miércoles, 14 de julio de 2010

El brujo blanco -11-

Finales de marzo, 2010

La primavera llegó a Oak Valley acompañada de una hembra de halcón peregrino. Mei se había instalado en un roble cerca de la entrada y Axis había enloquecido.

Los chillidos del ave asustaron a Draco que decidió seguirlo para ver a dónde lo llevaba. No tuvo que andar mucho porque de pronto un revuelo de hojas y plumas batalló en el aire. Alzó la mirada y vio a los dos halcones peleando. Eran aves preciosas, majestuosas, inteligentes, certeras y muy veloces. Tuvo miedo de que se hicieran daño y entonces llamó a su halcón, que obedeció con infinito desagrado. Voló hasta el puño descubierto de Draco y no hizo nada por minimizar el rasguño que le provocó con las garras. El rubio sabía que Axis lo hizo a propósito y hubiera jurado que el otro halcón le dirigió una mirada capaz de congelar el infierno. Una sonrisa bailó en la comisura de sus labios recordando a la dueña de una mirada así. Agitó la cabeza para despejarse de esos pensamientos y dedicó el resto de la tarde a convencer al pájaro foráneo a bajarse de la rama que había elegido para instalarse. Axis, ofendido, se perdió en el cielo primaveral, dispuesto a volver cuando tuviera ganas.

-Eres una muchacha –comentó Draco cuando consiguió que Mei bajara y se posara suavemente en su brazo-. ¿Te gusta Axis? A que caíste rendida a los pies del encanto Malfoy – le dijo con aire juguetón.

Mama Dulcie lo miraba desde la galería con una enorme sonrisa. Ella intuía que las cosas estaban por cambiar, lo sentía en los huesos. No sabía cuándo pero sí que era para mejor. Y en vistas a esa certidumbre resolvió que no se entrometería más en las relaciones de Draco y esas muchachas que de un tiempo a esta parte, revoloteaban a su alrededor de forma constante sin que su niño hiciera nada para alejarlas. Ya pronto aparecería su bele y Draco sería feliz. Y con ese alegre pensamiento, entró a la mansión a seguir con sus tareas.

…oOo…

De vuelta en Londres, Hermione se sumergió en una vorágine laboral que la dejaba aturdida y agotada.

Mediaba mayo. Harry y Ginny estaban preocupados y las cartas iban y venían entre ellos y Ron y Luna, buscando una forma de ayudar a la castaña a enfrentar el pasado, asumir el presente y esbozar el futuro.

-¿Sabes qué necesita Hermione? –le preguntó Ginny a su marido y respondió- necesita que el Trío Dorado se reúna otra vez y se esconda bajo la capa a pergeñar una aventura que la obligue a romper cien reglas con la ayuda de sus amigos.

-¿Tú crees? –respondió Harry con escepticismo-. Nada de lo que le dijimos con Ron mientras duró el viaje que hicimos todos juntos sirvió de nada. Está en sus trece, convencida de que todo el mundo le mintió y que Draco ya no la quiere.

-Tú puedes ausentarte del Ministerio unos días, vete a buscar a Ron y llévense a Herms unos días. Solos los tres. Antes de que Theo se decida a volver a luchar por ella.

-No estaría mal –le contestó Harry- al menos Theodore siempre estuvo. Y es un buen hombre. La merece. Y es mi amigo –y con eso quiso dar por zanjado el asunto, pero su bella e imperiosa consorte no lo permitió.

-¡Al demonio con Theo! No lo consiguió en tantos años, no lo va a conseguir ahora.

-No lo sabes – le respondió de mal humor-, tal vez si no nos entrometemos…

-¡Pues yo me voy a entrometer! –anunció decidida la pelirroja. Esa noche Harry Potter durmió muy solo y muy frío.

Ginny esperó pacientemente a que llegara el sábado. Su amiga la estaba aguardando en el departamento que compartieron por algunos años. Le pidió a Hermione que la acompañara a comprarse ropa al negocio de Lavander y Parvati. Habían alcanzado un gran éxito con su tienda de modas que tenía sucursales por toda Inglaterra y las ciudades más importantes de Europa.

