miércoles, 14 de julio de 2010

El brujo blanco -7-

Londres, 17 de febrero de 2010

En Londres, Hermione estaba presa de la emoción. Desde el momento en que la magia de Draco activó el sistema de rastreo, un caos de sensaciones la comenzó a sacudir de la cabeza a los pies impidiéndole pensar con claridad.

"Lo encontré, por Merlín, lo encontré", balbuceaba, mitad en susurros, mitad a gritos ahogados en sollozos. Al poco tiempo estaba ahogándose. Se obligó a serenarse. Se sentó en una preciosa butaca de cuero marrón oscuro y se concentró en las llamas. "Vamos, Hermione, respira. Eso es, respira", se decía a sí misma una y otra vez. Cuando logró recuperar el ritmo de su respiración y el corazón dejó de saltarse un latido, se abocó a la tarea de planificar los pasos a seguir. Todavía estaba muy alterada y por eso necesita pensar primero. Si se largaba a hacer directamente se embrollaría de pura euforia.

Cerró los ojos e hizo una lista mental:

Hacer las maletas.

Llamar al Ministerio para pedir permiso para hacer un traslador.

"No. No, iré en avión. Tal vez necesite esas horas que separan Londres de New Orleans".

Hablar con Ginny para que se ocupen de sus plantas y de Erasmus. (Su gato-kneazzle, nieto de Croockshanks).

"¿Qué haré con Mei?"

Averiguar si hay vuelos directos y comprar un pasaje.

Hablar con mi jefe. "¡Yo soy mi jefe!"

Hablar con Kingsley, Harry y Theo.

Escribirle a Ron y a Luna.

"No, mejor iré a Rumania a despedirme".

Imposible. No se podía concentrar lo suficiente. Entonces, optó por lo obvio. Se dirigió a la chimenea, tomó los polvos flú, los echó a las llamas y dijo con voz clara y fuerte: "Grimmauld Place Nº 12".

Nunca le gustó viajar por ese medio, pero con los años y la práctica había logrado salir inmaculada. No fue así esta vez. De hecho, las toses, los gruñidos y las exclamaciones alertaron y alteraron a los habitantes de la casa que no esperaban visitas a las tres y media de la madrugada de un 17 de febrero. Eso sólo podía significar una cosa: catástrofe.

Harry apareció, a medio vestir y varita en mano, en la ahora cálida estancia que hacía las veces de recibidor porque allí habían colocado una hermosa chimenea de piedra y madera. Había una pequeña biblioteca, cuadros, una mesa auxiliar con una preciosa lámpara Tiffany y butacas de varios estilos que daban al lugar un aire confortable y amistoso.

Encontró a una agitada y sucia Hermione que entre toses intentaba explicarle que hacía allí a esa hora insospechada.

El moreno se relajó. Se acercó a su amiga y le palmeó la espalda mientras la llevaba hacia un sillón. Convocó un vaso y una jarra de agua. Lo sirvió y se lo ofreció a Hermione. Ella lo tomó agradecida. Mientras bebía, organizaba su discurso.

Harry estaba sentado frente a ella en unos almohadones grandes y coloridos. Sin nada arriba y el pantalón del pijama medio desabrochado, su amigo era un ejemplar varonil y tentador. Sonrió con picardía y se centró en lo que venía a decir. Por su parte, el auror más joven de la historia del mundo mágico de Gran Bretaña, observaba, sin comprender, cada expresión de la mujer frente a él.

-Oye –la apuró- vas a hablar o tendré que adivinar.

-Es que todavía no salgo de mi asombro. Y estoy tan emocionada que no sé qué hacer –contestó Hermione.

-Una buena manera es que comiences por el principio –dijo Harry, que se dio cuenta de que la cosa iba para largo.

En eso apareció Ginny, todavía adormilada. En una mano la parte de arriba del pijama de su esposo y la otra tapando un bostezo.

Se sentó en el suelo junto a él y apoyó la cabeza en su hombro. Hermione tomó aire para continuar.

-Por el principio… Bien, ¿recuerdan el año que pasé en Oxford viviendo con Draco? –preguntó.

-Sí -dijeron al unísono.

-Cómo para no recordarlo –agregó Ginny rodando los ojos.

-Me dejaron hacerlo con una condición. –Hizo un gesto para que la dejaran continuar–. Debía colocarle a Draco un hechizo de reconocimiento y rastreo, un hechizo que como bien saben es de mi invención…

-Ya estábamos al tanto de eso, Hermione –la interrumpió Harry.

-Pero lo que no saben es que nunca se lo quité.

-¿Pero Snape…? –Ginny no alcanzó a completar la pregunta que ya su amiga estaba contestando:

-Severus tampoco lo quitó.

-¿Y Draco lo sabe? –inquirió Harry.

-Draco ni siquiera sabe que lo lleva –admitió la castaña con culpa en la voz.

-Eso sí que puede representar un problema –susurró el niño que vivió.

