miércoles, 14 de julio de 2010

El brujo blanco -8-

Hermione llegó a Brasov, esa preciosa ciudad medieval en la región de Valaquia, y decidió caminar la distancia que la separaba de la encantadora casita de piedra y madera donde vivían Ron, Luna y los niños. Llegó para el festejo de la "Dragobete", un 24 de febrero, el día autóctono de los enamorados.

Una oleada de nostalgia la hizo estremecer y se toco los labios recordando el único beso que compartió con su pálida serpiente.

Al cabo de media hora se adentró por el sendero que conducía a la puerta de entrada. Enmarcada en un paisaje de ensueño, Hermione siguió avanzando y antes de que pudiera tocar a la puerta ésta se abrió y salieron los diablillos al grito de "tía Herm, tía Herm".

Ron estaba en la reserva de dragones y Luna la esperaba con una taza de café aromatizado con vainilla, un vasito de tuica y una deliciosa tarta de jengibre y baclava, un dulce típico de la zona. Los aromas de la cocina sumados a la cálida bienvenida hicieron que Hermione se pusiera a llorar abrazada a su querida Luna que le daba palmaditas cariñosas en la espalda mientras susurraba cosas fantásticas acerca de la influencia de las vibraciones vampíricas en la región, culpables, según ella de sus sentidos exacerbados. Logró hacerla reír y con eso se dio por satisfecha.

Hermione se deleitaba en la tibieza del hogar que Luna y Ron habían creado cuando de pronto se echó a reír. Había visto un pergamino colgado en la pared que decía:

Mulţumescu-ţi ţie Doamne

c-am mâncat şi iar mi-e foame

Y debajo la traducción:

Gracias mi Señor

por haber comido y por seguir teniendo hambre

La risa de la ex Gryffindor atrajo la atención de su rubia amiga que cuando descubrió el motivo de su alegría, comentó:

-Aquí en Rumania el tema de la comida es importante, hay cantidad de proverbios y dichos referidos al tema. Debe haber sido por eso que Ronnie se enamoró de este lugar –dijo sonriendo-, al fin y al cabo, a él le aplica este otro, escucha:

-Dragostea trece prin stomac, que quiere decir "el amor pasa a través del estómago".

Rieron hasta que les saltaron lágrimas de los ojos. Cuando pudieron parar, Hermione se dirigió a la habitación que le había preparado para acomodar sus cosas. Descansó un rato y luego tomó un baño.

Un rato después, Luna trajinaba lavando los trastos y Hermione revolvía su tercera taza de café con una cucharita con mango de dragón, absorta en las ondas que se dibujaban en la superficie del oscuro líquido. Los niños estaban afuera jugando con cosas que sólo ellos veían.

-Amiga, –la llamó la rubia tocándole levemente el hombro para atraer su atención- soy toda oídos.

-Encontré a Draco –le dijo mirándola directamente a los ojos. Hermione se había dado cuenta, hace mucho, que Luna parecía saber cosas que los demás ni siquiera alcanzaban a intuir; y quería ver la reacción de su extraña amiga-. Está en New Orleans. Lo descubrí gracias a…

-Si, ya sé.

-¿Ya sabes?

-Claro, tú misma me lo explicaste –la miró extrañada- el hechizo que tú inventaste, ese en el que estuviste trabando tan duro cuando volvimos a Hogwarts luego de la guerra.

-¡Ah! Cierto, te lo había comentado…

-¿Hay cierta decepción en tu voz o sólo me parece?

-Es que esperaba una de tus revelaciones –admitió Hermione ruborizada.

-¿Qué hiciste con Mei? –le preguntó. El cambio abrupto de tema desconcertó a la castaña.

-La envié con Draco, como el viaje es largo pensé que llegaríamos casi juntas… No sé cuántos días me quedaré aquí.

Los ojos de Luna, de un pálido azul refulgieron y su mirada se tornó difusa. Parpadeó un par de veces y comentó que tendría que haber traído consigo a su hembra de halcón peregrino.

-Llegará con él antes que tú. Algo te retendrá aquí –añadió sin darle tiempo a preguntar qué quiso decir.

-¿Qué…?

-Mmh… no lo sé, Hermione, no lo sé.

El resto del día transcurrió entre risas, anécdotas de los niños, y paseo por los alrededores.

Al caer la tarde volvieron a la casa. El frío los hizo correr en busca de la protección del calor del hogar.

Una vez adentro, Hermione se dedicó a perseguir a su ahijado Elliot y a su hermana Druscilla para llevarlos a la tina y darles un buen baño, caliente y relajante mientras le contaba historias de princesas y dragones.

Luego de cenar, hizo que se lavaran los dientes, los acostó y les leyó un cuento. No lo terminó que ya estaban dormidos. Apagó la luz, y salió entornando la puerta.

Bajaba por la escalera cuando oyó una exclamación de Luna seguida de unos fuertes sollozos. Bajó corriendo el tramo que faltaba y salió disparada hacia la puerta de entrada. Allí estaba Charlie, tan fuerte y sólido como lo recordaba, abrazando a Luna. Un rayo de comprensión atravesó su mente. "No, no, no –gritaba interiormente-que nada le haya pasado a Ron".

Como pudo separó a Luna de Charlie y los tres se dirigieron a la cómoda sala de estar. Luna se arrebujó contra Hermione que le acariciaba los suaves cabellos rubios mientras miraba al hermano de Ron en busca de una explicación a la vez que luchaba por retener las lágrimas.

-No sé muy bien cómo sucedió. Yo estaba con mi grupo en otra parcela tratando de controlar a unos dragones chinos particularmente agresivos. Ron estaba en la cueva de un colacuerno húngaro cuyos huevos estaban por abrirse. La madre tenía una garra lastimada y él iba a curarla. Ron estaba acompañado por Ioan Lovinescu. Ellos dos solos porque lo que tenían que hacer no era arriesgado y esa hembra era una de las más domesticadas. Ioan siempre bromeaba y decía que estaba "bajo el embrujo Weasley" –explicó Charlie.

Pero Hermione estaba ansiosa y toda esa maraña de palabras no se acercaba a lo que ella necesitaba oír. Con un gesto desdeñoso apuró al hermano de su amigo para que fuera al meollo del asunto.

-Lo único que puedo decirte es que gracias a Merlín, Ioan demostró unos reflejos increíbles y pudo lanzar un absolutus protego gracias al cual no lo mató en el acto; pero las heridas son graves. Está en un coma inducido para que los sanadores puedan trabajar sin arriesgar todavía más sus funciones vitales.

-¿Dónde está? –preguntó sin un rastro de debilidad. La leona en ella había surgido en todo su esplendor.

-En el Hospital Mágico Carol I, en Bucarest. Pero, ¿qué es lo que piensas hacer?

-Charlie, ¿te olvidas quién soy? Inefable y experta en pociones, si no saco a Ron de ésta dejo de llamarme Hermione Granger. Cuando Luna despierte dile que tenía razón. Mi estancia aquí no será breve. –Y dicho esto desapareció con un plop rumbo a Bucarest.

…oOo…

Los días pasaban y Granger no aparecía. Snape parecía un león enjaulado. Draco no sabía qué le pasaba a ese hombre que representaba lo más parecido a un padre que alguna vez tuvo.

La conversación que tuvo con su ex pupilo fue larga, por momentos tormentosa y finalmente, liberadora, porque si bien al principio Draco se enfureció cuando se enteró del hechizo que portaba, terminó comprendiendo los motivos de Hermione y Severus.

También se enojó cuando supo que el ministro faltó a su palabra al revelarle a Snape su paradero. Pero, como Severus le señaló, reconoció que le había pedido demasiado a un hombre que desde el vamos estuvo dispuesto a ayudarlo, así que pedirle silencio absoluto era como solicitarle que lo dejara a la deriva.

Lo que el actual director de Hogwarts le ocultó, y en vista de los días transcurridos se felicitó por haberlo hecho, es que, desde el momento en que él realizó magia –aunque fuera involuntaria-, Hermione sabía perfectamente dónde se hallaba.

Eso era lo que lo tenía a maltraer y con un humor de perro pulgoso.

Una tarde en la que estaban guardando en sus respectivos viales las distintas pociones que habían elaborado, Draco abordó a su amigo, dispuesto a sonsacarle qué era lo que lo tenía tan impaciente y ceñudo.

-Nada, Draco. Lo que sucede es que tengo que volver a Hogwarts, no puedo permanecer más tiempo aquí. Fuiste testigo de mis conversaciones con Longbottom y Flitwick.

-En las que te decían que todo estaba en orden – subrayó Draco.

-Sí, sí –contestó distraídamente- lo que quieras, pero debo volver. Y al mismo tiempo me quiero quedar porque…

-¿Porqué…? –lo apremió.

-… Acompañarte me parece un buen motivo –declaró.

Draco no quedó convencido con esa aseveración pero decidió no insistir, no lograría nada con ello. Dispuesto a disfrutar de la compañía de su ex profesor, dedicó el tiempo restante a ponerse al día con todo lo relacionado con el mundo mágico. Salvo el ítem Granger, hablaron de todo.

Si la añoranza ganó el corazón de Draco, lo ocultó lo suficientemente bien. Al fin y al cabo, había construido una vida bastante agradable en New Orleans. Casi buena. Allí se sentía necesario. Tenía su mansión, venida a menos es cierto, pero suya; a Mama Dulcie, a su halcón y algunas personas que superaban la categoría de conocidos sin llegar a ser amigos.

A principios de marzo, el ex espía de la orden del Fénix abandonó Oak Alley pero no para dirigirse a Escocia, tal como le había dicho a Draco; primero tenía unos asuntos impostergables en Londres, debía averiguar dónde diablos se había metido esa mocosa inconciente. Hermione Granger debía prepararse para una filípica de proporciones bíblicas.

Se despidió con pesar y prometió que vendría a visitarlo cada vez que se le presentara la ocasión. Aunque también lo conminó a viajar a Inglaterra, "no puedes actuar como un desterrado toda la vida", le espetó. Dicho esto, tomó el peine que había convertido en traslador y con el típico tirón en el estómago, desapareció de la vista de Draco.

Un gran vacío se instaló en el pecho de Draco. Y recordó el día que abandonó Inglaterra para instalarse en su nuevo hogar. Llegó al aeropuerto con dos valijas y un bolso de mano. Solo en una multitud. Varias personas lo golpearon en su apuro y mascullaron una disculpa. Draco sintió que todo giraba a su alrededor. Nadie despidiéndose de él. Y las consecuencias de su vida pasada, de las elecciones que lo llevaron a ese punto crucial de su vida le cayeron encima con el peso de una lápida. Por primera vez se dio cuenta de la realidad, estaba solo en el mundo. Solo.

…oOo…

Severus iba de un lado a otro, sin parar, bajo la mirada imperturbable de Kingsley Shacklebolt. Refunfuñaba y le lanzaba miradas airadas hasta que finalmente lo increpó:

-¿Cómo se te ocurre darle permiso para irse sin ponerlo antes en mi conocimiento?

-Soy el Ministro, Snape, no tengo que informarte qué decisiones tomo en relación al personal que tengo a mi cargo. Hermione me pidió permiso para tomarse vacaciones. Le debíamos muchos días, decidió tomarlos. Estaba en su derecho. Pese a todo le pregunté el motivo de tan intempestivo pedido… –antes de que pudiera continuar, Snape lo interrumpió. La palabra intempestivo le gustó.

-¿Y cuando fue eso? –preguntó casi con una sonrisa. Shacklebolt lo miró confundido pero respondió.

-…el 17 de febrero, creo. Llegó tarde al ministerio, eso me llamó la atención. Arregló un par de cosas y se vino derecho a verme.

-¿Cómo estaba?¿Te dijo a dónde iría?

-Se la veía alterada, ansiosa. Cuando le pregunté qué le pasaba, me dijo que tenía que arreglar unas cuestiones muy personales. Después, agregó que en principio pasaría por Rumania. Yo no necesito saber más detalles. No tenía la obligación de hacer una enumeración de los hitos de su viaje. ¡Por Merlín, Snape, es una bruja adulta y yo no soy su padre! –casi chilló el ministro.

-Entiendo, entiendo –Snape estaba ensimismado, el entrecejo fruncido y paseando otra vez por el despacho-. Fue a Rumania, seguro a ver a los Weasleys –murmuraba-. A despedirse, claro y de allí a … Pero tuvo tiempo de llegar mientras yo todavía permanecía en el lugar…

Kingsley estaba en un dilema, no sabía si debía llevar al héroe de la Segunda Guerra a San Mungo para internarlo en el piso de los que han perdido la razón de manera irrecuperable o darle un golpe en la nuca para que dejara de ondear su túnica al ritmo de su frenético andar por su despacho, porque si seguía así iba a hacer una agujero en la alfombra.

-¡Deja de murmurar de una maldita vez y dime qué demonios sucede! –Kingsley había perdido los papeles por completo.

-Hermione encontró a Draco –informó con el esbozo de una sonrisa.

El moreno se desplomó en su sillón.

-¿Sabes? –le dijo- ya estoy viejo para estos trotes. Es hora de que deje mi cargo. Theo Nott será mi sucesor. ¿Cómo lo ves?

-Excelente, –contestó de inmediato el Director de Hogwarts- excelente elección. Ese muchacho hará un buen trabajo. Un placer hablar contigo –afirmó contento y sin más se marchó.

Cuando salió de allí fue hasta la oficina de Potter. Tuvo que esperarlo porque estaba en una reunión.

-¡Profesor! –exclamó Harry cuando lo vio. Y se dirigió a él con una gran sonrisa y lo abrazó. Severus nunca iba a terminar de acostumbrarse a la expresividad del hijo de Lily, pero era bienvenida para un viejo Slytherin solitario y mañoso como él.

-Me enteré de que dejaste el colegio por unos días. Espero que encuentres todo en orden. Sé que Neville ha hecho un buen trabajo sustituyéndote.

Si las cosas no hubieran cambiado en el mundo mágico, ese comentario de Harry sólo podría ser expresado en un universo alterno. Pero no. Era aquí y ahora, en marzo del año 2010.

-No vengo a hablar de eso, Harry –apuntó Snape- quiero saber dónde está Hermione. Y por qué no está con Draco.

-Teníamos previsto hablar contigo, pero te habías esfumado. En serio –le dijo con la misma cara de culpa que tenía en Hogwarts cuando era un estudiante y se olvidaba de hacer una tarea-, estaba en la lista –añadió presuroso al ver como relampagueaban los ojos de su ex profesor.

-¿Qué lista?

Y Harry Potter, el niño que vivió, se sentó y empezó a contarle.

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