-Siempre vas sola –le dijo la castaña tratando de descifrar las verdaderas intenciones de su amiga.

-No te lo pediría si no fuera porque ellas están allí.

-¿Cómo que están allí?

-Dime, Hermione, ¿dónde demonios te compras la ropa?

-Ginny, no digas idioteces, tú sabes que me compro la ropa en el Londres Muggle y las túnicas en el mismo lugar que tú, ese lugar al que me arrastraste después de decidir que mis túnicas eran un completo desastre.

-Bueno, debes admitir que desde que intervine tu vestuario estás muy guapa –dijo con una sonrisita maliciosa.

-Ginny, que no tengo todo el día y la paciencia escasea.

-¡Ja! Paciencia, tú no tienes idea de lo que quiere decir esa palabra…

-¿Cómo puedes decirme eso? –gritó dolida Hermione- cuando eres conciente de que esperé y esperé tanto tiempo.

-Eso no es paciencia, es resignación –afirmó implacable su pecosa amiga-. Y déjame agregar, para tu conocimiento y por si no lo intuías siquiera, que sí, que en parte tienes razón. Draco no te buscó, pero tú tampoco a él. Los dos se conformaron y aceptaron las cosas que sucedieron como si fuera un destino insoslayable. Vaya Merlín a saber por qué estúpidas razones, no vienen al caso y no me interesan. Pero algo es seguro, no hay ni hubo una maldita confabulación que los mantuviera alejados, fueron ustedes mismos, y sus miedos y sus patéticas razones.

Ginny estaba enfurecida y si bien sabía que más tarde se iba a arrepentir del modo en que le dijo las cosas, su arrebato terminó en una brusca desaparición, pero antes de desvanecerse en el aire por completo, le gritó que se metiera su ayuda en el bolsillo, "yo puedo enfrentarme sola a esas arpías".

Extrañamente, esa ira, ese desborde emocional era lo que necesita la leona para despertar del letargo. No tardó cinco minutos en aparecerse en la casa de Harry, pero allí no había nadie. Optó por dirigirse a La Madriguera, seguro estaban allí.

Estaban casi todos los Weasleys, incluido Ron. Finalmente, Harry había meditado las palabras de su esposa y le pidió a su amigo que viniera a Londres para montar el operativo "Salvemos a Hermione de sí misma".

-¿Dónde está Ginny? –preguntó sin siquiera decir buenas tardes.

-¿Dónde dejaste tus modales, Hermione?

-¡Ron! –y corrió a abrazar a su amigo- ¿Qué haces aquí? ¿Y Luna? ¿Y los niños?

-Ginny está en la tienda de Lavander y Parvati –intervino Harry extrañado- suponía que estaban juntas.

Hermione se sonrojó y murmuró algo que sonó a "pensé que era una tonta excusa".

Harry le preguntó si su apasionada, impetuosa e impulsiva esposa estaba muy enojada. Ella le confirmó que más que enojada estaba fúrica.

-Hermione, prepárate a vaciar tu bóveda de Gringotts, porque, te aviso, esta cuenta de ropa la pagas tú.

Y no terminó de decir esas palabras que Ginny apareció en el medio del jardín con más bolsas de las que podía cargar y una expresión que hubiera convertido en piedra a la propia Medusa.

…oOo…

Las noches de Draco se habían convertido en un ciclo de mujeres sin fin, prácticamente ahogado en bourbon y amaneceres sórdidos al lado de voyous a las que no conocía y si las conocía, no le importaban.

Las resacas eran mortales sobretodo porque Mama Dulcie no hacía nada para mejorarlas.

-Tú te lo buscas, tú te lo quitas –le decía enojada y se iba meneando la cabeza. Ella intentaba no sucumbir a la tristeza que le producía ver así a su niño, solo y perdido. Ya estaba empezando a odiar a esa bele que no se dignaba a aparecer.

