un rato en silencio, Hermione habló:

-No sé cuándo perdí a Ron, Harry. Pero me pregunto si lo tuve en algún momento. ¿Sabes? Se sentía tan natural amarlo, pensar que era mi complemento de tan distintos que somos. Pero él no puede parar de pelear, de cuestionar todo lo que pienso, lo que quiero hacer. Luego viene con su sonrisa bonachona y ese corazón de oro que tiene y me derrite una vez más hasta el próximo encontronazo…y estoy cansada Harry. Ya no quiero pelear, con nadie más. Nunca.

-Nunca es demasiado tiempo, Hermione.

-Lo sé, pero tú entiendes lo que te digo.

Harry asintió con la cabeza y un apretón en el hombro de la castaña. Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo y bajaron. Había cosas que decidir y más para hacer.

...oOo...

Ron Weasley se sentía mal. No sólo porque Fred había muerto y George parecía una sombra o porque veía a su madre sufrir y a su padre tan silencioso que daba miedo. No. Ron, además del dolor por la muerte de su hermano, y la rabia que le daba que no se hubiera muerto ese maldito de Lucius Malfoy, por ejemplo, en vez de un ser maravilloso como Fred, sentía otra cosa con una fuerza que lo avasallaba y no lo dejaba respirar.

Ron Weasley se sentía menos que nada. Sin rumbo y sin propósito. Idéntico a sí mismo desde que entrara a Hogwarts hasta ahora. Celoso, impulsivo, deseoso de algo que no sabía bien cómo definir, algo faltaba en su vida y no podía ponerle nombre.

Envidiaba la relación de Harry y Ginny y también la que su mejor amigo mantenía con Hermione. Si no supiera que estaba colado por su hermana, juraría que estaba enamorado de Hermione hasta el fondo. Él no tenía eso con ella, esa comunión, esa confidencia. Había una intimidad entre ellos dos que él sabía que nunca iba a compartir con su…con Hermione.

-¡Y con un demonio! –gritó Ron enfurecido, rompiendo todo lo que había alrededor a fuerza de golpes y hechizos.

Tal vez, si hubiera podido atisbar el futuro podría haberse confortado. Ron era, simplemente, un hombre bueno que no confiaba en sí mismo. Pero en cuanto encontrara la fortaleza en su interior, cuando pasara esa marea emocional en la que se hundía sin saber cómo salir, se convertiría en el hombre que Hermione vislumbró alguna vez: un hombre sereno, confiable, un pilar fuerte y cálido, en el cual apoyarse.

El problema consistía en que, en ese momento, Ron no podía ser el hombre que Hermione soñaba ni ella la mujer que Ron necesitaba.

Sus amigos lo encontraron tan fuera de sí que Harry se vio obligado a lanzarle un hechizo aturdidor y la castaña convocó unos almohadones para que no se lastimara al caer al piso.

Se miraron estremecidos. No querían dejarlo solo pero tampoco sabían cómo ayudarlo. Quizá, lo que el pelirrojo necesitaba era alejarse un tiempo, pensó Harry. Pero ¿dónde? Y, fundamentalmente, ¿con quién? La respuesta llegó de una mano inesperada. De una pluma, en realidad, que lo anunció. Fawkes, el fénix de Dumbledore, a la muerte de éste rondó cerca del castillo. Pero luego de la guerra siguió a los dragones de Charlie Weasley y estableció su morada en el pico más alto de los Cárpatos, el pico de Franz Joseph. No obstante la lejanía, la mítica criatura tenía el don de aparecer cuando Harry la necesitaba, aún cuando el propio niño que vivió no se percatara.

Y allí estaba, depositando a un confundido criador de dragones en el medio de una sala semidestruida, con su hermano inconciente sobre unos cojines y ante los rostros perplejos de sus amigos.

Ron descansaba en un sillón que Hermione hizo aparecer en la cocina. Los muchachos charlaban en murmullos y cada tanto se oía el tintinear de los vasos a medio beber de cerveza de manteca y el entrechocar de los cubiertos mientras cenaban.

No le ocultaron nada a Charlie. Le contaron sus propósitos, cómo la férrea postura de Ron en contra de esos planes los estaba distanciando, porque la incomprensión los llevaba a discutir cada vez más y algo que no podían definir, como si Ronald estuviera en batalla consigo mismo.

-Sin duda es así, Hermione –afirmó Charlie.

-¿Por qué… -pero la pregunta murió en la voz de Harry antes de que pudiera formularla porque su amigo acaba de despertarse tan enojado o más que cuando lo aturdieron.

Los improperios lanzados al aire por el pelirrojo menor terminaron en un ataque de llanto. Avergonzado, salió corriendo y Charlie se apresuró a seguirlo, lo alcanzó y se desapareció con él rumbo a, después lo confirmaron, La Madriguera.

No hay comentarios: