miércoles, 14 de julio de 2010

El brujo blanco -6-

Aquí y allá: lo que hace el tiempo

Hermione Granger había ganado esplendor con el tiempo. A los treinta años conservaba una figura espléndida, una sonrisa dulce y los ojos resplandecientes de una alegría que cada tanto se mezclaba con cierta melancolía. También había dolor, guardado bajo siete llaves, en el rincón más profundo de su alma.

Había vivido su vida, sí.

Se había enamorado y desenamorado.

Se había enredado bajo sábanas y sobre ellas gimiendo de placer. Había hecho el amor y tenido sólo sexo.

Lo único que no podía quitarse era el recuerdo de unos labios delgados que le habían transmitido un mundo de sensaciones en un solo beso.

Y era la madrina de cuatro magníficas criaturas: Albus Severus, el segundo hijo de Harry y Ginny; Elliot Damian Weasley, primogénito de Luna y Ron; y de Olive Hermione y Aidan Nott, hijos de Theo Nott y una bruja desconocida.

Eterno enamorado de Hermione, Theo no quería renunciar a la paternidad y por eso decidió traer al mundo un vástago que continuara la estirpe. Pero fueron dos, la afable Olive y el diablillo Aidan.

Obviamente, las fotos de los Nott con Hermione cuando apenas nacieron se convirtieron en la comidilla del mundo mágico y trascendieron las fronteras del Reino Unido.

Draco las vio una sola vez. Ni siquiera leyó el contenido de la nota. Se quedó con la mitad de la verdad y el desconsuelo en el corazón.

Ahí comenzaron a aparecer las voyous, como Mama Dulcie las llamaba.

En líneas generales, la vida de Hermione Granger podía definirse como plena, feliz por momentos y confortable.

Amaba estar presente en la vida de sus ahijados y veía con mucho agrado que Theo, por fin, empezara a darse cuenta de que había otras mujeres a su alrededor dignas de su atención y de su amor.

Había aprendido a disfrutar de la vida como venía, dulce y amarga a la vez, llena de sobresaltos y de momentos de paz. Sus deseos seguían intactos y su amor indestructible. Ni siquiera Theo, con toda su paciencia, su amor, su pasión y su ternura pudieron encender la llama que encendió Draco.

Él y sólo él era el dueño absoluto de su alma.

Aunque, por supuesto, que lo intentó. Probó enamorarse de Theo y de hecho lo hizo, lo amó y lo ama de alguna manera especial, pero descubrir que la conexión sutil pero inquebrantable que tenía con su serpiente favorita no cedía, hizo que abandonara la relación porque Nott se merecía mucho más de lo que ella podría darle.

Por lo tanto, se había acostumbrado a sus ocasionales relaciones, que iban más allá de un touch&go pero nunca tanto como para crear una atmósfera de intimidad que la llevaran a comprometerse con un hombre en particular.

Sus amigos dejaron de insistir con el tiempo y aceptaron las cosas tal y como ella lo hacía.

…oOo…

El que fuera el mago más vilipendiado del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería tenía dos cualidades que lo hacían especial, su profunda lealtad y fidelidad a aquellos que amaba. Así, Severus la vigilaba también, con tanto celo como a Draco.

Nunca le quitó el hechizo de reconocimiento y rastreo porque algo le decía que su muchacho iba a querer empuñar su varita nuevamente. Y cuando lo hiciera ella iba a poder llegar hasta él.

Se preguntaba que haría Draco una vez que leyera el pergamino que le envió. Era preferible que se quedara allí, donde estaba. Pero no podía hacer nada al respecto. No, sin descubrir ciertos secretos… Se preguntó si había llegado el momento de enfrentar a Hermione.

…oOo…

La tradición del Mardi Gras incluía desfiles de carrozas, el uso de disfraces y máscaras, bailes y en general una conducta bastante relajada. Draco se encontró con Geraldine, de casualidad, en la calle St. Charles; ambos estaban disfrutando de la procesión de Zulú uno de los reyes del Carnaval, después le seguiría Rex. Draco le regaló un collar de Mardi Gras y decidieron marcharse al

Café du Monde.