Estaba tan distraída que se llevó un susto de muerte cuando vio salir de la chimenea a Snape. Ni bien controló el síncope, lo encaró enérgica:

-¡A poco que llega! ¿Sabe lo que hizo en este tiempo? Emborracharse hasta la inconciencia. Y andar de voyou en voyou. Sin cuidarse, estoy segura. Vaya Dios a saber qué enfermedad se va agarrar si sigue así.

Ver a semejante matrona alterada es un espectáculo que puede dejar sin habla al más mentado. Y Severus no fue la excepción.

-Ande, vaya, está tirado ahí afuera, en la galería. Haga su magia para despertarlo. Si es que puede –agregó.

El hombre se llevó su imponente presencia a donde la mujer le había indicado. Lo vio desparramado en un amplio sillón de teca, gris y ojeroso.

Lo sacudió con fuerza y Draco abrió un ojo:

-¡Vete! –graznó. Y el aliento ácido llegó hasta la nariz de Snape que la arrugó disgustado.

-Estás ebrio.

Draco intentó moverse pero al hacerlo sintió que miles de agujas perforaban esos pozos profundos y sin vida que alguna vez habían sido sus ojos. Dejó de intentarlo y murmuró, "apaga la maldita luz".

-Soy un excelente mago, el mejor después de Dumbledore, pero no puedo apagar el sol. ¡Levántate! –ordenó- das asco.

-Vete, no te necesito –pronunció con la cadencia típica de los borrachos, y soltó una risita. Pero hizo acopio de toda su fuerza y se levantó. Su alta y elegante figura se elevó y quiso dar un paso pero se derrumbó soltando más risitas tontas. Su mentor lo atrapó antes de que se diera contra el piso de madera. Lo hizo levitar hasta su dormitorio. Le dio una poción para la resaca y lo dejó dormir a su aire hasta que se recuperara.

Al día siguiente, Draco se despertó preguntándose cómo había llegado allí. Desde que se permitió recuperar el tiempo perdido perdiéndose entre las piernas de mujeres bien dispuestas que SÍ querían estar con él, Mama Dulcie no movía un dedo para ayudarlo a llegar a su recámara. Lo dejaba allí donde se desplomaba. A veces, si estaba de buen humor y la noche fresca, lo tapaba con una manta, pero nada más.

De a poco fue recordando, un hombre, una nariz ganchuda, magia, poción para la resaca, Snape.

Se adentró en la cocina con gesto avergonzado. Que su maestro, casi un padre, lo haya visto así más las cosas que debía haber pregonado su ama-mama… Tendría que pedirle disculpas a ella también.

Desayunaron en silencio. De a poco, Mama Dulcie fue cambiando la expresión de enojo por otra de ternura y preocupación. Hasta que no se aguantó más y lo abrazó fuerte, murmurando en cajún palabras de cariño y protección.

Cuando terminaron salieron al parque y caminaron por un sendero hasta la ribera del río. Se sentaron en un pequeño muelle mirando el curso de agua que plateaba bajo el sol. El hombre mayor rompió el silencio:

-¿Qué te pasó?

Draco tardó unos instantes en contestar. Buscaba dentro de sí las términos precisos. Porque estaba cansado de sentir lástima de sí mismo, de sentir que no era dueño de su propia vida. Y las palabras surgieron a borbotones, le contó de la sensación de profunda soledad que lo embargó cuando él volvió a Inglaterra; que su presencia si bien representó una alegría, le hizo recordar todo lo que alguna vez soñó con tener; que le trajo la memoria de ese año compartido con Granger, del dolor que sintió al saber que se había casado con Theo, pero al mismo tiempo feliz porque tenía dos preciosos niños…

Snape lo miraba estupefacto. No podía articular palabra de la impresión. ¿De dónde había sacado su muchacho semejante mentira? Lo dejó hablar y hablar sin interrumpirlo hasta que depuró su alma rota.

Cuando terminó de exteriorizar todos y cada uno de sus pensamientos, levantó la mirada y la fijó en su amigo.

Estaba a punto de opinar, de contestar cada duda, de reparar cada error cuando un ave rapaz revoloteó por encima de sus cabezas, chillando de manera perentoria.

-Deberías educar a tu halcón, Draco –señaló malhumorado por la interrupción. Draco se levantó de un salto y le pidió que lo siguiera.

