miércoles, 14 de julio de 2010

El brujo blanco -9-

El Director del Hospital Mágico Carol I de Bucarest no cabía en sí de gozo. La renombrada especialista en pociones y Jefa del Departamento de Inefables del Ministerio de la Magia de Gran Bretaña, estaba allí, en su hospital.

-… por supuesto, contará con lo que necesite, estaremos a su disposición.

Lo primero que hizo ni bien llegó a Bucarest, aún antes de buscar dónde alojarse, fue visitar a su amigo. Ron se debatía entre la vida y la muerte. Y nadie sabía por qué. Las heridas que le produjo la colacuerno habían sido graves pero ya estaban casi curadas. Los huesos rotos se habían regenerado y en la cara apenas si le habían quedado unas delgadas cicatrices que desaparecerían con el tiempo. Sin embargo la taquicardia seguía aumentando, sus labios estaban cada vez más azules, tenía las pupilas dilatadas, calambres…todo indicaba que en su cuerpo obraba un veneno. Pero ¿cuál? Y por el aspecto del pelirrojo, no tenía demasiado tiempo para averiguarlo.

Hermione no era sanadora, pero era bioquímica. Ante la mirada atenta de los medimagos que estaban atendiendo a Ron, descubrió su brazo, buscó una vena y le sacó sangre. Pidió un laboratorio donde pudiera trabajar sola y sin interrupciones y se dispuso a hacer todos los análisis mágicos y muggles que se le vinieron a la mente.

La leona sentía que las horas se estiraban en minutos eternos y la espera la ponía frenética. Cuando por fin obtuvo los primeros resultados, se decepcionó un poco, esperaba más. Efectivamente, había un veneno circulando por las venas de su amigo. Todavía ignoraba cuál. Aunque sabía que no provenía de un ofidio. Era algo.

Salió del laboratorio y habló nuevamente con los sanadores. Les pidió detalles. Cómo eran las heridas, en qué parte específica del cuerpo se hallaban, si vieron algo que les llamara la atención. Nada. Decidió examinar ella misma a su amigo. Concienzudamente recorrió cada centímetro de piel pecosa y gris, conteniendo las lágrimas al ver a su queridísimo amigo en ese estado. Y finalmente halló algo, una marca que no terminaba de sanar, en el pliegue que se formaba en la axila, tapada por el vello. Llamó a los medimagos y les mostró lo que había descubierto. Lo examinaron y encontraron una astilla gruesa de madera y el rastro de una hoja del mismo árbol.

Hermione se llevó la astilla para analizarla. Era madera de tejo. Altamente venenosa, mortal si entraba en el torrente sanguíneo y no se aplicaba de inmediato un antídoto.

Salió corriendo hacia la habitación donde estaba Ronald. Luna ya había llegado y también Harry. No tuvo tiempo de saludarlos. Gritó pidiendo un bezoar, esperaba que la ingesta de la piedra le diera tiempo a preparar el antídoto y salió disparada otra vez al laboratorio. Luna se quedó anonadada, pero luego se concentró otra vez en su esposo.

Harry corrió atrás de la castaña.

-Pedí que no me molesten –gritó la chica.

-Soy yo, tranquila Hermione –replicó Harry-, ¿qué sucede, qué tiene Ron?

-Está envenenado con tejo. Cuando el dragón hembra lo atacó y lo arrojó lejos debe haber caído sobre uno. No está muerto todavía porque es él, es Ron, tozudo como pocos y fuerte, gracias a Morgana que es fuerte. Nunca más lo retaré por su forma de comer –dijo entre lágrimas Hermione. Mientras manipulaba distintos objetos con el fin de preparar en antídoto.

Harry la dejó trabajar en silencio. Siempre admiró la capacidad de Hermione para trabajar bajo presión. Él le debía la vida a sus amigos, pero especialmente, a ella. Y ahora Ron también. Se encargaría de que Hermione se marchara ni bien Ronald saliera de la crisis. Merecía encontrar a Draco, saber qué fue de él y averiguar si podían tener una vida juntos.