Se sentaron en una mesita de cara a la plaza y esperaron que les trajeran sus tragos.

Geraldine era una bella muchacha perteneciente a la más rancia aristocracia del lugar. Dueña de unos bellos ojos del color de las amatistas, miraba a Draco como si fuera el único hombre en el mundo.

La charla fue amena. Siempre era así con Geraldine. El tiempo transcurría suave, sin altibajos.

No como sus apasionados intercambios verbales con Granger, plagados de ironías, de desafíos intelectuales que los dejaban al borde de la extenuación pero jamás aburridos. "Cualquier momento con Granger es brillante, provocador… inolvidable", pensó el rubio sin dejar de notar que pensó en presente.

-… y cuando te vi, me alegré muchísimo, no creí que llegaría el día en que te vería salir de tu oscuro caserón para disfrutar del Mardi Gras –concluyó.

-…

-Draco, ¿me escuchas? –le tocó levemente el brazo para llamar su atención.

Malfoy se agitó en la silla y trató de volver al presente. La miró con un esbozo de sonrisa y se disculpó.

-Enseguida regreso –le dijo, y fue al baño dispuesto a echarse agua fría en la cara.

Volvía a su mesa, sorteando a la gente achispada que festejaba con estruendo, cuando vio algo que le paralizó el corazón.

Una figura menuda pero bien formada, con un antifaz que le cubría casi toda la cara. La melena suelta y levemente despeinada… No podía ser ella.

No escuchó a Geraldine que lo llamaba ni reparó en su cara de desilusión cuando la dejó allí abandonada para correr detrás de lo que resultó ser un espejismo.

Alcanzó a la chica que se alejaba meneando las caderas al son de la música zideco, la tomó del brazo con fuerza y logró que se diera vuelta. Aún sin necesidad de quitarle la máscara supo que no era ella. Le pidió disculpas atropelladamente y se fue.

Mama Dulcie decidió esperarlo despierta pero no supo en qué momento el sueño la venció y así la encontró Draco. Dormida en su sillón favorito, con la cabeza hundida en el pecho, los brazos cruzados y roncando levemente.

Sonrió desde la puerta y trató de no hacer ruido para no despertarla de golpe.

-Mama Dulcie –susurró- ya llegué, vete a tu cuarto.

Le parecía mentira, en unos meses iba a cumplir treinta años y allí estaba, susurrándole a una mujer a la que no lo unía ningún lazo de sangre que había llegado a casa.

Nunca lo hizo, ni siquiera con su madre.

Pensar en su madre le provocó una leve puntada en el pecho. Nunca había vuelto a verlos ni a comunicarse con ellos. Se pasó la mano por el cabello desbaratándolo y decidió no cavilar al respecto. Era una pérdida total de tiempo.

Su ama-mama de llaves se despertó y con una rapidez que lo desconcertó lo atrapó entre sus brazos. Sabiendo que era inútil luchar, Draco se dejó caer hasta posar su cuerpo fornido en las piernas de la mujer que lo arrulló como si fuera un niño. Duró un instante porque era pesado y ella enseguida lo corrió con una expresión mitad risueña, mitad severa.

-Tienes olor a voyou –le dijo sin más.

-Me encontré con Geraldine. Por cierto, tendré que pedirle disculpas y enviarle el dinero de los tragos. –Y antes de que le preguntara nada, prosiguió:

-La dejé ahí, sola. Me fui detrás de una ilusión –reconoció con el gesto amargo.

Mama Dulcie sabía que era uno de esos momentos en que no había que presionarlo. Se levantó, le dio unas palmaditas cariñosas en la espalda y lo condujo al sillón.

-¿Quieres algo? –le preguntó.

-¿Mmmh?... No, nada, no te preocupes.

Cerró los ojos e intentó no pensar en nada, pero de pronto recordó el pergamino.