El ave volaba despacio, guiándolos hacia el centro de un bosquecito cercano a la mansión. Los condujo al árbol en que habían construido su nido. En la rama más alta estaba Mei con sus pichones recién salidos del cascarón.

Magos al fin, llegaron en un momento al sitio indicado por el halcón. Axis frotó su pico contra el de su hembra y rascó con su garra la mano de Draco. Vislumbró que su ave quería que tocara a su cría. Eran tres horribles pichones pelados que tardarían meses en emplumar, pero Malfoy los contempló con cariño.

Si la mirada de Draco encerraba cariño, la de Snape brillaba del más puro asombro. Él conocía a la hembra y Mei, con un suave sonido, lo reconoció a él.

-¿Cómo llegó aquí? –preguntó con cautela.

-Y eso que importancia tiene –rebatió el brujo más joven que no entendía ni el tono ni el porqué de la pregunta.

-Contéstame.

Draco odiaba el tono seco e imperativo que Snape le imprimía a sus palabras cuando quería una respuesta rápida.

-Llegó volando.

-No te hagas el gracioso.

-Tú me preguntaste cómo y yo te respondí –dijo risueño y más serio, añadió-: no sé cómo; un buen día llegó aquí, tal vez se perdió o tal vez encontró a Axis. De hecho, me di cuenta que estaba aquí porque mi halcón se puso loco cuando la vio. Batallaron en el aire. No sé por qué pero ella me recordó desde el primer momento a Hermione. Tiene la misma mirada pavorosa que utiliza cuando quiere mandarte a callar y lo logra.

En el momento en Draco pronunció el nombre tan querido, Mei chilló.

-¿Cuándo?

-Cuándo qué.

-Cuando llegó.

-¡Ah! creo que a mediados de marzo.

-Me tengo que ir.

-Pero si recién llegas, por Merlín.

-Volveré para tu cumpleaños. No falta tanto.

…oOo…

"Estos malditos viajes van a lograr lo que no logró Voldemort, van a matarme. Condenado muchacho", rumiaba Snape mientras se apuraba todo lo que podía para llegar a Londres. Debía hablar con Hermione.

Llegó a su departamento y no la encontró. Frustrado, pateó la puerta. "Piensa, piensa", se dijo, "¿dónde puede estar un sábado por la tarde?".

Severus Snape apareció en La Madriguera en la mitad de una comida al aire libre. Todos lo saludaron con alegría, como si estuvieran esperándolo. Buscó a Hermione y la vio en un rincón del jardín hablando con Ginny. Se dirigió a ella con pasos largos y elásticos. Ese hombre no perdía la apostura bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, el cansancio se le notaba en los ojos.

-¡Severus! –exclamó Hermione- ¿Qué haces aquí?

-Vine a reparar un desencuentro.

-Si es por Draco, despreocúpate. Voy a ir. Necesito verlo, saber, para continuar. Si sigo así, en una pausa permanente, voy a enloquecer –le informó serena.

-¿Lo sigues queriendo? ¿Aún después de todos estos años, de todas las experiencias, de la distancia que impuso? ¿Aún cuando tú no moviste cielo y tierra para encontrarlo?

-Él tampoco –contestó entristecida.

-Él tuvo razones –retrucó.

-¿Mejores que las mías?

-Touché. Pero con esa actitud no vas a ningún lado, Hermione –repuso con un dejo de pesar-. Si cuando se encuentren sólo van a terminar reprochándose, no vale la pena.

-Tú viniste a decirme algo –tanteó la castaña.

-…

-Dime lo que sabes, Severus –le rogó suavizando el tono.

Ya había caído la noche cuando Snape se fue, dejando a Hermione absorta y embelesada. Las palabras de su ex profesor calaron hondo en la castaña. Los hechos, por fin revelados, le trajeron cierto sosiego. Es verdad que el tiempo perdido no podría recuperarse, pero todavía eran jóvenes y tenían mucho tiempo por delante. No iba a dejar que los resentimientos y los malos entendidos se siguieran interponiendo entre ellos.

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