-¿Por qué habría de suponer un problema? –señaló la pelirroja- Él está Merlín sabe dónde, tú estás aquí –dijo mirando a Hermione-. Sería un problema si tú supieras… ¡Si tú supieras dónde está! ¡Y lo sabes! ¿Qué piensas hacer?

La excitación de Ginny era palpable. Se puso de pie de un salto y comenzó a recorrer la estancia. Los arrastró a la cocina, convocó copas y una jarra de hidromiel, escanció la bebida y se arrellanó en una cómoda silla. Harry tardó un minuto entero en procesar lo que a Ginny le llevó un segundo.

-Irme. Pienso irme.

-¿Así nomás? –soltó su amigo del alma.

Parecía que esa mujer que estaba frente a él, elegante, experimentada, pero a la vez natural y un rastro de inocencia, no estaba en su centro. Al menos no completamente.

-Bueno, no –continuó- primero voy a ir a Rumania a despedirme de Ron y Luna.

-¿Te vas a ir para siempre? –se alteró la pelirroja.

-No, Ginny, tranquila, pero no puedo irme así sin más. Por eso estoy aquí para que me ayuden a pensar. No sé muy bien qué tengo que hacer primero.

El silencio se instaló en la cocina del número 12 de Grimmauld Place por un instante que pareció eterno. Hermione los miró de hito en hito a la espera de algún mensaje que no llegaba.

Ginny abrió la boca pero antes de que pudiera articular una palabra Harry le pidió que la dejara a solas con Hermione.

Su esposa sabía cuándo podía discutir y cuando no. Con la frase "voy a ver cómo están los niños" se retiró de la cocina y subió las escaleras en dirección a su habitación. Ya la llamarían cuando terminaran.

Harry hundió la mirada de sus ojos verdes, en los que llameaba un amor sin nombre y sin fin, en los marrones de su amiga. Tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Cuando por fin habló, preguntó:

-¿Por qué?

-Porque lo amo Harry, aún después de años sin verlo, sin saber nada de él, lo amo.

-Y estás dispuesta a llegar a dónde sea que esté y encontrarte con que está felizmente casado y con una parva de pequeñas serpientes como él –le dijo casi con rudeza. Pero sin dejar de acariciarle la mano.

La ex Gryffindor eludió su mirada. No había pensado en eso. Un dolor extraño se esparció en su pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era verdad, no pensó en ello y no quería hacerlo. Miró a su amigo con reproche contenido. Y comenzó a levantarse. Rápidamente, Harry se lo impidió. La abrazó y con una mano en la nuca de la castaña, incrustó su cabeza en su pecho. Ella se dejó llevar por la marea de angustia que la azotaba y lágrimas calientes mojaron el torso desnudo del hombre que la sostenía entre sus fuertes brazos.

-¡Harry, oh Harry! –exclamaba la compañera de tantas aventuras, la única hermana que tuvo en la vida, su alma gemela, la mujer a la que le confiaría su vida. La mujer por la que daría la vida sin dudarlo un instante.

-Haremos esto –anunció Harry- irás a la región de Valaquia, en las afueras de Brasov…

-Harry, sé donde vive uno de mis mejores amigos.

-Ok, lo sé, perdóname. Es que te siento tan desorientada que creo que necesitas la guía Michelin.

Hermione rió suavemente y se desprendió de su abrazo.

-Gracias, Harry. No sé que haría sin ti. Por favor, continúa –lo exhortó.

Siguieron hablando durante horas. En algún momento entre la oscuridad y el amanecer, se les volvió a unir Ginny. Los tres fueron armando un itinerario de lugares y charlas que dejara más tranquila a la castaña. Eso incluía hablar con el ministro para comunicarle que la jefa del Departamento de Inefables se tomaría las vacaciones postergadas y desaparecería por un tiempo; explicarle a Theo que "su" Hermione se iría pero que volvería (era increíble, Theo era tan protector con ella como Harry y Ron aún después de las calabazas que su antigua novia le había dado); avisarle a Snape que su socia del laboratorio de pociones más importante de Inglaterra se iría a Rumania y que a la vuelta hablaría personalmente con él para darle los detalles del asunto completo; trasladar a sus plantas y mascotas a La Madriguera. Esa era la mejor decisión. Erasmus sería feliz persiguiendo gnomos de jardín y sus plantas no morirían por escasez de agua.

Con todo bajo control Harry cargó el cuerpo menudo de la chica que se había quedado profundamente dormida y la llevó a la habitación que tenía destinada en su casa para ella. La colocó con cuidado en la cama, la desvistió y la arropó. Se quedó observándola con cariño y preocupación. Ginny se coló detrás de él con la intención de desvestir a Granger pero notó que Harry ya lo había hecho. No sintió celos. Ella sabía claramente que la clase de lazo que unía al Trío Dorado era algo que les incumbía sólo a ellos y que la confianza que habían desarrollado a lo largo de siete años de aventuras era tan maravillosa como la magia misma.

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