Como si la mujer hubiera leído sus pensamientos a los cinco minutos estaba allí con un vaso de leche tibia y el pergamino.

Lo abrió y comenzó a leer. La vieja matrona no despegaba los ojos del rostro de Draco. Vio cómo lo ganaba la angustia, cómo arrugaba el papel en el puño y lo tiraba al fuego. Y lo escuchó gritar. Un bramido gutural, primitivo. Se arrodillo y lo abrazó y lloró todas sus lágrimas mientras lo acariciaba y le decía palabras de consuelo en su lengua cajún. Lo sostuvo hasta que sus espasmos se aquietaron.

Cuando estuvo segura de que estaba adormecido fue a buscar un frasquito que contenía una poción para dormir sin sueños. Se la dio sin que él tuviera mucha conciencia de lo que sucedía.

-Sabes, Mama –alcanzó a decirle antes de que la poción hiciera efecto- una vez tuve un hogar y se llamaba Hermione.

El tono desvalido y la mirada triste de su muchacho le estremecieron su viejo corazón. Acarició su rostro con ternura, lo acomodó, lo tapó y se dispuso a velar su sueño.

Casi se muere del susto cuando, entre las llamas, vio aparecer a un hombre de nariz ganchuda y pelo negro con mechones plateados que llamaba a Draco como si lo conociera al tiempo que se sacudía la ceniza en el inmaculado piso del inmenso salón de estar.

Severus conocía todo que había que conocer de la vieja ama de llaves de su pupilo. Con el dedo en la boca le indicó que guardara silencio y la vieja se calló. Más de la impresión que del susto, hacían falta más que un mago saliendo de una chimenea para amedrentar a una hija del bayou como ella.

La enorme matrona enseguida se acomodó a la asombrosa situación. Al fin y al cabo, no todos los días una veía tamaña muestra de poder. La lengua le pinchaba de ganas de acribillar a ese hombre a preguntas, pero se aguantó porque sabía que venía por Draco y él era su prioridad.

Estuvieron charlando un rato, ella lo puso al corriente de lo que sucedió mientras el director de Hogwarts asentía dando cabezaditas circunspectas.

Más tarde, casi al amanecer, fue hasta la habitación de su ex alumno. Abrió la puerta con cuidado y se asomó. Estaba por irse cuando escuchó la voz pastosa de Draco:

-¿Quién es?

-Soy yo, Draco, Severus.

El hombre rubio que yacía en la cama se removió aturdido, se apoyó en los codos para levantarse y repitió:

-¿Severus? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?

-Shhh… Cálmate. Tenemos tiempo. Date un baño, arréglate. Te espero en la sala de estar. Le diré a Mama Dulcie que te prepare algo para desayunar –finalizó con mucha más tranquilidad de la que realmente sentía. Había mucho que explicar y dado el estado de profunda vulnerabilidad de Draco, no sabía cómo iba a tomar esas explicaciones.

La espaciosa sala estaba iluminada por la incipiente luz del día que se abría paso entre la bruma, atravesaba la cristalera con opacos destellos, dándole así un aspecto fantasmal. La enorme chimenea en la que danzaban las llamas, otorgaba al lugar una peculiar calidez y alargaba las sombras entre las que se perfilaba la figura del antiguo mentor de Draco.

Mama Dulcie había dejado sobre la mesa frente al fuego una bandeja cargada de las delicias que normalmente tentaban a su muchacho. Acomodó todo, esponjó los almohadones de los sillones, corrió un poco los apoya pies y se retiró discretamente.

Instantes después Draco entró a la estancia buscando con la mirada a Snape. Cuando lo localizó fue hasta él y tras un minúsculo titubeo le dio un abrazo seco y varonil, un poco más largo de lo que él se permitiría, pero se dio cuenta de que necesitaba ese contacto. Y antes de que pudiera percatarse estaba llorando como un crío otra vez, entre los brazos de ese hombre al que, en el pasado, nadie hubiera imaginado capaz de contener emocionalmente a nadie.

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