Antes de que el contraveneno estuviera listo, se abocó a la elaboración de una poción estimulante cardíaca, distinta a la tradicional. La situación era extrema, por lo tanto, precisaba soluciones concluyentes. Su cerebro se afanaba a una velocidad descomunal buscando los ingredientes necesarios para mejorar la fórmula, rehacer las combinaciones, hallar los movimientos precisos para hacerla más efectiva. Cuando la terminó se la dio a Harry para que se la llevara a los medimagos con precisas instrucciones de administración.

Cuando Harry volvió esperaba encontrarla descansando. Pero no, seguía allí esforzándose sobre el caldero. Transpirada, agotada y con el pelo absolutamente enmarañado. No la veía así desde Hogwarts y un ramalazo de ternura lo hizo estremecer. Se acercó por detrás y la abrazó.

-Basta, Hermione. Descansa –la urgió.

-No puedo Harry.

-Sí puedes, Ron está mejor. Ve a comprobarlo por ti misma.

Los dos amigos corrieron por el pasillo y entraron a la habitación. Luna se arrojó a los brazos de Hermione y la abrazó con tanta fuerza que casi la asfixia. "Gracias, gracias, gracias", repetía sin cesar.

Hermione se soltó del abrazo de Luna y fue hacia Ron. Lo recorrió con la mirada, tocó su piel para comprobar su textura, buscó la herida provocada por la astilla, ya no estaba. Los labios de Ron habían recuperado el color rosáceo, sus pecas resaltaban, su respiración acompasada y la falta de calambres le indicaban que lo peor había pasado. Su amigo viviría. Le acarició la mejilla y le dio un beso en la frente. Con una cansada sonrisa de satisfacción, anunció:

-Bueno, ahora que Ronnie está mejor, volveré al laboratorio.

-Eso sí que no –sentenció Harry- te vas directo al hotel. Debes descansar. No tienes ni idea de cuántas horas han pasado ¿no?

La Inefable lo miró confundida.

-Veintisiete horas, Hermione.

-Pero, tú no entiendes Harry –protestó.

-En este momento lo único que entiendo es que tú tienes que descansar. No me obligues a llevarte a la rastra, Hermione.

-Harry tiene razón –terció Luna y Charlie apoyó con un gesto las palabras-. Has hecho todo lo pudiste y más, salvaste a mi marido no me alcanzará la vida para agradecerte. Debes descansar.

-Es mi amigo, Luna, no iba a dejarlo morir si podía evitarlo –dijo otra vez al borde de las lágrimas.

-Y porque somos amigos es que queremos que descanses.

-No tengo hotel –comentó.

-Te alojas en el mismo que yo. Ginny está por llegar, tu habitación es la contigua a la nuestra. La 233. Vamos juntos, a-ho-ra –finalizó amenazante.

-Está bien –concedió- pero descansaré unas horas y volveré, tengo que trabajar en otra poción. Luna, dile a los sanadores que chequeen la función renal y el hígado. Pueden quedar secuelas, por eso es que tengo que volver, las pociones para los riñones son efectivas pero no hay ninguna específica para daños provocados por venenos. No sé cómo se nos pasó por alto esto a Severus y a mí –exclamó asombrada.

-Genio y figura hasta el final –esas fueron las primeras palabras, débiles, roncas y desafinadas, de Ron.

-¡Ronald! –gritó la castaña y sin darle tiempo a Luna, se abalanzó sobre su amigo y le llenó de besos el rostro pecoso.

-Luna, sácame a esta loca de encima –pidió Ron entre risas extenuadas y con gemidos de molestia, pero aún así, contento-. Gracias por salvarme la vida –agregó ya serio y con los ojos humedecidos dirigiéndose a Hermione-, gracias.

-Gracias a ti por no rendirte –le contestó.

Harry y ella salieron del Hospital. El moreno la llevaba abrazada por los hombros y ambos miraban la pintoresca Bucarest de camino al hotel.

Hermione durmió casi dos días seguidos. Cuando se despertó estaba desorientada. Se levantó y empezó a recordar. Sonrió. El estómago rugió de hambre pero decidió darse un reparador baño primero. Llenó la bañera a la temperatura justa, le agregó aceites de gardenia y sándalo y se hundió en el agua dispuesta a dejar que sus sentimientos vagaran lejos de allí. Se preguntó, con los ojos cerrados y una sonrisa bailando en la comisura de su boca, si la fuerza de sus emociones llegarían hasta él.

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